| El Mercosur y la Organización Mundial del Comercio (OMC) son ámbitos 
        institucionales (principios, reglas de juego, disciplinas colectivas, 
        mecanismos de negociación y de decisión, sistemas de solución 
        de controversias) relevantes para la inserción comercial externa 
        de la Argentina. En la actualidad son los más relevantes, junto 
        con la ALADI en cuyo marco se han celebrado numerosos acuerdos preferenciales 
        con otros países miembros.  Lo son, en especial, para la proyección al mundo de la capacidad 
        de producir bienes y de prestar servicios de las empresas que operan en 
        el país. Generan disciplinas colectivas que pueden permitir, si 
        se respetan y son bien utilizadas, neutralizar efectos sobre el comercio 
        exterior resultantes de asimetrías de poder económico existentes, 
        tanto en el plano regional como, en particular, en el global.  Son bienes públicos internacionales cuyo debilitamiento no parecería 
        ser del interés nacional ni del de sus sectores productivos. Trabajar 
        para fortalecerlos, incluso a través de su continua renovación, 
        parecería ser entonces una de las prioridades para la política 
        de desarrollo de alianzas externas de nuestro país. En el caso del Mercosur, la importancia para la Argentina y sus socios 
        trasciende el plano económico y comercial. Penetra hondo en el 
        político, ya que está vinculado con la preservación 
        de un entorno sudamericano de razonable gobernabilidad y que sea funcional 
        a los esfuerzos nacionales de transformación productiva y de desarrollo. 
        Esto es, de un espacio geográfico regional en el que predominen 
        la paz y la estabilidad política como resultantes de democracias 
        sustentadas en la cohesión social. La fragmentación y el 
        predominio del conflicto en el contexto externo contiguo - que en la práctica 
        hoy tiene un alcance que incluye todo el espacio geográfico sudamericano 
        -, no parecería que sea conveniente ni para el país ni para 
        sus socios. En el caso de la OMC, la importancia deriva de sus objetivos de lograr 
        condiciones que permitan una continua expansión del intercambio 
        mundial de bienes y de servicios y, a la vez, un equilibrio razonable 
        de los muy diferentes intereses comerciales de sus múltiples países 
        miembros. Institucionaliza un sistema multilateral de comercio global 
        basado - entre otros - en el principio de no discriminación y en 
        reglas custodiadas por expertos - a través de su mecanismo de solución 
        de controversias -. En la medida que funcione bien y que se fortalezca, 
        debería permitir aspirar a un cuadro de ganancias mutuas para todos 
        los países miembros, incluso los menos desarrollados. Ganancias 
        para unos, porque si bien son grandes, tienen sus intereses y los de sus 
        empresas expandidos por todo el mundo. Y para otros, menos grandes o pequeños, 
        porque si las reglas efectivamente se cumplen permitirían atenuar, 
        al menos en términos relativos, los efectos de algunas de las diferencias 
        de poder existentes. La anarquía internacional - o la selva - como 
        opción no parecería ser del interés nacional de ningún 
        país. Aunque en realidad, la historia larga pone de manifiesto 
        que suele ser una tentación recurrente, especialmente de los que 
        tienen poder o aspiran a tenerlo. Los dos ámbitos enfrentan continuos desafíos. Seguirá 
        siendo así en el futuro. Son desafíos relacionados con su 
        eficacia y, en última instancia, con su legitimidad social. Pueden 
        ser en tales casos, verdaderos desafíos sistémicos, esto 
        es, que cuestionen la propia supervivencia del respectivo ámbito, 
        al menos para ser percibido como relevante por los países y sus 
        empresas. Son desafíos que también se observan en otras 
        latitudes, incluso en la propia Unión Europea - tras el "no" 
        irlandés - y en el NAFTA - tras los planteamientos efectuados en 
        la campaña presidencial de los EEUU -. Puede considerarse que el enfrentar continuos desafíos, sea entonces 
        lo natural en procesos de construcción de sistemas internacionales 
        - uno regional, el otro global - basados en reglas de juego e instituciones 
        que reflejan la voluntad de todas las naciones soberanas participantes. 
        De ahí que en ambos - la OMC y el Mercosur - sigue predominando 
        la regla del consenso. Y de ahí también la importancia práctica 
        de una mecánica institucional que contemple la función de 
        concertación de los intereses nacionales en juego. Es una función 
        que existe en la OMC, pero que sólo está embrionaria en 
        el Mercosur. La Secretaría Técnica - a cargo hoy de un experto 
        muy competente - es todavía un órgano demasiado débil 
        como para aspirar cumplir tal función. Ello puede explicar insuficiencias 
        que se han observado a través de los años en el proceso 
        de creación normativa del Mercosur y en la diseminación 
        de su imagen. Y enfrentar desafíos es más natural aún, considerando 
        que en ambos casos existe una fuerte disparidad de dimensión y 
        de poder relativo entre los países miembros. En los más 
        grandes, la propensión a un comportamiento unilateral discrecional 
        -esencialmente "power-oriented" en el lenguaje del profesor 
        John Jackson - suele ser común. Pero se acentúa cuando predominan 
        factores de seguridad en sus políticas externas y, en particular, 
        cuando se entra en fases recesivas de sus economías. El proteccionismo 
        comienza entonces a ser lo popular. Y en los menos grandes, tal propensión 
        podría reflejar incluso, en algunos casos, una baja valoración 
        del papel de reglas e instituciones en el propio desarrollo económico 
        o en su vida política interna. Ello puede conducir a comportamientos 
        que terminan afectando el carácter "rule-oriented" de 
        ámbitos como el del Mercosur y el de la OMC. A veces incluso, como 
        reflejo del comportamiento que observan en los más grandes, generándose 
        entonces un efecto dominó negativo para el sistema de disciplinas 
        colectivas. Al así hacerlo, terminan por fortalecer la propensión 
        al comportamiento "power-oriented" de quienes realmente tienen 
        capacidad para jugar fuerte. Un país mediano o chico que no valore 
        el predominio de reglas de juego libremente pactadas en el plano global 
        o regional, puede estar - aún sin tener conciencia de ello - favoreciendo 
        los intereses de aquellos países de mayor poder económico 
        con los cuáles interactúa. En tales casos, el no respetar 
        las reglas termina facilitando comportamientos unilaterales discrecionales 
        de los países más grandes. La cultura de reglas de juego 
        precarias - se cumplen si se puede - suele tener con el tiempo efectos 
        letales para los más débiles. Ha sido común en nuestra 
        región. Pero si bien son desafíos naturales, ellos se complican por el 
        hecho que el escenario internacional actual se caracteriza por una fuerte 
        dinámica de cambio y, más recientemente, por la acumulación 
        de signos que tornan previsible la "tormenta perfecta". Es un 
        escenario que permite anticipar el surgimiento de "cisnes negros" 
        (en el sentido del libro de Nassim Nicholas Taleb ("The Black Swan. 
        The Impact of the Highly Improbable", Random House, New York 2007; 
        en español, "El Cisne Negro. El Impacto de lo Altamente Improbable", 
        Paidós 2008), sin que se sepa ni cómo ni cuando ellos aparecerán. 
        La propensión a disciplinas colectivas en las relaciones comerciales 
        internacionales termina entonces erosionándose gradualmente, como 
        resultante de los reflejos individuales de supervivencia que producen 
        las incertidumbres. Es una dinámica de cambio que genera - como todo momento que puede 
        ser calificado de revolucionario en términos históricos 
        - continuos efectos de obsolescencias en la vida social, política 
        y económica, tanto en el plano interno de las naciones como en 
        el internacional, sea éste global o regional. Obsolescencias que 
        resultan de quedarse muchos protagonistas apegados a realidades del pasado 
        superadas por los hechos. Que dificultan por ende proyectarse hacia un 
        futuro esencialmente incierto pero que con seguridad será distinto. 
        Esto es válido para países, individuos, empresas e instituciones 
        sociales. Pero que en el caso de los ámbitos institucionales internacionales 
        pueden deteriorar, de no mediar una estrategia de adaptación, su 
        capacidad para brindar respuestas colectivas a problemas nuevos, que también 
        son colectivos. Es éste quizás el verdadero riesgo sistémico 
        que enfrentan hoy, tanto el Mercosur como la OMC, esto es, el riesgo de 
        la obsolescencia.  En el caso del Mercosur, los principales riesgos de obsolescencia continúan 
        observándose en el plano existencial (¿tiene sentido el 
        Mercosur?) y en el metodológico (¿cómo articular 
        el trabajo conjunto y preferencial entre sus países miembros?). 
        La reciente Cumbre de Tucumán (30 de junio y 1º de julio) 
        no ha permitido en tal sentido demasiados avances sustantivos.  En el plano político, la Cumbre deja un saldo que podría 
        considerarse como positivo. Permitió una vez más un diálogo 
        directo entre Presidentes de países miembros y asociados del Mercosur, 
        en el cual tuvo un lugar destacado la reacción conjunta frente 
        al enfoque que está predominando en la Unión Europea en 
        la cuestión de las migraciones, de claro impacto en diversos países 
        sudamericanos.  Sobre algunas iniciativas planteadas habrá que esperar a fin de 
        observar cómo ellas se concretan. En cierta forma, puede presumirse 
        que las que predominaron en Tucumán, son cuestiones que hacen a 
        una agenda política que incluye pero que trasciende al ámbito 
        del Mercosur y que, por lo tanto, serían en el futuro objeto de 
        consideración en la UNASUR (ver al respecto este Newsletter del 
        mes de junio 2008). En el plano de la construcción de un espacio económico 
        preferencial - por su sentido político es una de las razones de 
        ser más profundas del Mercosur - los resultados son menos notables. 
        Uno a destacar es el de la aprobación por el Consejo de Ministros 
        de una Decisión sobre un programa de integración productiva 
        (CMC, Dec.nº12/08). Tiene por ahora un alcance programático. 
        Otra es la de un fondo de apoyo a pequeñas y medianas empresas 
        (CMC, Dec.nº13/08). Su primera etapa será un fondo de garantías. 
        Sigue pendiente decidir sobre cómo será instrumentado. Otros 
        resultados se han manifestado en el plano bilateral (tal el caso del régimen 
        especial del sector automotriz y de la utilización de moneda local 
        en el comercio intra-regional). No se logró aprobar, en cambio, el Código Aduanero del 
        Mercosur. Es una asignatura que queda pendiente para la próxima 
        Cumbre a realizarse en Salvador, Bahía, el próximo mes de 
        diciembre. Puede entenderse que será una de las prioridades de 
        la Presidencia Pro-Tempore que ejercerá en este segundo semestre 
        el Presidente Lula. Dos cuestiones parecen haber impedido su aprobación 
        en Tucumán. Una es la del tratamiento de los productos originados 
        en zonas francas como las de Manaos y Tierra del Fuego. La otra es la 
        de los derechos de exportación. El hecho que el anteproyecto de 
        Código sigue siendo "reservado", dificulta apreciar el 
        verdadero alcance sobre el debate que se produjo - según lo que 
        trascendió por declaraciones de prensa de algunos de los Ministros 
        - en torno a los derechos de exportación. Entre los países miembros del Mercosur los derechos de exportación 
        han sido eliminados explícitamente por el Tratado de Asunción, 
        especialmente por lo dispuesto en su artículo 5º y en su Anexo 
        1 (ver al respecto nuestro artículo "Los 
        derechos de exportación en el Mercosur", publicado en 
        el Suplemento Comercio Exterior del diario La Nación, en su edición 
        del 10 de enero del 2002). Sólo podrían ser restablecidos 
        o por una modificación del Tratado o por el hecho que el mencionado 
        Código Aduanero sea aprobado por medio de un Protocolo Adicional 
        al Tratado (para más información sobre la Cumbre de Tucumán 
        y sus resultados, ver textos en www.mre.gob.br y en http://www.mercosur.org.uy; 
        ver además la nota de Sergio Leo, "Nem tudo é problema 
        no continente", en el diario Valor Econômico, del 7 de julio 
        de 2008; el Correo Sindical Latinoamericano, publicación del FES 
        Sindical Regional y de la Friedrich Ebert Stiftung, nº 61 - 20 de 
        junio a 1 de julio de 2008, y el Newsletter Mercosur-ABC, del 3 de julio 
        de 2008, en http://www.mercosurabc.com.ar). 
       Dos cuestiones prioritarias continúan pendientes de definiciones 
        políticas en el Mercosur. La dilación en encararlas contribuye 
        a explicar sus riesgos sistémicos. Una es la de la institucionalización 
        de la antes mencionada función de facilitación del proceso 
        de concertación de intereses nacionales. En Tucumán el Presidente 
        Lula ha prometido fortalecer "nuestra estructura en Montevideo". 
        La otra es la de la solidez de la preferencia regional en términos 
        de seguridad en el acceso a los respectivos mercados. Es una cuestión 
        que afecta las decisiones de inversión en función del mercado 
        ampliado, especialmente en los países con mercados de menor dimensión 
        relativa.  En el caso de la OMC el principal riesgo sistémico proviene de 
        las "termitas" que erosionan las bases de su edificio. Al menos 
        dos autores acuñan esta expresión. Uno es el profesor Bhagwati 
        en su provocativo - y hasta divertido - reciente libro (citado al final 
        en la sección "Lecturas recomendadas" de este Newsletter). 
        El otro es Andrew Stoeckel, en un trabajo publicado en Australia en el 
        2004 (también citado al final de este Newsletter) Ambos se refieren 
        al efecto de erosión que se está produciendo en los principios, 
        reglas e instituciones resultantes del sistema GATT-OMC, que ya ha cumplido 
        sesenta años y que ha contribuido a la expansión del comercio 
        mundial de bienes y de servicios.  Para Bhagwati, la amenaza sistémica provendría de los factores 
        que impulsan la proliferación de acuerdos preferenciales. Son una 
        especie de "clubes privados" del comercio internacional, con 
        beneficios y obligaciones reservados a sus países miembros. Tienen 
        distintas modalidades según sea que sus miembros sean países 
        vecinos o lejanos, sólo desarrollados, sólo en desarrollo 
        o que involucren a países muy desarrollados y países en 
        desarrollo. Invocan el libre comercio, pero en la práctica discriminan 
        con respecto a quienes no son parte del respectivo acuerdo preferencial. 
        ¿Y porqué constituyen una amenaza al "club global" 
        de la OMC? Fundamentalmente porque erosionan el principio básico 
        de la no discriminación entre sus miembros. Las reglas del GATT-1994 
        contemplan la posibilidad de que acuerdos preferenciales, con el formato 
        de zonas de libre comercio o de uniones aduaneras, sean concluidos por 
        un grupo de países miembros. También rige la "Cláusula 
        de Habilitación". Pero el problema se plantea cuando ellos 
        se multiplican a causa de las dificultades para avanzar en las negociaciones 
        de la Rueda Doha. Es decir, cuando comienzan a reflejar la percepción 
        de que la vía multilateral global no es eficaz para abrir mercados 
        o para generar disciplinas colectivas en el comercio internacional.  Para Stoeckel precisamente las termitas operan como consecuencia de 
        la ineficacia de la OMC para avanzar en sus objetivos de lograr una mayor 
        apertura de los mercados y, en particular, de incorporar plenamente la 
        agricultura en tales objetivos. Los acuerdos preferenciales, más 
        que una causa serían entonces una consecuencia de las deficiencias 
        que traban al sistema de la OMC en el pleno cumplimiento de sus objetivos. 
        Su eficacia depende precisamente de su capacidad para lograr una mayor 
        apertura de los mercados, para eliminar factores que distorsionan el comercio 
        mundial - especialmente en la agricultura - y para formular nuevas reglas 
        de juego que contemplen los intereses de todos sus miembros - que son 
        ya 152 países con dimensiones, capacidades e intereses muy dispares 
        -.  En cualquiera de las dos hipótesis, lo que está en juego 
        en la Rueda Doha es mucho más que el resultado de las actuales 
        negociaciones comerciales multilaterales. Es el propio sistema de comercio 
        global el que está en zona de riesgo. No tanto porque un fracaso 
        este año - que implicaría en el mejor de los casos posponer 
        las negociaciones por dos o tres años - conduzca al colapso de 
        la OMC. Pero sí porque podría significar una erosión 
        gradual de su legitimidad como foro que garantice los intereses comerciales 
        de todos sus miembros. La resultante sería acentuar la tendencia 
        a la proliferación de acuerdos preferenciales.   De allí la importancia de la reunión de Ministros de un 
        grupo relevante de países miembros a celebrarse en Ginebra a partir 
        del 21 de este mes de julio. Si tiene éxito sería aún 
        factible concluir este año una Rueda Doha quizás menos ambiciosa 
        - pero razonablemente equilibrada - que lo originalmente previsto. Un 
        fracaso en cambio ampliaría el riesgo de una crisis sistémica. 
        No parece que éste sea un escenario conveniente para las miles 
        de empresas de todos los tamaños y orígenes que se han internacionalizado, 
        integrando cadenas transnacionales de producción y suministro. 
        Ellas requieren precisamente de reglas de juego de alcance global y custodiadas 
        por expertos. Es lo que facilita la OMC y su sistema de solución 
        de controversias. Incluso, funcionando bien, la OMC es el marco que permitiría 
        disciplinar los acuerdos preferenciales. O que los tornaría menos 
        necesarios (sobre el estado actual de la Rueda Doha y sus perspectivas, 
        ver Carta de Genebra. Informativo sobre a OMC e a Rodada Uruguay, Missâo 
        do Brasil em Genebra, Ano VII, nº 4, junho 2008; ver asimismo Bridges 
        Weekly Trade News Digest, del ICTSD, distintos números de los meses 
        de junio y julio de 2008, en http://www.ictsd.org). 
        Los riesgos sistémicos en el Mercosur y en la OMC son superables. 
        Pero requieren para ello un diagnóstico actualizado sobre sus raíces 
        y alcances. Requieren sobre todo, mucha voluntad al más alto nivel 
        político para enfrentarlos y sobre todo, mucho sentido práctico. 
        En ambos casos, parece recomendable el liderazgo político deberían 
        impulsar un debate amplio y profundo sobre su futuro. |