| Un rasgo del actual sistema internacional se está tornando cada 
        vez más evidente. Es el de la redistribución del poder mundial 
        entre múltiples protagonistas. Algunos pueden ser considerados 
        como emergentes. Pero en términos históricos, otros (especialmente 
        China e India) son re-emergentes (Angus Madison nos brinda datos interesantes 
        al respecto en su "Contours of the World Economy, I-2030 AD, Essays 
        in Macro-Economic History", Oxford University Press, Oxford 2007, 
        especialmente en su Tabla A.6 de la página 381). Lo cierto es que 
        resulta difícil precisar los límites en el número 
        de países con capacidad para influenciar acontecimientos internacionales 
        significativos. Es uno de los problemas que surgen cuando se trata de 
        definir cuáles son los que pueden asegurar suficiente "masa 
        crítica", a fin de contribuir a resolver cuestiones relevantes 
        de la agenda global. Además, algunos de los nuevos protagonistas 
        ni siquiera son países, pero tienen un radio de acción de 
        alcance transnacional que les permite incidir, por ejemplo, en la paz 
        y estabilidad política global o de alguna región.  El de la proliferación de protagonistas relevantes es un rasgo 
        resultante de un proceso largo y aún en evolución. Está 
        lejos de alcanzar su plena maduración. Un punto de inflexión 
        lejano fue la rebelión de los países productores de petróleo 
        de 1973. El fin de la Guerra Fría, simbolizado con la caída 
        del Muro de Berlín; el regreso de China e India a la competencia 
        económica global y al juego del poder mundial; el 11/09 y la invasión 
        a Irak; el carácter asertivo de la nueva política de poder 
        en Rusia, son sólo algunos de los hechos que han contribuido a 
        impulsar la nueva realidad del poder mundial.  Es en la perspectiva del cambio radical en la distribución del 
        poder mundial, que pueden entenderse los acontecimientos que han conmovido 
        estas semanas - pero que provienen de meses antes - al sistema financiero 
        internacional. Son acontecimientos que requieren un abordaje que incluya, 
        a la vez, dimensiones vinculadas con la geopolítica, la economía 
        real y, por cierto, la evolución de los mercados financieros y 
        bursátiles (ver nuestro artículo titulado "Las nuevas 
        realidades del poder mundial", en el diario El Cronista, del 1º 
        de febrero de 2008. Ver también los artículos de Dominique 
        Moissi y de Philip Stepehns, mencionados en la sección Lecturas 
        recomendadas de este Newsletter). Lo cierto es que cada vez resultan más lejanos los días 
        de un mundo bipolar o los de la ilusión de un mundo unipolar. También 
        son lejanos aquellos en que parecía factible lo que un Canciller 
        francés denominaba la tendencia al "condominio oligárquico". 
        Esto es, la idea que el mundo podía ser gobernable por la acción 
        de muy pocas grandes potencias. El Consejo de Seguridad de las Naciones 
        Unidas y los organismos financieros internacionales reflejaron tal concepto. 
        Eran los días en que un diplomático brasileño, el 
        Embajador Araujo Castro, se refería a las tendencias al "congelamiento 
        del poder mundial". Cuán multipolar es el mundo actual es algo que puede debatirse. 
        Dependerá la respuesta de cuáles son los problemas a abordar. 
        El poder mundial y los problemas a resolver tienen y seguirán teniendo 
        mucho de geometría variable. Ella puede variar por criterios regionales 
        o temáticos.  Pero lo que sí parece menos debatible es que en la agenda global 
        está aumentado el número de problemas que son colectivos 
        y que, por ende, requieren de respuestas también colectivas. Los 
        de las finanzas globales son un ejemplo. Pero también lo son muchos 
        otros, entre los cuáles se destacan los del cambio climático. El problema es que las instituciones internacionales existentes están 
        poniendo de manifiesto sus insuficiencias para permitir articular respuestas 
        colectivas a problemas también colectivos. Como señalara 
        recientemente el Presidente Sarkozy, al referir a la gestión de 
        la economía global, no puede ella encararse en el Siglo XX con 
        instituciones creadas en el Siglo XXI (ver el diario Financial Times - 
        Europe-, September 26, 2008. p.4). No es un juego de palabras. Significa 
        constatar que los ámbitos institucionales existentes no logran 
        captar las nuevas realidades del poder mundial y, por ende, pierden eficacia 
        e incluso legitimidad en sus intentos por resolver problemas. Pero cabe 
        tener en cuenta que las fallas sistémicas internacionales han interactuado 
        en el pasado con fallas sistémicas en países relevantes. 
        En tales casos, son fallas que se traducen en crisis de confianza con 
        respecto a la capacidad del respectivo sistema político nacional 
        para aportar soluciones eficaces. Puede volver a ocurrir. Es prematuro aún para opinar sobre los efectos que los acontecimientos 
        recientes podrían tener en la Rueda Doha. En el Foro Público 
        de la OMC, realizado en Ginebra los días 24 y 25 de septiembre 
        (ver http://www.wto.org) 
        , Pascal Lamy alertó sobre los riesgos del proteccionismo en caso 
        de acentuarse los impactos de la crisis financiera sobre la economía 
        real y el comercio mundial. Y también señaló que 
        sólo al concluirse la Rueda Doha podrían abordarse otras 
        cuestiones vinculadas con el futuro de la OMC. Tanto en el plano global como en el latinoamericano, el abordaje de algunos 
        de los problemas más críticos que se presentan está 
        requiriendo del ejercicio de un liderazgo colectivo eficaz (ver nuestro 
        artículo "La necesidad de liderazgos colectivos", a publicarse 
        en la revista AméricaEconomía, del mes de octubre 2008). 
        Esto es, aquél que permite traducir voluntad política en 
        acciones que penetren en la realidad, permitiendo la solución de 
        los problemas planteados.  La demanda por liderazgos colectivos tiene que ver con la complejidad 
        de algunas de las cuestiones dominantes en los planos político, 
        económico y financiero, con suficiente envergadura para afectar 
        de manera significativa el orden y la estabilidad internacional, sea a 
        escala global como en la de cualquiera de las regiones. La regulación 
        de los mercados financieros, la tendencia a nuevas formas de proteccionismo, 
        la conclusión de las negociaciones comerciales multilaterales y 
        los desafíos del cambio climático, son sólo ejemplos 
        más notorios de problemas colectivos que demandan soluciones también 
        colectivas.  Los liderazgos colectivos implican reconocer que ningún país, 
        por grande que sea, podrá en el futuro asegurar por si sólo 
        el necesario orden internacional. Reflejan la percepción de que 
        problemas comunes a escala global o regional, requieren del trabajo conjunto 
        de dos o más países con suficiente relevancia y recursos 
        de poder, como para tener un protagonismo decisivo en su abordaje y eventual 
        solución.  La amenaza de una recesión de alcance global se está instalando 
        también en la agenda de la región y, en particular, en la 
        de las relaciones bilaterales entre la Argentina y el Brasil. La reciente 
        devaluación del Real está evocando, quizás prematuramente, 
        el espectro de los problemas que se manifestaron en la relación 
        comercial bilateral en el año 1999. Precisamente la experiencia de 1999 permite recomendar una gran prudencia 
        en los diagnósticos y proyecciones y, en especial, una marcada 
        fluidez en la comunicación entre los respectivos gobiernos y entre 
        los sectores empresarios.  En tal perspectiva y más allá de sus deficiencias e insuficiencias, 
        el Mercosur como expresión destacada de una relación privilegiada 
        entre sus países socios, es un bien público regional a preservar 
        especialmente en períodos críticos. Tiene un alcance que 
        trasciende lo comercial e incluso el plano económico. Penetra hondo 
        en el plano político y estratégico. Tiene directa relación 
        con el objetivo valioso de asegurar la gobernabilidad del espacio geográfico 
        sudamericano, esto es, el predominio de la lógica de la integración 
        entre los países de la región como condición para 
        la paz y la estabilidad política democrática.  La nueva realidad internacional, profundamente diferente a aquella en 
        la que fuera creado a principios de la pasada década de los noventa, 
        genera una oportunidad para colocar al Mercosur a tono con los desafíos 
        del futuro. Debería ser una de las preocupaciones dominantes en 
        la reunión del Consejo del Mercosur que se ha previsto realizar 
        en la última semana de octubre. Adaptar el Mercosur a las nuevas realidades, significa trabajar simultáneamente 
        sobre sus tres pilares fundamentales.  El primero es el de la articulación política y estratégica 
        entre sus socios, teniendo la relación entre la Argentina y el 
        Brasil un carácter fundamental, por la dimensión económica 
        de los dos países. Este pilar es el que permite visualizar al Mercosur 
        como un núcleo duro de la estabilidad política y democrática 
        del espacio sudamericano. Pero es un pilar que requiere ser coordinado 
        con la nueva realidad de la UNASUR. Ambos ámbitos institucionales 
        pueden ser complementarios. El segundo pilar es el de la preferencia económica entre sus socios. 
        En el plano legal está sólo condicionada por las normas 
        muy flexibles del sistema GATT-OMC. Puede tener un impacto directo en 
        los flujos de comercio e inversión entre los socios, permitiendo 
        la generación de empleo y la articulación de los sistemas 
        productivos. Es la preferencia económica, en cualquiera de sus 
        modalidades, la que brinda la plataforma para competir y negociar en el 
        plano regional y global. Y es la que se supone debe generar la percepción 
        de ganancias mutuas entre los socios. En ella reside una de las claves 
        de la eficacia del proyecto Mercosur y de su legitimidad social. Es un 
        pilar que se ha deteriorado en su calidad y efectos. Requiere de una urgente 
        re-ingeniería.  Y el tercer pilar es el de la concertación de voluntades nacionales 
        soberanas en torno a una visión común - clave del proyecto 
        estratégico - a fin de determinar hojas de ruta y de producir reglas 
        de juego que penetren en la realidad. Es decir, que reúnan el triple 
        requisito que hacen a la calidad de las reglas internacionales, que son 
        el de su efectividad, su eficacia y su legitimidad social. También 
        en este plano las insuficiencias y deficiencias son marcadas. En el lenguaje 
        del profesor John Jackson, el Mercosur dista de estar orientado por reglas 
        (rule-oriented process) y está cada vez más expuesto a estar 
        orientado por el poder (power-oriented process). Todo ello en un cuadro 
        de fuerte acentuación de las asimetrías de poder relativo 
        entre los socios. El que cada socio pueda determinar, unilateralmente 
        e invocando su soberanía, que es lo que puede o no puede cumplir 
        en relación a las reglas libremente pactadas, es algo que conspira 
        contra la posibilidad de un trabajo conjunto mutuamente beneficioso. Como hemos señalado en otras oportunidades, el poner al Mercosur 
        a tono con las nuevas realidades globales y regionales - así como 
        también con la de cada uno de sus países miembros - requerirá 
        métodos de trabajo conjunto que concilien flexibilidad con disciplinas 
        colectivas. Ello significa introducir en sus instrumentos criterios de 
        geometría variable, múltiples velocidades y aproximaciones 
        diferenciadas según sean las cuestiones que se aborden.  Ello implicará dejar de lado criterios propios de libros de texto 
        o de la experiencia de integración europea. Una ventaja del terremoto 
        que está sacudiendo al sistema internacional global - con epicentro 
        por el momento en los mercados financieros y bursátiles -, es que 
        está tornando rápidamente obsoletos muchos de los modelos 
        y paradigmas provenientes del pasado.  La construcción futura del Mercosur puede beneficiarse, en tal 
        sentido, de la fuerte necesidad que existe de coordinar las acciones entre 
        los países de la región y del hecho que las realidades impondrán 
        la necesidad de mucha innovación y creatividad, incluso en el abordaje 
        del trabajo conjunto entre países que comparten un espacio geográfico 
        regional. |