| Ambas iniciativas apuntan a la gobernabilidad de la región sudamericana. 
        Tienen contenido económico, pero indudables objetivos políticos. 
        Hacen a las relaciones de poder entre las naciones que comparten este 
        espacio geográfico. Tienen que ver con sus estrategias de inserción 
        internacional. Aspiran a generar bienes públicos regionales que 
        permitan neutralizar eventuales tendencias a la fragmentación en 
        el subsistema político internacional, que ha sido históricamente 
        y que es hoy la América del Sur. Son iniciativas similares en algunos 
        aspectos. Pero también son diferentes. Una es de concreción reciente. Al menos en el plano formal. Es 
        la denominada Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). La otra, 
        es la de la ampliación del Mercosur a otros países sudamericanos. 
        Ella tuvo una de sus expresiones más fuertes en ocasión 
        de una de las últimas Cumbres del bloque - la de Córdoba 
        en el 2006 -, que contó con la asistencia de un número significativo 
        de Presidentes de países, entre los que son miembros plenos y los 
        que están asociados o podrían estarlo. La presencia de mayor 
        repercusión mediática en tal ocasión fue la de Fidel 
        Castro. La UNASUR es una iniciativa de fuerte acento brasileño impulsada 
        por Itamaraty. Reconoce su origen en la primera Cumbre Sudamericana convocada 
        en el año 2000, también en Brasilia, por el Presidente Fernando 
        Henrique Cardoso. Sus raíces son más profundas y, entre 
        otras, se remonta a la idea brasileña de un espacio sudamericano 
        de libre comercio, en cuyo lanzamiento en el año 1992 participara 
        un prestigioso diplomático, el Embajador Paulo Nogueira Baptista. 
        En las Cumbres Sudamericanas del Cusco (Perú) en el 2004, de Brasilia 
        (Brasil) en el 2005 y de Cochabamba (Bolivia) en el 2006, fue planteada 
        como Comunidad Sudamericana. Luego en ocasión de una Cumbre Energética 
        en la isla Margarita (Venezuela) en el 2007, su nombre fue cambiado por 
        el actual (ver todos los antecedentes del proceso que condujo a la creación 
        de UNASUR, incluyendo la documentación completa emanada de las 
        distintas Cumbres Sudamericanas, así como diversos artículos 
        de funcionarios y especialistas sobre el tema, en http://www.comunidadandina.org/sudamerica.htm). 
       El Tratado constitutivo de la UNASUR fue firmado en Brasilia el pasado 
        23 de mayo, en una corta reunión extraordinaria a nivel presidencial 
        de los 12 países sudamericanos - Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, 
        Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela 
        - (ver el texto del Tratado en www.mre.gov.br; para un comentario ver 
        el artículo del autor, titulado "La Unión Sudamericana, 
        ¿diluye o complementa el Mercosur?", en el diario El Cronista, 
        miércoles 11 de junio de 2008 y el de Uziel Nogueira, economista 
        del BID-INTAL, titulado "Unión Sudamericana de Naciones", 
        en el Newsletter Mercosur-ABC del mes de junio de 2008). Sus objetivos 
        son amplios. Incluye, según el Preámbulo del Tratado de 
        Brasilia, el contribuir al fortalecimiento de la integración regional 
        a través de un proceso innovador que permita ir más allá 
        de la sola convergencia de los esquemas ya existentes (que son, como se 
        sabe, el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones, los que han celebrado 
        entre sí un acuerdo marco de complementación económica, 
        con la modalidad de una red de acuerdos bilaterales que pueden converger 
        en un solo espacio de libre comercio - ver su texto en http://www.aladi.org). 
       Concretamente, el artículo 2º del Tratado define el objetivo 
        y por ende el alcance de la organización creada (dotada de personalidad 
        jurídica internacional) en estos términos: "La Unión 
        de Naciones Suramericanas tiene como objetivo construir, de manera participativa 
        y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, 
        social, económico y político entre sus pueblos, otorgando 
        prioridad al diálogo político, las políticas sociales, 
        la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento 
        y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad 
        socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación 
        ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en 
        el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de 
        los Estados". Y entre los numerosos objetivos específicos, 
        enunciados en 21 incisos del artículo 3º, se establece en 
        primer lugar el del "fortalecimiento del diálogo político 
        entre los Estados Miembros que asegure un espacio de concertación 
        para reforzar la integración suramericana y la participación 
        de UNASUR en el escenario internacional". La UNASUR surge entonces como una iniciativa de fuerte perfil político, 
        que incluye su proyección internacional (ver la muy amplia enunciación 
        del artículo 15 del Tratado) y que no excluye su ampliación 
        al resto de América Latina (ver al respecto los artículos 
        19 y 20 del Tratado). Tal perfil, lo puso de manifiesto una iniciativa 
        complementaria - también impulsada por Brasil - que fue abordada 
        en la Cumbre de Brasilia y que no logró el necesario consenso, 
        por no contar con la aprobación del Presidente Uribe, de Colombia. 
       Se trata de la idea de crear un Consejo de Defensa Sudamericano. Si bien 
        nunca se ha difundido un texto que permitiera apreciar, al menos desde 
        afuera de los ámbitos negociadores, el alcance concreto de tal 
        iniciativa, lograr el consenso sería ahora una de las prioridades 
        de Chile, país que ha puesto en evidencia entusiasmo con la creación 
        de la UNASUR y que ha asumido su Presidencia Pro-Tempore. Pero además 
        de sus objetivos políticos, desde su origen esta iniciativa ha 
        estado también relacionada con el desarrollo de proyectos de infraestructura 
        física y con la energía. A su vez, la idea de ampliar el Mercosur a otros países sudamericanos 
        e incluso latinoamericanos - miembros de la ALADI - está incluida 
        en su acta de nacimiento. Lo ilustra la palabra "Sur" en lugar 
        de "Cono Sur" (fue un cambio propuesto en el último minuto 
        de la negociación del Tratado por el coordinador del equipo negociador 
        brasileño, Embajador Celso Amorim) en el artículo 1º 
        del Tratado de Asunción que estableció el nombre del mercado 
        común. Reflejó claramente las ideas predominantes sobre 
        el alcance geográfico potencial del proceso de integración 
        allí iniciado. La referencia a la posible ampliación a otros 
        países latinoamericanos miembros de la ALADI - en ese momento el 
        único país miembro de la ALADI no sudamericano era México 
        -, se debió a una consideración legal derivada de la necesidad 
        de que el nuevo acuerdo de integración pudiera ser compatible con 
        el Tratado de Montevideo de 1980 y, de tal forma, que sus preferencias 
        no tuvieran que ser automáticamente extensibles a los otros países 
        miembros de la ALADI e, incluso, a los del GATT (las preferencias comerciales 
        negociadas en la ALADI ya estaban amparadas en el sistema comercial global 
        por la denominada "Cláusula de Habilitación", 
        aprobada en la Rueda Tokio que concluyó en 1979).  En la actualidad la cuestión de la compatibilidad de las preferencias 
        intra-Mercosur con el GATT-1994 se inserta en el marco más estricto, 
        aunque aún así flexible, de su artículo XXIV. Desde 
        el punto de vista práctico no es una cuestión menor, teniendo 
        en cuenta la importancia de las preferencias comerciales que los países 
        miembros del Mercosur se otorgaron entre sí y, en especial, las 
        que se otorgaron y se siguen otorgando en sectores como el automotriz, 
        el químico y petroquímico, entre varios otros. Sin la protección 
        legal de su inserción en los requerimientos que el GATT tiene en 
        materia de zonas de libre comercio y, en este caso, de unión aduanera, 
        sería muy difícil defender hoy en la OMC un acuerdo sectorial 
        automotriz como el que están por renovar la Argentina y el Brasil. 
        Concretamente, el Mercosur como los otros acuerdos preferenciales - cualquiera 
        que sean sus modalidades y alcances - implica discriminar con respecto 
        a los bienes originados en países que no son miembros. Y ello sólo 
        es aceptado por el resto de los países de la OMC, si es que se 
        cumplen condiciones específicamente establecidas al respecto por 
        sus reglas. El Mercosur no es sólo entonces un generador de tratamiento 
        preferenciales. Es su escudo protector frente a terceros. La ampliación del Mercosur ha tenido al menos dos dimensiones. 
        Una se refiere al espacio de preferencias comerciales. A través 
        de acuerdos de alcance parcial (instrumento previsto por el Tratado de 
        Montevideo de 1980) se ha ido tejiendo una red de preferencias que abarca 
        a otros países miembros de la ALADI y, en particular, a los que 
        fueron adquiriendo un status de miembros asociados, comenzando por Chile 
        y Bolivia.  La otra dimensión se refiere a la ampliación de los objetivos 
        políticos del Mercosur. La defensa de la democracia y los derechos 
        humanos, entre otros objetivos especialmente en el plano social, por ejemplo, 
        fueron incorporándose gradualmente en la agenda del Mercosur desde 
        sus orígenes. Y también ampliándose a otros países 
        sudamericanos especialmente a partir de su adopción del status 
        de miembros asociados. En el caso de Venezuela, tal ampliación 
        se ha procurado además con su incorporación como miembro 
        pleno a partir del Protocolo de Caracas. Este proceso aún no ha 
        terminado, por no haberse aprobado todavía tal Protocolo por los 
        Congresos del Brasil y del Paraguay y, en particular, por no haberse concluido 
        las negociaciones para la incorporación de Venezuela a la unión 
        aduanera. UNASUR y el Mercosur ampliado tendrían entonces objetivos similares 
        especialmente en el plano político. Pero la UNASUR a su vez, debería 
        permitir abordar cuestiones como las de la infraestructura física 
        y la complementación energética que superan a lo que podría 
        lograrse con la actual cobertura geográfica del Mercosur. Ello 
        es particularmente importante para el Brasil que tiene fronteras comunes 
        con la mayoría de los países miembros de UNASUR. Hay sin embargo dos grandes diferencias. Por un lado, el Mercosur es 
        una realidad asentada en compromisos jurídicos ya asumidos por 
        sus países miembros. Si bien son compromisos imperfectos e incompletos, 
        difícil sería dejarlos de lado, teniendo en cuenta las corrientes 
        de comercio y de inversión que se han desarrollado entre los socios 
        en los años transcurridos desde la firma del Tratado de Asunción. 
        El Mercosur tiene además una embrionaria identidad que se refleja 
        en su nombre incorporado a los documentos de identidad de los ciudadanos 
        de los cuatro socios actuales.  La UNASUR, en cambio debe aún superar el proceso de ratificación 
        de por lo menos 9 de los países signatarios. Es posible que ello 
        ocurra y en plazos cortos. Pero no es necesariamente probable, dadas las 
        diferencias políticas entre algunos de sus miembros y que afloraron 
        en el camino que condujo a la reciente Cumbre de Brasilia. La experiencia 
        del Protocolo de Caracas indica, además, la distancia que puede 
        existir entre lo que se procura llevar adelante y lo que efectivamente 
        se pueda concretar. Pero hay otra gran diferencia entre ambas organizaciones. Y es que el 
        Mercosur, está basado no sólo en una voluntad política 
        de trabajar juntos de los países miembros - que se mantiene a pesar 
        de las muchas dificultades que se han planteado - pero sobre todo en un 
        pilar fundamental para la integración productiva conjunta, cuál 
        es el de las preferencias comerciales pactadas. La UNASUR no tiene previsto 
        nada similar. En todo caso, las preferencias económicas entre sus 
        países miembros, serían las que resulten de la convergencia 
        de la red de acuerdos de alcance parcial celebrados o que se celebren 
        en el ámbito de la ALADI. Y se sabe que su característica 
        ha sido la de tener en su mayor parte un claro corte comercial. Son esencialmente 
        precarias. Al ser así es muy difícil que incidan sobre decisiones 
        de inversión productiva que sean significativas. Favorecen corrientes 
        de comercio ya existentes. No necesariamente generan nuevas corrientes 
        que resulten de decisiones de inversión productiva, especialmente 
        por partes de empresas PyMEs. Al Mercosur se llegó a partir de la experiencia del programa bilateral 
        de integración entre la Argentina y el Brasil. Los motivos políticos 
        y económicos estaban entrelazados, como siempre ocurre en este 
        tipo de procesos de integración consensuales entre naciones soberanas. 
        En el impulso inicial, fue el entonces Secretario de Relaciones Económicas 
        Internacionales de la Cancillería argentina, el Embajador Jorge 
        Romero - un motor principal en esta etapa bilateral -, quien entendió 
        que sería muy difícil generar un cuadro propicio a la integración 
        productiva trabajando en un ámbito tan amplio como el de la ALADI. 
        Esa fue una de las razones por las cuáles se concentró el 
        esfuerzo en un espacio más restringido y en el cual existían 
        poderosas razones políticas para desmantelar, lo que había 
        sido hasta entonces la tendencia a una relación tensa e incluso 
        conflictiva.  Luego, el aporte del Tratado de Asunción fue el de intentar pasar 
        de una pauta de preferencias precarias como las que se enhebraron en los 
        Protocolos de integración bilateral - y que siempre había 
        sido la pauta privilegiada tanto por la Argentina como por el Brasil en 
        el ámbito de la ALALC primero y luego de la ALADI - a otra de preferencias 
        ciertas que generaran condiciones razonables de acceso previsible a los 
        respectivos mercados de los socios. Para ello deberían ser preferencias 
        protegidas incluso jurisdiccionalmente (de allí la idea del Protocolo 
        de Brasilia, luego sustituido por el de Olivos). Es algo que enseña 
        la experiencia internacional (tanto en el caso europeo como en el del 
        NAFTA) en particular cuando existen asimetrías de poder y de dimensión 
        de mercados entre los países que se asocian. Esto último aún no se ha logrado plenamente. Los cuatro 
        socios aplican o potencialmente pueden aplicar unilateralmente medidas 
        restrictivas. Ellas afectan las posibilidades de que se adopten decisiones 
        racionales de inversión productiva en función del mercado 
        ampliado. Es la principal queja de los países de menor dimensión 
        y desarrollo relativo con respecto al Mercosur. Es una queja que también 
        se escucha por parte de muchos empresarios PyMEs de los dos socios mayores. 
        Es uno de los principales factores que explican el deterioro gradual de 
        la credibilidad en el Mercosur. Pero aún así, tiene más posibilidades de lograrse 
        a través del desarrollo del marco jurídico actualmente vigente 
        en el Mercosur, que en el aún más incierto de la UNASUR 
        que además no ha asumido compromiso alguno al respecto. El riesgo 
        es que con la creación de la UNASUR se genere un espejismo que 
        termine diluyendo los pocos activos acumulados por el Mercosur. Y ello 
        sólo beneficiaría a quienes ya han consolidado sus intereses 
        comerciales dentro del Mercosur. Lo concreto es que al crearse la UNASUR y asumiendo que el Tratado de 
        Brasilia será ratificado, corresponde plantear un debate sobre 
        cómo se articulará con el Mercosur. Existe por cierto la 
        posibilidad de que la UNASUR termine diluyendo sólo los objetivos 
        de ampliación del Mercosur en el plano político. Pero también 
        podría diluir sus compromisos preferenciales en el plano comercial 
        y económico. Si ello fuera así, tendríamos por delante 
        un panorama en el que, en el mejor de los casos, se combinen los objetivos 
        más amplios de la UNASUR con los de integración comercial 
        de la ALADI. Al diluirse el Mercosur, hasta sería entonces necesario 
        cambiar los documentos de identidad de los ciudadanos de los cuatro socios, 
        que ya incluyen tal nombre junto con el del país respectivo. Es 
        éste todo un símbolo de un proyecto ambicioso cuya pérdida 
        podría tener costos múltiples e imprevisibles para todos 
        sus socios. Sin embargo otro escenario es posible, probable y recomendable. Es de 
        que el Mercosur, sin dejar de lado sus objetivos políticos referidos 
        a los miembros plenos, reenvíe al ámbito de la UNASUR objetivos 
        políticos de alcance sudamericano, y se transforme en un núcleo 
        duro de la construcción gradual - en el ámbito de la UNASUR 
        - de bienes públicos regionales que fortalezcan la gobernabilidad 
        del espacio regional, a través de la paz, la estabilidad política, 
        y la consolidación de democracias sustentadas en la cohesión 
        social, y que permitan extraer todo el potencial de acción conjunta 
        en planos como, entre otros, los de la infraestructura física, 
        el transporte y la logística, la energía y la protección 
        del medio ambiente. Para que ello sea así se requeriría 
        fortalecer el pilar de las preferencias comerciales y económicas, 
        y de la integración productiva, a fin de que sea factible que las 
        respectivas sociedades perciban en un Mercosur renovado, un instrumento 
        de afirmación nacional, de desarrollo económico y de proyección 
        internacional. Requeriría de nuevos métodos de trabajo conjunto, 
        incluyendo instrumentos de múltiples velocidades y de geometría 
        variable. Hay mucha experiencia internacional al respecto y es posible 
        conciliarlos con las reglas de la OMC. Hoy es difícil convencer a la gente que ese Mercosur es aún 
        posible. Probablemente será más difícil convencer 
        que la UNASUR sea una opción razonable.  Es del interés nacional argentino entonces, profundizar un debate 
        sobre cómo encarar una renovación del Mercosur que tome 
        en cuenta la experiencia adquirida, las nuevas realidades globales y regionales 
        (entre las cuales, el nuevo protagonismo internacional del Brasil y la 
        propia creación de la UNASUR), y los requerimientos de transformación 
        productiva de nuestro país en conjunto con sus socios (ver al respecto 
        el artículo de Eduardo Amadeo, "Quo Vadis, Mercosur?, en el 
        diario La Nación, del 20 de mayo de 2008, página 17). |