| Suficiente impulso político y capacidad para enhebrar puntos de 
        equilibrio entre los intereses en juego, son dos condiciones que la experiencia 
        demuestra que se requieren a fin de concluir con éxito una negociación 
        comercial internacional.  Examinar si tales condiciones existen en las demoradas negociaciones 
        entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) es algo conveniente teniendo 
        en cuenta que, como consecuencia de las renovadas dificultades de la Rueda 
        Doha, se ha vuelto a instalar en la agenda del Mercosur la cuestión 
        de intentar concluirlas. Especialmente los gobiernos del Brasil y del 
        Uruguay estarían impulsando la idea de retomar las negociaciones 
        estancadas desde octubre de 2004 (ver, al respecto de la posición 
        del Brasil, este Newsletter del mes de agosto y sobre la posición 
        del Uruguay, la nota del semanario Búsqueda, de Montevideo, del 
        11 de septiembre de 2008, página 5).  Sin un claro impulso político gubernamental resulta difícil 
        imaginar que una negociación comercial internacional pueda ser 
        exitosa. Esto es particularmente válido en el caso de negociaciones 
        que involucran un número amplio de países y una compleja 
        agenda, tal como ocurre en el caso de la Rueda Doha en la Organización 
        Mundial del Comercio (OMC). O cuando se trata de países que comparten 
        un espacio geográfico regional. Las negociaciones comerciales suelen 
        ser entonces un componente de una agenda de trabajo conjunto más 
        amplia, orientada a asegurar la paz y estabilidad política entre 
        países vecinos, a través del desarrollo de un proceso formal 
        de integración. Ejemplos al respecto son la UE y el Mercosur. Y 
        también es válido en el caso, más complejo aún, 
        de una negociación comercial que ha sido concebida como una parte 
        central de la construcción de una asociación estratégica 
        entre dos regiones organizadas en torno a procesos formales de integración. 
        Es precisamente lo que han estado intentando concretar desde hace una 
        década el Mercosur y la UE, pero como resultado de iniciativas 
        que se remontan a los comienzos de los años noventa. Pero el impulso político debe ser suficiente y continuo, si es 
        que se aspira a completar la hoja de ruta trazada para una negociación 
        compleja. Cual combustible de un auto, puede agotarse antes de llegar 
        a la meta. Y entonces la negociación se paraliza. Puede ser luego 
        retomada. Ocurrió en el pasado con la Rueda Uruguay tras el fracaso 
        de la reunión en Montreal en 1988 y podría suceder nuevamente 
        en el presente, tanto en el caso de la Rueda Doha como en el de la asociación 
        Mercosur-UE. O puede quedar en el olvido, como parece estar ocurriendo 
        con las negociaciones del Área de Libre Comercio de las Américas 
        - ALCA.  El agotamiento o insuficiencia del impulso político suele ser 
        la resultante de una combinación de factores, entre los cuales 
        sobresalen los siguientes: el tiempo que transcurre desde el momento inicial 
        de la negociación, que puede ser de muchos años; las modificaciones 
        que se hubieren producido en el contexto internacional o regional; las 
        que se operan en los países participantes, especialmente en los 
        impulsores de la idea de negociar como consecuencia, por ejemplo, de cambios 
        de gobiernos y, finalmente, las alteraciones que puedan producirse en 
        la estimación de costos y beneficios -tanto políticos como 
        económicos- que resultarían de una determinada negociación. 
       En tal sentido, un ejemplo del pasado es el de las negociaciones de la 
        Carta de la Habana que aspiraba a crear la Organización Internacional 
        del Comercio. Fracasó en 1948 cuando el Congreso americano no ratificó 
        el instrumento jurídico internacional que le sometiera el Ejecutivo 
        a su consideración. También en aquel período fracasó 
        una negociación secreta para el establecimiento de una zona de 
        libre comercio entre Canadá y Estados Unidos. Está en el 
        origen de la introducción a último momento de la figura 
        de la zona de libre comercio en lo que sería el artículo 
        XXIV del GATT (la fascinante historia de esta negociación secreta 
        -sólo conocida muchos años después- la reconstruye 
        un excelente artículo de Kerry Chase, citado más adelante 
        en la Sección "Lecturas Recomendadas" de este Newsletter). 
        Otro ejemplo más reciente de fracaso por agotamiento del impulso 
        político, es el ya mencionado de la negociación hemisférica 
        para establecer lo que se suponía debía ser el ALCA. Colapsó 
        en la Cumbres de las Américas realizada en Mar del Plata en el 
        año 2004. Si bien el impulso político es necesario, no suele ser suficiente 
        para culminar con éxito un proceso negociador. Se requiere también 
        capacidad para enhebrar puntos de equilibrio entre los diferentes intereses 
        nacionales en juego. Tiene que ver con la complejidad de la negociación 
        y con los grados de ambición de su agenda. Cuanto más ambiciosa 
        sea la agenda (caso Rueda Doha y negociación Mercosur-UE) y más 
        sustantivas sean las diferencias de intereses, mayor será la dificultad 
        para evitar que tales puntos de equilibrio se le evadan a los negociadores. 
        Pero también tiene que ver con los métodos que se empleen 
        para construir los necesarios equilibrios. La calidad de los procesos 
        negociadores puede ser una causa de un eventual fracaso. Las dificultades 
        procesales son mayores cuando participan muchos países y cuando 
        existen entre ellos fuertes asimetrías de dimensión económica 
        y de grados de desarrollo económico. Es el caso actual de la Rueda 
        Doha. O cuando una negociación presenta notorias insuficiencias 
        y dispersiones, tanto en el plano institucional como de los métodos 
        de trabajo. Puede ser el caso de la bi-regional Mercosur-UE. En el caso de la Rueda Doha, en la reunión mini-ministerial de 
        Ginebra del mes de julio pasado, quedó en evidencia que se acumularon 
        dificultades sustantivas y procesales para lograr los necesarios equilibrios 
        de intereses (ver este Newsletter del mes de agosto 2008). ¿Son 
        ellas sólo la resultante de insuficiencias del impulso político? 
        O son, además ¿la resultante de deficiencias en los métodos 
        orientados a enhebrar tales equilibrios? (sobre el estado de las negociaciones 
        de la Rueda Doha al promediar el mes de septiembre ver Bridges Weekly 
        Trade News Digest, volume 12, number 29, September 10th 2008, del Internacional 
        Centre for Trade and Sustainable Development -ICTSD-, en http://www.ictsd.net). Las dificultades sustantivas se relacionan en primer lugar, con el equilibrio 
        entre lo que efectivamente se espera recibir y lo que se tiene que otorgar, 
        por un lado en los productos agrícolas (acceso a mercados y subsidios) 
        y por el otro en los industriales. En segundo lugar, se relacionan con 
        el equilibrio entre las concesiones aparentes y las efectivas, es decir, 
        las que resultan una vez descontada el "agua" y computadas las 
        excepciones, sensibilidades, diferenciaciones y todo tipo de válvulas 
        de escape abiertas o encubiertas. En tercer lugar, con el equilibrio entre 
        el esfuerzo que realizarían los que más pueden - países 
        industrializados - y los relativamente más débiles, que 
        son los países en desarrollo. Y, finalmente, en el equilibrio entre 
        costos y beneficios del resultado de las negociaciones. Cuánto 
        menos nítidos y de más largo plazo sean los eventuales beneficios, 
        más resistencia habrá a efectuar concesiones que podrían 
        tener costos políticos inmediatos.  Las dificultades procesales tienen que ver con el número de países 
        participantes y, sobre todo, con las asimetrías de poder, de gravitación 
        en el intercambio global de bienes y servicios, y de grados de desarrollo 
        relativo. El hecho que se trata de negociaciones multilaterales que requieren 
        el consenso de todos los países participantes en el marco de un 
        single undertaking, complica aún más la tarea de enhebrar 
        puntos de equilibrio que sean percibidos como satisfactorios por todos. En el caso de las negociaciones entre el Mercosur y la UE, se reproducen 
        condiciones similares a las existentes en la Rueda Doha, en términos 
        de las divergencias de intereses en relación a la agricultura, 
        con el consiguiente impacto en las contrapartidas en productos industriales 
        y en otras cuestiones relevantes. La UE planteó desde el comienzo 
        de las actuales negociaciones multilaterales en la OMC, que es en este 
        ámbito donde debían tratarse las cuestiones más sensibles 
        vinculadas a los subsidios a la agricultura, sea a las exportaciones y, 
        en especial, a los relacionados con la producción. En la medida 
        que tal planteo continua vigente, es natural que se considere que será 
        muy difícil destrabar la negociación bi-regional sin antes 
        concluir la Rueda Doha. Alcanzar los necesarios puntos de equilibrio entre los múltiples 
        intereses en juego sigue siendo entonces el gran desafío para las 
        negociaciones bi-regionales. Pero más allá de las declaraciones 
        propias de las diplomacias mediáticas, no parece existir además 
        suficiente impulso político para superar los desequilibrios existentes. 
        Tiene que ver con incentivos en las dos partes para encarrilarlas hacia 
        su conclusión y con las percepciones que se observan de un lado 
        y del otro del Atlántico.  Del lado europeo, los incentivos para negociar parecen haber disminuido. 
        Por un lado, suele prevalecer la percepción que el Mercosur dista 
        de ser lo que habían imaginado y que debe aún superar problemas 
        internos que afectan su credibilidad. El que el Canciller Amorim haya 
        reiterado en la presentación que efectuara recientemente en el 
        Parlamento del Mercosur (ver su texto en http://www.mre.gov.br), 
        la prioridad de eliminar el doble cobro del arancel externo, de aprobar 
        el Código Aduanero y de fortalecer la Secretaría Técnica, 
        podría contribuir a disminuir el déficit de credibilidad. 
        Pero será así sólo en la medida que ello se concrete, 
        ya que tal objetivo se había anunciado en otras oportunidades. 
        Por otro lado, los europeos no tienen hoy el incentivo de evitar desplazamientos 
        de sus corrientes de comercio e inversiones que resultarían de 
        un acuerdo preferencial entre el Mercosur y los Estados Unidos. Tal perspectiva 
        ha desaparecido del horizonte, al menos por el momento, con el colapso 
        del ALCA y con las dificultades que pueden existir en relanzar una negociación 
        Mercosur-EEUU con un formato "4+1", dada la posible conclusión 
        este año del demorado proceso de incorporación de Venezuela 
        al Mercosur. La evolución más reciente de las relaciones 
        diplomáticas entre Caracas y Washington -el retiro de los respectivos 
        Embajadores, y fuertes declaraciones del Presidente Chavez-, no contribuyen 
        a que se pueda visualizar como factible -al menos en plazos cortos- una 
        negociación comercial entre el Mercosur y los EEUU. Del lado del Mercosur, resulta difícil imaginar que en la negociación 
        comercial bi-regional pueda obtenerse lo que no se ha logrado hasta ahora 
        de los europeos en la Rueda Doha. Y la opción de un acuerdo menos 
        ambicioso que el imaginado no ha sido aún incorporada en la estrategia 
        negociadora. Por lo demás, se perciben las prioridades de la UE 
        como muy concentradas en otras áreas y cuestiones. En tal caso, la hibernación de hecho de la negociación 
        bi-regional, podría ser visualizada por ambas partes como más 
        conveniente que seguir procurando su conclusión. La tentación 
        a preservar el status-quo en las negociaciones bi-regionales sería 
        entonces muy grande. El problema es que ello estimularía acciones 
        bilaterales, como las reflejadas en la alianza estratégica del 
        Brasil con la UE. No incluye elementos preferenciales, que son los que 
        obligarían a los socios del Mercosur a negociar en conjunto, al 
        menos mientras no sea modificada la Decisión CM 32 del año 
        2000 (el párrafo cuarto del numeral 4.4.1, del documento de Estratégia 
        Brasileira de Exportaçâo 2008-2010, anunciado el pasado 3 
        de septiembre por el Ministerio de Desenvolvimento, Indústria y 
        Comércio Exterior del Brasil, es sintomático al respecto). 
        Si así fuere, podría erosionarse la idea de un Mercosur 
        concebido, desde su momento fundacional, como plataforma para negociar 
        y competir a escala global. Sin perjuicio de lo que se intente para relanzar las negociaciones bi-regionales, 
        una opción sería utilizar todo el potencial del instrumental 
        plasmado en el Acuerdo Marco de Cooperación Mercosur-UE firmado 
        en Madrid en 1995. Fue ratificado por los respectivos Parlamentos y está 
        aun vigente. Contiene hojas de ruta que, de utilizarse plenamente, permitirían 
        avanzar con pragmatismo en las relaciones económicas bi-regionales, 
        al menos en todos los elementos no preferenciales. Tal opción implicaría renovar el impulso político 
        de la negociación bi-regional y perfeccionar los métodos 
        de trabajo. El impulso político debería provenir de la constatación 
        de que existen intereses compartidos en lograr el fortalecimiento del 
        Mercosur. Tales intereses se relacionan con su potencial para ser un efectivo 
        núcleo duro de la estabilidad política en el espacio geográfico 
        sudamericano. Y ello adquiere hoy mayor vigencia ante las alarmantes tendencias 
        a la fragmentación y los consiguientes reflejos defensivos (sobre 
        este último aspecto, ver las declaraciones sobre la necesidad de 
        un "escudo de defensa", del Ministro de Asuntos Estratégicos 
        del Brasil, Roberto Mangadeira Unger, en el diario La Nación, de 
        Buenos Aires, del 11 de septiembre de 2008, página 11). Implicaría además introducir elementos de flexibilidad 
        en la construcción de la asociación bi-regional, que contemple 
        las diferentes situaciones existentes entre las dos regiones y, en particular, 
        dentro del Mercosur.  Es una opción que sería más factible si el Mercosur 
        introdujera, a su vez, criterios de flexibilización de sus compromisos, 
        a fin de aceptar instrumentos con múltiples velocidades y geometría 
        variable, especialmente en la construcción de una unión 
        aduanera ajustada más al artículo XXIV del GATT, que al 
        modelo de la unión aduanera europea o a lo que prescriben distintos 
        enfoques teóricos (ver al respecto este Newsletter, del mes de 
        agosto de 2008).  Todo ello puede lograrse en el marco amplio del Tratado de Asunción 
        y sin alterar sus elementos esenciales, que son los que conducen a un 
        mercado común. Y tal flexibilización no implicaría la transformación 
        del Mercosur en una zona de libre comercio. Esto último ha sido 
        propuesto incluso recientemente por personalidades políticas, por 
        ejemplo en el Brasil (ver al respecto el discurso del gobernador José 
        Serra en el Fórum del INAE, en Río de Janeiro, el 3 de septiembre 
        de 2008, en http://www.saopaulo.sp.gov.br, 
        quien señaló que "temos que desenvolver mais acordos 
        bilaterais. Temos que fazer mudanzas no Mercosul que permitam ao Brasil 
        fazer acordos bilaterais com outros paises sem necesariamente incluir 
        os paises do Mercosul
O Mercosul debe ser uma zona de livre comércio 
        e nâo uma uniâo alfagendária como é hoje, que 
        prácticamente subordina todas principias decisôes de comércio 
        exterior que o Brasil queira tomar ao acordom os outros paises". 
        Con posterioridad el Canciller Amorim volvió a reiterar la posición 
        del gobierno brasileño en el sentido de fortalecer el Mercosur, 
        tal como se refleja en notas de varios diarios del Brasil, entre los cuales 
        la Gazeta Mercantil, del 4 de septiembre de 2008).
 Un detalle no menor y con connotaciones que van más allá 
        de lo jurídico, es el que en la hipótesis de la transformación 
        del Mercosur en una zona de libre comercio, se requeriría una modificación 
        sustancial de su pacto constitutivo. Algo así como negociar todo 
        de nuevo.
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