|  Una idea central planteada en los veinte años del desarrollo 
        de este Newsletter, ha sido que nuevas realidades internacionales, tanto 
        en el plano global como en el de cada una de las distintas regiones, están 
        generando la necesidad de adaptar métodos de trabajo e instituciones 
        que se emplean en el trabajo conjunto de los países que comparten 
        una misma región, con especial referencia a los de América 
        del Sur. Para mejor entender el debate sobre los métodos del trabajo conjunto 
        entre los países miembros del Mercosur, así como también 
        sobre el futuro desarrollo del proceso de integración regional, 
        es recomendable remontarse a sus momentos fundacionales.  La idea estratégica fundacional del Mercosur fue la de formar 
        una unión aduanera y luego un mercado común, a fin de abrirse 
        al mundo y de negociar juntos especialmente, entre otros, con los EEUU 
        y con la UE, y en el marco de la ALADI y de la OMC. Y también con 
        otros países. Eso explica la definición incluida en el Tratado 
        de Asunción, de un arancel externo común "que incentive 
        la competitividad externa".  La fundacional era una idea clara: profundizar la integración 
        para crear un entorno regional creíble y favorable a procesos internos 
        valiosos -en lo político, la democracia; en lo económico, 
        la transformación productiva; en lo social, la equidad-, y a requerimientos 
        de inserción competitiva en el mundo, así como de atracción 
        de inversiones, que permitieran a los socios ser una parte activa de la 
        internacionalización de la producción global. El Mercosur, 
        aparece entonces como un eje vertebral de la idea de una sólida 
        alianza estratégica -abierta al mundo- entre dos contiguas y mayores 
        economías sudamericanas, a la que se sumaron Paraguay y Uruguay. Crear una plataforma común para competir y negociar en el mundo 
        era, y sigue siendo entonces, una razón de ser del proyecto lanzado 
        en junio de 1990 en Buenos Aires y asentado sobre los progresos alcanzados 
        en la etapa del proyecto bilateral entre la Argentina y el Brasil (PICAB), 
        iniciado en 1986. La idea fundacional era y sigue siendo, constituir así un "núcleo 
        duro" que facilitara mediante la integración económica, 
        la estabilidad política y el desarrollo económico y social 
        de todo el espacio sudamericano, y con un claro alcance latinoamericano. Entendemos entonces que remontarse a las raíces de un proceso 
        de integración como el Mercosur es recomendable, pues en muchas 
        de las posiciones que se adoptan hoy por protagonistas significativos, 
        parecería observarse las consecuencias de una tendencia a subestimar 
        los antecedentes que explican los compromisos asumidos, o a confundir 
        la secuencia de los eventos y su concatenación con una perspectiva 
        sistémica. Las discontinuidades en el recorrido de los caminos previamente definidos 
        -sin que necesariamente respondan a nuevas realidades-, podrían 
        afectar la credibilidad internacional de los países del Mercosur, 
        reduciendo drásticamente la eficacia del proyecto común 
        en la dura competencia mundial por la atracción de inversiones 
        productivas, y afectando su calidad de interlocutor válido para 
        encarar complejas negociaciones comerciales internacionales. Tienen además, 
        un alto costo económico -aunque imperceptible en el corto plazo- 
        por el desestimulo a las inversiones productivas en las decisiones de 
        localización industrial. Lo que señalamos en distintas oportunidades en este Newsletter 
        es que treinta años después de su creación, es indiscutible 
        que el Mercosur sigue necesitando ser modernizado y adaptado, en sus objetivos 
        y métodos de trabajo, a los tiempos actuales y a los del futuro. Los problemas que se enfrentan son, en buena medida, efectos de cambios 
        que se han operado desde su creación en la realidad global y en 
        la regional. Y también de dificultades actuales que suelen afectar 
        las prioridades de sus países miembros. Pero también suelen 
        ser la resultante de métodos de trabajo que se emplean en el accionar 
        conjunto de los socios y, en particular, para la adopción de sus 
        decisiones formales que requieren consenso.  Como dijimos en nuestro Newsletter de mayo 2023, al menos tres opciones 
        se observan como factibles para encarar los problemas actuales que confronta 
        el Mercosur. Las tres son viables, pero sus consecuencias directas o indirectas 
        podrían ser muy diferentes.  Una primera opción sería la de reconocer la eventual 
        obsolescencia del Mercosur, y el país que así lo considere 
        apropiado podría ganar independencia a través de la denuncia 
        del Tratado constitutivo, conforme a lo previsto en su capítulo 
        V°. Sería el equivalente a lo que fue para Gran Bretaña 
        la opción "Brexit". Es ésta una experiencia que 
        podría indicar que los costos de la "desintegración" 
        podrían ser para un país concreto -como fue el caso de Gran 
        Bretaña-, incluso más altos que los de la "integración". 
       Una segunda opción sería encarar el proceso de modificaciones 
        de sus reglas de juego fundamentales y más en concreto las del 
        Tratado de Asunción, y en particular las de sus artículos 
        1, 2 y 5, entre otros. Es una opción con plazos y resultados inciertos, 
        que podría tener costos políticos elevados y diferentes 
        en cada país, ya que requeriría la aprobación de 
        los respectivos parlamentos. Eso puede tornar a esta opción como 
        poco recomendable en la política real de un país concreto. Y una tercera opción sería que los cuatro países 
        miembros acuerden políticas y métodos de trabajo conjunto 
        orientados a extraer un pleno aprovechamiento efectivo de las reglas constitutivas 
        vigentes, sin necesidad de recurrir a sus eventuales modificaciones y 
        sin perjuicio que incluso pudiera ser conveniente luego impulsar nuevas 
        reglas constitutivas. Parecería ser una opción más 
        recomendable para cualquiera de los países cuyos gobiernos pudieran 
        tener dudas sobre los costos que supondría tener asegurado el apoyo 
        parlamentario que requeriría la segunda opción. Hemos señalado que en el marco de esa tercera opción, 
        sin ser las únicas, podría intentarse introducir en tres 
        planos mejoras sustanciales en los objetivos y en el funcionamiento del 
        Mercosur. Serían, por lo demás, mejoras que no requerirían 
        necesariamente reformas formales del Tratado de Asunción ni del 
        Protocolo de Ouro Preto.  Un primer plano sería el de la metodología de concertación 
        de intereses nacionales, que sea necesaria para lograr la adopción 
        por consenso de decisiones conjuntas de los países miembros del 
        Mercosur, que efectivamente luego penetren en la realidad y que puedan 
        ser eficaces.   Concretamente, lo que se propone sería encarar una iniciativa 
        orientada a fortalecer en los hechos las funciones de la denominada 
        Secretaría Administrativa, especialmente en relación al 
        proceso de preparación técnica y de adopción de decisiones 
        conjuntas que requieren el consenso de todos los socios. Se procuraría 
        así fortalecer su capacidad para facilitar, con sus aportes e iniciativas, 
        la compleja tarea de concertar intereses y prioridades de cada uno de 
        los socios en la adopción de decisiones del Consejo que requieren 
        consenso.  Ello no supondría abrir un debate sobre eventuales funciones 
        supranacionales de la Secretaria del Mercosur. Es decir, aquellas 
        que implicarían que quienes las cumplen se consideren que están 
        por encima de los respectivos gobiernos nacionales. Pero sí requeriría 
        otorgar a la Secretaría la capacidad técnica necesaria que 
        le permitiera facilitar la compleja tarea de concertar las diversas posiciones 
        de los países miembros, en particular respecto a las decisiones 
        que deben ser adoptadas por consenso. Ayudar a construir tales consensos 
        sería entonces un papel fundamental de una Secretaría del 
        Mercosur fortalecida.  Ello implicaría además desarrollar un papel activo de la 
        Secretaría en el armado de redes de instituciones académicas 
        y de reflexión técnica, en las que participen especialistas 
        de los países miembros, y también de organismos internacionales 
        que operan en la región, y entre otros la CEPAL y el INTAL. 
       En principio, la Secretaría del Mercosur ya tiene una modalidad 
        de organización que le permitiría cumplir con una función 
        como la señalada. Fortalecer su papel en el aporte de experiencia, 
        información e inteligencia que requiere concertar la diversidad 
        de intereses y visiones de sus países miembros, y así lograr 
        el necesario consenso para la adopción de sus decisiones, es algo 
        valioso que puede contribuir a acrecentar el papel del Mercosur en el 
        desarrollo productivo y en la estrategia de inserción internacional 
        de sus países miembros. Otros planos que enunciamos en este Newsletter de mayo 
        del año pasado requieren un análisis especial para su concreción. 
        Uno es el de los acuerdos sectoriales previstos en el artículo 
        5° inciso d) del Tratado de Asunción y reglamentados en la 
        Decisión N° 3 de 1991. Hay que abordarlo junto con el instrumento 
        de los acuerdos de alcance parcial previsto en el Tratado de Montevideo 
        de 1980 que creó la ALADI, vinculándolos con otro aspecto 
        relevante de la estrategia de integración del Mercosur, que es 
        el de la acción conjunta con los países de la Alianza del 
        Pacífico y con otros países de la región latinoamericana. 
       Y el otro plano es el de la plena incorporación en la agenda de 
        trabajo del Mercosur de cuestiones que han adquirido una mayor relevancia 
        en los últimos tiempos y, en particular, las referidas al cambio 
        climático. Los planos mencionados deberían ser abordados simultáneamente 
        con una estrategia ambiciosa de negociaciones comerciales con una gama 
        amplia de países desarrollados y en desarrollo. En tal estrategia 
        debería incorporarse desde el comienzo, la negociación de 
        los denominados acuerdos de libre comercio con los principales mercados 
        del mundo (especialmente los EEUU, China, India, Sudáfrica, Australia 
        y Japón) y la culminación del acuerdo aún pendiente 
        con la UE. Como hemos señalado recientemente en una nota en el Suplemento 
        de Comercio Exterior del diario "La Nación" (diciembre 
        2023), a los cuarenta y tres años de su creación, la 
        ALADI sigue siendo uno de los marcos más apropiados para el desarrollo 
        de los procesos de construcción gradual de la integración 
        económica en América Latina. Desde su fundación 
        en 1980, ha sido considerada como una institución gravitante para 
        el desarrollo de una idea que tiene relevancia simultánea, a la 
        vez, en el plano político y en el económico y social, tanto 
        de la región como en cada uno de sus países miembros.  Su instrumento constitutivo, el Tratado de Montevideo de 1980, abarca 
        cuestiones relevantes para el desarrollo de una estrategia de trabajo 
        conjunto entre países de la región. E incluye, en un 
        capítulo especial, los acuerdos de alcance parcial que puedan celebrarse 
        con países de otras áreas de integración fuera de 
        América Latina (artículos 26 y 27). La figura de los acuerdos de alcance parcial ha sido quizás el 
        principal aporte que la creación de la ALADI ha efectuado a la 
        estrategia de integración económica regional de sus países 
        miembros. En nuestra opinión fue el principal resultado de la reunión 
        de Acapulco que condujera a la creación de la ALADI. Quizás 
        sea la que genera un mayor contraste con la realidad pre-existente en 
        la anterior etapa de la ALALC, en la que un eje conceptual central era 
        el de la "zona de libre comercio".  El capítulo II del Tratado define los acuerdos de alcance parcial, 
        como aquellos en los que no participan todos los países miembros. 
        Y que crean las condiciones para profundizar un proceso de integración 
        regional, a través de un alcance progresivamente multilateral. 
        Agrega, que los derechos y obligaciones que en ellos se establezcan "regirán 
        exclusivamente para los países miembros que los suscriban o que 
        a ellos adhieran". Tras establecer las normas generales que los regirán (artículo 
        9), se hace referencia a los distintos tipos de acuerdos de alcance parcial, 
        según sean las finalidades que tengan ("comerciales", 
        "complementación económica". "agropecuarios", 
        y "promoción del comercio").  Y, finalmente, se estipula que se podrán establecer, mediante 
        las reglamentaciones correspondientes, normas para la concertación 
        de otros acuerdos de alcance parcial, entre otras materias, de cooperación 
        científica y tecnológica, de promoción del turismo 
        y de preservación del medio ambiente. Dos capítulos del Tratado le dan un alcance aún más 
        amplio, en la perspectiva de las actuales estrategias de integración 
        económica de los países miembros de la ALADI y, en especial, 
        para fortalecer la idea de construir gradualmente, un proceso de alcance 
        regional y de proyección global.  Uno (capítulo IV), se refiere a la "convergencia y cooperación 
        con otros países y áreas de integración económica 
        de América Latina". El otro (capítulo V), a la "cooperación 
        económica con otras áreas de integración económica 
        fuera de América Latina".  Son dos ámbitos de relevancia creciente para las actuales estrategias 
        de inserción internacional de los países latinoamericanos 
        que son miembros de la ALADI, especialmente en las perspectivas del desarrollo 
        de sus estrategias de inserción internacional hacia las regiones 
        de Asia y África. Cabe agregar que el Tratado, en su artículo 38, enuncia en forma 
        amplia las funciones que los países miembros le atribuyen a la 
        Secretaría General de la ALADI, hoy a cargo de Sergio Abreu, con 
        larga y destacada actuación en su país, Uruguay, incluso 
        como Ministro de Relaciones Exteriores. Son funciones relevantes para 
        la apreciación del protagonismo creciente que la Secretaría 
        General deberá tener en el contexto de la actual y sobre todo, 
        futura realidad internacional global.  |