| En el Mercosur se observa la necesidad de reformas profundas. Es percibido 
        en distintos sectores de sus propios países miembros como carente 
        de eficacia. Se lo considera insuficiente para orientar decisiones de 
        inversión productiva. Es decir, aquellas que tengan como objetivo 
        el proyectar al mundo una capacidad de producir bienes y de prestar servicios 
        que sean competitivos. En un contexto global de múltiples oportunidades 
        y opciones para la inserción de cualquier país que tenga 
        estrategias comerciales ofensivas, se lo visualiza como una especie de 
        camisa de fuerza.  Es un hecho que el Mercosur arrastra desde hace un tiempo un debate sobre 
        su relevancia y su futuro. La insatisfacción sobre su estado actual 
        es ya evidente. Múltiples pronunciamientos que se observan con 
        distinta intensidad en los últimos tiempos, confirman la impresión 
        de que el proceso de integración ha ido perdiendo su atractivo 
        en sectores relevantes de todos los países miembros. Es un debate que requiere ser profundizado con una amplia participación 
        social. Se necesita al respecto mucha transparencia en las respectivas 
        posiciones y en los planteos que se efectúan. En el mundo actual, 
        los ciudadanos aspiran, con razón, a participar en tiempo real 
        en los asuntos que les son de interés y las tecnologías 
        de información así lo permitirían. El que el Parlamento del Mercosur haya comenzado a funcionar, incluso 
        con una página Web de fácil manejo (ver http://www.parlamentodelmercosur.org), 
        abre una ventana de oportunidad para que su legitimidad social se asiente 
        en el papel que pueda desempeñar en la canalización de tal 
        debate. No parece conveniente subestimar el protagonismo que la nueva 
        institución, bien aprovechada, podría eventualmente desempeñar 
        en relación al futuro del proceso de integración y a su 
        funcionalidad en un espacio regional con fuertes demandas de gobernabilidad. 
        Para ello, tiene que lograr ser percibido como una caja de resonancia 
        de las opiniones ciudadanas, especialmente en relación a las grandes 
        cuestiones de la agenda conjunta de sus países miembros que, en 
        muchos aspectos, tendrán una dimensión sudamericana. La Cumbre a realizarse los días 15 y 16 de diciembre en Salvador, 
        Bahía, con la que culmina el período de la presidencia brasileña, 
        es entonces una oportunidad para revertir el escepticismo predominante 
        y para definir hojas de ruta hacia delante.  Entretanto, dos de las principales decisiones correspondientes a este 
        período - que en realidad están pendientes desde períodos 
        anteriores - no terminaron de ser aprobadas en la LXXIV reunión 
        del Grupo Mercado Común que se realizó en Brasilia los días 
        26, 27 y 28 de noviembre último. Ellas son las referidas al doble 
        cobro del arancel externo común y el mecanismo de distribución 
        de la renta, y al Código Aduanero del Mercosur. Volverán 
        a ser analizadas en vísperas de la reunión del Consejo de 
        Ministros y de la Cumbre Presidencial (ver el acta de la mencionada reunión 
        del GMC en http://www.mercosur.int). 
       En todo caso, parece conveniente colocar el debate sobre el desarrollo 
        futuro del Mercosur, en la perspectiva más amplia de los cambios 
        que se están operando en el mundo y en la región. Es mucho 
        lo que ha cambiado en el escenario internacional desde que se lanzara 
        en 1986 la idea de la alianza estratégica entre Argentina y Brasil, 
        y desde que se firmara en 1991 el Tratado de Asunción. Son cambios 
        que se han acentuado en los últimos meses y que todo indica que 
        continuarán profundizándose. Están por un lado los cambios en el contexto global. El de hoy 
        es un mundo cada vez más multipolar que, por su diversidad, ofrece 
        una amplia gama de opciones a todo país que sepa delinear una estrategia 
        de inserción internacional activa. En tal perspectiva, se suele 
        afirmar que el Mercosur está quedando chico para sus países 
        miembros. Ello es más notorio en el caso del Brasil, donde tal 
        circunstancia se evoca en forma reiterada. Pero también lo es en 
        el de los otros socios, incluyendo por cierto a la Argentina.  De allí la creciente demanda para flexibilizar sus compromisos 
        y reglas de juego, a fin de ganar en libertad de maniobra. Es una demanda 
        que tiene dos variantes. Sus alcances y consecuencias potenciales pueden 
        ser muy diferentes. Una se refiere a la flexibilidad dentro del proceso 
        de integración. La otra, a la flexibilidad para que cada país 
        miembro pueda desarrollar sus propias relaciones preferenciales con terceros 
        países o bloques económicos. Parece recomendable poner el 
        acento en la primera variante a fin de evitar que finalmente predomine 
        la segunda. Esta última podría incluso tener una incidencia, 
        aún imprevisible, en el sentido y en el desarrollo de las relaciones 
        estratégicas entre sus socios. Y, por otro lado, están los cambios en el contexto regional. Como 
        hemos señalado en otras oportunidades, en los últimos años 
        el espacio geográfico se ha vuelto más denso, diverso y 
        dinámico. Los factores de convergencia coexisten con fuerzas profundas 
        que impulsan a la fragmentación. La gobernabilidad del espacio 
        regional es entonces hoy una cuestión prioritaria para todos los 
        países sudamericanos.  Debe tenerse en cuenta, al respecto, que América del Sur es un 
        mosaico con grandes diversidades. Siempre lo fue. Pero lo que ha cambiado 
        es que ahora es evidente una mayor densidad de la conexión entre 
        los países de la región. Lo que ocurre en uno de ellos es 
        cada vez menos indiferente a los demás.  Esta densidad deriva de la proximidad física (colapso de las distancias 
        de todo tipo), del comercio y la integración productiva (más 
        empresas de la región invierten en países de la región), 
        de la complementación energética (unos tienen mucho y otros 
        necesitan mucho), y de las redes de narcotráfico y de distintas 
        modalidades de crimen organizado (cuyos impactos en los procesos políticos 
        pueden imaginarse sin que aún se los conozca bien). También deriva del hecho que los sistemas políticos democráticos 
        son crecientemente sensibles al efecto contagio de lo que ocurre en sus 
        inmediaciones. Se contagian los comportamientos funcionales a la democracia, 
        que implican el predominio de las reglas de juego, de la moderación 
        y del diálogo. Pero también se contagian los que pueden 
        contribuir a derrumbar o a desnaturalizar la democracia. En ellos predominan 
        la radicalización de visiones y actitudes, que provocan intolerancia 
        y violencia. Eventualmente el colapso de la democracia. Cabe tener presente 
        que al contagiarse, la radicalización puede producir efectos en 
        cadena, incluso en demandas de seguridad y de los medios operativos necesarios 
        para atenderlas. Es en tal perspectiva, que cabe colocar la valoración del Mercosur 
        como un núcleo duro de paz y estabilidad política en América 
        del Sur, asentado sobre la solidez y calidad de la relación entre 
        Argentina y Brasil. Al respecto, lo que resulta preocupante es que la insatisfacción 
        que se observa sobre la relevancia del Mercosur para sus países 
        miembros se está traduciendo, además, en comportamientos 
        funcionales a opciones que no parecen contribuir ni a la solución 
        de los problemas existentes, ni a la preservación de su valor estratégico, 
        tanto político como económico.  Pueden distinguirse al respecto tres opciones que surgen tanto de pronunciamientos 
        de distintos sectores, como de comportamientos concretos incluso de los 
        propios países miembros.  Una primera opción es la que podría denominarse la del 
        "status-quo". Consiste en mantener cierta inercia en el funcionamiento 
        del Mercosur, sin que se adopten nuevos compromisos que sean relevantes, 
        efectivos y eficaces, esto es que penetren en la realidad intentando modificarla. 
        Ello se combina a veces con una retórica integracionista que, por 
        lo reiterada, está perdiendo credibilidad en sus destinatarios, 
        sean ellos ciudadanos, inversores o terceros países.  Otra opción que se suele plantear es la de un "retroceso 
        explícito" en los objetivos fundacionales y en sus instrumentos. 
        En particular, ella se manifiesta en las propuestas de transformar la 
        unión aduanera en una zona de libre comercio. Suelen tener un carácter 
        muy genérico e impreciso. Pero su concreción en la práctica 
        requeriría renegociar el tratado fundacional, dado los compromisos 
        explícitos allí asumidos en relación al arancel externo 
        común (ver al respecto los artículos 1º y 5º del 
        Tratado de Asunción, en www.mercosur.int). Para preservar el carácter 
        preferencial del espacio económico común se requeriría, 
        además, negociar entre otros instrumentos, reglas de origen específicas, 
        que son las que en los múltiples acuerdos de libre comercio existentes 
        permiten discriminar frente a terceros países. Todo ello tiene 
        obvios riesgos políticos ya que el éxito de una eventual 
        renegociación de los instrumentos fundacionales no estaría 
        asegurado. Tampoco podría darse por cierta la credibilidad que 
        tal emprendimiento podría tener, una vez plasmada la reforma, teniendo 
        en cuenta la historia de reiterados fracasos en los compromisos de integración 
        asumidos en la región.  Y la tercera opción es la que podría denominarse como la 
        del "vaciamiento".Incluso podría complementaria con la 
        primera de las opciones mencionadas. Consiste en un proceso gradual por 
        el cual los compromisos originales, especialmente los referidos a las 
        preferencias comerciales entre los actuales socios, se fueran diluyendo 
        a través de mecanismos de trabajo paralelos a los previstos en 
        el Mercosur en su versión original. Ello se traduce en la utilización 
        creciente de canales preferenciales bilaterales entre sus países 
        miembros e, incluso, en las negociaciones -eventualmente no preferenciales- 
        con terceros países o bloques. La relativa desvalorización 
        de los aranceles para explicar las corrientes de comercio, permiten entender 
        la tendencia creciente a poner el acento en otros mecanismos que faciliten 
        la conexión entre los mercados y sus sistemas productivos. Y tales 
        mecanismos se los suele plantear con un alcance bilateral, esto es, no 
        como la resultante de una acción colectiva de los socios del Mercosur. 
        La opción del vaciamiento podría, incluso, ser incentivada 
        si se consolidara un cierto grado de confusión existente entre 
        los que es el Mercosur "ampliado" y la recientemente creada 
        UNASUR (ver al respecto este Newsletter del mes de junio 2008, en www.felixpena.com.ar). 
       Pero, en todo caso, resulta difícil resulta imaginar una opción 
        creíble para el Mercosur actual. Borrón y cuenta nueva no 
        es un camino recomendable, tan pronto se toman en cuenta las múltiples 
        dimensiones de un proceso de integración que trasciende a lo comercial. 
        Renovado puede cumplir una función relevante en la estabilidad 
        política de una región en la que operan fuerzas centrífugas. En nuestra opinión, existe un amplio margen para fortalecer el 
        Mercosur adaptándolo a las nuevas realidades internacionales. Es 
        una opción diferente a las mencionadas antes. Ella puede lograrse 
        capitalizando los activos ya acumulados desde los momentos fundacionales. 
        Tanto la experiencia europea como la asiática, indican que construir 
        sobre lo ya adquirido es lo más conveniente para el desarrollo 
        de procesos de integración que aspiran, como objetivo político 
        principal, a la gobernabilidad de espacios geográficos regionales. Esta opción implica trabajar, simultáneamente, en los tres 
        frentes de acción mencionados en nuestro Newsletter del pasado 
        mes de octubre, en www.felixpena.com.ar. Estos son el de la articulación 
        política y estratégica entre los socios, concentrándose 
        en pocas cuestiones relevantes de la agenda global y regional, y profundizando 
        el necesario ambiente de confianza recíproca; el de una efectiva 
        preferencia económica que sirva para incentivar inversiones productivas 
        y que, por lo tanto, actúe como eficaz seguro contra el proteccionismo 
        unilateral y discrecional de cualquiera de los socios y, en tercer lugar, 
        el de afinar los mecanismos de concertación de los respectivos 
        intereses nacionales, incluyendo aceptar una instancia independiente que 
        facilite puntos de equilibrios razonables en función del proyecto 
        común. |