| Hay por lo menos tres abordajes posibles del tema de la gobernabilidad 
        global. De ellos sólo nos ocuparemos con más detenimiento 
        del tercero. La gobernabilidad global tiene que ver, en primer lugar, 
        con la tensión clásica entre orden y anarquía, en 
        su versión más extrema la alternancia de paz y guerra en 
        las relaciones entre naciones, tal como lo planteara Raymond Aron en su 
        clásico libro "Paix et Guerre entre les Nations" (Calmann-Lévy, 
        1962). Es una tensión que a través de la historia larga 
        ha tenido en el mundo aún no globalizado, epicentros de alcance 
        geográfico regional. En tales epicentros, ha sido la conectividad 
        y, en especial, la proximidad física entre unidades políticas 
        soberanas, las que han agudizado tal tensión a partir de la percepción 
        de intereses contrapuestos que condujeron muchas veces al conflicto y 
        aún al combate entre vecinos. Desde la Segunda Guerra Mundial y, 
        en particular, por el colapso de las distancias físicas resultante 
        de cambios tecnológicos en las comunicaciones y el transporte, 
        los efectos en cadena de conflictos regionales les han otorgado muchas 
        veces un alcance global. De allí que en este primer abordaje, la 
        gobernabilidad global se la relacione con la existencia de instituciones 
        y reglas que, al ser efectivas y legítimas, aseguren la vigencia 
        de un orden internacional que permita neutralizar tendencias al uso de 
        la fuerza entre las naciones.. Hay por cierto otros abordajes posibles de la gobernabilidad global. 
        Uno se relaciona con los efectos dispares que resultan de la organización 
        de la producción en torno a cadenas de valor de alcance transnacional 
        (ver al respecto el capítulo primero del reciente libro editado 
        por Cattaneo, Gereffi y Staritz, mencionado en la Sección Lecturas 
        Recomendadas de este Newsletter). Por un lado, las redes productivas transnacionales 
        contribuyen a acelerar la transmisión entre países, incluso 
        distantes, de los impactos de crisis económicas y financieras como 
        la puesta en evidencia especialmente en los años 2008 y 2009. Es 
        una crisis con efectos visibles aún en muchos países, lo 
        que recomienda prudencia en los diagnósticos sobre su superación. 
        Por el otro lado, precisamente por la conectividad y efectos de encadenamiento 
        que generan entre los distintos sistemas económicos a escala transnacional, 
        la proliferación de tales redes productivas acrecienta el interés 
        de los países en evitar una profundización de la crisis 
        a través de las políticas que apliquen para defenderse. 
        Algo así como lo contrario a lo ocurrido cuando la Gran Depresión 
        de los años 30 del siglo pasado. La facilidad del contagio genera 
        un interés colectivo en respuestas que preserven la gobernabilidad 
        global frente a cualquier tendencia al "sálvese quien pueda". 
        Y, a su vez, en cierta forma incentiva reflejos favorables a la necesidad 
        de un orden económico internacional que sea eficaz. Otro abordaje posible -el privilegiado en esta ocasión-, tiene 
        que ver con la capacidad del sistema internacional para articular soluciones 
        a aquellas cuestiones relevantes de la agenda económica global 
        que su alcance, sólo pueden ser abordadas con eficacia por el conjunto 
        de las naciones. Es decir, que no pueden ser encaradas con resultados 
        efectivos sólo por un país o por un grupo limitado de países. 
        Son ellas la resultante de la globalización de la economía 
        y, entre otras, cabe mencionar las cuestiones vinculadas al cambio climático, 
        a las "guerras" comerciales y cambiarias, a la regulación 
        global de los mercados financieros, a la creación de condiciones 
        favorables al desarrollo económico y social de todas las naciones. 
        Y es precisamente ante esa realidad de la globalización de la economía 
        mundial, que se observan pronunciadas insuficiencias sistémicas. 
       En efecto, los desplazamientos del poder mundial producidos en las últimas 
        décadas (ver al respecto, entre otros, el estimulante libro de 
        Fareed Zakaria, "The Post-American World, Norton, New York-London 
        2008), han ido erosionando la capacidad de las instituciones internacionales 
        existentes para generar respuestas sistémicas eficaces a cuestiones 
        económicas relevantes de la agenda global. Son instituciones que 
        surgieron de la última guerra mundial. No resulta fácil 
        ahora adaptarlas a la nueva geografía del poder mundial. Y las 
        que en el plano económico y financiero surgieron como mecanismos 
        informales de trabajo entre las naciones más desarrolladas -tales 
        como el G7-, en ocasión de tornarse evidente en el 2008 la crisis 
        financiera con notorias implicancias económicas, también 
        pusieron de manifiesto sus insuficiencias. Ellas condujeron a recurrir 
        al G20 que, sin embargo, aún no ha podido superar el test de su 
        eficacia y legitimidad internacional. Se ha tornado difícil entonces concentrar en una mesa de negociaciones 
        internacionales la suficiente masa crítica de poder que se requiere 
        para que lo que se decida penetre efectivamente en la realidad. Y lo que 
        ocurre es que frente a cada cuestión relevante de la agenda económica 
        global que demanda decisiones que sean a la vez, efectivas, eficaces y 
        legítimas, la pregunta de fondo es: ¿a qué países 
        se convoca y qué países entienden que deben ser convocados? 
        (ver por ejemplo un reciente artículo de Mauricio Cárdenas, 
        Luis Carranza y Andrés Velasco -ex Ministros de Finanzas de Colombia, 
        Perú y Chile- con el título "Sin voz en el G20", 
        proponiendo la participación rotativa de sus países en el 
        G20, en: http://www.project-syndicate.org/ 
        y en el diario El Cronista, del viernes 31 de diciembre 2010, página 
        15).  La diseminación del poder mundial en múltiples centros 
        relevantes -naciones, pero también regiones organizadas- está 
        tornando más problemática la tarea de rediseñar las 
        instituciones internacionales de un nueva arquitectura económica 
        global. Las que existen surgieron en un momento en que era claro quién 
        tenía un mayor poder, suficiente para ser reconocido como formador 
        de reglas en el plano mundial. Como muchas veces a través de la 
        historia la respuesta había surgido de una guerra. Ello explica, 
        por ejemplo, a los acuerdos de Bretton Woods. Y también explica 
        por qué puede ser ilusorio pretender reproducir un escenario similar 
        al que se diera en aquél momento, algo así como el "otro 
        Bretton Woods" reclamado en los últimos tiempos por conocidos 
        economistas. Los intentos frustrados entre l918 y 1939, de crear instituciones 
        internacionales que tornaran gobernable el mundo, recuerdan lo difícil 
        que es lograr acuerdos viables en un contexto multipolar y heterogéneo, 
        si es que antes no ha mediado una definición por la fuerza de cuál 
        o cuáles países son los que pueden efectivamente asegurar 
        un orden internacional.  El problema está planteado entonces en el plano de las relaciones 
        de poder entre las naciones. Sumar el poder necesario para adaptar las 
        instituciones que hacen a la gobernabilidad económica global no 
        será tarea fácil. El sistema internacional no sólo 
        se ha globalizado. Tiende además a ser más poli-céntrico. 
        Y a ello se suman múltiples factores que lo tornan heterogéneo 
        en término de valores, memorias, percepciones y visiones. Es decir, 
        potencialmente más ingobernable. De allí la importancia creciente de mecanismos que permitan sumar 
        masa crítica de poder a fin de tornar viable el proceso de creación 
        de nuevas reglas internacionales, de revisión de las instituciones 
        internacionales existentes (caso de las Naciones Unidas o de las instituciones 
        financieras mundiales) o para asegurar su adecuado funcionamiento (caso 
        Organización Mundial del Comercio). Tales mecanismos pueden ser 
        facilitados por la concertación que se logre en aquellos, formales 
        o informales, que tengan un alcance regional, como es el caso de la Unión 
        Europea o trans-regional, tal el caso del grupo BRIC. 
 En cierta forma todos ellos representan distintas modalidades de coaliciones 
        de naciones, que a su vez reflejan diferentes subsistemas internacionales. 
        Son coaliciones de geometría variable adaptadas a las principales 
        cuestiones de la agenda internacional, global, trans-regional o regional, 
        que conducen a su formación. Incluso pueden ser coaliciones con 
        membresías superpuestas. Un país puede ser, a la vez, miembro 
        de distintas coaliciones según sea su relevancia relativa en diferentes 
        subsistemas internacionales.
 Coaliciones de naciones trabajando juntas en torno a objetivos comunes, 
        es algo frecuente en la historia de las relaciones internacionales. Muchas 
        veces se expresan en grupos informales de baja institucionalización. 
        Otras dan lugar a acuerdos formales que originan organismos internacionales 
        o comunidades regionales. Asimismo, pueden tener como objetivo reflejar 
        los intereses de un grupo de países en las negociaciones comerciales 
        internacionales, por ejemplo en el marco del GATT o ahora de la OMC (ver 
        al respecto el libro de Amrita Narlikar, "International Trade and 
        Developing Countries. Bargaining Coalitions in the GATT & WTO", 
        Routledger 2003). O a tener una incidencia en la definición de 
        nuevas instituciones internacionales o en la transformación de 
        las existentes.  Es éste último precisamente el caso del grupo BRIC que 
        examinaremos a continuación. La invitación cursada a Sudáfrica, 
        el pasado 23 de diciembre, por el gobierno chino en nombre de los otros 
        países miembros (Brasil, Rusia e India), para incorporarse al grupo 
        y el hecho de que en abril próximo se realizará la tercera 
        Cumbre en Beijing, le puede otorgar a este mecanismo informal de naciones 
        una relevancia especial en el proceso de redefinición de las instituciones 
        para la gobernabilidad económica global.  Tal incorporación puede ser percibida como una decisión 
        de ganancias mutuas para los cinco países, incluso con más 
        alcance político que económico. Los cuatro socios actuales 
        ganarían en representatividad, especialmente para sus gestiones 
        orientadas a impulsar las reformas de instituciones internacionales que 
        consideran superadas por nuevas realidades del poder mundial y, en especial 
        de las Naciones Unidas, incluyendo su Consejo de Seguridad. El nuevo socio, 
        Sudáfrica, ganaría en protagonismo y prestigio. Especialmente 
        en su propia región. Podría tornarse más atractiva 
        para las inversiones internacionales. Sin embargo, es temprano aún 
        para estimar si las ganancias esperadas por unos y otros podrán 
        concretarse. La decisión de invitar a Sudáfrica habría sido impulsada 
        por China. Pero en su anuncio se precisó que se hacía en 
        nombre de los otros miembros. Por lo menos dos, Brasil y Rusia, se apresuraron 
        a darle la bienvenida a Sudáfrica (ver sobre esta invitación 
        en: http://www.southafrica.info/; 
        http://www.dfa.gov.za/; 
        http://blogs.ft.com/beyond-brics/; 
        http://news.xinhuanet.com/; 
        http://www.atimes.com/; 
        http://www.ibtimes.com/). La invitación era deseada por Sudáfrica aunque no esperada 
        en ese momento. El propio Presidente Zuma había gestionado el ingreso 
        al BRIC cuando en agosto pasado hiciera una visita a Beijing. También 
        lo había hecho con sus colegas de los otros tres países. 
        Pero hasta días antes de concretarse la invitación el resultado 
        de sus gestiones seguía incierto. En la prensa internacional se 
        especulaba sobre cuál sería el próximo país 
        invitado a ese exclusivo club. Incluso en África, Nigeria consideraba 
        reunir las condiciones para ello. También se mencionaban Corea 
        del Sur, Turquía e Indonesia, entre otros.   Tras esta incorporación, al menos en el plano de la diplomacia 
        económica multilateral, el acrónimo original se transformará 
        entonces en BRICS. O quizás más precisamente debería 
        ser BRICSA. En su origen tuvo un sentido económico. Gradualmente 
        adquirió un alcance simbólico. Reflejaba a grandes economías 
        emergentes con capacidad para incidir en el diseño de un nuevo 
        mapa de la competencia económica global. La membresía del 
        grupo pasó a ser entonces a simbolizar prestigio. Algunos consideraron 
        que se había acuñado una marca atractiva para inversores 
        ávidos de oportunidades en mercados más allá de los 
        de la OCDE. En todo caso también le dio prestigio a Goldman Sachs, 
        la institución financiera que inventó la criatura. Fue Jim O'Neill, entonces el jefe de Investigaciones Económicas 
        Globales de Goldman Sachs, quien lanzó la idea de los BRIC's en 
        el 2001 (ver Global Economics Paper N° 66, noviembre 2001, en: http://www2.goldmansachs.com/ 
        o click 
        aquí). Era un momento en el que los atentados del 9-11 habían 
        conmocionado al mundo. El sentido del concepto original era económico. 
        Procuraba identificar naciones cuyos mercados, por su dimensión 
        y potencial de crecimiento, podían tener un papel motor en la economía 
        global del futuro. Su población representa el 40% de la mundial, 
        con fuerte crecimiento de la población urbana y con ingresos de 
        clase media. Sus economías podrían superar en tamaño 
        a las del G7 para comienzos del 2030. Además, según el planteamiento 
        de Goldman Sachs, el protagonismo de los cuatro países en la economía 
        global conduciría a la reorganización de los foros de decisión 
        económica internacional e, incluso, a incorporar nuevos miembros 
        al G7 (club de las naciones más desarrolladas).  La idea pegó, los mercados la compraron y el acrónimo se 
        transformó en una marca con impacto mediático. Luego O'Neill 
        entusiasmado con su éxito inicial actualizó e incluso profundizó 
        la idea. Inspiró una de las siguientes publicaciones de Goldman 
        Sachs en la que se sostuvo que, en realidad, a los cuatro países 
        originales sería necesario adicionar otros (ver Global Economics 
        Paper N° 153, marzo 2007, en: http://www2.goldmansachs.com/ 
        o click 
        aquí). Se planteó entonces la idea del N11, es decir 
        otras economías que, por su comportamiento probable en términos 
        de aportes al crecimiento económico global, era necesario tomar 
        en cuenta a fin de captar en toda su magnitud el futuro escenario económico 
        internacional. Eran Bangladesh, Egipto, Indonesia, Irán, Corea 
        del Sur, México, Nigeria, Paquistán, Filipinas, Turquía 
        y Vietnam. No incluyó a África del Sur ni tampoco a la Argentina.  Desde entonces, la cuestión del número y del nombre de 
        los países a ser considerados como protagonistas económicos 
        globales relevantes se ha prestado a debate. Refleja un problema más 
        de fondo, que es el de saber cuáles y cuántos países 
        pueden aspirar a interpretar los intereses de otros países no invitados 
        a las mesas de formulación de decisiones de alcance global. Recientemente, 
        un estudio del BBVA Research (ver en: http://www.bbvaresearch.com/ 
        o click 
        aquí; y también en: http://www.bbvaresearch.com/ 
        o click 
        aquí) considera superada la idea original de Goldman Sachs. 
        Distingue dos tipos de países que por su potencial de crecimiento 
        económico merecen ser destacados. Por un lado identifica lo que 
        denomina los "águilas" (de "Eagles", economías 
        emergentes que lideran el crecimiento global y que en los próximos 
        diez años superarán al promedio de las economías 
        del G7: China, India, Brasil, Indonesia, Corea del Sur, Rusia, México, 
        Egipto, Taiwán y Turquía). Por el otro, identifica a los 
        que están en "lista de espera" o en el "nido" 
        y que tienen condiciones para volar como águilas (Tailandia, Polonia, 
        Nigeria, Sudáfrica, Colombia, Argentina, Malasia, Vietnam, Bangladesh, 
        Perú y Filipinas). Y agrega, quizás con razón, que 
        el de las águilas a diferencia del de los BRIC's, es un concepto 
        dinámico ya que el listado requerirá ser revisado y actualizado 
        periódicamente, tomando en cuenta la continua evolución 
        de la economía global y la de los respectivos países.  Lo concreto es que muchos han cuestionado la relevancia económica 
        otorgada a los BRIC's (ver por ejemplo el artículo de David Rothkopf 
        en "Foreign Policy": http://rothkopf.foreignpolicy.com/). 
        Si bien entre los años 2000 y 2008 los cuatro miembros del grupo 
        aportaron cerca del 50% del crecimiento de la economía mundial 
        y se estima que ese porcentaje aumentará al 61% hasta el año 
        2014, una parte significativa de tal aporte se origina en China y también 
        en India. A su vez, China representa el 50% del PBI de los países 
        del grupo. También se cuestiona la densidad de intereses comunes 
        que existen entre ellos, sin dejar de considerar, además, el potencial 
        de conflicto que se observa en el plano bilateral entre algunos de los 
        miembros del grupo. Todo ello genera una sensación de estar frente 
        a un fenómeno que, en la medida que se lo considera como un conjunto, 
        puede tener algo de espejismo mediático.  Pero la de los BRIC's es una idea que ha trascendido el plano económico 
        y a su planteamiento original. De hecho se ha transformado en el nombre 
        de un foro informal de naciones que aspiran a incidir en las definiciones 
        que se requieren para asegurar la gobernabilidad global. Ha adquirido 
        entonces un claro sentido geopolítico. Se ha incorporado a la creciente 
        constelación de coaliciones internacionales de geometría 
        variable que caracteriza al actual escenario global, entre las cuales 
        se destaca el denominado G20.  La nueva dimensión política de los BRIC's quedó 
        de manifiesto dos años atrás, desde que los países 
        del grupo se reúnen al más alto nivel político. La 
        primera Cumbre tuvo lugar en Ekaterimburgo, Rusia, en abril del 2009. 
        Había sido precedida por reuniones de sus Ministros de Relaciones 
        Exteriores realizadas en Nueva York desde el año 2006, en ocasión 
        de cada Asamblea Anual de las Naciones Unidas. La segunda Cumbre tuvo 
        lugar en Brasilia el 15 de abril del año pasado. La tercera será 
        precisamente en Beijing en abril próximo (ver más información 
        en: http://www.itamaraty.gov.br/). 
       Tras la primera Cumbre el entonces Canciller del Brasil, Celso Amorim, 
        señalaba en el diario Folha de Sao Paulo, que los cuatro países 
        habían decidido ampliar la agenda de actuación conjunta: 
        "buscan fortalecerse políticamente como un bloque que ayude 
        a equilibrar y democratizar el orden internacional de este inicio de siglo". 
        Y puso énfasis en la necesaria reforma de las Naciones Unidas: 
        "postergar indefinidamente la reforma, inclusive la del Consejo de 
        Seguridad, agravará el riesgo de la erosión de su autoridad".  En la Declaración producida por la Cumbre de Brasilia, queda 
        nítida la importancia que para este grupo tienen las necesarias 
        transformaciones institucionales que se requieren para asegurar la gobernabilidad 
        global en todas las áreas relevantes de la agenda internacional 
        de este comienzo del Siglo XXI. Reitera el apoyo a un orden mundial multipolar, 
        equitativo y democrático, basado en el derecho internacional, la 
        igualdad, el respeto mutuo, la cooperación, la acción coordinada 
        y las decisiones colectivas de todos los países. En particular, 
        expresa el firme compromiso a una diplomacia multilateral con las Naciones 
        Unidas desempeñando un papel central en el tratamiento de los desafíos 
        y amenazas globales. Al respecto, reafirma la necesidad de una amplia 
        reforma de la ONU para tornarla más efectiva, eficiente y representativa. 
        Señala la importancia que le atribuyen al status de India y Brasil 
        en los asuntos internacionales, y apoya sus aspiraciones a desempeñar 
        un papel más relevante en ONU.  Quizás sea a la luz de tal Declaración que cobra todo 
        el sentido político la incorporación de Sudáfrica 
        al grupo de cuatro países. Cabe tener en cuenta al respecto, que 
        este año los países del nuevo BRICS serán todos miembros 
        del Consejo de Seguridad. También lo es Alemania. La declaración 
        publicada por Itamaraty, tras la invitación que se le formulara 
        a Jacob Zuma para participar en la próxima Cumbre de Beijing, resalta 
        este hecho. Y recuerda además, que Brasil, India y Sudáfrica 
        ya integran otro grupo informal denominado IBAS (ver al respecto la información 
        contenida en: http://www.itamaraty.gov.br/). 
        Concebido como un espacio geopolítico informal que apunta a incidir 
        en la reformulación de los mecanismos formales de gobernabilidad 
        internacional, el BRIC original se enriquece con el hecho de que Sudáfrica 
        le otorga una dimensión africana de la que carecía. Es la 
        mayor economía de la región. A su vez África está 
        adquiriendo como conjunto una clara relevancia económica global. Pero la dimensión económica de Sudáfrica es reducida 
        con respecto a los BRIC's, tanto en términos de población, 
        de producto bruto interno y de participación en el comercio mundial. 
        Y si se considera su incorporación al grupo informal interregional 
        sólo a partir de criterios económicos pueden tener razón 
        quienes señalan que no hubiera sido Sudáfrica un candidato 
        ideal. Su producto interno bruto, por ejemplo es sólo un cuarto 
        que el de Rusia. El propio padre de la idea original, Jim O'Neill, lo 
        ha señalado cuando hizo declaraciones cuando se conoció 
        la invitación que recibió Jacob Zuma (ver sus declaraciones 
        en http://blogs.ft.com/). 
        Pero en buena medida se considera que ella refleja el creciente interés 
        chino en intensificar su presencia en África en el plano del comercio, 
        las inversiones y la cooperación para el desarrollo (ver al respecto: 
        http://news.xinhuanet.com/).
 Sudáfrica tiene además una innegable proyección en 
        África, cuya población será de 1.500 millones de 
        personas en el 2030. Su carácter de miembro del grupo BRICS es 
        percibida como algo que potenciará su protagonismo en el desarrollo 
        africano. Y, a su vez, China ya tiene una especial presencia económica 
        en Sudáfrica. Es el principal socio africano de China tanto por 
        su intercambio comercial como en inversiones directas.
 Si el nuevo BRICS aspira a una participación significativa en 
        la gobernabilidad económica global y en la reforma de instituciones 
        internacionales tales como la ONU -que parecería ser su objetivo 
        inmediato este año-, tiene fuertes desafíos por delante. 
        Entre otros, el poder sostener que sus miembros hablan en nombre de sus 
        respectivas regiones. La legitimidad de tal representación es crucial 
        para su efectividad. Y es un desafío más fuerte aún 
        para los dos países que aspiran a reflejar los intereses de regiones 
        complejas, con marcadas diversidades de todo tipo y con un grado de institucionalización 
        inferior al logrado en espacio geográfico europeo. Es el caso del 
        Brasil en América del Sur y de Sudáfrica en el África. |