|  Al menos en tres planos el futuro plantea desafíos para una estrategia 
        comercial internacional inteligente de los países en desarrollo, 
        incluyendo por cierto los de nuestra región geográfica. 
        Son desafíos que requerirán acentuar la eficiencia de diagnósticos 
        de calidad sobre los cambios profundos, y no sólo los coyunturales, 
        que se operen en los distintos países.  Uno es el plano del sistema multilateral del comercio mundial. Las instituciones 
        y reglas existentes, que algunos consideran hoy que están quedando 
        obsoletas, requerirán de un esfuerzo de rediseño no fácil 
        de concretar. Otro es el plano inter-regional. En la etapa que ha comenzado 
        a desarrollarse en las relaciones comerciales entre las naciones, la inserción 
        asertiva en la creciente red de acuerdos inter-regionales será 
        fundamental para la proyección al mundo de lo que un país 
        puede ofrecer a los otros mercados. Y el tercero es el plano regional 
        latinoamericano. Tras sesenta años de distintas iniciativas orientadas 
        a la integración económica, a la conexión física 
        y a la articulación productiva entre países de la región, 
        se observa un reconocimiento de que se requieren enfoques y métodos 
        de trabajo diferentes a los empleados hasta el presente.  Como hemos señalado en otras oportunidades, el propio Mercosur 
        está necesitando una puesta al día, que puede implicar cambios 
        metodológicos significativos, sin perjuicio de preservar razones 
        fundamentales que llevaron a sus países fundadores a optar por 
        trabajar juntos en el plano de sus objetivos de desarrollo económico 
        y social, en un contexto de paz y estabilidad política del "barrio". 
        Sus relaciones con los países de la Alianza del Pacífico 
        -que en algunos casos son intensas y en todos son muy necesarias-, como 
        con los otros países de la región, requerirán sacar 
        el máximo beneficio al no siempre aprovechado marco institucional 
        de la ALADI, a fin de acrecentar la conectividad comercial y económica 
        entre sus países miembros y, al menos, entre los más interesados. En todo caso, se observa hoy una tendencia al diseño, a través 
        de negociaciones gubernamentales, de nuevos marcos institucionales para 
        el impulso del comercio internacional y de la integración productiva, 
        como también al rediseño de los existentes a fin de adaptarlos 
        a los continuos cambios en las realidades económicas y políticas. 
       Muchos de esos marcos son bilaterales, involucrando países pertenecientes 
        a distintas regiones en el sistema internacional. Algunos son de alcance 
        regional, y se han desarrollado con diversas modalidades e intensidades, 
        en las últimas décadas. Tal los casos del Mercosur, la Alianza 
        del Pacífico, la ASEAN y la UE. Por lo general tienen un claro 
        alcance político, proveniente del hecho que los países que 
        los constituyen comparten un espacio geográfico. Otros tienen un 
        alcance inter-regional e involucran países o bloques de países, 
        incluso pocos conectados entre sí. Y queda siempre en pie la tarea 
        de rediseñar el marco global institucionalizado en la OMC.  Diseñar y negociar nuevas modalidades de acuerdos y adaptar los 
        que provienen de otra época, no será algo fácil. 
        Es una tarea en la que interactúan, de una manera a veces difícil 
        de percibir, la lógica del poder, la económica e, incluso, 
        la de la legalidad. Entender tal interacción es clave para entender 
        y operar sobre las realidades concretas. Y no es tarea fácil, además, por el hecho que muchas veces 
        se emplean categorías y conceptos provenientes de otros momentos 
        históricos. Como hemos señalado antes, ellos están, 
        al menos en algunos casos, siendo superados por profundos cambios que 
        se observan en los últimos años, tanto en la distribución 
        del poder mundial como, en especial, en las modalidades del comercio internacional 
        de bienes y de servicios -en buena medida como consecuencia de los efectos 
        disruptivos de cambios tecnológicos y del fenómeno del empoderamiento 
        de los consumidores de la nueva clase media urbana en muchos países 
        en desarrollo-, y en las inversiones transnacionales.  En el caso de los países de la región latinoamericana, 
        los principales frentes de las negociaciones comerciales internacionales 
        presentan opciones complementarias. Reflexionar sobre tales opciones y 
        sus costos relativos, es una de las prioridades de cualquier ejercicio 
        de reflexión estratégica sobre la inserción internacional 
        de un país. En un mundo que el profesor Amitav Acharya ha caracterizado 
        como "multiplex" (ver Amitav Acharya,"The End of American 
        World Order", Polity, Cambridge - Malden 2014), el conocer bien las 
        opciones y sus respectivos costos relativos, es algo ineludible a la hora 
        de desarrollar una estrategia de inserción comercial internacional 
        del país, que incluya negociaciones con otros países o bloques 
        económicos. Un primer frente de acción que se requiere es el de la necesaria 
        adaptación de cada acuerdo regional -tal el caso del Mercosur- 
        a las nuevas realidades mundiales y a las de sus propios países 
        miembros, en algunos casos en plena y compleja evolución. No se 
        trata de incurrir nuevamente en el síndrome refundacional, que 
        se ha manifestado con cierta frecuencia -casi siempre coincidente con 
        cambios gubernamentales en alguno de los socios de mayor dimensión 
        económica-. Puede ser más práctico, eficaz y por 
        ende recomendable, practicar el arte de la metamorfosis. Es decir, de 
        efectuar cambios graduales que permitan capitalizar las experiencias adquiridas 
        -y los resultados logrados- e introducir las modificaciones que puedan 
        considerarse necesarias.  Ello es más recomendable aún, cuando un proceso de integración 
        entre países encara más que una crisis existencial, una 
        metodológica sobre cómo desarrollar el trabajo conjunto 
        de las naciones que participan. Y ese parece ser el caso hoy del Mercosur. 
        De allí que ningún país miembro ha planteado -al 
        menos abiertamente- la idea de retirarse del pacto político, económico 
        y jurídico que lo vincula con sus socios. Es algo así como 
        reconocer que ninguno de los socios tiene un verdadero plan B.  Un plan alternativo imaginable, como sería transformar el Mercosur 
        en una zona de libre comercio -en el sentido del artículo XXIV 
        del GATT-OMC-, derogando el arancel externo común (AEC), podría 
        tener algunos costos políticos elevados y también económicos, 
        especialmente en el comercio de manufacturas. Implicaría modificar 
        el Tratado de Asunción. Corresponde a cada país determinar 
        si conviene enfrentar tales costos. Cabe tener presente que la eliminación 
        del AEC, o su abierta violación, podría tener un efecto 
        potencial negativo en el compromiso asumido de asegurar el libre comercio 
        entre los socios, como consecuencia de lo previsto en el artículo 
        2° del Tratado de Asunción (reciprocidad de derechos y obligaciones). 
       Un segundo frente de acción es el de la convergencia en la diversidad 
        en el espacio regional latinoamericano. Fue la estrategia planteada, en 
        su momento, por el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet y que fuera 
        debatida en una reunión con la participación de Ministros 
        de Relaciones Exteriores y también de Comercio Exterior, de los 
        países del Mercosur y de la Alianza del Pacífico realizada 
        en el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, el 24 de noviembre de 
        2014. Quedó claro allí que no se planteaba la necesidad 
        de un acuerdo de integración entre ambos esquemas de integración, 
        pero sí la de elaborar hojas de ruta conducentes al establecimiento 
        de múltiples vasos comunicantes, entre los procesos de transformación 
        productiva e inserción de internacional de países pertenecientes 
        a ambos bloques. No necesariamente todos. Y se reconoció que el 
        Tratado de Montevideo de 1980, que creó la ALADI, brinda un marco 
        institucional e instrumentos más que apropiados y sub-utilizados 
        -entre otros, los distintos tipos de acuerdos de alcance parcial-, para 
        llevar adelante la estrategia sugerida y compartida por los países 
        de la región.  Y un tercer frente es el de las negociaciones globales y con los grandes 
        espacios regionales. Las prolongadas negociaciones entre la UE y el Mercosur, 
        ilustran sobre las dificultades que a veces ellas implican. Es posible 
        prever que los países que actualmente integran la unión 
        aduanera del Mercosur -que son los socios fundacionales- avanzarán 
        también iniciativas orientadas a ampliar la agenda negociadora 
        con otros grandes espacios económicos, tales como China, Japón 
        e India, en el Asia, y los Estados Unidos y Canadá en América 
        del Norte.  En los tres frentes mencionados, los países del Mercosur y sus 
        socios latinoamericanos, podrían impulsar nuevos enfoques con respecto 
        a las características de los acuerdos comerciales que negocien. 
        Quizás convendría denominarlos "acuerdos estratégicos 
        de promoción de comercio e inversiones". No podrían limitarse al plano arancelario. Debería abarcar 
        cuestiones que inciden en decisiones de inversión productiva y 
        cooperación tecnológica orientada al comercio transnacional. 
        Tres podrían ser los efectos de tales acuerdos sobre el comercio 
        y las inversiones transnacionales en los que participen empresas de países 
        de la región: privilegiar el efecto de creación de empleos 
        estables; asegurar la fluidez y la previsibilidad en las transacciones 
        comerciales, en las inversiones y en la cooperación tecnológica, 
        y preservar un suficiente grado de flexibilidad en las políticas 
        comerciales, que permita navegar condiciones económicas complejas 
        y de marcadas incertidumbres, por ejemplo, utilizando distintas modalidades 
        de válvulas de escape con custodios imparciales. Todo ello implicará, por cierto, liberarse de conceptos y paradigmas 
        que provienen de un mundo que, como ya se señaló, está 
        siendo rápidamente superado por nuevas realidades. |