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    | LA VOLUNTAD POLÍTICA DE ROMPER CON 
      LA INERCIA: ¿Condición necesaria para restablecer la dinámica de 
      construcción del Mercosur?
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    | por Félix PeñaAgosto 2016
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    |    | Tres recomendaciones parecerían apropiadas 
        si es que se quiere romper con la inercia en la que se encuentra el proceso 
        de construcción del Mercosur, restableciendo de tal modo una razonable 
        dinámica y la confianza de las ciudadanías, e incluso, su 
        entusiasmo con el proyecto común.
       La primera recomendación se refiere a utilizar 
        plenamente la diversidad existente de marcos jurídicos diferenciados, 
        basados en acuerdos que permiten construir un espacio como el del Mercosur, 
        a la vez que integrarlo con el resto de la región latinoamericana. 
        Son acuerdos que brindan bases legales para uno de los elementos esenciales 
        de lo que se procura construir, cuál es un espacio de preferencias 
        económicas orientadas a facilitar la articulación productiva 
        entre los países participantes. Tales marcos jurídicos diferenciados 
        son: el del Tratado de Asunción, que creó el Mercosur; el 
        del Tratado bilateral de 1988, que formalizó el programa de integración, 
        cooperación y desarrollo entre Argentina y Brasil; y el del Tratado 
        de Montevideo de 1980, que creó la ALADI. 
       La segunda recomendación se refiere a acentuar 
        el liderazgo político, mejorar la capacidad de gestión, 
        y lograr un cumplimiento eficaz de las reglas de juego acordadas. Y la tercera recomendación tiene que ver con la promoción 
        de la articulación productiva, especialmente a través de 
        redes empresarias que abarquen varios países, y que sean facilitadas 
        por acuerdos sectoriales. Es un eje vertebral de la arquitectura de un 
        proceso como el del Mercosur.
 Rescatar la figura de los acuerdos sectoriales puede 
        ser entonces una forma eficaz de restablecer la dinámica en la 
        construcción del Mercosur y, a la vez, de llevar adelante la estrategia 
        de convergencia en la diversidad con los países la Alianza del 
        Pacífico. Son compatibles con preferencias comerciales de geometría 
        variable y de múltiples velocidades. Involucra además encarar 
        otras cuestiones relevantes para el desarrollo de cadenas de valor de 
        alcance regional y proyectadas al mundo, tales como las referidas a facilitación 
        de comercio, marcos regulatorios, propiedad intelectual, compras gubernamentales, 
        servicios, entre otros.
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    |  El que el Mercosur está atravesando una crisis profunda resulta 
        algo difícil de negar. Las diferencias de opinión entre 
        los gobiernos de los países miembros, sobre a quién le correspondería 
        asumir en el segundo semestre del 2016 la Presidencia Pro-Tempore de los 
        órganos del Mercosur, ha acentuado la percepción de que 
        el proceso de integración confronta serias dificultades para articular 
        diferencias de intereses y de puntos de vista entre los socios. Tal articulación 
        aparece por momentos como casi imposible, al menos en el cuadro político 
        y económico actual. La Presidencia no es un órgano del Mercosur. Por ello no figura 
        en el organigrama (http://www.mercosur.int/). 
        Es una función prevista en el Protocolo de Ouro Preto para un órgano 
        colegiado, que es el Consejo del Mercosur. Se extiende tal función 
        a los otros órganos colegiados. Simboliza el hecho que semestralmente 
        uno de los países miembros -por rotación- toma a su cargo 
        la función de impulsar el Mercosur. Pero tal función no 
        cambió nada en la forma de adoptar decisiones vinculadas al proceso 
        de integración. Quien ejerce la Presidencia temporal no tiene capacidad 
        formal para adoptar decisiones vinculantes. En la práctica, el 
        ejercicio de tal función tampoco cambió mucho la tendencia 
        hacia la inercia y la pérdida de dinamismo que se ha observado 
        en los varios últimos años.Una opinión consultiva 
        -figura prevista en el Protocolo de Ouro Preto- permitiría quizás 
        clarificar el tema y encauzar así el actual debate sobre el tema 
        por carriles más precisos. En cierta forma, lo que se ha planteado refleja un déficit de 
        gobernabilidad del proceso de integración, que viene desde antes 
        de exteriorizarse las recientes diferencias. El problema principal entonces 
        no es tanto que existan diferencias, incluso profundas, de visiones sobre 
        el proceso de integración y sobre cómo desarrollarlo. Pero 
        sí lo es la relativa parálisis en la dinámica del 
        Mercosur, que se supone debe ser la resultante de un proceso continuo 
        de construcción de un espacio preferencial común, como forma 
        de facilitar la transformación productiva conjunta de los socios, 
        y consolidar la democracia y el desarrollo económico y social. 
        Es tal parálisis la que otorga una relevancia incluso superior 
        a la que debería tener, a las diferencias sobre la denominada Presidencia 
        Pro-Tempore. De ahí que lo importante en la actualidad parecería ser 
        intentar responder los siguientes interrogantes: ¿cómo superar 
        la relativa inercia en la que se encuentra la construcción del 
        Mercosur? ¿cómo volver a otorgarle una dinámica acorde 
        con los desafíos que confrontan sus países miembros, tanto 
        en el plano interno, como en el de la propia región y, por cierto, 
        en el global? ¿cómo restablecer al menos una relativa confianza 
        de las ciudadanías en la relevancia y en el futuro del proceso 
        de integración regional? Son estos algunos de los interrogantes que parecen requerir un debate 
        franco entre los dirigentes de los países miembros y, en especial, 
        entre el liderazgo político. No son, por cierto, interrogantes 
        muy diferentes a los que confrontan los dirigentes y el liderazgo político 
        en el ámbito de la Unión Europea, especialmente en la medida 
        que está hoy más claro que el "Brexit" no necesariamente 
        sea un episodio aislado y transitorio (ver este Newsletter 
        del mes de julio 2016, en http://www.felixpena.com.ar/). Es el mencionado un debate que requeriría ser colocado en cada 
        uno de los países miembros, en la perspectiva de cuáles 
        son sus alternativas reales al actual Mercosur. Si la hipótesis 
        fuera de que el respectivo país tiene otras opciones viables que 
        reúnan similares cualidades políticas, económicas 
        y sociales -por ejemplo, en término de generar condiciones de paz 
        y estabilidad política en el entorno regional y, a la vez, facilitar 
        la transformación productiva, el desarrollo económico y 
        social, y la inserción competitiva en el mundo-, es posible entonces 
        que un alternativa racional sea, o dejar de ser país miembro o 
        procurar acordar entre todos los socios la conclusión de la experiencia 
        actual del Mercosur. Lo hemos dicho en otras oportunidades: nada ni nadie 
        obliga a un país a participar de un proceso voluntario de integración 
        regional, si es que entiende que no le conviene y además considera 
        que tiene opciones. Ni menos obliga al conjunto de los socios a seguir 
        adelante con el proyecto (ver la entrevista que nos publicara O Estado 
        de Sao Paulo, en su edición del 14 de agosto 2016, en http://internacional.estadao.com.br/). 
       Sin perjuicio de otras, tres recomendaciones parecerían apropiadas 
        si es que efectivamente se quiere romper con la inercia en la que se encuentra 
        hoy el proceso de construcción del Mercosur, restableciendo de 
        tal modo una razonable dinámica y la confianza de las ciudadanías, 
        e incluso, eventualmente, su entusiasmo con el proyecto común. 
       Al plantearlo en estos términos, estamos sugiriendo la conveniencia 
        de dejar de lado la idea de que la integración se logra con pasos 
        simples, contundentes y casi automáticos -como sería, por 
        ejemplo, el sólo poner en funcionamiento una zona de libre comercio, 
        o unión aduanera o, aún más, una unión económica 
        y monetaria-, algo así como la noción de un "one shot 
        integration", en la que lo esencial es lo que se define en el momento 
        fundacional y todo lo demás se produce casi automáticamente. 
       Por el contrario, estamos resaltando la necesidad de imaginar un proceso 
        de integración entre naciones soberanas, que no necesariamente 
        pretenden dejar de serlo, como una secuencia a veces errática, 
        de pasos sinuosos orientados a objetivos que en su forma ideal -la que 
        suele indicar la teoría- quizás nunca se logren. O sea, 
        en contraste con lo que sugieren las visiones más dogmáticas, 
        un proceso de construcción que tiene que ser continuo y sin punto 
        final -si es que por ello se entiende una nueva unidad autónoma 
        de poder en el sistema internacional, por ejemplo, algo así como 
        los "Estados Unidos de Europa" o los Estados Unidos de América 
        del Sur"-, y que en forma recurrente confrontará crisis, eventualmente 
        existenciales y no sólo metodológicas (ver al respecto el 
        libro de Luuk van Midderlaar, "El paso hacia Europa", Galaxia-Gutenberg, 
        Barcelona 2013). La primera recomendación se refiere a utilizar plenamente la diversidad 
        de marcos jurídicos diferenciados, basados en acuerdos ya existentes, 
        los que permiten construir un espacio como el del Mercosur y a la vez 
        integrarlo con el resto de la región latinoamericana y, al menos, 
        la sudamericana.  Son acuerdos que brindan las bases legales para uno de los elementos 
        esenciales de lo que se procura construir, cuál es un espacio de 
        preferencias económicas, con una fuerte dosis de exclusividad, 
        orientadas a facilitar la articulación productiva entre los países 
        participantes. Son preferencias qué para ser efectivas, deben quedar 
        protegidas con respecto a una prematura erosión de sus efectos 
        sobre las decisiones de inversión productiva, como ocurriría 
        si no fueren garantizadas jurídicamente, o si pudieren ser fácilmente 
        licuadas a través de sucesivos acuerdos preferenciales con terceros 
        países que pudieran celebrar, "por las suyas", cualquiera 
        de los socios.  Tales marcos jurídicos diferenciados son: el del Tratado de Asunción, 
        que creó el Mercosur; el del Tratado bilateral, que formalizó 
        el programa de integración, de cooperación y desarrollo 
        entre Argentina y Brasil; y el del Tratado de Montevideo, que creó 
        la ALADI. En la actualidad los compromisos asumidos por los países socios 
        del Mercosur y también con otros países latinoamericanos, 
        están insertos en estos distintos marcos jurídicos y a veces, 
        en los tres simultáneamente. El conjunto de esos marcos jurídicos 
        diferenciados, es lo que permite construir un espacio de integración 
        entre los países miembros del actual Mercosur, con geometría 
        variable y múltiples velocidades. Nada impide, por ejemplo, utilizar 
        el acuerdo bilateral entre Argentina y Brasil, para impulsar en el marco 
        de la ALADI -por ejemplo, utilizando el instrumento de los acuerdos de 
        complementación económica-, acuerdos sectoriales en los 
        que participen otros países de la ALADI y no necesariamente todos 
        los que son miembros del Mercosur. La flexibilidad que brinda la forma 
        en que el Mercosur ha interpretado el instrumento del arancel externo 
        común, facilitaría tal tipo de abordajes que, por lo demás, 
        ya tiene precedentes en la trayectoria acumulada por el Mercosur. La segunda recomendación se refiere a acentuar el liderazgo político, 
        mejorar la capacidad de gestión y procurar un cumplimiento razonable 
        de las reglas de juego acordadas. El liderazgo político, ejercido en primera instancia por quien 
        ejerce la jefatura del respectivo Estado, caracterizó los momentos 
        fundacionales, hace treinta años los de los acuerdos entre Argentina 
        y Brasil, y hace veinticinco años los del propio Mercosur. Siempre 
        ha habido momentos de liderazgos políticos, pero no siempre han 
        preservado en su intensidad y al nivel presidencial, la continuidad necesaria 
        ni la articulación con la capacidad de gestión. La capacidad de gestión se reflejó en esos momentos fundacionales 
        en la articulación entre el liderazgo presidencial y el denominado 
        Grupo Mercado Común, muy en especial a través del papel 
        crucial de los respectivos coordinadores. Poder identificar en cada momento 
        y país concreto, quien ejerce tal coordinación y, por ende, 
        está efectivamente a cargo de la gestión del Mercosur, es 
        algo fundamental para la eficacia que se necesita. No siempre es posible, 
        más allá del acceso a los nombres de quienes cubren los 
        respectivos cargos. Un test al respecto es preguntar a empresarios y periodistas, 
        entre otros actores -o a diplomáticos de terceros países-, 
        quién entienden que tiene la responsabilidad efectiva de coordinar 
        la gestión del Mercosur por el respectivo país. Y también 
        es fundamental que tal capacidad de gestión se refuerce con el 
        papel asignado al órgano técnico, esto es la Secretaría 
        del Mercosur. Más que un mal llamado órgano supranacional, 
        su función es la de facilitar el proceso de concertación 
        de intereses nacionales. Salvo en un momento excepcional, tal función 
        no ha sido evidente en la trayectoria del Mercosur. Y como en el futbol, en la construcción de un espacio regional, 
        es el cumplimiento razonable de las reglas de juego lo que permite un 
        cierto orden en la competencia económica y en las relaciones entre 
        naciones de dimensión desigual, garantizando en particular, el 
        respeto de los intereses de quienes tienen menos poder relativo. Como hemos señalado en otras oportunidades, la calidad de las reglas 
        y eficacia de los mecanismos que las crean, así como también 
        de los que pueden controlar con independencia su efectivo cumplimiento, 
        son junto con el liderazgo político, elementos claves para garantizar 
        que la construcción de la integración respete los respectivos 
        intereses nacionales, tanto los de los países grandes o muy grandes, 
        como los de los países de menor dimensión. Y es, en nuestra 
        opinión, un factor clave si se quiere efectivamente superar la 
        actual inercia que paraliza al Mercosur.
 Y la tercera recomendación tiene que ver con la articulación 
        de la actividad productiva, especialmente a través de redes empresarias 
        que abarquen varios países, y que sean facilitadas precisamente 
        por acuerdos sectoriales. Es posiblemente un eje vertebral de la arquitectura 
        de un proceso como el del Mercosur. Sus raíces están en 
        los planteamientos originales de la integración latinoamericana 
        de finales de los años cincuenta. Volvió a ser un eje vertebral 
        en el momento fundacional de los acuerdos bilaterales entre Argentina 
        y Brasil. Lo fue también en el concepto inicial del Mercosur. Luego 
        los acuerdos sectoriales fueron arrastrados hacia un relativo olvido. 
        Quizás en tal olvido está uno de los factores que condujeron 
        luego a la posterior inercia.
 Rescatar la figura de los acuerdos sectoriales puede ser entonces una 
        forma eficaz de restablecer la dinámica de la construcción 
        del Mercosur y de llevar adelante la estrategia de convergencia en la 
        diversidad con los países la Alianza del Pacífico. Además 
        de liderazgo político, se requiere para ello empresas con intereses 
        ofensivos y capacidad de articularse con otras empresas. Tales acuerdos son compatibles con preferencias comerciales de geometría 
        variable y de múltiples velocidades. Requieren para ser eficaces 
        una conectividad física de calidad. Involucran además encarar 
        otras cuestiones relevantes para el desarrollo de cadenas de valor de 
        alcance regional y proyectadas al mundo, tales como las referidas a facilitación 
        de comercio, marcos regulatorios, propiedad intelectual, compras gubernamentales, 
        servicios, entre otros. Es un enfoque que permite construir los acuerdos 
        en función de sectores y eventualmente subsectores específicos, 
        entre los cuales se destacan los industriales y los agro-industriales, 
        y por cierto en forma creciente los de los servicios.  |  
   
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    | Félix Peña es Director 
        del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director 
        de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la 
        Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité 
        Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). 
        Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar 
        trayectoria. |  
 
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