| Latinoamérica es una región con un creciente valor en la 
        perspectiva de protagonistas relevantes en la competencia económica 
        global. Ello es más evidente en el caso de economías emergentes 
        -o mejor aún, re-emergentes-, como son China e India. Se refleja 
        en flujos de comercio y, en especial, de inversiones directas. No es un 
        hecho que pase desapercibido ni en los Estados Unidos ni en los países 
        de la Unión Europea.  Tal valorización es más notoria en el caso de América 
        del Sur. Al respecto, Marco Aurelio García -el asesor internacional 
        de Dilma Rousseff y que acompañó a Lula en toda su gestión- 
        en una entrevista de prensa (diario "Última Hora" de 
        Asunción, del 28 de marzo pasado, en: http://www.ultimahora.com/) 
        señalaba que América del Sur "es la región más 
        importante del mundo en lo que se refiere a la producción de alimentos
tenemos 
        además gigantescas reservas de minerales, convencionales, como 
        el hierro, y de nueva generación, como el litio. Tenemos también, 
        tanto por el tamaño de la población como por las políticas 
        de inclusión social que están aplicando nuestros países, 
        la posibilidad, o mejor la realidad, de un mercado interno más 
        que importante. Somos casi 400 millones de sudamericanos que se transforman 
        en un gran punto de atracción. Tenemos agua en abundancia y biodiversidad". 
        Y completó su idea sobre el valor de la región para el resto 
        del mundo afirmando que: "Tenemos además algunos factores 
        que son fundamentales para garantizar la calidad de vida. Es esta una 
        región que tiene cierta homogeneidad cultural y lingüística, 
        lo que hace que no estemos agobiados por tener que enfrentar tantas lenguas 
        ni culturas diferentes. Es, además, una región de paz. Es 
        probablemente la única región del mundo en la que los países 
        no tienen armas nucleares, donde no hay conflictos entre los países 
        hace un montón de tiempo. Y si hay algún conflicto sobre 
        cuestiones fronterizas se pueden resolver fácilmente por la vía 
        diplomática. Y, además -y esto es clave-, es una región 
        de gobiernos democráticos, electos en elecciones libres y bajo 
        observación internacional". Una visión como la citada refleja razones de peso que permiten 
        tener una visión optimista sobre el papel de la región en 
        la competencia económica global del futuro. Ellas pueden explicar 
        el hecho que en muchos casos, gobiernos, empresarios y la ciudadanía, 
        se están tornando a la vez, más asertivos, pragmáticos 
        y optimistas.  Por cierto que no hay que subestimar las enormes dificultades y desafíos 
        que los países de la región tendrán que superar en 
        los próximos años. De allí la conveniencia de ser 
        cautos como lo ha alertado recientemente José Luis Machinea (ver 
        la nota de "El País" de Madrid, el jueves 12 de mayo 
        de 2011, página 11, en: http://www.elpais.com/). 
        Se sabe que en un mundo de continuos cambios sistémicos, todo ejercicio 
        prospectivo constituye un juego peligroso. En el caso de América 
        Latina, dada la imagen que por mucho tiempo ha prevalecido en países 
        más desarrollados -especialmente en los europeos y en los Estados 
        Unidos- ha sido siempre más seguro predecir escenarios negativos 
        e incluso catastróficos. Hoy, sin embargo, se observan factores 
        que permiten aventurar pronósticos más positivos con respecto 
        al valor de la región, siendo ello más claro en el caso 
        de Sudamérica.
 Pero para comenzar con las deficiencias que aún se pueden observar, 
        cabe referirse al inventario de razones que han alimentado por mucho tiempo 
        un escepticismo sobre la región. Entre otros, los siguientes son 
        algunos factores que podrían eventualmente justificar aún 
        una visión pesimista en torno a su futuro: la subsistencia de la 
        pobreza y, en particular, de amplias desigualdades sociales; la baja calidad 
        institucional reflejada en una débil capacidad para asegurar la 
        articulación de intereses sociales contradictorios y el predominio 
        del derecho en la vida social; la inestabilidad política como una 
        condición endémica que suele conducir a planteos que no 
        son siempre sostenibles a la hora de encarar con eficacia algunos de los 
        más serios problemas económicos y sociales; el insuficiente 
        número de empresas con capacidad para competir en los mercados 
        internacionales, resultante de un bajo nivel de innovación y de 
        inversión en ciencia y tecnología. Son, entre otros, factores 
        que han predominado en muchos análisis sobre el futuro de la región, 
        llevando a conclusiones pesimistas aún cuando ellos sean apreciados 
        junto otros que son positivos, tales como la dotación de valiosos 
        recursos naturales.
  Antes de mencionar los factores que mueven al optimismo, cabe recordar 
        que no siempre se presentan con características e intensidades 
        similares en todos los países de la región. América 
        Latina -e incluso Sudamérica- es extensa y diversificada. No se 
        pueden efectuar abordajes de sus realidades y percepciones que no reconozcan 
        las diferencias, por momentos profundas, que existen entre los países. 
        Por lo tanto los factores que podrían explicar un pronóstico 
        más optimista sobre el futuro de la región, no son válidos 
        necesariamente para todos los países. Pero ellos son más 
        visibles hoy en algunos países que son claves por su dimensión 
        y relevancia económica, y que tienen por lo tanto un fuerte potencial 
        para derramar sus eventuales éxitos hacia el resto de la región. 
       Si bien se pueden mencionar otros casos, es posible sostener que uno 
        de esos países es Brasil. Cambios profundos operados en especial 
        durante los períodos presidenciales de Fernando Henrique Cardoso 
        y de Lula da Silva -y que todo indica serán continuados por la 
        actual Presidenta-, están transformando el país más 
        grande de América del Sur en lo que puede ser una fuerza impulsora 
        de un futuro más positivo para el resto de la región. Ello 
        no implica, por cierto, que por sí solo Brasil pueda liderar el 
        resto de la región hacia diferentes niveles de desarrollo económico 
        y político. Por el contrario, la construcción de un espacio 
        regional que sea funcional a un escenario en el que predomine la paz, 
        la estabilidad política y un desarrollo económico y social 
        sustentable, requiere de una activa cooperación entre varios países, 
        incluyendo aquellos de fuera de la región con fuerte intereses 
        en ella.  Con la aclaración anterior es posible ahora mencionar por los 
        menos tres razones que permiten tener una cautelosa visión optimista 
        sobre el futuro de América Latina.  La primera se refiere a aspectos en los cuales se torna más evidente 
        el proceso de aprendizaje que la región ha experimentado en las 
        últimas décadas. El primero es el número creciente 
        de líderes políticos y sociales -que reflejan un vasto espectro 
        ideológico- como así también de amplios sectores 
        de las opiniones públicas de distintos países, que reconocen 
        la importancia de la disciplina fiscal y la estabilidad macroeconómica 
        para asegurar objetivos de desarrollo en un marco de sociedad abierta 
        y de democracia. El segundo es el reconocimiento de la importancia crucial 
        de la calidad institucional para avanzar en el plano de la transformación 
        productiva, la cohesión social y la inserción competitiva 
        en la economía mundial. Y el tercero es la percepción clara 
        que en el actual sistema internacional nadie se hará cargo de los 
        problemas de otro país -salvo que ellos les afecten en forma directa 
        o indirecta- y que el destino de cualquier país -grande o chico- 
        deberá ser trabajado al nivel nacional con una activa participación 
        de toda la sociedad.  La necesidad de lograr la articulación de los distintos intereses 
        sociales y disciplinas colectivas como resultante de instituciones fuertes; 
        una estrategia elaborada por el respectivo país para su desarrollo 
        económico, y una inserción competitiva en la economía 
        mundial, son tres lecciones que varios países de la región 
        y sus opiniones públicas están extrayendo de sus experiencias 
        de las últimas décadas, con fuertes impactos en actitudes 
        sociales y políticas públicas. Una segunda razón es la existencia de señales claras sobre 
        un cambio cultural con respecto a lo que la región puede lograr 
        en el futuro. Son señales relacionadas con un fuerte valor atribuido 
        a la definición de objetivos de largo plazo y al desarrollo de 
        estrategias pragmáticas para lograrlos. Implica tener claro hacia 
        donde un país procura dirigirse en su desarrollo y en su inserción 
        internacional, sobre lo que realmente puede lograr y, en particular, sobre 
        los pasos que son necesarios dar para avanzar en la dirección privilegiada. 
        En este plano es quizás donde se observan mayores diferencias entre 
        los países de la región. Profundos problemas estructurales 
        no resueltos aún, incluyendo los relacionados con la activa participación 
        de todos los actores sociales en el desarrollo de la nación, explican 
        a veces estas diferencias. En algunos casos, los países están 
        aún transitando hacia una mayor integración social. Y ello 
        puede explicar el que presenten tendencias a la inestabilidad política 
        e incluso, a propuestas de políticas económicas y sociales 
        eventualmente más radicalizadas. En tales casos las perspectivas 
        sobre el futuro suelen presentarse como más inciertas y controvertibles. 
       Y una tercera razón tiene que ver precisamente con los impactos 
        en la región de las profundas transformaciones que se están 
        operando en el escenario global. Una resultante es que los países 
        de la región tienen hoy múltiples opciones en términos 
        de mercados externos y de fuentes de inversiones y de tecnologías. 
        De allí que la diversificación se ha ampliado en sus relaciones 
        internacionales. Perciben que tienen un valor significativo por lo que 
        puede ser su contribución para encarar algunos de los problemas 
        más críticos de la agenda global. Energía, seguridad 
        alimentaria, cambio climático, son algunas de las cuestiones en 
        los cuales los países de la región -especialmente actuando 
        en conjunto- tienen algo o eventualmente mucho que decir.   El valor creciente que está adquiriendo la región puede 
        ser ilustrado con la visita que en el mes de marzo el Presidente de los 
        Estados Unidos efectuara a Brasil, Chile y El Salvador (ver nuestro artículo 
        publicado en la revista Veintitrés Internacional, del mes de marzo 
        pasado, en: http://www.elargentino.com/). 
        Colocada en el telón de fondo de las profundas transformaciones 
        que se están operando en el mapa de la competencia económica 
        global, que reflejan desplazamientos del poder relativo entre las naciones, 
        es posible sostener que la rápida gira de Barak Obama, trasciende 
        motivaciones de corto plazo. Es en tal perspectiva que cobra todo el sentido 
        estratégico que para su país tiene la relación futura 
        con la región latinoamericana y, en especial con América 
        del Sur. Contribuye a explicar el valor que Washington le comienza atribuir 
        a una región tradicionalmente subestimada y percibida como carente 
        de opciones razonables en su inserción internacional.  Tres cuestiones sobresalen entre las muchas abordadas por Obama en su 
        visita. No son por cierto las únicas, pero sí las que más 
        permiten establecer nexos con los factores que inciden en la definición 
        de la futura agenda estratégica de un país como los Estados 
        Unidos, que ha tomado consciencia del tránsito a una nueva era 
        en su papel en el sistema internacional. Son, también, las que 
        permiten encontrar una lógica más profunda al itinerario 
        elegido para esta visita a la región. Tanto Brasil, como Chile 
        y El Salvador, tienen algo o mucho que ver con algunos de esas cuestiones.  La primera cuestión se relaciona con los hidrocarburos y la energía. 
        Pocos días después de su viaje a la región, Obama 
        anunció en la Universidad de Georgetown el objetivo de reducir 
        en un tercio las importaciones de petróleo hacia el año 
        2025 e instó a las empresas invertir para aumentar la producción 
        en el país. Actualmente produce sólo un 2% del petróleo 
        mundial. Importa unos 11 millones de barriles diarios. Ello implica un 
        cuarto de las exportaciones mundiales de crudo. Las señales inciertas 
        pero potencialmente cargadas de futuro provenientes de los países 
        petroleros del Norte de África y del Medio Oriente, evocan en Washington 
        la marcada vulnerabilidad a la que está expuesto el suministro 
        de petróleo. Acrecienta la necesidad de procurarlo en países 
        más seguros y, a la vez, de desarrollar fuentes alternativas de 
        energía. El desastre de la central nuclear de Fukushima, en el 
        Japón, contribuye a complicar aún más el cuadro del 
        futuro energético no sólo en los Estados Unidos. Por un 
        tiempo al menos, las centrales nucleares no gozarán de la simpatía 
        de los ciudadanos de muchos países. En esta cuestión Brasil adquiere una importancia creciente. Se 
        destaca en el plano de los biocombustibles. Pero se destaca en particular 
        por las gigantescas reservas de petróleo descubiertas en su costa 
        atlántica. Brasil está ingresando en el club de países 
        que son sinónimo de hidrocarburos. Si los denominados depósitos 
        "pre-sal" - llamados así por estar debajo de 2.000 metros 
        de sal en el mar- pueden ser explotados -y aún no están 
        plenamente explorados-, Brasil podría llegar ocupar el quinto lugar 
        en las reservas mundiales de hidrocarburos. Para su desarrollo será 
        necesario un gran esfuerzo de inversión, incluyendo las del plano 
        tecnológico y del desarrollo de la infraestructura, el transporte 
        y la logística. Junto a las cuantiosas inversiones que demandarán 
        el Campeonato Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos en el 2016, 
        no sorprende el interés que el Brasil despierta en empresas y gobiernos 
        de los principales protagonistas de la competencia económica global 
        incluyendo, por cierto, a los Estados Unidos.   La segunda cuestión tiene que ver con la entrada de China como 
        creciente protagonista en el comercio exterior y las inversiones de países 
        de América del Sur. Tal protagonismo se está manifestando 
        también en Brasil, país con el cual China ha enhebrado relaciones 
        especiales en el grupo BRICS y en función de temas relevantes del 
        G20. Según un estudio divulgado a fines de marzo pasado por el 
        Consejo Empresarial Brasil-China, en el 2010 las empresas chinas concretaron 
        o anunciaron inversiones en el Brasil que podrían acercarse a los 
        30.000 millones de dólares, de los cuales unos 8.600 millones estaban 
        todavía en proceso de negociación (ver Carta Brasil-China, 
        n° 1, marzo 2011, en: http://www.cebc.org.br/). 
        Brasil en diez años pasó de mil millones a 30 mil millones 
        de dólares en sus exportaciones a China, en tanto sus importaciones 
        pasaron de 1.200 millones a 25 mil millones en el 2010. Entre el 2009 
        y el 2010 el comercio recíproco creció un 52%. China es 
        ahora el primer socio comercial del Brasil. Similar evolución se 
        observa con respecto al comercio y las inversiones de China con los otros 
        países sudamericanos, incluyendo la Argentina (ver el artículo 
        de Osvaldo Rosales, sobre el comercio de China con América Latina, 
        en: http://biblioteca.fstandardbank.edu.ar/). 
        Y las proyecciones hacia el futuro indican que tal tendencia se acentuará. 
       Hay otras economías emergentes que comienzan a destacarse en la 
        región, tal el caso de la India. Pero sin duda que es la creciente 
        presencia china la que más atención provoca en Washington. 
        Tiene relación además con los intereses geopolíticos 
        y económicos de los Estados Unidos en toda la región del 
        Pacífico. Precisamente uno de los temas de la agenda de Obama en 
        Chile fue el de las negociaciones comerciales del Acuerdo Transpacífico 
        ("Transpacific Partnership" - TPP) que procura un marco común 
        para los acuerdos de libre comercio celebrados por los países participantes 
        (ver http://rc.direcon.cl/noticia/2922). 
        Representa un mercado potencial de cerca de 500 millones de personas. 
        Es una iniciativa en la cual Chile tiene un papel impulsor relevante y 
        en la cual participan además de los Estados Unidos, Malasia, Perú, 
        Vietnam, Brunei, Singapur y Nueva Zelandia. Está abierta a otros 
        países de la región del Asia y el Pacífico.   Y la tercera cuestión se relaciona con las migraciones y más 
        concretamente con el crecimiento significativo de la población 
        hispana en los Estados Unidos. Como las dos anteriores es ésta 
        una cuestión con múltiples desdoblamientos posibles. El 
        paso por El Salvador -con sus dos millones de salvadoreños residiendo, 
        muchos en forma ilegal, en algunas de los grandes ciudades como Nueva 
        York, Washington y Los Ángeles- tuvo en tal sentido un fuerte alcance 
        simbólico.
 Tales desdoblamientos se vinculan con algunos de los aspectos más 
        sensibles de la agenda americana del futuro y del debate político 
        de la actualidad. Tienen que ver con la seguridad ciudadana (las maras) 
        y con el narcotráfico. Pero sobre todo tienen que ver con el hecho 
        que no todos los ciudadanos americanos aceptan las consecuencias de una 
        sociedad mestiza y multicultural, de la cual Barak Obama es una clara 
        expresión, lo que explica muchos de sus pronunciamientos que al 
        respecto efectuara en su discurso en Río de Janeiro.
 
 Los datos del último censo americano son elocuentes. Fueron conocidos 
        casi simultáneamente con el viaje de Obama a América Latina. 
        Los "latinos" o "hispanos" ya son 50,5 millones. Un 
        43% más que en ocasión del anterior censo. Representan ahora 
        el 16.3% de la población de los Estados Unidos. Ese porcentaje 
        era el 12.5% diez años atrás. Y es un porcentaje que crece 
        si se consideran sólo los menores de 18 años. Los nacimientos 
        y las migraciones hispánicas representaron el 56% del crecimiento 
        de la población americana desde el último censo en el año 
        2000. Son entonces la primera minoría étnica, luego de la 
        mayoría "blanca no hispana" que representa el 64% de 
        la población total. En relación a otros dos grupos étnicos 
        significativos, el de población "afro-americana" (un 
        13% del total) y la "asiática" (un 5% del total), el 
        latino es el más numeroso y el que más crece. No es un dato 
        que deje indiferente a los políticos. Debe tenerse que los datos 
        del censo son la base para asignar proporcionalmente las bancas legislativas. 
        Y tampoco los deja indiferentes en cada uno de los Estados de la Unión 
        donde la población hispana está creciendo. Sobre todo si 
        se tiene en cuenta que hacia el año 2050 se estima que uno de cada 
        tres habitantes serían latinos. En tal perspectiva, en muchos aspectos 
        políticos y culturales, América Latina está pasando 
        a ser para los Estados Unidos, algo relevante tanto en su frente externo 
        como en su vida interna.
  Cabe señalar, finalmente, que si los pronósticos más 
        optimistas sobre la región se fueran confirmando en los próximos 
        años, su pleno aprovechamiento podrá requerir avanzar en 
        la articulación de los intereses nacionales de sus países. 
        Es una articulación que sólo puede tornarse viable a través 
        de liderazgos colectivos. La calidad y densidad de la relación 
        de la Argentina con todos los países de la región puede 
        resultar a tal efecto un factor esencial. La alianza estratégica 
        con el Brasil y el propio Mercosur son, al respecto, núcleos duros 
        de la construcción de un espacio geográfico sudamericano 
        en el que la UNASUR está llamada a desempeñar un papel central. |