| El marco regulador del sistema del comercio mundial es la resultante 
        de principios (que a veces reflejan diferencias culturales y también 
        ideológicas), instituciones (especialmente, como ámbitos 
        de negociaciones, producción de reglas de juego, disciplinas colectivas 
        y solución de diferendos) y reglas (tanto formales e informales, 
        incluyendo sobre-entendidos), que se generan en tres planos que interactúan 
        entre sí. Como es sabido, ellos son el plano nacional, el regional (incluyendo 
        el comercial preferencial) y el global multilateral. Se da entre ellos 
        una tensión dialéctica que es, a la vez, inevitable (al 
        menos que un país opte por el cierre total con su entorno externo), 
        muy dinámica (cambia constantemente en sus alcances e intensidades) 
        y relativamente compleja de administrar (dada la magnitud y diversidad 
        que han alcanzado los intercambios internacionales de bienes y de servicios, 
        así como su financiamiento).  La interacción entre los tres planos es relevante tanto para la 
        formulación y aplicación de políticas públicas 
        a nivel de cada país, como para el trazado y ejecución de 
        estrategias empresarias, especialmente en el caso de empresas de alguna 
        forma expuestas a la competencia internacional. Es también relevante para la eficacia, en el plano global multilateral, 
        del sistema institucionalizado en la OMC y para las negociaciones que 
        se desarrollan en su ámbito, concretamente para la Rueda Doha. 
        El debate sobre las nuevas tendencias y modalidades proteccionistas, lo 
        ha puesto en evidencia (ver al respecto, este Newsletter, de los meses 
        de enero, febrero y marzo 2009).  Cabe tener en cuenta además, que en la medida que las reglas (sean 
        ellas nacionales, preferenciales o globales) penetren en la realidad, 
        es decir que sean efectivas, podrán tener una incidencia en la 
        canalización de flujos de bienes y de servicios, de capitales y 
        de tecnologías, a través de países y de sus jurisdicciones. 
        Incluso pueden impedirlos. Por ello son uno de los factores principales 
        a tomar en cuenta a la hora de la adopción de decisiones racionales 
        de inversión, y de enhebrar el denso tejido de redes empresarias 
        transnacionales de producción y suministro que hoy caracterizan 
        las relaciones comerciales internacionales.  Y en cuanto a las reglas globales multilaterales (y en su caso, las regionales 
        y comerciales preferenciales), su función es, además, contribuir 
        al incremento del intercambio comercial mundial, al desarrollo económico 
        de los países y a la generación de ganancias mutuas entre 
        los distintos protagonistas. Son objetivos que en la realidad muchas veces 
        no se logran, al menos en la medida de las expectativas que se generan. 
        Por el contrario, a través de la historia se observan alternancias 
        de ciclos de expansión y de retracción de la globalización 
        de los mercados y, en particular, pronunciadas disparidades en la distribución 
        de beneficios del comercio mundial, tanto entre como dentro de los distintos 
        países.  Principios, instituciones y reglas son la resultante de un largo proceso 
        de acumulación de experiencias, muchas veces negativas, a través 
        de los siglos. Es un proceso en que casi a cámara lenta primero, 
        y luego en forma acelerada en las últimas décadas, pero 
        siempre con avances y retrocesos, se han ido acrecentando las conexiones 
        entre los distintos mercados nacionales y sus respectivas capacidades 
        de producir y consumir bienes, de prestar y de utilizar servicios, tanto 
        dentro como entre los múltiples espacios geográficos regionales. 
        Es una conectividad económica y política, que tiene hoy 
        un alcance universal, pero que sigue presentando fuertes disparidades 
        en su distribución geográfica.  La resultante de tal proceso es un sistema del comercio mundial cada 
        vez más intenso en sus interacciones, con diferenciaciones en sus 
        expresiones regionales y, además, más descentrado, en el 
        sentido que tiende a diluirse la concentración del poder relativo 
        en pocos centros dominantes.  Todo ejercicio intelectual orientado a comprender el marco regulador 
        del sistema del comercio mundial requiere comenzar por el reconocimiento 
        de un primer plano de acción, el nacional, que es la resultante 
        de políticas y preferencias de protagonistas estatales soberanos. 
        Es decir, los que a través de los tiempos fueron conformándose 
        como Estados nacionales. Un dato de la actual realidad, es que son más 
        numerosos y que entre ellos la distribución del poder sigue siendo 
        desigual. Y lo será quizás siempre. Desigualdad que proviene, 
        entre otros factores, de diferentes dimensiones (territorio y población); 
        ubicación geográfica; grados de desarrollo económico 
        y social; dotación de recursos productivos; aptitud de generación 
        del progreso técnico.  Ellos condicionan la posibilidad, incluso la vocación, de ejercer 
        el poder que puede tener cada protagonista sobre los demás. Son 
        ellos factores, además, que generan diferencias en la capacidad 
        efectiva que pueda tener cada país para influenciar en la definición 
        de las reglas de juego del comercio mundial.  Son factores expuestos a una fuerte dinámica de cambio. De ahí 
        que el poder relativo de las naciones en los escenarios geográficos 
        regionales y en el plano global, ha estado sujeto a continuas mutaciones 
        a través de los tiempos. Las actuales y profundas transformaciones 
        del poder mundial y su distribución entre un grupo más numerosos 
        de países son, en tal sentido, un trasfondo relevante de la crisis 
        global que hoy se manifiesta, con fuertes repercusiones en el comercio 
        internacional y con un desenlace aún incierto.  Las reglas nacionales son las que tienen un impacto directo en las condiciones 
        y en los costos de acceso a los respectivos mercados. Resultan de políticas 
        y marcos reguladores, que reflejan intereses concretos de sus respectivos 
        actores sociales, como también preferencias culturales y concepciones 
        ideológicas predominantes en una determinada nación. Sobre 
        todo resultan de la percepción del poder que posee o entiende poseer 
        una nación y, por lo tanto de su capacidad para incidir en el alcance 
        y las condiciones de las relaciones con los otros protagonistas estatales 
        y sus respectivos mercados. Es entonces a partir de los respectivos espacios nacionales, que los 
        países fueron construyendo gradualmente reglas de juego y luego 
        instituciones internacionales, que hoy son parte principal del sistema 
        del comercio mundial. Es una construcción que tuvo por mucho tiempo, 
        a través de la historia, expresiones a través de acuerdos 
        bilaterales o plurilaterales, siempre con un alcance parcial en términos 
        de países involucrados. Fueron generando distintos mecanismos que 
        tendían a abrir los mercados o, al menos, a evitar la discriminación 
        entre los países involucrados, con respecto a las condiciones predominantes 
        en sus respectivos accesos. De allí que una de las primeras reglas 
        de juego pactadas a nivel transnacional fuera la de la cláusula 
        de la nación más favorecida, en sus distintas modalidades. La intensificación de la conectividad entre los principales mercados 
        observada en los últimos doscientos años, así como 
        los efectos devastadores de las experiencias proteccionistas que siguieron 
        a la gran crisis de los años treinta del siglo pasado, condujeron 
        finalmente - tras la última gran guerra mundial - al creciente 
        desarrollo e interacción entre los otros dos planos que, junto 
        con los nacionales, conforman hoy el sistema del comercio mundial.  Uno de esos planos, es precisamente el global multilateral institucionalizado 
        en el sistema GATT-OMC con sus ya sesenta años de evolución. 
        Como es sabido, el principio de no discriminación es uno de sus 
        ejes centrales, expresado en el tratamiento de más favor establecido 
        en el artículo I del GATT. Junto con la consolidación de 
        lo que cada país otorga a los demás, le dan al sistema - 
        al menos en el plano normativo - la expectativa de un relativo potencial 
        de estabilidad y un alcance relevante de seguro contra la discriminación 
        y el proteccionismo. Con la evolución que tuviera tras la Rueda 
        Uruguay, el mecanismo de solución de controversias en el marco 
        de la OMC, este sistema global multilateral afianzó su tendencia 
        a ser orientado por reglas, acrecentando así su valor político 
        y económico, y su carácter de bien público internacional. 
       El otro plano, es el de los distintos ámbitos comerciales preferenciales, 
        resultantes sea de estrategias de gobernabilidad regional (como son los 
        casos de la actual Unión Europea y del Mercosur, entre otras expresiones 
        relevantes), sea de estrategias de proyección internacional de 
        los intereses comerciales de países y de grupos de países 
        (como son los múltiples acuerdos preferenciales, bilaterales y 
        plurilaterales), que se supone que son desarrollados en el ámbito 
        de las propias reglas del GATT y luego del GATS.  La proliferación de estos acuerdos de alcance parcial - es decir 
        que no abarcan a todos los miembros de la OMC - se ha intensificado en 
        los últimos años. Ha dado lugar a distintos tipos de acuerdos 
        preferenciales. Algunos son los denominados acuerdos regionales en sentido 
        más estricto, con un claro objetivo de contribuir a la gobernabilidad 
        del respectivo espacio geográfico regional. Otros, en cambio, se 
        han ido concretando entre países incluso muy distantes. Son los 
        acuerdos comerciales preferenciales, cualquiera que sea su modalidad y 
        su denominación.  En todos se observan dos rasgos comunes. Responden a objetivos políticos, 
        explícitos o implícitos, y son discriminatorios en relación 
        al principio central del tratamiento de más favor institucionalizado 
        en el GATT-OMC. Contienen, además y en forma creciente, elementos 
        no preferenciales, es decir que no constituyen excepciones al mencionado 
        principio de no discriminación. Es una proliferación que incluso puede acrecentarse si no se completa 
        la Rueda Doha y no se introducen, además algunas reformas al sistema 
        global multilateral.  La tensión dialéctica entre los mencionados tres planos, 
        es hoy una de las cuestiones centrales de la agenda del sistema del comercio 
        mundial y, en particular, del sistema GATT-OMC. La idea que uno predomine 
        - por ejemplo el global multilateral - sobre los otros puede ajustarse 
        a visiones teóricas e ideológicas. No ocurre así 
        en la realidad y difícil es que ello ocurra sin una efectiva centralización 
        del poder mundial, algo que es más que improbable que se produzca 
        al menos en lo que es previsible en la actualidad.  En la práctica y quizás por mucho tiempo aún, el 
        plano nacional seguirá siendo el fundamental. Es en su ámbito 
        en el que cada país - cualquiera que sea su poder relativo - podrá 
        eventualmente procurar colocar los otros dos planos en la perspectiva 
        de sus intereses, de sus estrategias y de sus posibilidades.  De ahí que en la medida que un determinado país carezca 
        de una correcta definición de sus intereses y de una estrategia 
        eficaz para potenciarlos, colocando a su favor lo que puede extraer de 
        los otros dos planos, tendrá menos posibilidades de obtener lo 
        que necesita en su interacción comercial con el resto de los países. 
        Lo mismo ocurrirá si un país posee una apreciación 
        errónea de sus posibilidades de acción, en particular, como 
        consecuencia de un diagnóstico equivocado del valor real de sus 
        aportes para los demás países y para sus respectivos mercados. 
       Pero es también en los otros dos planos que será preciso 
        generar en el futuro, instituciones, métodos de trabajo y reglas 
        de juego, que permitan en lo posible complementarlos y también 
        en lo posible, neutralizar los efectos de sus eventuales incompatibilidades. Distintos autores han efectuado, especialmente en los últimos 
        tiempos, aportes útiles para quienes intentan entender y explicar 
        la tensión dialéctica entre los mencionados tres planos 
        que conforman el sistema del comercio mundial. Lo son, en particular, 
        para quienes tienen que operar sobre las realidades globales en la perspectiva 
        nacional, tanto de la formulación de políticas públicas, 
        como del desarrollo de visiones y de estrategias negociadoras. Pero lo 
        son también, en el caso de las empresas que procuran una inserción 
        competitiva de sus bienes y servicios en los mercados globales y regionales, 
        especialmente operando en la amplia gama de redes productivas y comerciales 
        transnacionales. Entre otros, tres libros recientes merecen destacarse por sus valiosos 
        desarrollos y aportes. Uno es el de Richard Baldwin y Patrick Low (eds) 
        (ver la referencia en la sección Lecturas Recomendadas de este 
        Newsletter). El otro es el de Simon Lester y Bryan Mercurio (eds), "Bilateral 
        and Regional Trade Agreements. Commentary and Análisis", Cambridge 
        University Press, Cambridge 2009). Y el tercero, es el de Tatiana Lacerda 
        Prazeres, que cuenta con un sustantivo prefacio del profesor Celso Lafer 
        ("A OMC e os Blocos Regionais", Aduaneiras, Sâo Paulo 
        2008).  Sus desarrollos y aportes, son especialmente relevantes desde el punto 
        de vista de todo intento orientado a entender y a mejor administrar la 
        interacción entre los tres mencionados planos. Se requiere a tal 
        fin, de un enfoque interdisciplinario que combine las lógicas del 
        poder, la del bienestar y la de la legalidad. Sin tal combinación 
        resulta difícil aspirar a decodificar la realidad, como sabe cualquiera 
        que haya tenido que operar en las relaciones comerciales internacionales.  Precisamente, uno de los principales aportes del libro de Tatiana Lacerda 
        Prazeres, es su análisis de lo que se suele presentar como una 
        dicotomía excluyente entre el multilateralismo global de la OMC 
        y el regionalismo preferencial, visualizados por algunos como una relación 
        de complementariedad y por otros, de antagonismo. Considera con razón, 
        que la relación es la vez de complementariedad y de antagonismo. 
        Lo mismo puede decirse, si es que en tal relación se incluye al 
        plano de lo nacional.  Lo importante al respecto es identificar los diversos factores que más 
        pueden incidir, en forma positiva o negativa, en el predominio sea de 
        la complementariedad, sea del antagonismo, a fin de lograr en la práctica 
        el razonable equilibrio entre uno y otro efecto. Es la parte medular de 
        la contribución de la mencionada autora.  Con razón identifica el factor tiempo, como uno de los centrales 
        para explicar la tendencia a recurrir a los acuerdos comerciales preferenciales 
        - especialmente cuando ellos no están vinculados a estrategias 
        de gobernabilidad de espacios geográficos regionales -. En tal 
        sentido, se ha observado en el caso de la Rueda Doha que el hecho que 
        en el plano global multilateral los principales costos, especialmente 
        los políticos internos, se presentan en el corto plazo, en tanto 
        que los beneficios suelen ser mediano y largo plazo, ha inclinado en la 
        práctica a un número creciente de países - y a sus 
        empresas - a procurar avanzar a través de acuerdos de alcance parcial 
        conformando, a veces, redes comerciales preferenciales en torno a un país 
        determinado.  Con acierto, la autora señala sin embargo que los regímenes 
        comerciales son sólo uno de los vectores que determinan la dinámica 
        del comercio internacional. Identifica como los principales a la transición 
        de la sociedad industrial a la del conocimiento; al desarrollo tecnológico 
        en las áreas del transporte, las comunicaciones y la logística; 
        al comercio intra e inter-firmas; a la intensificación de la globalización 
        de los mercados financieros, y a la proliferación y fortalecimiento 
        de las cadenas productivas transnacionales.  En procura de un razonable equilibrio consideramos fundamental operar 
        simultáneamente sobre los tres planos que conforman el sistema 
        del comercio mundial. En todo caso será un equilibrio inestable, 
        expuesto a los efectos de la dinámica de cambio de la competencia 
        económica global y del propio sistema político internacional. 
        Las incertidumbres existentes sobre el futuro - acentuadas en la actualidad 
        - permiten precisamente anticipar la constante inestabilidad de los equilibrios 
        que se logren. La capacidad de continua adaptación a nuevas realidades, 
        será entonces uno de los rasgos que se requerirán de las 
        reglas de juego e instituciones del sistema del comercio mundial. En el plano nacional, lo fundamental será lograr que se preserve 
        en los principales protagonistas, la sustentabilidad de una visión 
        favorable a la cooperación internacional, resultante especialmente 
        del interés de los gobiernos de asegurar el predominio de la paz 
        y la estabilidad política, tanto a escala global como en sus respectivas 
        regiones geográficas.  Tal interés será reforzado por el de las empresas - cada 
        vez más numerosas y originarias también en las economías 
        emergentes - que operan en múltiples mercados. Ellas demandarán 
        de los gobiernos el desarrollo y preservación de condiciones que 
        les permitan asegurar la fluidez de sus cadenas de suministro, aprovechando 
        las ventajas que se les presentan hoy en todo el mundo. Ellas requieren 
        a la vez importar y exportar, desde y hacia múltiples mercados. 
        De ahí que la internacionalización de la capacidad de producir 
        bienes y de prestar servicios, se ha transformado en un factor central 
        a favor de la articulación entre los tres planos del sistema del 
        comercio mundial.  En los planos regional y comercial preferencial - en los que no existen 
        modelos únicos sobre cómo encarar los respectivos acuerdos 
        - y global multilateral, la nueva realidad de la distribución del 
        poder mundial con su impacto en la competencia económica internacional, 
        así como la resultante de las diversas modalidades de la integración 
        productiva a escala transnacional, serán fuentes de demandas de 
        adaptaciones creativas, tanto en los enfoques y en las reglas particulares 
        de los acuerdos de alcance parcial, como en los más generales del 
        sistema GATT-OMC. En ambos planos, se observa una aceleración de 
        la obsolescencia de reglas de juego, mecanismos, métodos de trabajo 
        e instituciones, provenientes de etapas superadas de la realidad internacional.  Es posible prever que las nuevas realidades impulsarán a todos 
        los protagonistas - gobiernos y empresas - por su propio interés, 
        a procurar instituciones y reglas de juego que aseguren a la vez flexibilidad 
        y previsibilidad. De ellas se esperará que permitan desarrollar 
        estrategias adaptadas a un mundo que presentará, cada vez más, 
        un cuadro de múltiples opciones en la inserción internacional 
        de países y de empresas.  Ello implicará revisar la normativa de la OMC, especialmente la 
        del artículo XXIV del GATT y la de la Cláusula de Habilitación. 
        También ellas son reglas que surgieron en contextos internacionales 
        hoy superados por las nuevas realidades. La transparencia de los respectivos 
        acuerdos será en el futuro un factor esencial para construir la 
        confianza recíproca entre los diversos protagonistas de la competencia 
        económica global. Cabe resaltar, además, que la reciente tendencia a novedosas modalidades 
        de proteccionismo, si bien diferente en sus alcances a la de la crisis 
        de los años 30, significa una alerta para quienes valoran la preservación 
        de un sistema del comercio mundial funcional a la gobernabilidad global. 
        Son modalidades que significan un riesgo de debilitamiento de los efectos 
        de seguridad contra el proteccionismo y la discriminación que han 
        costado mucho desarrollar en las últimas décadas. La proliferación 
        indisciplinada de acuerdos comerciales preferenciales puede, en tal sentido, 
        contribuir a ese debilitamiento, si es que se produce en el marco de un 
        sistema GATT-OMC que pierda eficacia y legitimidad. El problema no sería, 
        en tal caso, la proliferación pero sí la insuficiencia de 
        las necesarias disciplinas colectivas en la cual tal tendencia se inserta. Es una alerta que debe conducir no sólo a procurar concluir la 
        actual Rueda Doha, pero en particular, a revisar muchas de las reglas 
        e instituciones que permitan preservar y acrecentar la conectividad entre 
        los múltiples mercados, protegiendo el principio de no discriminación, 
        como una condición necesaria aunque no suficiente, para objetivos 
        valiosos de progreso y desarrollo económico en todos los países. 
       En nuestra opinión, tal revisión deberá ocupar un 
        lugar prioritario en la agenda de la OMC durante el período de 
        cuatro años del nuevo mandato de su experimentado Director General, 
        Pascal Lamy, recientemente iniciado (ver al respecto su presentación 
        al Consejo 
        General de la OMC, el 29 de abril de 2009). |