|  Tal como sucede con las personas, las empresas o las instituciones, 
        un grupo de países que se vinculan en un proceso de integración, 
        especialmente si incluye un arancel externo común como un elemento 
        central de sus disciplinas colectivas, tiene que tener una agenda para 
        su relacionamiento comercial externo. O al menos así conviene que 
        sea. En ella se suelen definir prioridades, frentes de acción, 
        pasos a dar, en lo posible, un cronograma. En los tiempos modernos, lo 
        normal sería que tal agenda pudiera ser consultada por los ciudadanos 
        en las respectivas páginas Web. No siempre eso es así. Si 
        se trata de una asociación de países, tal el caso del Mercosur, 
        la agenda externa define la hoja de ruta para su posible, necesaria o 
        deseada inserción comercial en el mundo y en su región. 
       Con quién, cómo, con qué alcance y en qué 
        plazos se aspira a entablar negociaciones comerciales externas, es uno 
        de los elementos centrales de cualquier agenda comercial externa de un 
        grupo de países que comparten un proceso de integración. 
        Implica enviar señales a los otros países sobre sus preferencias 
        y prioridades. Especialmente a aquellos con los cuáles se aspira 
        a negociar. Y significa, sobre todo, orientar a inversores propios y ajenos 
        sobre el futuro que se imagina para su comercio de bienes y de servicios, 
        y para inversiones productivas que generen empleo y bienestar. Es un elemento 
        de previsibilidad.  Por todo ello, es más que conveniente que tal agenda comercial 
        externa sea la resultante, en cada país miembro, de consultas intensas 
        con los sectores de la producción, del trabajo y del consumo. Incluso 
        de iniciativas que provengan de cada uno de los distintos sectores. Y 
        lo óptimo suele ser que la agenda que se defina haya sido objeto 
        de debate en los respectivos Parlamentos. El que trascienda de los niveles 
        burocráticos, hace a su legitimidad social. Todo ello es más importante aún en un mundo que se ha vuelto 
        más complejo, diverso y dinámico (ver al respecto este Newsletter 
        del mes de abril 2013). Y también lo es cuando se observa que 
        muchos de los actuales y potenciales socios o competidores del Mercosur 
        y de sus países miembros, tienden a replantearse sus propias agendas 
        de negociaciones comerciales externas, especialmente como resultante de 
        los cambios internacionales que se están produciendo en tres planos 
        muy relacionados entre sí.  El primero de los tres planos es el del sistema comercial multilateral 
        institucionalizado en la OMC. Al respecto el estancamiento de la Rueda 
        Doha evidencia dificultades en relación a una de sus funciones 
        principales, que es precisamente la de facilitar negociaciones comerciales 
        que abarquen a todos sus países miembros. Son dificultades que 
        están nutriendo tendencias por parte de algunos de sus principales 
        países miembros -por su grado de desarrollo económico y 
        por su incidencia en los flujos de comercio e inversión en el plano 
        global- a fugarse hacia otros ámbitos de negociaciones que les 
        permitan profundizar los compromisos asumidos hasta el presente en el 
        ámbito de la OMC. En algunos casos serviría como excusa 
        para justificar tales fugas. Son tendencias que de concretarse en acuerdos 
        firmes podrían traducirse en la fragmentación y eventualmente 
        quiebra del sistema comercial multilateral, o al menos en la erosión 
        de la eficacia de algunas de sus otras funciones, tal como la de la solución 
        de diferendos comerciales. El segundo plano es el de las negociaciones de mega-acuerdos comerciales 
        preferenciales, incluso de alcance inter-regional (ver este Newsletter 
        de febrero 2013). Las tres principales negociaciones en curso, son 
        las del Trans-Pacific Partnership (TPP), del Transatlantic Trade and Investment 
        Partnership (TATIP), y del Regional Comprehensive Economic Partnership 
        (RECEP). A ellas deben sumarse, por su magnitud y relevancia comercial, 
        otras como las que desarrolla la Unión Europea (UE) con la India 
        y con el Mercosur, suponiendo de que en ambos casos finalmente se superen 
        las actuales incertidumbres. Son negociaciones comerciales que en su conjunto 
        cubrirían con reglas preferenciales -no necesariamente extensibles 
        a otros países- una parte sustancial de la población, del 
        producto bruto y del comercio mundial.  Difícil prever aún si tales negociaciones culminarán 
        en acuerdos firmados y ratificados por los países participantes. 
        El precedente de las negociaciones fracasadas entre los países 
        del sistema interamericano -las del ALCA-, indican que más allá 
        de las expectativas que puedan generarse, incluso utilizando una buena 
        dosis de "diplomacia mediática" con todo tipo de "efectos 
        especiales" no siempre ellas concluyen en la firma de un acuerdo. 
        Y el precedente de la Carta de la Habana en 1948, de la cual surgió 
        la Organización Internacional del Comercio (OIC) permite asimismo 
        recordar que aún cuando las negociaciones concluyan con éxito, 
        no siempre pasan luego el test de su aprobación parlamentaria y, 
        por ende, de su ratificación y entrada en vigencia.  Pero si finalmente concluyeran y los respectivos acuerdos entraran en 
        vigencia, podrían producir dos tipos de resultados. Incluso ellos 
        pueden ser secuenciales. Uno sería un fuerte vaciamiento del sistema 
        multilateral con las consecuencias que puede tener en términos 
        de erosión de una institución relevante para la gobernanza 
        global tal como lo es la OMC. Es decir que sus impactos trascenderían, 
        en tal caso, el plano más limitado del comercio mundial. El otro 
        sería el que los citados acuerdos podrían generar estándares 
        de compromisos en materia de regulación del comercio global de 
        bienes y de servicios, así como, entre otras, de las inversiones, 
        la propiedad intelectual, y las compras gubernamentales, que luego se 
        procuraría extenderlos al plano multilateral. En la práctica 
        implicarían marginalizar países que no participan en tales 
        acuerdos, del proceso de definición de reglas e instituciones que 
        en el futuro regularán el comercio mundial. Y es difícil 
        imaginar que los países excluidos, especialmente si tienen o aspiran 
        a tener una participación relevante en el comercio mundial, acepten 
        pasivamente tal marginalización. Y el tercero plano es el de las múltiples modalidades de encadenamientos 
        productivos transnacionales con alcance global y, a veces, sólo 
        regional o inter-regional. En el glosario de la diplomacia comercial actual 
        se las encapsula en el concepto de cadenas globales de valor. A veces 
        ellas son resultantes de la fragmentación en distintos países 
        de la producción de grandes empresas transnacionales, con su lógica 
        incidencia en los flujos de inversión y en los servicios de distribución, 
        transporte y logística. Pero también resultan de la articulación 
        transfronteriza de grupos de empresas -muchas veces pequeñas y 
        medianas- con nichos de especialización y con fuerte potencial 
        de complementación. En tal caso, pueden ser la resultante de estrategias 
        de integración productiva desarrolladas por un grupo de países, 
        tal como se ha intentado hacer en el Mercosur y antes en el viejo Grupo 
        Andino.  Los desarrollos recientes en estos tres planos han tenido repercusiones 
        en América Latina y, en especial, en el espacio regional sudamericano. 
        Por un lado, por los avances aún difíciles de precisar en 
        sus verdaderos alcances prácticos -es decir de aquellos que trasciendan 
        los efectos de corto plazo del juego mediático- que se estarían 
        produciendo en el desarrollo de la Alianza del Pacífico. Por otro 
        lado, en el debate que se está instalando en países del 
        Mercosur sobre cómo encarar las nuevas realidades del comercio 
        y de las negociaciones comerciales internacionales. En tal sentido, cabe mencionar por su relevancia tres informes recientes 
        de entidades empresarias brasileras que abordan en la perspectiva de su 
        país los desafíos que se confrontan. Son informes que por 
        sus contenidos y alcances requerirían la atención de los 
        empresarios argentinos y de sus respectivas entidades. Dos de ellos son 
        del Instituto de Estudos para o Desenvolvimento Industrial (IEDI) que 
        nuclea un relevante grupo de las principales empresas brasileras. Uno 
        trata el impacto que eventualmente tendrían en las estrategias 
        comerciales del Brasil los nuevos mega-acuerdos preferenciales que se 
        están negociando (http://retaguarda.iedi.org.br/). 
        El otro informe del IEDI se refiere a la participación brasilera 
        en las cadenas globales de valor (http://www.iedi.org.br/). 
        El tercer informe es de la Federaçâo das Indústrias 
        do Estado de S.Paulo (FIESP). Plantea una agenda de integración 
        externa (http://www.fiesp.com.br/). 
       De estos tres informes surge la percepción de riesgos de aislamiento 
        de la economía brasilera en un nuevo contexto mundial. No se cuestiona 
        al Mercosur. Así lo ha dejado claro en un artículo en la 
        prensa, Benjamin Steinbruch, el Vice-Presidente Primero de la FIESP (ver 
        entrevista en Folha de S.Paulo, el pasado 18 de junio, en http://www.fiesp.com.br/). 
        Además se recuerda que el 84% de los bienes que Brasil envía 
        a Sudamérica son manufacturas. En el año 2012 sus exportaciones 
        a la región duplican las destinadas a la suma de los mercados de 
        Europa, Estados Unidos y China. Pero sí se plantea la necesidad 
        de adaptarlo a las actuales realidades. El Presidente del Uruguay, José 
        Mujica, en declaraciones previas a la reciente Cumbre del Mercosur en 
        Montevideo (ver en: http://www.eltribuno.info/), 
        también ha reiterado su apoyo al concepto estratégico que 
        nutre al Mercosur. Pero lo ha hecho constatando la necesidad de negociar 
        juntos con terceros y de imaginarlo como una gran cadena transnacional 
        de producción.  El no cuestionamiento del Mercosur como proyecto estratégico conjunto 
        de un grupo de países sudamericanos, es tanto más relevante 
        cuando se observa la frecuencia con la que distintos analistas y protagonistas 
        proponen que países como por ejemplo Brasil, deberían replantear 
        su vinculación a la luz de otros enfoques que se consideran más 
        apropiados. En particular el modelo que se contrapone al Mercosur es el 
        de la Alianza del Pacífico. Al hacerlo se da por hecho que es una 
        alianza que ya ha producido los resultados que se han anunciado por sus 
        cuatro países miembros (ver al respecto, entre varios otros, Porzecanski, 
        Arturo, "A oportunidade bate a porta", en Valor Econômico, 
        11/07/2013). También se observa el planteamiento del requerimiento de flexibilidad 
        en los acuerdos que se negocien. Concretamente ello se propone con respecto 
        a la negociación en curso entre el Mercosur y la UE (ver al respecto 
        las declaraciones de la Secretaria de Comercio Exterior del Brasil, Tatiana 
        Lazerda Prazeres, el 18 de junio pasado, en http://www.fiesp.com.br/). 
        Es un planteamiento que a veces se fundamentaría en el supuesto 
        que no todos los países miembros del Mercosur estuvieran dispuestos 
        a avanzar con el mismo ritmo en la desgravación arancelaria al 
        menos en todos los sectores. Más allá de cuán sustentable 
        es este supuesto, sí conviene reflexionar sobre las distintas modalidades 
        que pueda tener las propuestas de flexibilización de los compromisos 
        que se asuman. La idea parecería ser alcanzar la flexibilización en el 
        marco de un acuerdo "paraguas" en el que se contemplen múltiples 
        velocidades en los compromisos de desgravación arancelaria de cada 
        país del Mercosur, pero también geometrías variables 
        en los compromisos que se asuman en los otros temas no arancelarios, en 
        particular, en los marcos regulatorios del comercio y de las inversiones. 
        Es una variante que podría tener efectos de erosión de los 
        tratamientos preferenciales pactados dentro del Mercosur y que en la práctica, 
        por la dimensión económica de la UE, podría tener 
        el mismo resultado que la conclusión de acuerdos bilaterales de 
        libre comercio entre cada país del Mercosur y la UE. En otras palabras, 
        podría ser equivalente al fin del Mercosur como proceso de integración 
        económica relevante para cada uno de sus países miembros. Sin embargo una figura presente en el informe del IEDI sobre el impacto 
        de las negociaciones de mega-acuerdos comerciales preferenciales (página 
        43), brinda opciones más interesante que conviene explorar en el 
        debate que de hecho han instalado las instituciones empresarias brasileras. 
        Tales opciones son tres: la de la implementación gradual de las 
        medidas negociadas; la de salvaguardias transitorias generales, especiales 
        y sectoriales, y la de mecanismos de entrenamiento y reubicación 
        profesional (en la línea de las medidas comunes en países 
        desarrollados, tales como los EEUU y la UE, enmarcadas por ejemplo en 
        los Trade Adjustement Assitance Program). Incluir este tipo de medidas 
        en la arquitectura del respectivo acuerdo bi-regional, permitiría 
        contemplar eventuales situaciones de disparidad resultantes de las asimetrías 
        de desarrollo económico existentes tanto en el interior del Mercosur 
        como con respecto a los países de la UE. Otras propuestas incluidas en el mencionado informe del IEDI (páginas 
        42 y 43) merecen una especial atención. Se refieren a reglas de 
        origen preferenciales; mecanismos de reconocimiento mutuo o de armonización 
        de medidas no tarifarias; protección de inversiones originadas 
        en el Brasil -o en otros países del Mercosur-, y liberación 
        gradual de servicios de manera de integrar la economía regional, 
        estructurar cadenas de valor y permitir el acceso a mercados de empresas 
        nacionales. Son todas ellas medidas que cabría analizar y debatir al menos 
        en los ámbitos empresarios de los otros países del Mercosur. |