| Este panel brinda una oportunidad para un diálogo técnico, 
        y en mi caso a título personal. No sólo sobre el futuro 
        de la OEA, piedra angular del sistema interamericano, pero también, 
        y ello es quizás más importante, sobre la relevancia de 
        las relaciones interamericanas para la agenda de cuestiones prioritarias 
        para cada uno de nuestros países en los noventa. En tal sentido la pregunta a formularse sería la de para qué 
        le sirve la dimensión interamericana de sus relaciones externas 
        a cada uno de nuestros países. Particularmente para sus relaciones 
        económicas internacionales. Esta dimensión interamericana cruza por cierto por la relación 
        de cada uno de nuestros países con la principal potencia y el principal 
        mercado del sistema regional, que son los Estados Unidos, Pero sólo 
        puede ser captada en todo su alcance en la medida que tal relación 
        bilateral aparezca condicionada por situaciones o relaciones que se dan 
        con otros países latinoamericanos y que puedan incidir en la forma 
        en que cada país y especialmente los Estados Unidos, perciben o 
        idealizan el papel que debería tener el entorno económico 
        regional interamericano en su propia política económica 
        externa, global o regional. En esta perspectiva hablar de la relevancia 
        de las relaciones interamericanas para lo que podríamos denominar 
        la "Agenda del Fin de Siglo" de cada uno de los países 
        latinoamericanos, significa fundamentalmente interrogarse sobre el papel 
        que la región como un todo puede tener en la relación económica 
        de cada uno de sus integrantes con los Estados Unidos, y sobre la forma 
        en que los Estados Unidos, percibe o idealiza su relación con la 
        región. Y es que en el pasado, con frecuencia la relación bilateral con 
        los Estados Unidos se ha visto afectada por el desencuentro, en cuanto 
        a cómo deberíamos habernos comportado, unos y otros, frente 
        a situaciones concretas originadas en problemas específicos planteados 
        en la región. El ejemplo histórico más nítido 
        ha sido por cierto la desinteligencia originada en la percepción 
        que unos y otros tuvieron del "Problema Cuba", que incluso afectó 
        seriamente la viabilidad de nuestras incipientes experiencias democráticas 
        en los años sesenta. También el denominado problema de la 
        deuda externa ha sido percibido como una fuente de frustraciones. Creo entonces que el diálogo abierto hoy a través de este 
        panel debería estar centrado en la relevancia de la dimensión 
        interamericana para nuestras relaciones económicas internacionales 
        y nuestro proceso de democratización y de transformación 
        económica, en la década de los noventa Quisiera referirme a tres cuestiones específicas: 
         Como pueden incidir los dramáticos cambios internacionales 
          actuales en el futuro de las relaciones económicas interamericanas.
 
 En qué forma nuestros actuales procesos de democratización 
          y de transformación económica pueden afectar nuestra percepción 
          de lo que esperamos de las relaciones económicas interamericanas 
          y,
 
 Cómo pueden insertarse los esfuerzos de integración 
          económica Latinoamérica, en la capacidad de nuestros países 
          de expresarse como una región económica organizada en 
          el marco interamericano y no solo como una red no siempre coherente 
          de relaciones bilaterales. En relación al primer tema, quiero resaltar aquí dos aspectos. 
        El primero se refiere a la incertidumbre como rasgo dominante de una realidad 
        internacional muy fluida y dinámica. Muy poca gente pudo predecir 
        aun la evolución futura de los acontecimientos desencadenados a 
        partir de la "Revolución del Este. Ellos nos obliga a ser 
        muy prudentes en cualquier predicción futura. La incertidumbre 
        domina el escenario internacional. El segundo se refiere a tres rasgos distintivos que emergen con cierta 
        claridad en la realidad internacional actual, y que probablemente predominen 
        aun en las relaciones internacionales de los próximos años. 
        Ellos son: a) la relativa desideologización de las relaciones de 
        poder entre las grandes potencias, b) la emergencia del comercio como 
        eje de las relaciones internacionales contemporáneas, y la ampliación 
        del concepto de comercio para abarcar un espectro de las transacciones 
        económicas entre naciones (esta evolución resultó 
        muy nítida en la negociación de la agenda de las actuales 
        negociaciones de la Rueda Uruguay), c) la creciente politización 
        de las relaciones económicas internacionales, cada vez más 
        administradas por actos gubernamentales de apoyo a sus operadores económicos 
        en la competencia externa. Se observa en tal sentido, la emergencia de 
        un sistema económico internacional en el que compiten grandes unidades 
        económicas nacionales y también plurinacionales, los Mega-Mercados, 
        usando a tal efecto todos los medios disponibles para competir, incluso 
        el comercio administrado. Creo que estamos viviendo el tránsito de un sistema internacional 
        dominado por lo que podríamos que denominar las Mega-ideologías, 
        expresadas de alguna manera en bloques militares, a uno centrado en la 
        idea de Mega - Mercados. La lógica de la competencia entre Mega-Mercados 
        tendrá fuerte incidencia en el comportamiento futuro de las naciones, 
        y tengo la impresión traerá como consecuencia un mayor énfasis 
        en el concepto de Socio - Competidor y no en el de Aliado - Enemigo. Nuestras 
        políticas van a estar más dirigidas al socio-competidor, 
        y tendrán una creciente participación junto a los gobiernos, 
        de protagonistas económicos y sociales, tal como lo señalara 
        en su intervención Elliott Abrams. Las relaciones van a ser más 
        societales que gubernamentales. Emerge así el concepto de "Trading 
        State", tal como lo planteara en su reciente libro el Profesor Rosecrance, 
        por contraposición al "Territorial State". Sin embargo, 
        es ahora claro que seguiremos observando la tensión constante entre 
        las relaciones internacionales de los "Mega-Mercados" y la más 
        tradicional dominada por factores nacionalistas, territoriales, étnicos 
        y religiosos. También aparece claro que el concepto de marginalidad va a tener 
        que ser redefinido ante las nuevas realidades. Ser marginal significa 
        hasta ahora estar fuera de lo que Stanley Hoffman denominaba la "Línea 
        de Principal Tensión" en las relaciones internacionales, y 
        en tal perspectiva la óptica dominante era la del valor estratégico-militar 
        relativo de cada nación. Ser marginal en el futuro será 
        no saber aprovechar las oportunidades originadas por la competencia entre 
        los mega-mercados. La marginalidad relativa de una nación no dependerá 
        tanto de su valor estratégico en la confrontación Este-Oeste. 
        Sí dependerá de la capacidad de cada nación de encontrar 
        ventanas de oportunidad en la competencia entre los mega-mercados. En 
        tal sentido, el mundo de los noventa será inhóspito para 
        los solitarios, para quienes no, sepan o no puedan tejer una red de alianzas 
        estratégicas con otras naciones, una red de socios, para poder 
        competir para preservar o expandir su participación en los mercados 
        mundiales. Y el tejido de alianzas no será solamente entre naciones, 
        pero también deberá permear al nivel societal y al mundo 
        de los operadores económicos. El segundo tema se refiere a lo que está pasando en nuestra América 
        Latina. La región aparece dominada por los procesos de tránsito 
        hacia sistemas democráticos estables y de transformación 
        económica hacia sistemas económicos modernos y competitivos. 
        En tal sentido lo que llama la atención es la emergencia de una 
        nueva cultura política en la región. Yo creo que deberíamos 
        aquí reflexionar sobre este hecho, porque está cargado de 
        implicancias con respecto a nuestra futura inserción en el sistema 
        internacional y en el mundo de los mega-mercados. Percibo en tal sentido, una América Latina mucho más proclive 
        a valores de competencia, tanto en lo económico como en lo político, 
        consecuencia del fenómeno de la democratización, y mucho 
        más proclive a valorar la idea de negociación, en todos 
        los planos, en todo momento. Competir y negociar aparecen así como 
        valores que tienden a arraigarse en nuestra cultura política. Negociar 
        para competir mejor. Tiene mucho que ver también con la valoración 
        del deporte en nuestras sociedades. Y especialmente en nuestras juventudes. 
        Prepararse para competir es parte de la vida diaria de cualquier joven 
        deportista. Por otro lado se observa el arraigo de políticas orientadas a 
        crear "hábitats" favorables a la competitividad externa 
        de nuestros países. Es como si se hubiera asimilado a nivel societal la idea de que cada 
        uno debe defenderse por sus propios medios, y que es necesario capacitarse 
        y organizarse para mejor competir en los mercados mundiales. El mundo 
        de los noventa no parece dispuesto a tolerar ni solitarios ni ineficientes. La tarea de prepararnos para competir, de movilizar nuestras energías 
        sociales para competir como naciones, se ve dificultada por los problemas 
        de arrastre de los años setenta. Financiamos alegremente nuestros 
        desajustes con el crédito externo hasta que tuvimos que competir 
        por los recursos financieros con competidores mucho más dotados 
        para atraer el financiamiento internacional, incluso nuestros propios 
        recursos financieros. Y al mismo tiempo tenemos que consolidar sistemas 
        democráticos y transformar nuestras economías. De alguna forma nuestra región esta siendo la excepción 
        en cuanto al tratamiento que el mundo occidental ha dado en la post-guerra 
        a los otros casos de consolidación de "Democracias Nacientes", 
        Ellos son el de Europa Occidental en los cincuenta, el de Europa Mediterránea 
        de los setenta y ahora, el de Europa del Este en los noventa.  El común denominador de estos casos ha sido el de la acción 
        deliberada del mundo occidental para crear en torno a estos esfuerzos 
        de democratización, un "friendly International economic environment" 
        que sustentara la necesaria disciplina social que implica la transformación 
        económica en un medio democrático. Cabe preguntarse ¿dónde 
        están los esfuerzos del mundo occidental por crear este ambiente 
        económico internacional amistoso o favorable para los esfuerzos 
        de democratización y de transformación económica 
        de la región? El tercer tema es el de la integración económica de los 
        países latinoamericanos. A pesar de todos los esfuerzos sigue existiendo 
        una brecha entre la voluntad política de integrar y las realidades 
        económicas. Y el hecho que América Latina no ha podido concretar, 
        en la forma deseada, tales esfuerzos genera un marcado desbalance económico 
        en el sistema interamericano. Sin embargo en este momento se observa, como factor positivo, un nuevo 
        planteamiento estratégico de la integración regional, que 
        debería facilitar su valoración positiva en el sistema interamericano. 
        En efecto, la integración regional planteada en la actualidad, 
        por gobiernos y operadores económicos, como parte de la estrategia 
        de transformación económica y de capacitarse para competir 
        a escala global. La integración pierde su acento defensivo y se 
        acentúa por el contrario en ella, las connotaciones positivas de 
        un serio esfuerzo para organizarse para competir en los mercados mundiales, 
        para crear un "hábitat" regional favorable a la competitividad 
        externa de las naciones latinoamericanas. Este replanteamiento estratégico, muy claro en las definiciones 
        del Grupo de los Ocho, en las de la CARICOM y en las del Grupo Andino, 
        debería facilitar en el futuro el apoyo constructivo por parte 
        del sistema interamericano a los esfuerzos latinoamericanos, contribuyéndose 
        así a la creación de un entorno económico regional 
        e internacional favorable a los procesos de democratización y de 
        transformación económica, como la integración europea 
        apoyada por los países occidentales, lo ha sido para las democracias 
        nacientes de Europa Occidental primero, de Europa Mediterránea 
        luego, y ahora parece serlo para los de Europa del Este. Creo que el apoyo 
        activo a la integración económica latinoamericana, concebida 
        como forma de organizarse y capacitarse para competir como naciones en 
        el mundo de los mega-mercados, puede convertirse en el eje de la revalorización 
        de la dimensión interamericana de nuestras relaciones económicas 
        internacionales, por encontrarse en tal apoyo la sustentación efectiva 
        a los esfuerzos de disciplina social interna que significan encarar a 
        la vez, los procesos de democratización y de transformación 
        económica de nuestras naciones. |