| La tensión entre demandas de flexibilidad que surgen de políticas 
        comerciales nacionales, por un lado y de disciplinas colectivas pactadas, 
        por el otro, es un fenómeno recurrente en los acuerdos comerciales 
        internacionales. Lo es tanto cuando ellos son globales, como es el caso 
        de la Organización Mundial del Comercio (OMC) - y lo fue también 
        el del GATT -; regionales, como lo ponen de manifiesto las experiencias 
        de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y ahora 
        de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), 
        y sub-regionales, como es el caso del Mercosur y de la actual Comunidad 
        Andina de Naciones, para mencionar sólo los de América del 
        Sur. Pero también se observan en los acuerdos de comercio preferencial 
        (bilaterales y plurilaterales) que se han multiplicado en los últimos 
        años y que suelen denominarse acuerdos de libre comercio. Es una tensión natural en cualquier proceso de integración 
        de mercados que sea concebido como "rule-oriented", esto es, 
        en los que los criterios de poder relativo se supone que son encuadrados 
        en el marco de reglas libremente consentidas por Estados, que son soberanos 
        pero, a la vez, desiguales por su dimensión económica y, 
        a veces, grados de desarrollo. Son estas reglas comunes precisamente las 
        que generan disciplinas colectivas, procurando tornar previsibles las 
        condiciones bajo las cuales se puede operar en las transacciones económicas 
        entre los países participantes. Ellas son fundamentales para las 
        decisiones de inversión productiva de las empresas y para el desarrollo 
        de cadenas de valor de alcance global y regional. Un factor que contribuye a tal tensión - que en definitiva lo 
        es entre realidades económicas y normas jurídicas -, es 
        la dinámica de cambio propia de la economía mundial y de 
        cada una de las economías nacionales. Muchas veces, en ambos planos, 
        son la consecuencia de modificaciones profundas de las ecuaciones de poder, 
        de las preferencias sociales predominantes y, por ende, de las políticas 
        públicas que inciden en los flujos trans-fronterizos de comercio 
        y de inversiones. La aceleración de los cambios que se observan en los últimos 
        años en la competencia económica global, consecuencia del 
        surgimiento de nuevos protagonistas - tanto países como redes empresarias 
        - y de nuevas cuestiones dominantes de las agendas estratégicas 
        de los países - energía, bio-combustibles, cambio climático, 
        entre otros -, ha acentuado tal tensión.  Un efecto de tales cambios suele ser, precisamente, la rapidez con la 
        que algunos acuerdos comerciales adquieren un grado significativo de obsolescencia 
        e irrelevancia. Lo acordado en un momento determinado, generalmente el 
        pacto constitutivo de una asociación comercial entre naciones, 
        así como las disciplinas colectivas que resultan de sus reglas 
        y de sus procesos de creación normativa, entran entonces con frecuencia 
        en colisión con nuevas realidades internacionales y nacionales. 
       El comportamiento de los gobiernos, muchas veces impulsado por intereses 
        de sus empresarios y sectores sociales organizados, tiende naturalmente 
        a procurar márgenes de maniobra más amplios para sus estrategias, 
        políticas públicas y, en particular, para sus reacciones 
        de tipo defensivo. En tales casos, suelen dejar abiertamente de lado lo 
        pactado. O suelen hacerlo a través de interpretaciones que los 
        otros socios pueden considerar como contrarias a las reglas comunes.  Si estos son comportamientos aislados u ocasionales, los conflictos comerciales 
        que se producen - a veces de alto voltaje político -, pueden eventualmente 
        resolverse a través de los mecanismos de solución de controversias 
        normalmente incluidos en estos acuerdos.  Si, por el contrario, tales comportamientos son reiterados y la distancia 
        con lo pactado es creciente, se resienten las disciplinas colectivas y 
        se puede llegar, incluso, a una crisis sistémica. Es decir, es 
        el propio pacto o acuerdo comercial internacional el que entra entonces 
        en un proceso a veces gradual e imperceptible, a veces abierto y rápido, 
        de erosión de su eficacia, de pérdida de credibilidad y 
        finalmente, de creciente ilegitimidad social. Es la descripta, una evolución hacia la irrelevancia que ha caracterizado 
        muchos acuerdos comerciales y de integración en América 
        Latina. El caso más notorio fue el de la ALALC, en el que las disciplinas 
        colectivas rígidas de una fórmula de zona de libre comercio 
        no adaptada a las realidades económicas de los años sesenta 
        y setenta del siglo pasado, concluyó primero en el incumplimiento 
        abierto de lo pactado y luego en su sustitución por la ALADI.  La ALADI fue precisamente concebida desde el comienzo, como un marco 
        de habilitación del comercio preferencial regional - en el ámbito 
        de la Cláusula de Habilitación pactada en el GATT en 1979, 
        en ocasión de la Rueda Tokio -, dotado de un mínimo de disciplinas 
        colectivas y de un máximo de flexibilidad.  La ALADI cumplió, en tal sentido, sus objetivos reales y sigue 
        siendo útil como marco para el comercio preferencial en la región 
        y para su legitimación en el ámbito de la OMC. La mezcla 
        heterodoxa de disciplinas colectivas y flexibilidad resultante del Tratado 
        de Montevideo de 1980, constituye hoy un modelo - por cierto susceptible 
        de ser perfeccionado - a tener presente ante la necesidad de encuadrar 
        la creciente tendencia a la proliferación de acuerdos preferenciales 
        en el plano hemisférico y en el global. Quizás si ese modelo 
        hubiera sido tenido en cuenta en el desarrollo de lo que luego fue concebido 
        con la rigidez de una zona de libre comercio de las Américas, quizás 
        otro hubiera sido el resultado de la iniciativa lanzada en 1990 por el 
        Presidente Bush padre. En su momento esto fue planteado por países 
        del Mercosur pero sin éxito. Fue en ocasión de la Conferencia 
        de Comercio que convocó, en 1991 en Washington, Carla Hill, la 
        entonces Representante Comercial de los EEUU. En tres ámbitos importantes para las relaciones comerciales internacionales 
        de la Argentina, se observa en la actualidad la necesidad de introducir 
        elementos de flexibilidad que faciliten la preservación o el desarrollo 
        de disciplinas colectivas pactadas con otros países. Uno es el del Mercosur. Por un lado, se observa un exceso de flexibilidad 
        y ello está debilitando las disciplinas colectivas, con los consiguientes 
        efectos de erosión de la eficacia, la credibilidad y la legitimidad 
        social. Un ejemplo lo da la proliferación de medidas unilaterales 
        que en forma abierta o encubierta, introducen restricciones no arancelarias 
        en el comercio intra-Mercosur, reduciendo los efectos de la eliminación 
        de aranceles (el arancel cero) y generando estímulos negativos 
        para las decisiones de inversión productiva, especialmente en los 
        países que tienen un mercado de menor dimensión relativa. La precariedad resultante en el supuesto acceso irrestricto a los respectivos 
        mercados beneficia, en particular, a la economía mayor del área 
        que es la del Brasil. Implica desnivelar el campo de juego, especialmente 
        en materia de inversiones. Es lo que más ha afectado la imagen 
        del Mercosur, dentro y fuera de la región. Por otro lado, instrumentos claves como es el arancel externo común, 
        suelen ser percibidos como careciendo de la flexibilidad necesaria para 
        adaptarse a los requerimientos comerciales de los distintos socios. Ello 
        genera estímulos a la introducción de flexibilizaciones 
        de hecho, adicionales a las que son legalmente aceptadas, por lo general 
        en forma temporal. O pero aún, está alimentando presiones 
        internas en los distintos socios para buscar puertas de escape, no ya 
        del arancel externo común, pero también del propio Mercosur. Parecería preferible entonces procurar la institucionalización 
        de una mayor flexibilidad, como contrapartida a un mínimo de disciplinas 
        colectivas que efectivamente se cumplan. Ello requiere evitar concebir 
        la unión aduanera con criterios de "libros de texto", 
        desaprovechando la flexibilidad que brinda el artículo XXIV-párrafo 
        8 del GATT-1994. Introducir formalmente fórmulas de múltiples 
        velocidades y de geometría variable, es el camino que puede recomendarse 
        para contrarrestar una gradual pero creciente tendencia hacia la irrelevancia 
        del Mercosur.  Uruguay es uno de los países interesados en introducir elementos 
        de flexibilidad pactada en relación, especialmente, a la unión 
        aduanera. El hecho que durante este semestre ejerce la Presidencia Pro-Tempore 
        del Mercosur, abre una ventana de oportunidad para que presente - si esa 
        fuera su voluntad política - propuestas que contemplen sus intereses, 
        pero también los de los demás socios. Caso contrario no 
        prosperarían. La necesidad política de encontrar respuestas 
        inteligentes a los problemas que le plantea a Venezuela su ingreso a la 
        unión aduanera - uno de los factores que explica las demoras en 
        que se ha incurrido -, puede servir de estímulo para imaginar fórmulas 
        con la necesaria creatividad en el plano técnico. El otro ámbito es el de las negociaciones bi-regionales entre 
        la Unión Europea y el Mercosur. Además de los nudos aún 
        no desatados en el plano agrícola - y en relación al consiguiente 
        trade-off con las contrapartidas en el plano industrial y en el de los 
        servicios -, la exigencia de la UE por asegurar que el Mercosur sea una 
        unión aduanera completa, está introduciendo en estas negociaciones 
        elementos de rigidez que no parecen responder a intereses comerciales 
        concretos. Parecería privilegiarse un modelo pre-fabricado de zona 
        de libre comercio bi-regional, que incluso podría estar encubriendo 
        falta de estímulos suficientes para concretar la proclamada asociación 
        estratégica bi-regional. Algo similar a lo que parece haber ocurrido, 
        del lado del USTR, en su concepción de un ALCA siguiendo el modelo 
        del NAFTA. El tercer ámbito es el de las negociaciones de la Rueda Doha en 
        la OMC. La rigidez parece provenir en este caso de la propia agenda negociadora, 
        básicamente elaborada en el 2001 en un contexto internacional que 
        ha sido rápidamente superado por los cambios que desde entonces 
        se han producido en el mapa de la competencia económica global. 
        Una negociación entre 151 países miembros, con intereses 
        muy distintos y con gravitación comercial muy diferenciada, está 
        demostrando que los elementos de rigidez existentes pueden conducir la 
        negociación multilateral, o a un fracaso - que nadie reconoce desear 
        - o a una extensión muy prolongada en el tiempo , quizás 
        para después del 2010 (sobre el estado de las negociaciones de 
        la Rueda Doha, consultar ICTSD, Bridges Weekly Trade News Digest, números 
        30 y 31, septiembre 2007, en http://www.ictsd.org, 
        y también Estado de Situación de las Negociaciones, Boletín 
        del Instituto para las Negociaciones Agrícolas Internacionales 
        (INAI), nº 65, del 14 de septiembre de 2007, en http://www.inai.org). Lo concreto es que los países miembros de la OMC han acrecentado 
        la búsqueda de soluciones a sus requerimientos comerciales, a través 
        de la proliferación de acuerdos preferenciales, en esencia discriminatorios 
        (ver al respecto este Newsletter de abril de 2007). Como ha señalado 
        reiteradamente Pascal Lamy, el Director General de la OMC, el problema 
        no son necesariamente los acuerdos comerciales preferenciales - un dato 
        de la realidad - pero sí el hecho que ellos no estén enmarcados 
        en disciplinas colectivas eficaces. El peligro es que todo ello se traduzca 
        en una crisis sistémica que termine afectando la credibilidad y 
        la legitimidad social de la propia OMC (sobre el tema de la multilateralización 
        del regionalismo, ver la presentación de Pascal Lamy en la Conferencia 
        sobre el tema, realizada los días 10 al 12 de septiembre de 2007, 
        en Ginebra, organizada por la OMC conjuntamente con el Centro de Investigaciones 
        Económicas y de la Política (CEPR). Su texto al igual que 
        los documentos y las presentaciones efectuadas por los expositores, se 
        pueden consultar en http://www.wto.org/spanish/tratop_s/region_s/conference_sept07_s.htm). El contexto global presenta en estos tiempos suficientes incertidumbres 
        - tanto en el plano económico como en el más sensible de 
        lo político y de la seguridad -, como para que pueda ser conveniente 
        el deterioro de los bienes públicos internacionales que se han 
        ido construyendo en las últimas décadas, con muchas dificultades, 
        para evitar que las relaciones comerciales se transformen, como ocurriera 
        a través de la historia de los últimos dos siglos, en un 
        factor más de fragmentación internacional y de conflictos 
        inmanejables con criterios de racionalidad. En los tres ámbitos antes mencionados, parece recomendable que 
        la Argentina contribuya con iniciativas - junto con sus socios en el Mercosur 
        y en las principales coaliciones en las que participa en la OMC, especialmente 
        el G20 - orientadas a procurar una correlación realista, entre 
        los elementos de flexibilidad y de disciplinas colectivas que se requieren 
        para evitar el curso de una peligrosa tendencia a la erosión de 
        los respectivos acuerdos comerciales, sea en el plano global multilateral, 
        como en el regional y en el bi-regional con la Unión Europea. |