| Deseo referirme en este Coloquio organizado por FAPES (Fundación  Argentina para el Desarrollo Económico y Social) al tema de la Argentina en el contexto  internacional. Al hacerlo presentaré algunas ideas que estoy desarrollando  actualmente para mi colaboración a un próximo libro  que publicará Carlos Floria y que probablemente se titule "Reflexiones sobre  la Argentina   Política". La  inserción latinoamericana de la   Argentina es un dato de nuestra realidad actual. De la región  pueden originarse factores que condicionen, en forma positiva o negativa, el futuro desarrollo político y económico del país.  Y es en la región donde el país puede encontrar algunos de los elementos  básicos para la definición de un papel a desempeñar en el mundo, y de su modelo  de inserción en el sistema internacional global. Por cierto, es innecesario  recordar que la región es sólo un aspecto de nuestra política internacional. No  estamos desconociendo la importancia de las  otras áreas, y en particular de América del Norte y de Europa. Sólo estamos  aislando, a los efectos del análisis, uno de los componentes, que consideramos  centrales de la totalidad de nuestro frente externo. Lejos están los días en  que la Argentina  podía pensar su inserción externa en términos de antinomias y compartimentos  estancos, por ejemplo: Europa o América Latina;  Brasil o los países andinos, etc. La realidad internacional es indivisible  y también lo es la política de nuestro país hacia el mundo. Si privilegiamos en nuestro  enfoque a la región latinoamericana, es porque creemos que ella  tiene una importancia particular para nuestro país, que trasciende a su propio ámbito para repercutir en forma decisiva en  nuestra viabilidad como nación  independiente y en nuestras aspiraciones crecientes de participación  internacional. Es de la región de dónde provendrán en los próximos cinco años algunos de nuestros principales desafíos y  nuestras mayores posibilidades que  acrecentarán nuestra capacidad de acción externa. Para fundamentar lo antes afirmado es preciso  recordar que el sistema internacional es la resultante de  la interacción de un conjunto de unidades —Estados-naciones  en su versión contemporánea— desiguales, estratificadas unas con respecto a otras, y en donde, por  consiguiente, se dan relaciones de dominación y subordinación. Con  respecto a cada país, los demás se estratifican de acuerdo con la función que  cumplen para la satisfacción de los objetivos  nacionales de ese país. Esta suerte de estratificación subjetiva es la que  permite determinar en cada momento histórico concreto el grado de  prescindibilidad que para un país tienen los demás, y por cierto el que ese  país tiene para los demás. El ejercicio de "borrar países del mapa" y  tratar de imaginar las hipotéticas consecuencias que la desaparición de un país  traería para el funcionamiento político y económico de las grandes potencias y para el sistema internacional en su  totalidad, puede ser útil para tomar noción de la importancia relativa  de los distintos países. La estratificación subjetiva se  puede establecer, en nuestra opinión, en función  de lo que los demás países significan desde la perspectiva de un país determinado,  para su supervivencia como unidad autónoma del sistema internacional (aliado, protector o enemigo), es  decir, su seguridad; para la adquisición o colocación de insumos  o productos de su sistema económico, es decir, como mercado; y para su  forma de concebir la vida en sociedad, su modo  de organizarse y desarrollarse, o sea, como modelo. La posibilidad de qué  un país impida o posibilite la supervivencia de otro, o que sirva como mercado  para su economía, o como modelo para su desarrollo político y económico, puede  estar a su vez en función del grado de proximidad física existente entre ambos; la distancia física es una  variable básica para explicar el grado y tipo de interacciones que se  entablan entre las distintas unidades del sistema internacional. Hasta antes de la década del 60 de  este siglo, la región latinoamericana, como conjunto, ocupaba un lugar muy bajo  en la estratificación internacional efectuada desde una perspectiva argentina. La  importancia relativa crecía, en cambio, hasta tomarse en significativa en lo  que se refiere al entorno inmediato o contexto contiguo. En efecto, los países  fronterizos fueron siempre claves en  términos de supervivencia o seguridad. También su importancia era mucho  mayor que la del resto de América Latina, como mercados para algunos productos  y como modelos o fuentes de inspiración de ideas y pautas de comportamiento  social y de valores culturales. Ello nos llevó a acostumbrarnos a limitar la  realidad regional al contexto inmediato o contiguo. Esta actitud se manifiesta  incluso en la actualidad, donde se percibe  una visible dificultad para aprehender la totalidad de la región como sujeto  de interés para nuestra vida interna y externa. Para nosotros, y por mucho tiempo, el mundo ha sido Europa y los  Estados Unidos y en la región, sólo  los países fronterizos, como para que ahora nos resulte fácil razonar en otros  términos. Superar esta limitación conceptual aparece, en nuestra opinión, como  condición ineludible para entender cuanto está pasando hoy en día en América  Latina. A partir de los años sesenta, en parte como  consecuencia de la ALALC  y en mucho como consecuencia de los cambios  operados en el desarrollo regional, América Latina acrecienta su  importancia relativa para nuestro país. Cuba demostró que, en términos de  seguridad, el contexto regional no se podía limitar al contexto contiguo. Desde  entonces el mundo del Caribe y Centroamérica se aproxima al nuestro, y en los  meses recientes, a partir de la caída de  Somoza en Nicaragua, tal proximidad se hace evidente con los nuevos  acontecimientos en El Salvador. Tanto en términos de conflictos  tradicionales que involucran nuestra integridad territorial, como de conflictos  ideológicos y de base de sustentación  geográfica para el desarrollo de las nuevas modalidades de cuestionamiento  a nuestra seguridad nacional, la región ha adquirido una primera magnitud en el  contexto internacional de la   Argentina. También lo es como fuente de ideas y  de modelos que inciden en el desarrollo  político y económico del país. Están frescos los recuerdos de la incidencia  en nuestra vida interna del "modelo peruano" o del "modelo  brasileño" de la forma, en fin, en que tal o cual personaje, fuerza  política, o institución, han encarado problemas políticos y económicos, como  para que se requiera abundar en ejemplos  acerca de este aspecto del valor de la región. Quizás sólo podría  agregarse —al menos para estimular reflexiones y discusiones— que el valor sólo podría parangonarse al que tiene y ha  tenido el mundo del Mediterráneo como fuente de inspiración y de influencia cultural  para nuestra vida interna. En el plano económico se  observa similar tendencia a la pérdida de marginalidad del  área para nuestro país. De representar en 1962 un 12.7 °/o de nuestras  exportaciones totales, la región ha pasado al 24,5 °/o en 1977. Y este porcentaje es mucho mayor para el comercio  de productos manufacturados, alcanzando a más del 80 °/o en varios  capítulos de la NADE.   También se han operado cambios en la relación países  fronterizos-resto de la región de nuestras exportaciones. En 1960, nuestros dos  principales clientes, Brasil y Chile, absorbían el 73 °/o de las exportaciones  regionales del país; en 1977, el 54 °/o. Los seis países que en 1960  representaban los menores porcentajes de  nuestras exportaciones a la zona (Bolivia, Colombia, Ecuador, México,  Uruguay y Venezuela), pasaron del 12.7 °/o al 36.4 °/o en 1977. Cuatro países  que decididamente no forman parte de nuestro contexto fronterizo (Colombia, Ecuador, México y Venezuela), pasaron de comprar  el 3.7 °/o de nuestras exportaciones a la zona en 1960, al 192 °/o en 1977. Existen en el campo económico datos que permiten  aventurar el pronóstico de que la región en su conjunto tendrá para la Argentina una importancia creciente. La imagen del subdesarrollo  latinoamericano impide a veces tomar clara conciencia del valor de la  región para el mundo en cuanto a mercados y a recursos naturales. Pero  destaquemos sólo la capacidad de compra existente en algunos de los países  intermedios y menores, favorecidos por ser productores y exportadores de  petróleo. La desagregación de las estadísticas de importación de los países de  la región pone de manifiesto la magnitud de las compras de alimentos y de  bienes de capital. También son  significativas las importaciones de tecnología intermedia y de servicios de  construcción y de ingeniería de los países intermedios y menores. Brasil, México  y España, entre otros, han penetrado agresivamente en esta franja del mercado  de importación de esos países. Por lo demás, la  confrontación entre lo que compran algunos países latinoamericanos, y lo que  nosotros estamos en condiciones de ofrecer, teniendo en cuenta nuestro  desarrollo tecnológico, puede ser un ejercicio útil para apreciar la brecha  existente entre nuestra presencia actual en la región y nuestra presencia posible. Acortar tal brecha es un objetivo factible y  atractivo para la economía nacional. La brecha es ilustrada en parte por  nuestra participación relativa en las importaciones de los países de la ALALC en su conjunto  (con la exclusión del nuestro), que fue en 1977 de sólo el 3,2 % y en las del  Grupo Andino, que en el mismo año fue de 2.1 %. Brasil, por su lado, vende a la  región (1977) el 5 % de lo que ésta compra al exterior, y al Grupo Andino  (1977) el 3 % de sus compras totales. Es bueno recordar que en 1962 la Argentina vendía el 2.9 %  de lo que la zona compraba y que el Brasil sólo vendía el 1.5 %. En general, tenemos la impresión que la presencia Argentina en América Latina, no guarda relación aún con la importancia política y económica del área para nuestro propio desarrollo y seguridad,  ni con las expectativas existentes en los otros países acerca de nuestros  posibles aportes a la región. En tal perspectiva, nos parece sumamente  positivo el hecho de haberse firmado a fines de 1979 el acuerdo tripartito  entre nuestro país, el Brasil y el Paraguay, ya que se elimina así uno de los  obstáculos que impedía que nuestra política exterior se concentrara en  objetivos de mayor alcance dentro de la región. La aproximación creciente que  se observa desde entonces con el Brasil constituye un indicador del rumbo que  debe otorgarse a nuestra política  latinoamericana y de las posibilidades que se abren en caso que tal rumbo se  consolide. La transformación de la   ALALC constituye, sin duda, otro hecho positivo e  indicativo de los frutos que para el país puede tener una actitud de iniciativa  e imaginación. No debemos dejar de tener en cuenta que la región  se encuentra en rápido proceso de cambio  interno en cada uno de los países que la integran, o al menos en la mayoría, y que  además se observen en ella los efectos de una distribución de poder entre los  distintos países que es diferente a la que predominara hasta los años  sesenta. Dos hechos son a la vez causa y efecto de una nueva configuración del  poder regional y de una tendencia incipiente pero  firme a entendimientos y tipos de acción antes inimaginables. El "hecho  petróleo" que hará que de ahora en más y por muchos años, el desarrollo  nacional y la política exterior global y regional de tres de los cuatro grandes países latinoamericanos, gire en torno a la capacidad de exportar  el vital producto (México y Venezuela), o de la necesidad de asegurarse su  abastecimiento (Brasil). Y el "hecho andino" que sobre la base de un  acuerdo de integración económica, ha introducido abruptamente un nuevo factor  de poder en la política regional, y que en parte refleja una particular  coyuntura política interna de los cinco países que integran el Grupo Andino durante el año 1979 y parte de 1980, así como  la nueva capacidad de acción internacional de Venezuela. Probablemente  el fenómeno andino cambiará sus  características como consecuencia de los propios vaivenes políticos internos que en su momento lo fortalecieron, pero  sí resulta posible predecir que en el futuro los países andinos, con deserciones  o nuevas incorporaciones, continuaran ejerciendo alguna suerte de acción  conjunta en el plano regional basada en  alguna modalidad de concertación económica subregional. Podrá variar el  Acuerdo de Cartagena o el actual Grupo Andino, pero el "hecho andino"  como hecho político, probablemente continuará manifestándose como reflejo de  una nueva distribución de los recursos de poder de la región. Los  cambios operados en la distribución del poder regional, se manifiestan en la aproximación del Brasil a México y Venezuela, y en genera al Grupo Andino; en la importancia creciente que  tienen México y Venezuela para los Estados Unidos en cuanto al manejo de  la situación crítica por excelencia dentro  de la región, que es la producida por las crisis políticas de Centroamérica y el Caribe. A la antigua imagen de  una América Latina dominada por la fuerte presencia del Brasil y de la Argentina, y con una  participación muy marginal de México y de Venezuela, se la reemplaza gradualmente —sobre todo en los Estados Unidos y en  Europa— con la de una región en la  que se destacan cuatro grandes países (la Argentina, Brasil, México y Venezuela) y en la que también es notoria la  influencia de los países andinos, actuando como conjunto. En cierta  forma el eje de la imagen y de la acción  latinoamericana, en cuanto a poder económico y político se refiere, se desplaza  gradualmente del Cono Sur al Norte de Sudamérica. Sólo apuntamos que  esta realidad, demostrada con una mezcla de indicadores de poder actual y  potencial, coloca al Brasil en mejor posición que la Argentina en las  relaciones de poder regional. Quizás en esta visión de las tendencias del poder regional pueda encontrarse una veta  para evaluar correctamente la importancia estratégica de los países andinos  para la Argentina. Si algo más  puede pronosticarse para los próximos años, es un aumento constante de las interacciones políticas y económicas en el marco de un  sistema regional que ha superado el "umbral de interdependencia". Y  también puede pronosticarse, observando la realidad  actual, que la energía, los alimentos y la tecnología intermedia, serán  factores que impulsarán hacia una mayor interdependencia, sea ésta de signo  conflictivo o cooperativo. En torno a los tres la Argentina tiene mucho  que decir y que aportar; pero otros países de la región y de fuera de ella  también. Es del interés de la Argentina que la  interdependencia latinoamericana sea organizada y de signo cooperativo.  Tensiones y conflictos, cualquiera que sean sus orígenes, no contribuyen a los  objetivos de desarrollo e independencia en un mundo en profunda crisis. En esta  perspectiva cobra importancia política el proceso que se ha iniciado para  reestructurar la. ALALC, transformándola en  un mecanismo eficaz de promoción de comercio preferencia y de complementación  industrial. La integración económica regional sigue siendo un objetivo político  de magnitud para el país. Pero es preciso  concebirla con criterios realistas en los medios y ambiciosos en los fines. El  exceso de pragmatismo y de realismo muchas veces ha inhibido la  capacidad del país a actuar con audacia en el plano regional. Y a, algunos de  nuestros asociados les ha pasado lo contrario contribuyendo así a producir un  desgaste de la idea misma de integración. Múltiples  caminos conducen al objetivo de una mayor integración económica en América Latina. Ello explica el pluralismo institucional existente en la región, en la que tanto la ALALC, como el SEL A y el  Grupo Andino, como la   OLADE (en la que nuestro país no participa aún sin que tengamos en claro la racionalidad política y económica  de la decisión de abstenerse), son piezas claves para la construcción de  un orden latinoamericano de cooperación y solidaridad económica. El SELA puede  ser un instrumento de gran utilidad en las  relaciones frente a terceros países y para contrarrestar las crecientes  tendencias al proteccionismo en los países industrializados. Y también podría ser útil en muchos otros planos  si el país se propone aprovechar su potencial de cooperación  multilateral. La peor política que un país puede desarrollar con respecto a un  organismo internacional es la de la "silla  vacía" si es que ella no produce como resultado la paralización del organismo.  Una modalidad de silla vacía es la de participar formalmente en el organismo  y en sus órganos, pero sin darle ningún contenido concreto a tal participación.  También el Grupo Andino requeriría de una mayor atención, tan pronto se evalúa  su potencial económico y su importancia política en la configuración del poder regional. La Argentina debe aproximarse  al Grupo Andino —y a cada uno de sus componentes— con criterio político  y con agresividad, a fin de concretar un acuerdo de cooperación económica y técnica.  Apostar al fracaso del Grupo Andino o inhibirse ante interpretaciones  superficiales de su accionar político, puede ser contrario al interés nacional  y a los criterios pragmáticos que deben orientar la política exterior de un  país maduro. Es preciso reconocer, sin embargo, que en muchas oportunidades las dificultades para entablar un diálogo fecundo  con el Grupo Andino se han debido a las sucesivas crisis que este proceso ha  debido sufrir casi desde sus comienzos. Para que sea eficaz la ALALC [1] debe profundizar,  como resultado de la reestructuración que ha sido encarada en 1980 a través de las  negociaciones de Caracas, Asunción y, en pocos días, de Acapulco, la estrategia  de aproximaciones parciales al  objetivo común. Era la estrategia original del gobierno de Frondizi cuando se creó la   ALALC. Y aun cuando a algunos les costará creerlo y reconocerlo era también la estrategia  que patrocinaba Raúl Presbich y la CEPAL. Y es la estrategia iniciada años atrás en  la propia Asociación con los acuerdos de  complementación industrial, y empujada con fuerza por los países andinos tras  la firma en 1969 del Acuerdo de Cartagena. Acciones parciales, de tipo  bilateral, sectorial o subregional, debidamente compatibilizadas-entre  sí y en función de objetivos globales de mayor alcance, son los medios legítimos y realistas para construir un  proceso de integración regional. Tal es el sentido de la propuesta que  el gobierno nacional ha efectuado con respecto a la reestructuración de la ALALC y que compartimos como  parecen compartirla los demás países asociados. Pero para que sea realmente un  instrumento de desarrollo nacional, "la ALALC de las acciones parciales", debe fundarse  en un mínimo de estabilidad de sus reglas de juego. La carencia de estabilidad  y de predictibilidad, afecta la seguridad jurídica y desestimula la  adopción de decisiones de inversión en el  sector empresarial. Las preferencias comerciales deben brindar un  horizonte temporal suficientemente amplio para tener un efecto en las inversiones de los operadores económicos. Caso  contrario son intrascendentes.  La ALALC o el organismo que surja de su reestructuración y  el SELA pueden y deben complementarse en sus funciones. La Argentina obtendría  provecho participando activamente en una y otra organización, y para ello parece fundamental que las decisiones al respecto  no queden libradas a niveles burocráticos inferiores que en el pasado no han  demostrado mayor capacidad de imaginación ni eficacia, ni sean adoptadas  en función de "slogans" o lugares  comunes que han poblado nuestra vida internacional. Pero la participación  activa en foros multilaterales no es excluyente de las necesarias relaciones  bilaterales. Por el contrario, la realidad bilateral es la primera realidad  de nuestras relaciones externas. La dimensión multilateral -que contrariamente a lo que se suele afirmar también es parte  de la realidad internacional— debe ser funcional a las respectivas dimensiones  bilaterales, sirviendo para facilitar las relaciones de cooperación  estrecha con todos los países de la región, o para mejor administrar  situaciones de conflicto con algunos de ellos.  Brasil, los otros países contiguos, los países andinos, México, son todos  socios de interés para un país que debe volcarse a la región, sin complejos  ni preconceptos, a fin de fortalecer su propia presencia en el mundo. Atender con intensidad todos los frentes de nuestra  política regional, significa no atarse a falsos prioridades y antinomias. No  existe una limitación conceptual o estratégica para hacerlo: sólo se requiere  asignar suficientes recursos humanos a la elaboración y ejecución de la  política exterior, y entendemos que el país los tiene. El "acuerdo tripartito" ya mencionado  ha abierto el camino a un entendimiento sin límites entre la Argentina y el Brasil.  Sin dejar de tener presente los profundos cambios operados en las realidades  nacionales y externas de  ambos países, y en las regionales e  internacionales, quizás ha llegado el momento de proyectar a la década  del 80 el espíritu de Uruguayana. La reciente entrevista presidencial de Buenos  Aires es un importante paso en tal dirección. Sumados a Venezuela y México, los  dos países estarían en condiciones de asumir iniciativas concretas en el campo  de la cooperación regional. En conjunto, los cuatro representan el 64 % de la  población latinoamericana, el 75 % del producto bruto regional, y el 55 % de  las exportaciones de América Latina. Sus posibilidades son tan inmensas como  las energías que requerirá la aventura de un desarrollo racional de la región.  Por ello entendemos que una prioridad de nuestra acción regional debe serla de  profundizar una mecánica de trabajo conjunto entre estos cuatro países, que  lejos de debilitarlos esquemas multilaterales existentes debería tender a  fortalecerlos, inyectándoles realismo y efectividad a través de su capacidad de  transformar en hechos las decisiones que se adopten. Cuestionario P — ¿Cuando uno analiza el desarrollo de la  integración de América Latina, especialmente en lo que se ha producido a trapes  de una visión que es a veces demasiado economicista, me vengo  preguntando en los últimos años si el tema de la integración desde un punto de vista político  como Ud. dice, no del técnico, no necesita  renovar en alguna medida una idea fuerza que le dé capacidad de decisión, de  esperanza y de capacidad de entendimiento de nuestros pueblos. Y me  pregunto si la idea fuerza no debería ser el desarrollo científico y  tecnológico, ya que esta idea fuerza puede movilizar la integración mas allá de  los necesarios acuerdos económicos y de otra naturaleza?
 R — Mi respuesta ha de ser muy categórica y se  expresará con un sí con mayúscula, con respecto a lo de la "idea  fuerza". Parece fundamental que un proceso de integración, cualquiera que  sea la metodología que se utilice, en la medida que supone la movilización de  voluntades soberanas, para que en base al consenso puedan alcanzar objetivos  comunes, requerirá de un alto grado de motivación. La integración económica es  siempre un proceso político y por  ello la presencia de ideas fuerza es esencial a su vitalidad. Las ideas fuerzas  están nítidamente presentes en las iniciativas de Jean Monnet y Robert  Schuman cuando en los años 50 se inicia el proceso de integración europea. Son  ideas que tienen que ver con las ansias de paz y progreso de una Europa  destrozada por años de guerra; que tienen que ver con la búsqueda de un rol  histórico para una Europa que observaba el surgimiento de las dos grandes hegemonías de la posguerra; que  tienen que ver incluso con la  valoración de la democracia como sistema político ante los avances visibles del  comunismo soviético en Europa. También observamos la presencia de ideas  fuerza en la gestación y posterior puesta en funcionamiento del Grupo Andino, y ellas se expresan incluso en  decisiones de contenido económico  como pudo ser aquella que estableció el régimen común de inversiones extranjeras.  La superación de la brecha tecnológica, o mejor aún de la brecha de capacidad tecnológica y no sólo del  disfrute tecnológico, que existe entre el mundo Norte y el mundo Sur, y la  neutralización o alteración de los efectos políticos de tal brecha  traducidos en la existencia de países de primera,  segunda y varias otras categorías, sí puede ser una idea fuerza que justifique la voluntad asociativa de un grupo de  paces, su decisión de poner en común  recursos y mercados en aras de objetivos comunes. P - ¿No cree que los distintos regímenes políticos, los distintos  esquemas de culturas y valores impedirán la  integración en profundidad? R — La homogeneidad política y  económica no puede ser requisito para continuar con los esfuerzos de  integración económica de América Latina. Así lo han reconocido recientemente  los países andinos en la reunión de Presidentes  que tuviera lugar en Cartagena (mayo de 1979). Por cierto que a mayor disparidad de circunstancias políticas y  económicas mayores serán las dificultades. Pero en la etapa actual de la  integración —lejos aún de lo que podría  denominarse "integración en profundidad"— las disparidades existentes  no constituyen obstáculos insuperables para avanzar en el desarrollo de preferencias económicas regionales o  subregionales, y de otros mecanismos  de cooperación económica y en el campo de la infraestructura. Tampoco impiden  necesariamente la coordinación de posiciones latinoamericanas en el campo  económico externo, por ejemplo ante las tendencias proteccionistas y discriminatorias que se manifiestan en la Comunidad Europea. P — ¿Hasta qué punto es conveniente la integración para la Argentina y con qué países? ¿nos resulta peligrosa la integración  con Brasil? R — Depende de que contenido le damos ala palabra  integración y en que dimensión temporal  imaginamos el logro de los objetivos que se persigan. Nadie creo puede imaginar  como posible, no digo deseable, que todos los países de la región se comprometan de inmediato a lograr en plazos  perentorios la conformación de un sólo espacio económico, en el que circulen  libremente los productos y los  factores de la producción, y en el que existan una barrera aduanera  común y una política comercial externa común. En sentido estricto ésta sería la  meta del Mercado Común Latinoamericano. En cambio sí parece  razonable que a través de la reestructuración de la ALALC, la consolidación del SELA y de los esquemas  subregionales como el Grupo Andino,  y el desarrollo de múltiples esquemas de cooperación bilaterales en  materia de infraestructura y explotación de recursos naturales, pueda  acentuarse la interdependencia económica y política regional, otorgándosele un  firme signo cooperativo y solidario. Serían, o son, éstos pasos concretos para  disminuir cualquier tendencia que exista ala desintegración, a la fragmentación  latinoamericana. Integración sería entonces concebida como lo contrario a la  tentación tan real de la desintegración regional. En esta, perspectiva  ¿quién podría dudar de la conveniencia para la Argentina de desarrollar  un entorno externo de cooperación y progreso? Son estas épocas difíciles para  la convivencia internacional y las amenazas de  grandes conflictos son tangibles, ciertas. Incluso por razones de seguridad económica,  América Latina adquiere un valor alto para nuestro interés nacional. Pero es también en la perspectiva de la  proyección externa de nuestra capacidad de producción y de servicios que  la región —con su poder de compra actual y  potencial— adquiere una importancia significativa para una Argentina moderna y  saludablemente ambiciosa. ¿Con qué países? En principio con todos, sin  perjuicio que sean los próximos los que ofrezcan desde el punto de vista  económico un interés y una factibilidad mayor. Sin embargo, debe tenerse en  cuenta que los cambios operados en los transportes y en las comunicaciones, han  afectado también la noción de "proximidad" en el comercio  internacional. La Argentina  puede aportar mucho y también recibir mucho, a través de una inteligente  política de vinculación con toda América Latina, poniendo énfasis en su contexto  contiguo, y en los otros tres países  (Brasil, México y Venezuela) que junto con el nuestro concentran las mayores posibilidades de transformar en hechos  decisiones colectivas que se adopten. Una acción conjunta con estos  otros países puede tener efectos muy positivos en el desarrollo de la  interdependencia latinoamericana, e incluso en la eficacia de los organismos  multilaterales existentes en la región. La  relación con el Brasil debe ser intensa en todos los planos. El cambio operado  a partir del acuerdo tripartito entre la Argentina, Brasil y el Paraguay, es sumamente  positivo. No se trata de ver esta relación en términos de bloques exclusivos, o  excluyentes, ya que ello no correspondería a la realidad internacional ni a los  intereses nacionales de ambos países. Se trata sí de aprovechar el  extraordinario potencial de acción conjunta que existe en lo económico, lo  político y lo cultural. En cuanto a peligros, por temperamento prefiero  examinar nuestra acción en términos de posibilidades y desafíos. Con mentalidad creativa y positiva. No con  mentalidad defensiva. Nuestra política exterior ha estado muy marcada  por mucho tiempo por una mentalidad defensiva. Es hora de actuar con espíritu  de ganador y no de perdedor. En esta perspectiva la relación con el Brasil es  una gran posibilidad, y también un gran desafío. P — ¿Existe  para Ud. alguna relación entre el rol que juega Venezuela en el ámbito internacional trilateral, y el papel que  juegan las corporaciones transnacionales en el proceso de integración en América Latina? R — La Comisión Trilateral  es producto de una realidad económica y política internacional, y que es el  grado de poder mundial que concentran las grandes  democracias industrializadas. No creo que tenga sentido exagerar su influencia  sobre tal realidad. Reconocer el hecho de la Comisión Trilateral  es distinto a atribuirle a ese hecho una  incidencia significativa en la realidad trilateral. En concreto, no soy  partidario de interpretaciones conspirativas de la realidad internacional que  tiendan a magnificar el rol de determinados agentes  de esa realidad. No significa eso desconocer su influencia en la generación  de ideas, y en el desarrollo de una racionalidad política y económica funcional  a las tendencias al congelamiento al poder mundial que se observan en el segmento Norte del sistema  internacional. Pero sí significa resistirse a visiones simplistas de la vida internacional, que al desconocer su  complejidad pueden tomar equivocado  el diagnóstico e ineficaz la acción. Es interesante seguir el pensamiento  de la denominada Comisión Trilateral, como el de  otros centros de pensamiento y acción internacional. Es peligroso exagerar  su influencia. El tema de las corporaciones internacionales en la integración latinoamericana es muy amplio y complejo. Supone introducirse muy a fondo en el  mundo de las transnacionales y en el de la integración. Lo cierto es que las  transnacionales son un hecho, que su participación en el comercio intralatinoamericano  también es un hecho, y que también lo es su interés por el desarrollo de esquemas de integración económica en  América Latina. Son hechos que tienen mucho que ver con el origen de  nuestra industrialización, con las primeras  políticas de sustitución de importaciones y con las posteriores de  fomento de exportaciones. Pero también es un hecho que estos hechos no siempre  han producido resultados positivos para nuestros intereses nacionales. Una  política realista tiene que estar orientada a la creación de contrapesos a través del fortalecimiento de las  empresas nacionales, de su proyección al mercado regional, y en particular  a través de un serio, constante y costoso proceso de desarrollo  tecnológico propio. Sólo con tal acción es  factible conciliar el hecho de las transnacionales con una integración  económica regional que no sea prioritariamente aprovechada por ellas. P — ¿Cree viable la cooperación horizontal entre  países latinoamericanos de distintos niveles  de desarrollo? R —  No sólo creo que es viable, sino  que también creo que al demostrar su viabilidad estaríamos efectuando un aporte  positivo al conjunto de las relaciones  económicas internacionales. Si no fuera viable, ¿cómo sería posible plantear  la necesidad de cooperación entre países altamente industrializados v los  países en desarrollo, incluyendo el nuestro? |