| El  telón de fondo de estas reflexiones es el de las conocidas consecuencias de una  crisis económica internacional profunda. Consecuencias  que no son aún definitivas en el propio sistema internacional global por  estarse viviendo lo que Stanley Hoffman denominaba acertadamente un período de  cambio revolucionario caracterizado por alta inestabilidad. Pero lo que sabemos  es que dichas consecuencias ya están produciendo una redistribución de poder  económico y político sobre todo en los escalones intermedios de la  estratificación internacional. Y que están conduciendo al surgimiento de un  nuevo orden económico internacional, que será el producto de la transición de  una etapa a otra en la evolución mundial. Pero resulta difícil predecir ahora  cuánto durará la transición ni cómo será el mentado nuevo orden. No  necesariamente será una transición fácil, si es que creemos en lo que nos  enseña la historia. Ni necesariamente será el nuevo orden económico internacional  proclamado y reclamado por los países en desarrollo. En  esta instancia, para América Latina el aprender a defender lo que valora y le  interesa a través del ejercicio de capacidad de negociación y de la  movilización de recursos de poder, será tan o más importante que reclamar la  aceptación de dichos valores e intereses. También  se han producido consecuencias en la evolución interna y externa de las  economías latinoamericanas. Son conocidos los efectos de una crisis  internacional como la reciente en nuestras economías. Más difícil es predecir  los efectos de mediano y largo plazo de los cambios profundos que la crisis  está operando día a día en el sistema internacional. Los acontecimientos externos  que afectan la vida interna y externa de los países latino-americanos son  escasamente controlados e influenciados por los mismos. Al margen de  interpretaciones conspirativas y de connotaciones ideológicas, este hecho da  sentido a la palabra «dependencia» en relaciones internacionales. Sólo con este  telón de fondo presente es posible abordar una reflexión sobre el tema de las  relaciones económicas intralatinoamericanas. Lo primero que sorprende al  observador es la riqueza e intensidad de las interacciones entre los países de  la región y su contraste con la imagen de «crisis» de los llamados procesos de  integración. Lo que parece una paradoja puede tener una explicación  relativamente sencilla. La crisis se refiere a mecanismos y programas de  integración imaginados en un contexto histórico diferente. Se refiere más a un  «deber ser» de la integración que a una realidad posible y necesaria. Como se  señalaba hace un tiempo en la revista «Integración Latinoamericana» del INTAL,  «no debe constituir motivo de desconcierto y menos de irritación o desaliento,  advertir la paradoja entre, por una parte, la riqueza e intensidad de las  interacciones entre nuestras naciones y, por otra, la imagen de crisis que evocan  los procesos formales de integración económica. Hacia el fin de sus Memorias  afirmaba Jean Monnet, el gran inspirador de la unión europea, que «si hemos  cambiado de época es necesario ahora cambiar los métodos y dejar de proclamar  aquello que no se hace». Cambiar el método de acción porque el tiempo histórico  también ha cambiado. Sin lugar a dudas, los mecanismos y programas de  integración en América Latina fueron pensados en un contexto histórico  diferente. Esto, en sí mismo, no constituye un error ni menos una carencia de  apreciación o de perspectiva. Grave sería asignar a los actores que  participaron en aquellos procesos de estructuración una hipotética virtud de  profecía para controlar los efectos de las decisiones y de las instituciones  que se ponían en marcha. Nada de eso: los programas de integración lanzados  hacia fines de los años cincuenta y durante la década pasada fueron respuestas  inteligentes, en muchos casos audaces frente a las exigencias de un momento  particular. La  intensidad de la vida intralatinoamericana, más visible en las áreas contiguas  de cada país, se manifiesta en distintos campos en lo económico. La CEPAL y el INTAL lo han  puesto de manifiesto con datos concretos en sus respectivos informes y  estudios. Y también se evidencia en lo político. Si es prematuro hablar de un  sistema de interdependencia regional, sí se puede decir en cambio que existen  indicios muy claros de una interdependencia que está surgiendo. Puesto  en otros términos, puede constatarse el hecho de que las naciones  latinoamericanas han transpuesto un umbral de interdependencia, o sea,  un grado mínimo de relaciones económicas a partir del cual será difícil volver  atrás y que a su vez arrastrará a grados más avanzados de interacción. Esto  es producto de una revalorización del contexto latinoamericano en la  perspectiva del desarrollo económico de cada país y de las exigencias de la  seguridad y del fortalecimiento de la posición relativa de cada uno de los  países en el sistema internacional global. A causa de distintos y profundos  factores, América Latina ha perdido aquella marginalidad que la caracterizaba  en los años en que se diseñaron los primeros esquemas formales de integración.  Se ha revalorizado, principalmente, en términos de mercados y de fuente de  abastecimiento de recursos naturales y de insumos tecnológicos. Organizar la  interdependencia es, en la actualidad, un problema central tanto en el nivel  global internacional como en el regional. La interdependencia puede ser  predominantemente conflictiva y producir la fragmentación política y económica.  Puede ser también, predominantemente, cooperativa y aún solidaria y producir en  una escala muy superior de su evolución, uniones económicas y aun políticas.  Sería la integración máxima. Pero el solo hecho de que la interdependencia  tenga un carácter cooperativo y se evite la natural tendencia a la  fragmentación permite hablar de una integración mínima. Es lo que  lograron Monnet-Schuman-Adenauer, al revertir el ciclo del «conflicto secular»  en Europa Abrieron un período en que la fuerte interdependencia europea —muy  superior en esos momentos a la latinoamericana actual— comienza a  caracterizarse más por la cooperación que por el conflicto. Se revierte así la  tendencia histórica a la fragmentación europea. Es una «integración mínima»  dentro del ropaje y los  objetivos de una  «integración máxima». La  «integración mínima» así entendida es en sí un objetivo para la región. No un  «second best». Es un objetivo pobre si se piensa en la «integración máxima». Lo  es de primera magnitud si se piensa en la alternativa de la fragmentación. O si  se recuerda cómo se construyen en la práctica las comunidades de pueblos. En  esta perspectiva conviene ahora referirse a la multiplicidad de medios en  las relaciones de integración y cooperación en América Latina. Es decir, a los  múltiples medios que utilizan gobiernos y operadores económicos latinoamericanos  para vincularse y actuar en común, y que teniendo en mente la idea de  «integración mínima» pueden ser bienvenidos. Es que  como se ha dicho, con razón, la integración es una práctica y no una teoría. Se  la construye gradualmente a través de una metodología de trabajo en común (Jean  Monnet). Las formas y los estilos del trabajo en común van surgiendo de la realidad.  De cada realidad histórica concreta. Son en la América Latina  actual, múltiples y diversas. Multilaterales como la ALALC, el MCCA, la CARICOM, o el SELA.  Bilaterales, como los múltiples convenios comerciales y de cooperación  existentes, o los de integración fronteriza o física. De simple cooperación o  de integración en el sentido de abarcar formas de unión económica y de  coordinación de políticas. Regionales y subregionales.Vista  en su conjunto la región ofrece el cuadro de múltiples formas de acción  parcial, en el plano del comercio, la inversión, la transferencia de  tecnología, la producción energética, la infraestructura. Expresan la  interdependencia creciente. Son elementos valiosos de la integración mínima. Y  esta multiplicidad de medios se enriquece aún más si se la observa a nivel de  operadores. Empresarios cíe todo tipo han comenzado a operar a escala regional  o subregional. Al valorar a América Latina en términos de mercados y de  recursos naturales, financieros y tecnológicos, trascienden con su acción al  ámbito nacional y se proyectan a la región a través ya no sólo de exportaciones  de excedentes, sino de inversiones, de transferencia de tecnología, de todo  tipo de «joint-ventures». El operador latinoamericano comienza a adquirir un  comportamiento transnacional y al hacerlo acrecienta la interdependencia y estimula  la multiplicidad de medios.
 La revalorización  latinoamericana, la multiplicidad de medios y la transnacionalisación  de los operadores, son entonces tres claves para comprender el proceso  actual de las relaciones económicas intralatinoamericanas. Pero  aún respetando y valorando la multiplicidad de medios como expresión de una  natural diversidad regional y riqueza de acción, cabe afirmar que la misma  exige en la perspectiva de una interdependencia organizada y de una integración  mínima, de una visión de conjunto. Visión  de conjunto que le dé coherencia en el tiempo a lo que de otra forma podría  aparecer como anárquico e irracional. En  esta perspectiva es importante observar la evolución del SELA y el  fortalecimiento de los esquemas subregionales de integración. El SELA como  elemento motor de proyectos y posiciones conjuntas de la región. Como pieza de  la construcción gradual de una identidad regional efectiva. Los esquemas  subregionales como componentes indispensables de la construcción de un mosaico  armónico latinoamericano que contemple las exigencias de equilibrio.  El  Grupo Andino, la CABICOM  y el Mercado Común Centroamericano constituyen así piezas claves de una  interdependencia regional activa y cooperativa. Y es  también en la perspectiva antes indicada de la visión de conjunto que cobra  sentido el objetivo proclamado al más alto nivel político de la mayoría de los  países miembros de revitalizar la   ALALC. En efecto, el sistema de interdependencia  latinoamericana requiere de un foro de negociación y de promoción del comercio  regional sobre bases preferenciales que contemple y asimile las múltiples  formas de acción parcial que en la actualidad utilizan y valoran gobiernos y  operadores. La  idea de un sistema regional de comercio preferencial, junto con la del  establecimiento de sistemas regionales de cooperación técnica" y  financiera, de promoción de empresas conjuntas y de apoyo a los países de menor  desarrollo económico relativo, requerirán de la máxima atención en los próximos  tiempos. No podrán ser disociadas, en una América Latina abierta al mundo, de  las que en campos similares conformen la agenda de la relación Norte-Sur y la  de las relaciones solidarías entre los países en desarrollo. Por el contrarío,  requerían en muchos casos, por ejemplo, el de las preferencias  comerciales, de innovaciones profundas en las  reglas de juego que caracterizaron hasta ahora al ordenamiento económico  internacional. En otros casos deberán ser insertadas en perspectivas más  amplias de cooperación con otros países en desarrollo y en una renovada visión  de la cooperación con los países industrializados. En el  contexto de la búsqueda de un nuevo orden económico internacional. América  Latina podría avanzar hacia el establecimiento de un orden económico regional  inspirado por una concepción de conjunto, implantado sobre solidaridades  prácticas, en el cual las relaciones entre desiguales prefiguren en el campo  regional, el desarrollo de criterios de justicia tal como quisiéramos verlos  realizados en el ámbito universal del sistema internacional. En el que las  relaciones entre «grandes» y «chicos» sean, en fin, como se las desearía en el  ámbito «norte-sur». Si así  fuere, el proceso regional adquiriría la fuerza necesaria para motivar y  estimular a las generaciones jóvenes, ávidas a la vez de mística y de  pragmatismo. Resume of the Paper presented byFELIX  PENA
 Latin America Interdependence and the new international economic order.
 The consequences of the international economic crisis have led the world  to an advanced state of instability and to a redistribution of political and  economic power. This process of change initiated by the crisis, states Dr. Peña,  will eventually lead to the creation of a New International Economic Order, the  nature of which cannot be foreseen. Within the framework of the new order, Latin America must be able to defend its interests as a  unified entity— rather than to repeat its experience of fragmentation and  subsequent dependency upon more powerful nations. Dr. Peña finds the present intensity and scope of inter-American  relations to be positive, although only a minimal integrations have been  reached. He estimates that the degree of integration attained in Latin America,  though minimal, is preferable to the alternative of fragmentation and places it  m the — context of the entire historical process; i.e. it is a definitive step  in the direction of maximal integrations. The results of CEPAL and INTAL  research project also indicate progress in the Latin American effort towards  integration. Peña draws a comparison between the present state of integration in Latin America and the earliest stages of European  integration in the 1950's. Monnet, Schuman and Adenauer reversed the European  tendency of fragmentation and opened a period of progressively cooperative, solid  interdependence, thus achieving a minimal integration. Latin America, like Europe, holds  tremendous potential for the success of an integrationist project. It is a region  offering a multitude of means of integration; commercial agreements,  investments, technological transfers, energy production and infrastructure  construction are areas open to negotiation. Some have already been developed in  the multilateral agreements of the MCCA, CARICOM, and SELA, as well as in various  bilateral agreements. All of these are elements of a «minimal» integration and  indicative of an increasing interdependence, but require the development of a  global integrationist vision which would provide a certain degree of coherence  to an otherwise apparently anarchic or irrational series of events. It is important to observe SELA's evolution and the strengthening of  subregional systems. SELA has been the inspiration for joint regional projects,  indispensable components in the construction of a unified Latin America (the  Andean Pact, the MCCA, and CARICOM). To incorporate these projects into a  coherent and unified system, a forum for negotiation must be created for the  promotion of preferential trade agreements and the coordination of sub-regional  integration projects. In the context of external relations, Latin America  must also negotiate as a unified entity (i.e. in the North-South dialogue). Dr.  Peña estimates that within this unification, Latin America's contribution to  the NIEO is the establishment of an order within which egalitarian  relationships among weak and powerful nations will be developed at the regional  level. |