| Introducción: tendencias mundiales en integración  económica y libre comercio "La guerra fría esta  superada. El principal desafío que ahora enfrentan los Estados Unidos es el de competir en un mercado global en  rápido cambio y expansión. Este acuerdo va a nivelar el campo de juego en Norte América, permitiendo a las firmas americanas  incrementar sus ventas desde Alaska al Yucatán. Eliminando barreras y  expandiendo el comercio, NAFTA va a permitir a nuestras firmas ser más  competitivas en todo el mundo. Hemos visto que ésta ha sido la consecuencia del  Acuerdo de Libre Comercio entre los Estados Unidos y el Canadá; veremos ocurrir  esto aún más con NAFTA. Mercados abiertos en México y Canadá significan más  fuentes de trabajo en los Estados Unidos". (Declaración del Presidente de  los Estados Unidos, George Bush, el 12 de agosto de 1992, con motivo de la finalización  de las negociaciones del NAFTA). "Este amplio mercado, sin fronteras, por su  dimensión y por las posibilidades que ofrece para la cooperación científica,  técnica y comercial, brinda una oportunidad única a nuestra industrias de  mejorar su competitividad. Va también aumentar el crecimiento y el empleo, y a  contribuir a un mayor equilibrio en la economía mundial" (Introducción del  Presidente de la Comisión  de las Comunidades Europeas, al libro "1992. The benefits of a single  market". 1988).  Un mismo enfoque. Dos contextos distintos. Integración  para competir aparece como el tema central que articula la actual tendencia a  la conformación de grandes bloques económicos multinacionales. La idea es  similar en todas partes: crear primero en el plano doméstico, luego en el  entorno internacional inmediato y en el global, un ambiente económico y social  favorable a la inversión, a la  incorporación del progreso técnico, para mejor competir con bienes y servicios con  alto valor agregado intelectual en los mercados del mundo. La integración económica es  visualizada entonces con un carácter extrovertido y como una pieza más en el arsenal de medidas que  una nación adopta para competir en el mundo, en aquellas actividades en las  cuales cree tener claras ventajas. No implica una contradicción con la  tendencia a la globalización. Por el contrario su finalidad es facilitar la  inserción en la economía global. Esta es la esencia del nuevo planteamiento  estratégico de la integración económica, que de hecho se ha generalizado en  todo el mundo. Competitividad y selectividad, a través de la conformación de  espacios económicos más amplios que el nacional, son consecuencias entonces en  esta perspectiva, de los desafíos que a cada economía le plantea la  globalización de la economía mundial.  Es que se esta extendiendo el consenso en el sentido  que el desafío central de cualquier sociedad hoy en día, cruza por la  generación de riqueza en términos competitivos con los de las otras sociedades,  a fin de atraer capitales relativamente escasos y generar suficiente empleo  para satisfacer expectativas de bienestar de la población, y consolidar así  instituciones democráticas que garanticen a la vez libertad y equidad social.  Por lo demás, en un cuadro económico internacional  plagado de tentaciones al proteccionismo, en el que la suerte final de la Rueda Uruguay del  GATT es aún incierta, lo natural es que todos los protagonistas de la  competencia económica global busquen entablar alianzas estratégicas para mejor  competir y negociar en todos los frentes. La acción solitaria no ofrece  perspectivas claras. Sobretodo para quienes no tienen una dimensión económica  mínima, ni el poder económico suficiente para ser interlocutores válidos, a la  hora de definir las reglas de juego de la futura competencia por mercados y  recursos escasos.  Es un enfoque que produce entonces reacciones en  cadena. El Primer Ministro de Singapur lo reflejaba claramente cuando decía al  inaugurar la Cumbre  de la Asociación  de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), en enero de 1992, que el movimiento  hacia la formación de grandes mercados en Europa y en América "están  definiendo el nuevo ambiente de negocios en Asia". Situaba la cuestión en  su verdadera perspectiva, al agregar que los inversores van a localizar sus empresas  donde pueden manufacturar sus productos al más bajo costo, ganando acceso al  mercado doméstico más amplio y a la vez, enfrentado la menor incertidumbre con  respecto al acceso a los mercados globales. Y agregaba en el mismo sentido que,  "al menos que la ASEAN  pueda igualarse a las otras regiones, a la vez como una base para inversiones y  como un mercado para sus productos, las inversiones de las empresas  multinacionales van a desplazarse de nuestra parte del mundo hacia Europa y  América" (International Herald Tribune. 28 de enero de 1992, p. 13).  Transformar una economía, para tornarla más atractiva  para la inversión, especialmente la originada en el inversor que opera a escala  global, es crecientemente el enfoque central que esta detrás de los esfuerzos  de integración económica que desarrollan en la actualidad en Europa, en Asia y  en las Américas. La metodología de integración cambia de un caso al otro. Por  ejemplo, en el caso del Japón en el Asia, esta centrado más que en acuerdos  formales intergubernamentales en el vínculo entre empresas (The Economist:  "Japan ties up the Asian Market", abril 24 de 1993, p.33). E incluso  en el caso de China se observa la tendencia a una integración informal en el  Asia a partir de las conexiones de la "diáspora China", es decir de  los capitalistas chinos dispersos en varios de las principales economías del  Sudeste asiático. Pero la motivación central es la misma: atraer capitales  escasos. Lo sostenía Jaime Serra Puche ante el Senado mexicano, ya en 1991,  cuando explicando el enfoque de las negociaciones de NAFTA afirmaba, con razón,  que "la década de los noventa esta caracterizada por la escasez de  capitales y por ende, por una intensa y creciente competencia por la atracción  de flujos de inversión...". Y The Economist. al preguntarse sobre si  estamos ante el surgimiento de la "fortaleza Asia", señalaba que el  boom en ASEAN ha sido impulsado por las inversiones extranjeras, pero con el  pool de capitales disponibles disminuyendo en el mundo desarrollado y China  ofreciendo las perspectivas de un inmenso nuevo mercado en expansión, los  países de la región saben que ellos deberán conformarse pronto con una porción  menor de una menor cantidad de inversiones (The Economist: "Fortress Asia?", octubre 24 de 1992, p.35).  El hecho que el planteamiento estratégico de la  integración económica tiende a asimilarse en las distintas regiones del mundo,  explica por lo demás que la agenda de cuestiones relevantes de cada proceso de  integración, tienda también a igualarse. Algunos de los problemas más  acuciantes que se plantean en la   Europa comunitaria -por ej. los del empleo, de las  migraciones y del medio ambiente- subyacen también en el debate actual sobre el  NAFTA, especialmente en el Congreso americano. La apertura comercial y la  integración económica, son percibidas como aceleradores de la tendencia a  transferir hacia terceros países, los problemas estructurales de empleo que se  han generado en las últimas décadas como consecuencia de los cambios  tecnológicos, especialmente en los países más industrializados. En muchos  países, la puja por el empleo ha quedado en el centro mismo del debate nacional  sobre la conveniencia de la participación  en esquemas de libre comercio e integración económica. En ella se centra el  dilema sobre el grado de apertura que tendrán en el futuro los bloques  económicos regionales (The Economist: "He wants your job", junio 12  de 1993, p.15).  Desde el punto de vista  estratégico, al menos cuatro cuestiones sobresalen como comunes en la agenda de prácticamente todos los  esquemas contemporáneos de integración económica: 
         a. la tensión entre los requerimientos de  centralización institucional que plantea un proceso de integración que aspira a  tener efectividad y eficacia, con los originados en la afirmación de intereses  locales y sectoriales de cada uno de los asociados;  b. los  alcances y las modalidades del esfuerzo de disciplina macro-económica, que necesariamente  implica el compartir entre un grupo de países una estrategia de inserción competitiva  en la economía global;  c. la conciliación conceptual y operativa  entre los diferentes ámbitos de inserción económica internacional en el que  aspiran participar los asociados, y  d. la conciliación, también en el plano conceptual y en  el operativo, de distintos 
          ritmos e intensidades de integración económica, para el que se sienten  capacitados cada uno de 
        los asociados, sus empresas y sus regiones internas. Son cuestiones hoy en día  relevantes, tanto en la estrategia de la integración europea luego de Maastricht, en la de NAFTA, en la del  Grupo Andino y la del G.3, en la del Mercosur, y por cierto también, en la de la integración económica centroamericana tras  su reciente relanzamiento. En torno a ellas se plantea un dilema  clásico, visible en toda experiencia de integración económica, entre las  demandas originadas en realidades nacionales con las derivadas de las  realidades internacionales y en particular, de la adscripción activa a una  realidad regional.  Este informe intenta aportar algunos elementos que  faciliten, en el caso centroamericano, la necesaria reflexión y debate sobre  los modos más prácticos de concretar en el tiempo, un planteamiento estratégico de integración económica para mejor competir  y negociar en un mundo de bloques y de escasez relativa de capitales.  Obviamente su objetivo no es examinar la evolución  histórica o reciente, de la idea y la práctica de integración económica en  Centroamérica. Sobre este tema se han escrito varios informes que permiten  ilustrar cabalmente el desarrollo de la integración centroamericana y su actual  replanteamiento estratégico (ver en el anexo bibliográfico las lecturas  recomendables al respecto).  Por el contrario, lo que se pretende es revisar  algunos conceptos y enfoques que se observan en distintos procesos  contemporáneos de integración económica y de libre comercio. y que debidamente  ponderados pueden facilitar el accionar práctico de los protagonistas de la  integración centroamericana. Muchas de las dificultades que se han observado en  el pasado en los esfuerzos de integración económica en América Latina, derivan  en mi opinión, de una aplicación poco critica de conceptos y enfoques muchas  veces derivados de planteamientos teóricos sin sustentación histórica, o de una  apreciación poco profunda de lo que en materia de integración económica ha ocurrido  en Europa.  Las cuestiones que se abordan en el informe, han sido  seleccionadas precisamente para provocar el debate sobre algunos de los  aspectos de la estrategia de integración económica en los que se ha observado  en el pasado, mayores mal entendidos y que por ende, más han dificultado las  necesarias decisiones internas que toda sociedad debe adoptar, cuando quiere  participar activamente de un pacto multinacional de integración o de libre  comercio. No son por cierto, las únicas  cuestiones relevantes. Pero son en mi opinión, aquellas que más dificultades  producen particularmente en la interacción de factores económicos, políticos  y jurídicos que inciden en la estrategia nacional de integración económica y  libre comercio.  Por ello, el informe contendrá primero, un rápido  repaso de los elementos caracterizantes del nuevo planteamiento estratégico de  la integración económica (capítulo II); luego  se detendrá a examinar factores que inciden en la búsqueda por parte de un país  de su integración económica con otro u otros países con los que comparte una  región (capítulo III);  a continuación, se  presentaran los rasgos comunes y diferenciales que se observan en los distintos  procesos contemporáneos de integración económica (capítulo IV); se planteará enseguida un enfoque para la cuestión institucional (capítulo V); se abordará la  cuestión de la coordinación macroeconómica (capítulo VI);  y se plantearán, en el marco de las  actuales tendencias internacionales, algunas reflexiones sobre transformación  productiva, organización interna y competitividad empresaria (capítulo VII).
 Finalmente, se extraerán algunas conclusiones que  pueden ser de validez para el caso centroamericano, a la luz de la más reciente  evolución latinoamericana en materia de integración y libre comercio, y de la  propia evolución de la integración centroamericana, en especial, a partir de la  iniciativa del Protocolo al Tratado General de Integración Económica  Centroamericana (capítulo VIII)
 II. El nuevo planteamiento estratégico de la integración Qué objetivos se persiguen y cómo alcanzarlos, son  preguntas relevantes para cualquiera planteamiento estratégico de integración  económica y de libre comercio. La relación con el mundo, es decir con el resto  de los países pero en especial con los de la OECD, es normalmente el punto de partida del  razonamiento que conduce a las decisiones de integración económica.  En la década de los noventa, la extroversión es uno de  los rasgos distintivos del planteamiento estratégico de la integración  económica en América Latina. Luego de un largo período en que ella fué  concebida prioritariamente para favorecer el crecimiento del comercio intra-latinoamericano en estrecha asociación con  la estrategia de sustitución de importaciones, hoy se la concibe  fundamentalmente como un instrumento funcional a la idea de capacitarse para  competir a escala global. Ello esta claro tanto en el caso del Mercosur, como  en los replanteamientos que recientemente se han efectuado en el Grupo Andino,  en Centroamérica y en el Caricom.  En realidad la evolución del  planteamiento estratégico, se comienza a esbozar ya a finales de los setenta, partir del fracaso  relativo de la ALALC  y con el surgimiento de políticas más agresivas para promover exportaciones  industriales. La segunda crisis del petróleo primero y luego la de la deuda  externa, contribuyen a acelerar la búsqueda de nuevos enfoques de trabajo  conjunto entre los países latinoamericanos, para mejor competir y negociar a  escala global. En un primer momento, sin embargo, el replanteo estratégico  tiene todavía un fuerte componente defensivo, como consecuencia de los efectos  de la deuda externa. Pero ya en las primeras reuniones del Grupo de Río, se  empiezan a observar los elementos del cambio estratégico (Acapulco 1987, Lima  1988 y Buenos Aires 1989). Estos habían sido anticipados en trabajos técnicos y  académicos, originados especialmente en la CEPAL, el INTAL y el BID. Ya a comienzos de la  actual década, están ellos plenamente afirmados en los esquemas de integración  subregional tradicionales (Grupo Andino, CARICOM y Centroamerica), asi como en  el lanzamiento del Mercosur y del Grupo de  los Tres (para un análisis detallado y actualizado, sobre la evolución  reciente de la integración y el libre comercio en América Latina, el autor se  remite al excelente Dossier n° 44. publicado en marzo de 1993 por el IRELA  (Madrid), titulado "Integración y cooperación en América Latina: Enfoques  nuevos, esfuerzos múltiples").  Algunos de los principales rasgos del nuevo  planteamiento estratégico de la integración en América Latina son, en mi  opinión: 
         el reconocimiento de que es necesario  crear, a través 
          de la integración económica, un entorno externo  favorable a los procesos internos de consolidación de la democracia, de  transformación productiva a través de la incorporación del progreso técnico  para obtener fuertes ganancias de productividad así como una utilización más  eficiente de recursos naturales y humanos, y de inserción competitiva en la  economía global;
 
 el énfasis en  mecanismos automáticos y en la desregulación de las transacciones económicas internacionales, a fin de  limitar la necesidad de actos gubernamentales y facilitar el máximo  protagonismo de los agentes económicos; 
 
 un perfil  arancelario externo bajo, eventualmente común y la eliminación de restricciones no arancelarias, a fin de  de estimular la competitividad internacional; 
 
 una disciplina macro-económica colectiva,  asentada en el control de las respectivas macroeconomías y orientada a crear  condiciones estructurales de competitividad internacional;
 
 la  negociación de reglas de juego estables, protegidas por mecanismos arbitrales o  jurisdiccionales eficaces, sean ellos permanentes o ad-hoc, especialmente en  materia de prácticas desleales de comercio y de restricciones a la competencia  económica (originadas en actos y políticas gubernamentales o de los agentes  económicos), a fin de estimular la inversión en función de los mercados  ampliados;
 
 el aprovechamiento de la mayor capacidad  de negociación económica internacional que se obtiene a partir del nuevo  espacio económico obtenido, a fin de incidir en la definición de reglas de  juego internacionales que favorezcan la competitividad internacional de cada  economía nacional, especialmente en el marco del GATT y en el Hemisférico, y
 
 la inserción de cada proyecto de  integración, en el marco más amplio de una estrategia de alianzas económicas  internacionales múltiples, de cada país y de sus respectivas empresas. La  integración es visualizada, en esta perspectiva, como el resultado de alianzas estratégicas  gubernamentales, orientadas a facilitar el desarrollo de alianzas estratégicas empresarias,  especialmente a través de la participación en redes de comercialización y de producción,  tanto a escala regional como global.  Es obvio que este nuevo planteamiento estratégico,  esta asentado en las realidades de los profundos cambios que se han introducido  en las estrategias y en las políticas económicas de los países latinoamericanos  en los últimos cinco años, así como en la percepción de los cambios operados en  la realidad económica mundial. La integración económica es entonces concebida  como una consecuencia natural de las nuevas políticas económicas: es un  subproducto y no una causa del cambio económico a nivel interno.  Supone además compartir la idea que el ingreso  nacional aumentará en la medida que un pacto de integración, abierto al mundo,  facilite la competitividad internacional de la economía, permita anclar políticas económicas (y  democracia); asegure las exportaciones frente a tendencias proteccionistas  de los demás asociados, y contribuya al fortalecimiento del sistema  multilateral de comercio internacional. Y al lograr tales objetivos, contribuya  a atraer inversiones, propias y extranjeras, hacia la producción eficiente de  bienes y servicios transables internacionalmente, permitiendo así la generación  del empleo necesario para alcanzar mayores niveles de bienestar y por ende,  para consolidar la democracia. III. ¿Qué lleva a un país a integrarse con otro u otros? El momento fundacional es muy importante para  encontrar respuestas a los interrogantes que plantea la decisión de un país de  asociarse con otro u otros en un proceso de integración. Para el caso  centroamericano, creo que debe entenderse por momento fundacional el actual, es  decir el momento en que libremente los países de la región deciden replantear y  relanzar el proceso de integración económica, sin perjuicio que se produzcan  efectos de arrastre de la etapa iniciada en 1960, cuando la firma del Tratado  de Managua.  Son interrogantes "existenciales", que se  deben plantear en relación a cualquier proceso tendiente a construir una  alianza económica voluntaria entre naciones independientes, por medio de la  cual, a la vez que se comprometen condiciones de acceso privilegiado y estable  -jurídicamente garantizado- al mercado de los asociados, se preservan márgenes  de independencia en el campo de sus políticas económicas y en particular, en el  de sus relaciones exteriores.  Son interrogantes útiles para un análisis orientado a  comprender el comportamiento de cada uno de los distintos protagonistas  envueltos en la construcción de una alianza con tales características, así como  para comprender sus modalidades, su dinámica a través del tiempo y su interacción  con otras dimensiones del relacionamiento económico externo de los respectivos  asociados. Pueden ser útiles asimismo, para la determinación del  derrotero futuro de una alianza económica que se encuentra viviendo sus  primeras etapas de construcción, como es el caso del Mercosur o del Grupo de los  Tres, y en forma más incipiente aún, el de la alianza comercial hemisférica,  experiencias que aún están transitando la fase de la precisión de sus objetivos  y del delineamiento  de su diseño  arquitectónico.  Son útiles también, para  orientar las grandes definiciones conceptuales y operacionales que implica  la reconstrucción de una alianza económica,  de profunda raíz histórica, como es el caso de Centroamérica. Implican aceptar  la idea que en Centroamérica, como en otras partes, la integración  económica sólo puede ser comprendida en su lógica interna y en sus modalidades  prácticas, desde el prisma de cada protagonista nacional, o sea de cada uno de  los países del Itsmo.  Por lo demás, son interrogantes que cobran mayor  importancia aún, si se trata de definir la arquitectura de integración,  incluyendo la institucional, que más conviene establecer, desde la perspectiva  de cada uno de los asociados. Sólo entendiendo lo que cada país pretende lograr  en un proceso de integración, es posible definir la estructura institucional  comunitaria y el papel a desempeñar por los órganos comunes.  En mi opinión, los siguientes son algunos de los  interrogantes básicos a plantear, y que requieren de una respuesta adecuada  desde la perspectiva concreta de los intereses nacionales de cada asociado:  1. ¿Qué lleva a un país a  adoptar la decisión de integrar su mercado con el de otro u otros países, generalmente contiguos?   ¿Qué objetivos nacionales se persiguen?  ¿mejorar su posición negociadora en  la economía mundial?; ¿alcanzar niveles de competitividad internacional  acordes con los de sus principales competidores?; ¿atraer a los competidores  e inversores que operan a escala global?; ¿proteger su propio mercado?; ¿protegerse contra el proteccionismo de sus socios?; ¿razones básicamente  económicas o también de política internacional?  La experiencia contemporánea indicaría al respecto  que, en general, las razones son múltiples y que además, pueden ser distintas  para cada uno de los respectivos países. Es decir, no son necesariamente las  mismas para los distintos asociados. Para entender la lógica interna de un  proceso de integración, su posible evolución futura y el comportamiento  previsible de los socios, se requiere siempre entonces responder tales  preguntas desde la perspectiva de cada uno de los asociados. En mi opinión esto  es crucial. Pero no siempre se recuerda a la hora de las propuestas que se  efectúan en el campo de la integración, o a la hora del análisis de las  distintas experiencias.  Creo que la experiencia indica  que todas las decisiones de integración, en el momento fundacional, se basan en  concretas racionalidades nacionales y no en hipotéticas racionalidades supranacionales. Se basan  particularmente, en una determinada lectura que el respectivo país, especialmente  sus dirigentes, efectúa de las tendencias que marcan la realidad internacional  en un momento histórico concreto.  Es decir que la decisión nacional de integrarse con  otro u otros, parte por lo general de percepción que en cada país se tiene de la  situación internacional y de su probable evolución futura, y lo que ella puede  significar para su independencia como nación o para otros objetivos nacionales,  políticos y económicos. En mi opinión, en la actualidad  tiene una incidencia fundamental en tal decisión, la lectura que efectúa una sociedad sobre sus  posibilidades de negociar y de competir, en forma aislada, en un mundo que  tiende a organizarse en grandes bloques económicos multinacionales y en el que el proceso de inversión se canaliza crecientemente  por empresas organizadas a escala global.  La agregación de recursos de poder económico y la  búsqueda del acceso garantizado a mercados y a suministros, a través de  acuerdos gubernamentales multinacionales, tiene entonces mucho de reactivo e  incluso, de imitativo. Es el efecto de demostración de lo que otros hacen, lo  que a la hora de la decisión tiene un peso gravitante en cada competidor. Por  ejemplo, parece un hecho aceptado que la decisión europea de 1985 de construir  el mercado único, tuvo un impacto profundo en la aceleración que se observa con  posterioridad en otras regiones, en la tendencia a la conformación de  megamercados y de bloques económicos multinacionales.  La experiencia histórica de los últimos cincuenta  años, parecería indicar además, que uno de los factores que más incide en la  decisión nacional de integrar un mercado con otro u otros, es la necesidad que  percibe la dirigencia de un país, de crear un entorno externo favorable para un  esfuerzo interno de democratización y de modernización económica, especialmente  por el efecto disciplinante y de anclaje  (democrático y macro-económico) que produce la asociación con países más  ordenados y estables, y con mayor poder económico y político relativo. Los  casos de España y Portugal en Europa, y el de México en América del Norte,  ilustran lo afirmado.  También parecen tener importancia en la decisión  nacional de buscar la integración económica con otros países, la necesidad de  aumentar la capacidad negociadora frente a otros bloques comerciales o  megamercados (por ej. el caso de los Estados Unidos en el ámbito de la Rueda Uruguay del  GATT o del Brasil ante los Estados Unidos en el ámbito hemisférico), o la necesidad de contrapesar los efectos que otros  bloques puedan tener sobre la posición competitiva y negociadora  relativa de una nación (por ej. el caso los principales países comunitarios  ante al poder económico del Japón, y el de los Estados Unidos ante el propio  Japón y a Europa 92).  Pero en otros casos, un factor importante parece ser  el protegerse contra la precariedad en el acceso a mercados de mayor dimensión  y poder adquisitivo. Ha sido un factor decisivo en la búsqueda por parte del  Canadá del Acuerdo de Libre Comercio con los Estados Unidos, y luego en la de  México, de lograr la apertura de las negociaciones que condujeron a la  formulación del NAFTA. Es lo que se ha denominado el "seguro contra el  proteccionismo", que implica  transformar el acceso al mercado del otro, en condiciones similares a las de un  mercado interno, en un derecho protegido por instancias jurisdiccionales,  eliminando o reduciendo las posibilidades de que actos unilaterales,  arbitrarios y discriminatorios del país mayor, afecten tal acceso con el consiguiente efecto negativo sobre  el productor y exportador. Es un factor esencial, pues es el que más  tendrán en cuenta las empresas con estrategias globales, por ej. en los  sectores automotriz, alimenticio, textil, química o electrónico, para orientar  sus inversiones hacia países que poseen ventajas competitivas -por ejemplo originadas  en recursos naturales o en costos de mano de obra- pero con mercados internos  de dimensión relativamente más reducida. Este factor mantendrá su importancia  hasta tanto se hayan alcanzado en el GATT avances sustantivos en el  establecimiento de reglas de juego del comercio mundial, que aseguren que el  principio de no discriminación sea efectivamente garantizado, no sólo con  respecto a aranceles y restricciones no arancelarias explícitas, sino que  también y en especial, en relación a reglas de origen, normas técnicas y actos  administrativos discriminatorios.         2. ¿Cómo visualizan los distintos  asociados, en especial los de mayor gravitación política y económica, el diseño  arquitectónico de la alianza económica, que más les convendría alcanzar en la  práctica? ¿Cómo interpretan el producto final de la alianza? ¿Hasta donde quieren  llegar en la lógica implícita de un proceso de asociación que la experiencia  demuestra - por ej. la europea- que necesariamente conducirá, a través del  tiempo, a un imperativo de profundización de los compromisos originales y de  expansión de la base geográfica de la alianza? ¿Cómo definen los asociados  los objetivos a alcanzar en un plazo determinado y cuáles son los pasos a  adoptarse para ello? ¿Establecen o no una conexión entre la asociación  económica y la esfera de lo político? ¿Están pensando en un proceso que en  el largo plazo pueda conducirlos hacia una unión monetaria e incluso, una unión  política? ¿Cuál es el alcance de la integración económica que quieren lograr? ¿Sólo un mercado ampliado, pero con independencia de políticas económicas y  sin incluir la circulación del factor trabajo? ¿O piensan en un mercado  único, con coordinación de políticas y en el largo plazo una moneda única, con  las necesarias consecuencias institucionales en cada instancia? ¿Aspiran o  no a entablar negociaciones comerciales conjuntas con otros bloques?         Las anteriores son todas preguntas que requieren  respuesta a la hora de definir objetivos, instrumentos, intensidad y velocidad  en el avance, y calendarios de acción, en un proceso de integración. No haber respondido estas preguntas con respecto a cada  uno de los asociados, puede ser una de las explicaciones de los  reiterados fracasos que se observan en la experiencia internacional en materia  de integración económica.  3. ¿Cómo se vincula una asociación multinacional de mercados, con otros ejes de inserción  de los respectivos países miembros, en el comercio mundial, sea a través del  GATT o de otros acuerdos de asociación de mercados? ¿Se trata de un acuerdo  "GATT-plus" o "GATT- minus"? ¿Es concebida la alianza  como una etapa intermedia hacia un sistema de comercio
        mundial libre y no discriminatorio?. O por el contrario, ¿se trata de  construir un nuevo bloque
        proteccionista, sea con elevadas barreras arancelarias o con restricciones no  arancelarias, o con
        otras formas sutiles de discriminación, como por ej. podrían ser, según como se  las defina y
      aplique, las normas técnicas y las reglas de origen?         Estas últimas preguntas son sin dudas esenciales  cuando se observa, desde la perspectiva del necesario fortalecimiento del GATT  y del objetivo de un sistema de comercio mundial, libre y no discriminatorio,  la actual tendencia a la regionalización del comercio mundial.  También tienen una importancia crucial, colocados en  la perspectiva de nuestro análisis, en el  caso que la alianza de mercados se entable entre países con intereses  diversificados en todos los mercados del mundo. O sea, en el caso de la  alianza entre "global traders", países cuya estructura de comercio  exterior tiene una diversidad tal, que no podrían sacrificar su potencial de  acceso a otras regiones, por seguir una política altamente proteccionista en  sólo una de las regiones en las cuales se insertan económicamente.  Es el caso por cierto, de los principales  protagonistas tanto del Mercosur, como del acuerdo marco de libre comercio (el  "4 + 1") que celebraron en 1991 los Estados Unidos con la Argentina, el Brasil, el  Paraguay y el Uruguay. El común denominador que los caracteriza, más allá de  profundas diferencias de dimensión y de grados de desarrollo, es precisamente  la de que las tres principales economías envueltos en esos acuerdos (EEUU,  Brasil y Argentina) responden a la definición de "global traders" y  por ello, han tenido un papel activo y muchos intereses comunes, aunque no necesariamente similares, en el desarrollo de las  negociaciones de la   Rueda Uruguay del GATT. Ninguno de ellos puede estar interesado  en quedar encerrado en una sola región o que sus compromisos regionales,  limiten su inserción en la economía global.  Tampoco pueden estar interesados en quedarse  encerrados en un bloque comercial regional, aquellos países cuyo comercio  exterior esta fuertemente orientado hacia un país industrializado y para los  cuales la interdependencia económica con la región es sólo marginal. Es el caso  de los países centroamericanos, para los cuales la relación económica con los  Estados Unidos representa un porcentaje significativo del comercio y las  inversiones con el resto del mundo. De ahí la importancia crucial que para cada  uno de ellos puede tener, la interacción entre los requerimientos de una  estrategia de integración económica regional, con los que derivan de su  participación a escala global en el GATT, y a escala hemisférica, de sus  relaciones con NAFTA y con el G.3. IV. Rasgos comunes y diferenciales en los  procesos de integración económica En la definición de la estrategia y de las modalidades  operativas de cualquier proceso de integración económica o de libre comercio,  suele tenerse presente, en forma explícita o implícita, la experiencia de otros  momentos históricos de la misma región, o de otras regiones. Por lo general, el  modelo implícito que se tiene en mente en materia de integración económica, es  el de la Comunidad   Europea. Más recientemente, se ha comenzado a tomar como  modelo de acuerdo de libre comercio, el de los Estados Unidos y Canadá y, aún  cuando todavía no esta vigente, el de la NAFTA.  Sin embargo es recomendable  actuar con mucha prudencia en materia dé comparación de esquemas de integración  económica y de libre comercio. Con el mismo nombre se hace referencia a conceptos y a fenómenos a veces muy  diferentes. De allí que para facilitar cualquier comparación, convenga intentar  detectar algunos rasgos comunes y diferenciales, en los principales esquemas  contemporáneos de integración y de libre comercio.  Rasgos comunes
 Muchas son las alternativas arquitectónicas que se  presentan en la construcción de una alianza  consensual de mercados entre países independientes, basada en una reciprocidad  dinámica de intereses nacionales. Pero cualquiera que sean las variantes  que se adopten, tres rasgos aparecen como constantes en cualquier proceso de  integración económica y de libre comercio, entre naciones que preservan y  desean seguir preservando por mucho tiempo, sino para siempre, un margen más o  menos amplio, según el caso, para la adopción soberana de decisiones económicas  y políticas, especialmente de política exterior.
  Ellos parecen ser:  1. Todos ellos son la resultante  de decisiones soberanas de Estados nacionales que deciden asociarse. En el  lenguaje de Jean Monnet, los asociados "ponen en común" mercados y recursos. Lo hacen porque entienden que  les conviene. Es decir, interpretan su interés nacional e identifican intereses  comunes.  El vínculo asociativo explícito, expresado en un  instrumento jurídico multilateral, resulta entonces de una reciprocidad de  intereses nacionales. Esto es: los asociados perciben la asociación como un  juego de suma positiva. Todos ganan, aunque haya diferencias en la magnitud de  las ganancias. Y todos tienen costos. Aunque también haya diferencias en la  magnitud de tales costos.  Insisto en lo planteado más arriba: el pacto social no  es entonces resultante de una "hipotética racionalidad  supranacional". No es a partir de la idea abstracta de "región"  que se desciende a lo nacional. Por el contrario: son concretas racionalidades  nacionales las que sustentan el vínculo  asociativo. La idea de "región" se vuelve concreta, en la medida que  proyecta concretos intereses nacionales.  Y es en la medida que el balance  de intereses nacionales se mantenga a través del tiempo, que la asociación preserva su vitalidad y  eventualmente se expande a metas más ambiciosas.  Esta es la esencia misma de las integraciones  "consensuales" de esta última parte del siglo. Cuando los  protagonistas olvidan esto, las realidades nacionales se los recuerdan. Quizás  ésta es la lección profunda que esta arrojando la experiencia del Tratado de  Maastricht. Como antes lo enseñó también la "silla vacía" de De  Gaulle, en 1965.  Esto no significa desvalorizar la idea de región, por  ej. la idea de Europa, como fuerza motora de la integración. Sólo significa  reconocer que en la práctica, la idea de región es percibida a partir de cada  realidad nacional.  De ahí que otro rasgo común de  todo proceso de integración "consensual", consiste en la existencia de una estructura  institucional capaz de preservar en forma dinámica la reciprocidad de intereses  nacionales, que es la que sustenta políticamente el vínculo asociativo.  En esta visión, la vitalidad de la integración resulta  no tanto de una noción abstracta de interés común, sino  de un constante ejercicio de "poner en común" concretos intereses  nacionales.  Es otra idea de Jean Monnet la que es crucial para  entender la metodología de la integración "consensuar. Es la idea de  "concertación": la puesta en común, la articulación, de intereses  diferentes. Sabemos que es un concepto que proviene de su experiencia en el Primer  Plan francés.  Para que tal articulación conduzca a los asociados a  "descubrir" sus intereses comunes, es esencial la existencia de  valores y visiones compartidos, que a veces no están visibles. Precisamente, lo  que debe permitir el proceso de articulación, es dar visibilidad a intereses  comunes que están subyacentes en los respectivos intereses nacionales. Es  colocarlos en una óptica común que interprete las respectivas ópticas  nacionales, o sea lo que cada asociado quiere lograr en torno a objetivos  internos y externos.  Es entonces la capacidad de identificar una agenda  común, alimentada por objetivos compartidos por cada socio, y de mantenerla  actualizada a través del tiempo, lo que explica la vitalidad e incluso la  profundización del vínculo asociativo.  En la práctica esto no es fácil, pues las respectivas  agendas nacionales van sufriendo el impacto de los propios cambios que genera  un proceso de integración -por ej. los efectos de las aperturas recíprocas de  los respectivos mercados, sobre las competitividades relativas de cada  economía-, y de los que continuamente se operan en el entorno externo del  conjunto de países. La dinámica de cambio internacional operada a partir de  1989, por ej., ha puesto a prueba la cohesión que la Comunidad aparentemente  había alcanzado con el objetivo de Europa 92.  2. Otro rasgo común que se  observa en las distintas experiencias de estos últimos cuarenta años, es que la integración  consensual implica un cierto grado de disciplina colectiva de los Estados nacionales. Un cierto grado de  disciplina colectiva, tanto en relación a las políticas macroeconómicas y  sectoriales, como en el plano de la regulación de la actividad económica, que  hace que ningún país pueda actuar y legislar prescindiendo de lo pactado, y de  los efectos de sus decisiones sobre los otros asociados.  El vínculo asociativo se alimenta de los intereses y  objetivos nacionales. Los pone en común. Pero a la vez los condiciona. Es  decir, limita la posibilidad de actuar discrecionalmente como si el vínculo no  existiera. No suprime la soberanía, entendida como capacidad de decisión independiente en un ámbito territorial  determinado. Pero sí la inserta en un marco de disciplina colectiva  libremente pactada. El pacto es libre: el comportamiento individual en el marco  de lo pactado no lo es.  La disciplina colectiva puede  ser más o menos intensa, según sea la intensidad del vínculo asociativo y los  objetivos perseguidos. Pero necesariamente hay un límite a lo que puede hacerse  individualmente. La  capacidad para actuar unilateralmente, en forma arbitraria, queda limitada por  el pacto y sus reglas de juego. Por eso es tan esencial en un proceso de integración  consensual, la protección de las reglas de juego. El surgimiento de instancias  jurisdiccionales o arbitrales, permanentes o ad-hoc, es la consecuencia  necesaria de la aceptación de una disciplina colectiva. Es la garantía de la  disciplina colectiva, y por ende, de los intereses nacionales comprometidos por  la asociación.  Pero la disciplina colectiva requiere también, de un  cierto monitoreo independiente del desarrollo del vínculo asociativo. Esto  explica el surgimiento de órganos comunes, cualesquiera que sean sus  características y modalidades. Son los que por un lado, facilitan el proceso de  articulación de los intereses nacionales y ayudan a definir intereses comunes;  y por el otro lado, facilitan una visión independiente de la evolución de los  compromisos asumidos y del comportamiento individual de los asociados, en el  marco de tales compromisos. Son ellos los custodios de la disciplina colectiva.  Es erróneo, en mi opinión, denominar a los órganos  comunes como "supranacionales". Genera la imagen de instituciones que  están por encima de las instancias gubernamentales nacionales. En la realidad  son figuras más próximas a la noción de "filial común" en el derecho societario. Quienes detentan la "última  ratio" sigue siendo los Estados nacionales. Expresan sí una opinión  independiente con respecto a los órganos internos de cada Estado nacional. Pero  su existencia como órganos comunes y su eventual eliminación, sigue dependiendo  del ejercicio de las respectivas soberanías nacionales. Por eso más que una  cesión de soberanías, una integración consensual  entre naciones independientes, da lugar a un ejercicio colectivo y casi siempre  parcial, de las respectivas soberanías nacionales.  3. Finalmente, un tercer rasgo común de estos procesos  contemporáneos de integración económica, es el que ellos generan para los  asociados a) un derecho al acceso a los respectivos mercados internos, con sus  bienes y eventualmente con sus servicios, y b) una discriminación con respecto  a terceros. La metodología y el ritmo de la apertura pueden variar. La metodología de la discriminación también puede  variar. Puede tener la forma de una zona de libre comercio o de una unión  aduanera, en el sentido del artículo XXIV del  GATT. La apertura recíproca puede  lograrse de inmediato, en pocos o en muchos años. Con o sin excepciones. Pero lo que siempre  distingue a estos procesos de integración económica multinacional, es que el acceso al mercado del otro es concebido como  un derecho efectivamente garantizado y no como un privilegio unilateralmente  revocable. Este rasgo, en la medida que es efectivo, es el que los  transforma en poderosos estímulos a la inversión productiva.  La discriminación frente a terceros puede  instrumentarse por un arancel externo común, fórmula más transparente en la  perspectiva del actual artículo XXIV del  GATT, o como en el caso del NAFTA, por medio de las reglas de origen que, sin  dudas, plantea la necesidad urgente de revisar los criterios y los métodos para  determinar la conciliación entre los distintos tipos de acuerdos regionales con  las reglas de juego del GATT. Rasgos diferenciales A su vez, se puede observar dos rasgos diferenciales  que pueden tener una incidencia significativa en las modalidades y alcances de  un proceso de integración, y en particular en su arquitectura institucional.Ellos parecen ser:
 
        El distinto grado de interdependencia  económica recíproca que existe entre los asociados, especialmente en las etapas  iniciales del proceso. La interdependencia económica, medida en términos de  comercio recíproco en relación al comercio exterior global de los respectivos  asociados, puede ser relativamente alta, como lo era en Europa en los cincuenta  o en América del Norte en esta década, y entonces la finalidad básica de la  integración es administrarla a efectos de que su signo sea predominantemente  cooperativo y no conflictivo (la idea de reversión de la tendencia secular al  conflicto en el pensamiento de Monnet y Schumann); o puede ser relativamente  baja, como lo era en el caso de los países andinos entre sí cuando lanzaron el  Grupo Andino y aún ahora, o como lo es en el caso de los países del Mercosur, y  entonces la finalidad básica es la de construir condiciones para niveles más  elevados de interdependencia a través del tiempo, a la vez que centrarla sobre  el concepto de cooperación y no el de conflicto; 
 
El grado de  polarización en la asimetría de poder económico entre los asociados que puede ser más o menos intensa. Me  refiero en especial a la intensidad de las asimetrías de dimensión económica,  medida por el tamaño de los mercados internos, por el valor del comercio  exterior y por el producto bruto interno de los respectivos asociados. Pero  también nos referimos a las asimetrías en los niveles de desarrollo económico,  entre otros indicadores, en términos de ingreso per capita de cada uno de los  asociados.  Se observan situaciones de fuerte asimetría en todos  los procesos de integración contemporáneos, como lo son el caso del NAFTA,  entre los Estados Unidos por un lado, y Canadá y México, por el otro; o el del  Mercosur entre Brasil y Argentina, con respecto al Paraguay o al Uruguay, o el  de la CEE, entre  Alemania, Gran Bretaña, Francia, con respecto a Portugal, Luxemburgo o Grecia.  Pero también ser observan  significativas diferencias con respecto al grado de polarización del poder económico entre los distintos  asociados. Hay casos de marcada polarización, como es el del NAFTA, donde  sobresale medido por cualquier indicador el poder económico y especialmente el  tamaño del mercado de los Estados Unidos; en tanto hay otros en que la  configuración es más multipolar, como son el de la CEE, el Centroamericano, el de  la Caricom,  el del Grupo Andino y el del Mercosur.  El grado de interdependencia y el de polarización de  las asimetrías que exista entre el conjunto de los asociados, tiene una  incidencia significativa en uno de los elementos más cruciales para la  evolución de un proceso de integración, que es el de la disciplina colectiva en  el campo macroeconómico. Es más difícil mantenerla en el caso de baja  interdependencia económica y quizás sea menos imperiosa. En el caso de alta  interdependencia económica, en cambio, distinta es la situación según sea el  grado de polarización, en cuanto a que la disciplina será, si hay  multipolaridad como en la CEE,  el resultado de una negociación constante entre los socios principales; en  tanto que, cuando exista un cuadro de marcada polarización, como es  evidentemente el caso de NAFTA, la disciplina tenderá a ser el resultado del  alineamiento con el socio principal.  A su vez, los dos rasgos diferenciales aquí  identificados, inciden en la dinámica de un proceso de integración, incluso más  que la forma de la asociación, su metodología de trabajo y los ritmos de avance  que se prevean, los que pueden variar según los casos. La distinción más  clásica es, en cuanto a las formas, al menos para las primeras etapas de una  asociación, entre la zona de libre comercio y la unión aduanera. Sin embargo,  la perdida de relevancia relativa del arancel  como instrumento de comercio exterior, hace que esta forma de distinguir las  asociaciones de mercados este perdiendo también su relevancia práctica.  En efecto, la eliminación de restricciones al comercio  entre los asociados como la discriminación frente a terceros se da en los  hechos, tanto en la zona de libre comercio como en la unión aduanera. En una y  en otra figura, se prevé siempre la eliminación de restricciones al comercio  recíproco y la discriminación puede lograrse con un arancel externo común, en  el caso de una unión aduanera o con reglas de origen, en el caso de una zona de  libre comercio. Como se señaló un poco más arriba, incluso por eso se puede  considerar que en la perspectiva del GATT, la unión aduanera es una figura más  transparente que la zona de libre comercio, en la que los elementos discriminatorios no son siempre nítidos ni  explícitos. La principal diferencia que queda en pie en cambio, es que  como consecuencia de un arancel externo común en el caso de la unión aduanera, los asociados necesitan  desarrollar una política comercial común y negociar también en común.  Aún más, el nuevo concepto de  "quality free trade area", conduce a diluir, en la práctica, incluso buena parte de la distinción  entre las citadas formas y la de un mercado común, ya que al agregarse el  elemento "conducta macroeconómica" y "legislación económica de  nivel internacional", el principal elemento diferencial significativo que  queda en pie, sería el del derecho a la circulación del factor trabajo.  Finalmente, según se combinen estos dos rasgos  diferenciales, los requerimientos institucionales  podrán ser también diferentes en la perspectiva de cada uno de los asociados.  Una estructura multipolar y de alta interdependencia, como la europea,  probablemente planteará requerimientos institucionales diferentes -al menos en  las etapas iniciales del respectivo proceso de integración económica-, en  términos especialmente de posibilidades efectivas de concertación de intereses  nacionales y de grado de juridicidad, que los escenarios de polarización y alta  interdependencia asimétrica (el caso de NAFTA), o de multipolaridad con baja  interdependencia relativa (el caso del Mercosur, del Grupo Andino, de  Centroamérica y del CARICOM). V. Un  enfoque posible para el necesario debate institucional Desde el punto de vista económico, seguridad jurídica  y previsibilidad en las reglas de juego, son elementos cruciales para  establecer el clima de racionalidad en las decisiones que favorece la inversión  y en general, los negocios. Por cierto que, coherente con el enfoque que se ha  propuesto en este informe, es en el plano interno de cada país donde tales  condiciones pueden lograrse. Sin embargo, también hay un espacio propio para la  acción común entre un grupo de países que comparten un proceso de integración  económica o de libre comercio, para crear condiciones regionales de seguridad  jurídica y de previsibilidad en las reglas de juego, especialmente en las que  condicionan el acceso a los respectivos mercados y nivelan el campo de juego  para la competencia económica.Cuando se define la estrategia y las modalidades  operativas de un proceso de integración consensual entre un grupo de Estados  soberanos, orientado a establecer un espacio económico común multinacional, a fin de sustentar en un marco democrático, la  inserción competitiva de las respectivas economías nacionales en los  mercados mundiales, resulta esencial entonces tener presente que la  previsibilidad y la estabilidad de las reglas de juego constituyen un factor  clave para condicionar el comportamiento de los operadores económicos y, en  especial, de los inversores.
  En efecto, sólo en un contexto  de seguridad jurídica se puede alcanzar el objetivo esencial de convencer a los inversores, propios y  externos, de correr riesgos con sus capitales y tecnologías en función del  mercado ampliado.  Esta es quizás la lección económica más profunda que  surge de la experiencia de la integración europea, que sólo puede ser entendida  como una integración por el Derecho, y también de la más reciente del Canadá  con los Estados Unidos. No comprender en toda su magnitud este aspecto central  de los fenómenos contemporáneos más avanzados en materia de integración  económica, puede traer como consecuencia el que se afecten vitales intereses  nacionales de los distintos países asociados, sobretodo los de menor dimensión  relativa.  En mi opinión, un proceso de integración económica de  un país con otro u otros, que implique comprometer el acceso irrestricto para  bienes y servicios, sólo tiene sentido económico y político, si esta sustentado  en el Derecho.  La cuestión de la eficacia y de  la efectividad de las reglas de juego, es por lo tanto crucial para el éxito de cualquier proceso de  integración económica, pero especialmente si se lo concibe como un instrumento  de competitividad internacional y por ende, de estímulo a la inversión y a la  incorporación del progreso técnico.  En esta perspectiva, la idea central que quiero  proponer, es que la eficacia y la efectividad de las reglas de juego en la  integración económica, dependerán fuertemente de la calidad de la organización  interna y comunitaria que permita mantener, a través del tiempo, una  reciprocidad dinámica de los respectivos intereses nacionales. Es ella la que  sustenta en el tiempo el vínculo asociativo, y crea así las condiciones para  que las normas pactadas alcancen sus resultados (eficacia) y penetren la  realidad (efectividad).  Pero para que ello ocurra, es esencial que cada uno de  los socios haya definido correctamente sus intereses nacionales en relación al  acuerdo asociativo. La calidad y solidez de un proceso de integración económica  depende directamente de la calidad de las definiciones nacionales acerca de por  qué, para qué y hasta dónde, un país necesita asociarse con otro u otros.  Como se ha sostenido más arriba, es a partir entonces  del foco nacional y no del foco de una  hipotética racionalidad supranacional, que se pueden definir los alcances  reales de un proceso de integración económica. La experiencia europea lo  demuestra, especialmente en los últimos tiempos, como consecuencia de las  reacciones que produjera en la opinión pública, el Tratado de Maastricht. De  allí la importancia práctica que puede tener para la experiencia de integración  económica en Centroamérica, que a través de la cooperación internacional, se  fortalezca la capacidad que las instituciones nacionales que inciden en las  decisiones de integración económica, sean ellas gubernamentales o privadas,  tengan para participar con solvencia y conocimiento técnico, en la correcta  definición de los respectivos intereses nacionales.  El potencial concertador de intereses nacionales  múltiples, que resulte del esquema institucional que se establezca, es por lo  tanto un factor central para explicar la eficacia y la efectividad de la estructura jurídica de la integración. Es ésta la  primera y central función de toda estructura institucional que se  establezca.         En esta perspectiva, la experiencia permite observar  que en cualquier proceso de integración económica, el esquema institucional  tiene un segmento multinacional, común o comunitario (que puede ser mínimo) y  varios segmentos nacionales (uno por país participante). En cada uno de estos  segmentos, pueden existir uno o varios órganos cumpliendo funciones específicas.  No existe al respecto un modelo único.  Las decisiones surgen de la interacción de estos  segmentos. La calidad de las decisiones (medida en términos de su potencial de  eficacia y de efectividad) dependerá fundamentalmente de la calidad de la interacción  entre tales segmentos, a fin de mantener viva en forma dinámica la reciprocidad de intereses que sustenta el  vínculo societal y su estructura jurídica, especialmente en momentos de  crisis. Es tal interacción la que permite partir de cada realidad nacional para  llegar al nivel del conjunto o comunitario,  y descender luego nuevamente a cada realidad nacional a través de la  aplicación efectiva de las decisiones comunes. Este es el camino crítico que  tienen que seguir las decisiones comunes o comunitarias: parten de la realidad  de los intereses nacionales de cada asociado, que se concertan en instancias  comunes y luego descienden nuevamente a las realidades nacionales para así  cumplir con sus objetivos.Cualquier reflexión sobre la  cuestión institucional debe partir de la aplicación del principio de  "libertad de organización" en materia de organizaciones  internacionales y de integración. Es decir, no existe ninguna norma  internacional que determine cómo debe ser la estructura jurídica e  institucional de un proceso de integración económica. Hay amplio margen para la  creación, y para la adaptación de otras experiencias a realidades y necesidades  propias. En esta perspectiva debe examinarse con apertura intelectual y  espíritu crítico la experiencia europea, especialmente cuando los propios  europeos se encuentran en una etapa de revisión crítica de sus instituciones.
  Si se acepta el predominio del foco nacional en la  construcción de un espacio de integración económica, cobra toda su importancia  el principio de subsidiaria dad, que lleva a reconocer sólo una función  supletoria a los órganos comunes con respecto a lo que puede hacerse a nivel  nacional, y aún estadual y municipal.  Otro criterio fundamental en la construcción  institucional de un proceso de integración económica, es el de la simplicidad y  nitidez de la estructura orgánica comunitaria y del proceso de decisión, de  manera que resulte claro al inversor y al operador económico, cuáles son las  fuentes de creación normativa comunitaria y las instancias de control de sus  intereses, así como de solución de las  lógicas disputas y controversias que genera la integración económica, sea entre  los asociados o con los operadores económicos, y de estos entre sí. Un  esquema institucional complejo, con una linea confusa de creación normativa,  puede fácilmente transformarse en un factor de debilitamiento de la seguridad  jurídica y de la previsibilidad, y transformarse entonces en un factor  debilitante de la necesaria tarea de convencer a los inversores potenciales,  que realmente podrán contar con reglas de juego estables que le permitan operar  con certeza en el espacio ampliado, y utilizarlo como plataforma para desde  allí competir en terceros mercados. VI. Supuestos y metodologías de la coordinación  macroeconómica ¿Es imaginable la integración económica entre países  que no tienen un grado mínimo de coordinación de sus políticas macroeconómicas? Si la respuesta es negativa, ¿cuál es el grado de coordinación que se  requiere, para no anular en los hechos, los efectos que se pretende lograr con  las aperturas recíprocas de los mercados nacionales? ¿Cuáles son las  condiciones políticas que se requiere para sustentar a través del tiempo, el  grado mínimo de coordinación macroeconómica que los asociados consideran  necesario lograr? ¿Cuáles son los mecanismos más eficaces para alcanzar el  grado necesario de coordinación macroeconómica?         Las anteriores son sólo algunas de las preguntas que  se pueden plantear en relación a la cuestión de la coordinación macroeconómica,  en el marco de una asociación voluntaria de naciones soberanas que tienen como  objetivo integrar sus economías. Están referidas por lo tanto, a aquellas  situaciones en las que la cuestión de la coordinación macroeconómica resulta,  a) de una asociación formal entre naciones que buscan integrar sus economías; y  b) de la preservación de un cierto grado de independencia en la gestión  económica por parte de cada uno de los asociados (cf.PEÑA Félix, "Strategies for  Macroeconomic Coordination: reflections on the case of Mercosur", en  "The Challenge of Integration: Europe and the Americas". edited by  Peter SMITH, North-South Center, 1993).  La experiencia en Europa y en América Latina, estaría  indicando que una integración consensual,  basada en decisiones soberanas de Estados independientes, requiere para su  viabilidad que el vínculo asociativo se asiente en un piso mínimo de  homogeneidad de enfoques económicos. O sea  que coincidan las opciones económicas fundamentales, sus instituciones y sus prioridades.  En general, se trata de una coincidencia que es exógena e incluso, previa al  pacto asociativo. En el caso de Europa de los cincuenta, ese piso mínimo surge  del Plan Marshall, de la OECE  y del sistema de Bretton-Woods. En el caso de la América Latina de  los noventa, tal piso surge del denominado "consenso de Washington".  Supone no sólo un enfoque compartido con respecto a las instituciones  fundamentales de la actividad económica (por ej. propiedad privada y respeto a  los contratos), y al papel del mercado, del sector privado y del comercio  internacional, pero también con respecto a las políticas conducentes a lograr  los equilibrios macroeconómicos básicos.  Como resultado de ese piso  mínimo en el plano de los fundamentos, la coordinación de políticas macroeconómicas se transforma  en un supuesto. Es decir que, para ser exitosa y mantenerse a través del  tiempo, la integración consensual supone que los países que se asocian  comparten, en un grado adecuado a sus realidades, enfoques, objetivos y  políticas relacionadas con la gestión macroeconómica. Es lo que se puede  denominar la coordinación "de facto". Sólo en la medida que así sea,  es que pueden instrumentarse políticas efectivas para mantener dentro de  límites razonables, las disparidades que surgen de comportamientos diferenciados  de las respectivas economías o eventualmente, de efectos diferenciales de la  coyuntura económica internacional (por ej. los efectos diferenciales que en las  economías europeas producen los sucesivos shocks petroleros en los años 70).  Compartir en un grado adecuado los fundamentos de  política económica, y los enfoques y objetivos en su gestión macroeconómicas,  es entonces de la esencia misma del vínculo asociativo entre naciones  soberanas. Es un elemento crucial para poder definir a los países que se unen como  "like minded countries".  Es claro que puede sostenerse lo contrario. Que por  ejemplo la esencia del vínculo asociativo esta en la esfera de lo político y  que la coordinación macroeconómica es sólo una consecuencia de la decisión de  unirse. Sería el caso de países que se unen para enfrentar un peligro externo.  O para tener más poder de negociación frente a terceros. O porque aspiran a  consolidar un espacio de paz, O para volver a unir una nación desintegrada por  la historia.  Pero en todo estos casos, el vínculo  tendería a ser efímero si es que detrás de la decisión originada en factores políticos, no  existe una comunidad de enfoques y de objetivos macroeconómícos.  No estoy sosteniendo que los factores políticos no  sean relevantes para definir el vínculo asociativo. La historia de la  integración, tanto en Europa como en América Latina, demuestra el espacio  central que ocupan las consideraciones políticas en la decisión de unirse o de  mantener el vínculo asociativo a través del tiempo. Por ej. la importancia que  tuvo la idea de "anclar" la democracia en el momento inicial de la  integración entre la   Argentina y el Brasil, en los años 80.  Lo que estoy sosteniendo es que los factores políticos  no son suficientes, si no están sustentados en un mínimo de visión compartida  de los fundamentos de las políticas económicas. En realidad estoy sosteniendo  algo más: y es que el compartir tales fundamentos y por consiguiente, enfoques  y objetivos macroeconómicos, es un factor político crucial en el origen y en la  perdurabilidad del vínculo asociativo.  El Mercosur, en su incipiente experiencia, permite  extraer algunas lecciones con respecto a la cuestión de la coordinación de  políticas macroeconómicas, y a la eliminación de aquellas asimetrías  económicas, que originadas en actos y políticas gubernamentales, distorsionan  las condiciones de competitividad relativa entre los asociados. Más aún cuando  las fuertes disparidades en el comportamiento macroeconómico de las dos  principales economías del área (por ej. Brasil más de 20% de inflación mensual  desde el segundo semestre de 1992, en tanto que la Argentina ha tenido en  el mismo período, una inflación mensual inferior al 1%), ponen de manifiesto  las dificultades de integrar en tales condiciones, mercados con un arancel cero  para todo el universos arancelario, y producen fuertes reacciones en contra del  sector empresario.  ¿Cómo ha sido definido en el Mercosur, el objetivo de  coordinación de políticas, al menos para la fase de la transición que culmina  el 31 de diciembre de 1994?. El pacto asociativo entre los cuatro países define en primer lugar el objetivo. El mercado  común implica, según dicho pacto (el Tratado de Asunción de 1991),  "la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales entre los  Estados Partes; de comercio exterior, agrícola, industrial, fiscal, monetaria,  cambiaría y de capitales, de servicios, aduanera, de transporte y  comunicaciones, y otras que se acuerden, a fin de asegurar condiciones  adecuadas de competencia entre los Estados Partes". Y al establecer los  instrumentos del período de transición, el pacto constitutivo del Mercosur,  incluye una definición sobre la metodología: "la coordinación de políticas  macroeconómicas que se realizará gradualmente y en forma convergente con los  programas de desgravación arancelaria y de eliminación de restricciones no  arancelarias".  Se observa con claridad, el compromiso jurídico de  vincular estrechamente, los avances graduales  del programa de liberación comercial automática con la coordinación  macroeconómica. Esto es sumamente importante ya que el Mercosur, al  igual que la CEE,  aspira a ser una integración consensual conforme a Derecho. De ahí que se haya  establecido por el Protocolo de Brasilia, un avanzado sistema arbitral,  tendiente a garantizar el cumplimiento de lo pactado, y al que tienen acceso  incluso los ciudadanos y las empresas afectadas.  Por lo tanto una interpretación jurídica -e incluso  política y económica- del vínculo contractual entre los cuatro países, no puede  dejar de resaltar esta relación estrecha que se ha establecido entre la  apertura irrestricta de los mercados y la coordinación macroeconómica. Esta  relación estrecha es producto de la negociación y  refleja por ende, los distintos intereses nacionales en  juego. Es un reaseguro que protege sobretodo a los países con mercados menores.  Es la contrapartida natural al hecho que los mercados de menor dimensión  relativa, aceptan abrirse irrestrictamente a la oferta originada en los  mercados de mayor dimensión, y por lo tanto, con mayor capacidad de atraer  inversiones en función del espacio económico ampliado.  Se puede observar además un balance, entre la firmeza  con que se establece el compromiso de coordinación y su condicionamiento a la  necesidad de asegurar "condiciones adecuadas de competencia entre los  Estados Partes". Este es un reconocimiento explícito de la realidad de una  baja interdependencia económica inicial entre los asociados. Implica aceptar,  por un lado, el principio de coordinación, pero limitándolo enseguida a lo que  resulta necesario para no anular, en la práctica, las ventajas originadas con  la apertura de los mercados. Significa reconocer  que no es una coordinación total de políticas macroeconómicas lo que se  requiere, sino una coordinación funcional y por lo tanto, parcial. Puesto en otros  términos, es el reconocimiento de la necesidad de una disciplina  colectiva, pero limitada durante un cierto tiempo a lo que resulte necesario  para ir construyendo gradualmente una situación de mayor interdependencia  económica. Es en función de la idea de nivelar el campo de juego que se plantea  la coordinación macroeconómica. Hay en ello, un reconocimiento de los  determinantes reales de la gestión macroeconómica en países cuyos flujos  comerciales, tecnológicos y financieros, están y estarán por mucho tiempo aún,  fuertemente orientados hacia los países industrializados de la OECD. Implica por lo  demás, un reconocimiento particularmente importante, de los factores que  realmente inciden en la definición de las políticas cambiarías y fiscales de  cada uno de los asociados, especialmente de los de mayor dimensión económica  (Argentina y Brasil), que son precisamente los que están más marginalmente  vinculados por su comercio, a los mercados del Mercosur.  Pero también es un reconocimiento de los requerimiento  de las políticas de ajuste, en economías que han vivido y en parte siguen  viviendo, situaciones de agudos desequilibrios macroeconómicos. En cierta forma  podría sostenerse, que es precisamente del interés común de los asociados, que  cada uno de ellos dé prioridad en primer lugar, al control de sus respectivas  macroeconomías. Con desequilibrios fiscales pronunciados y con altas tasas de  inflación, no sólo la coordinación macroeconómica no es viable, sino que  tampoco lo sería un proyecto de integración económica como el Mercosur, con sus  componentes vertebrales de liberación comercial irrestricta y automática, y del  arancel externo común.  En cierta forma puede considerarse que el salto  metodológico dado por el planteamiento del Mercosur, ha sido precisamente crear  a través de la liberación comercial automática e irrestricta y del compromiso  de establecer un arancel externo común, un factor endógeno que induzca a cada uno de los países a consolidar sus  esfuerzos internos de disciplina macroeconómica, y a aceptar el  surgimiento de un embrión de disciplina colectiva.  Fue con tal idea que en la primer cumbre del Mercosur  (Brasilia, diciembre de 1991) los Presidentes  (que se reúnen cada seis meses en el Consejo del Mercosur) acordaron las  prioridades económicas comunes y que son: i. la estabilidad económica, a  ser alcanzada mediante políticas fiscales y   monetarias austeras;  ii.  la mayor apertura de la economía para una  inserción competitiva en la economía global, y iii. la mayor modernización de sus  economías, mediante la desregulación y la privatización.  Y es con tal idea también, que trimestralmente se  reúnen los Ministros de Economía y Presidentes de Bancos Centrales, para  revisar la marcha del proceso de integración en la perspectiva de cada economía  nacional, y para fijar orientaciones de política e instrucciones al órgano  ejecutivo, que es el Grupo Mercado Común.  Un instrumento clave en la coordinación de políticas  durante el período de transición del Mercosur, ha sido el denominado Cronograma  de Las Leñas, aprobado por el Consejo del Mercosur  (órgano máximo de decisión y de creación normativo, que actúa a propuesta del  Grupo Mercado Común) en junio de 1992. El cronograma identifica las  medidas a adoptarse en todas las áreas relevantes para el establecimiento de la  unión aduanera y para la constitución de las bases  del mercado común. Apunta a aquellas medidas necesarias para eliminar durante  el período de transición, las principales asimetrías económicas  originadas en regulaciones y políticas gubernamentales que alteran  artificialmente, las condiciones de competitividad relativa entre las economías  asociadas.¿Qué lecciones puede extraerse  de esta incipiente experiencia del Mercosur, y que pueden tener validez en otros procesos de  integración y de libre comercio, con características similares?
 En primer lugar, resulta claro que la metodología de  coordinación de políticas macroeconómicas,  debe adaptarse a las características y objetivos de cada proceso de integración  consensual. En el caso del Mercosur, por ejemplo, como lo es también en  el de las demás experiencias de Sur y de Centro América, se parte de un nivel  bajo de interdependencia económica y de una asimetría multipolar. El efecto de  derrame de las políticas macroeconómicas de un asociado hacia los demás, no se  plantea en la forma aguda en que sí puede plantearse en una situación de alta  interdependencia económica, como es el de la Comunidad Económica  Europea. Los cambios en los niveles de la demanda interna de bienes y de  servicios, en una situación como la del  Mercosur ( o también la de la integración centroamericana), pueden afectar los  flujos de comercio, como ha ocurrido recientemente con la disminución de la  actividad económica en el Brasil. Pero estos flujos de comercio son todavía  marginales para los otros asociados. Los efectos se notan entonces básicamente  en el comercio bilateral y las tensiones que se pueden generar, se limitan  principalmente a ese ámbito. No se extiende, como sí puede ocurrir en Europa  -por ejemplo, si el cambio de nivel de demanda interna se produce en Alemania-,  al conjunto de la actividad económica de los demás asociados.  Además se trata, en el caso del  Mercosur, de economías en proceso de ajuste tras períodos de fuertes desequilibrios macroeconómicos  manifestados especialmente en la década de los ochenta. Ello impone la  necesidad de una aproximación gradual y funcional de la coordinación, que se  sustente en los esfuerzos internos que cada asociado realiza para controlar su  macroeconomía, y que comienza por identificar las principales fuentes de  asimetrías de políticas que afecten la competitividad relativa en el marco de  las aperturas recíprocas de los mercados.  En segundo lugar, también resulta claro que en una  integración consensual de baja interdependencia económica inicial y con flujos  de comercio, de tecnologías y de capitales, fuertemente orientados hacia las  economías de la OECD,  la coordinación macroeconómica resultará viable, sólo en la medida que los  asociados tengan la misma visión de sus políticas económicas y de su inserción  competitiva en la economía global. Este hecho genera un cuadro de coordinación  "de-facto", generalmente basada en factores exógenos que llevan a una  pauta común de disciplina macroeconómica interna. Como se señaló más arriba, en  la América Latina  actual, tales factores exógenos se han originado en la aplicación de los  principios y políticas que conforman el denominado "consenso de  Washington". En tercer lugar, en este tipo de situación la  integración consensual requiere a la vez, del establecimiento de parámetros  automáticos y "no negociables", como el que surge del programa de  liberación del Mercosur, y de un avance gradual y programado, hacia medidas no  automáticas que eliminen asimetrías y faciliten luego, la aplicación de  técnicas más convencionales de coordinación  de políticas cambiarías, monetarias y fiscales, y de políticas sectoriales, en  el campo de la industria, los servicios y la agricultura. Para ello se  requiere avanzar antes que nada, en la fase  del diagnóstico y del conocimiento recíproco, para lo cual resulta  imprescindible generar una costumbre de consultas y de trabajo común,  entre los técnicos de los Ministerios de Economía y de los Bancos Centrales, y  luego entre los altos funcionarios con niveles de decisión política. En esta  etapa inicial, es esencial una explicación periódica recíproca sobre las  respectivas coyunturas económicas y de las políticas aplicadas para encararlas,  tal como ocurriera en Europa desde la época del Plan Marshall en el marco de la OECE.  Finalmente, en una integración consensual con las  características del Mercosur, la coordinación de políticas y en especial la  coordinación macroeconómica, sólo puede resultar de un acompasamiento entre los  avances que se logren por un lado, en los respectivos frentes internos, para  controlar las macroeconomías y para crear condiciones sistémicas de  competitividad, con los avances que se logren por el otro lado, en el frente  comunitario. Nada se lograría si se avanza en este frente, con medidas que  tendrían sólo un valor nominal, si tal avance  no se sustenta en los que se produzcan simultáneamente en los respectivos  frentes internos, en especial en los de las mayores economías del área  en integración. Al promediar 1993 es en este plano sin dudas, donde se plantean  los desafíos más inmediatos que tendrá que enfrentar el Mercosur.  La experiencia incipiente de NAFTA, a su vez, pone de  manifiesto que cuando se trata de una integración consensual con asimetría  fuertemente polarizada, el fenómeno de la coordinación macroeconómica se plantea  en una forma muy diferente. Más que negociar una disciplina colectiva  multilateral, la presencia de una economía estable, muy desarrollada y con un  mercado consumidor real varias veces superior que el de los demás asociados,  requiere del alineamiento de las políticas de los asociados de menor dimensión  económica a la del asociado relativamente  mayor, si es que quieren lograr el objetivo perseguido que es garantizarse el  acceso irrestricto al mercado mayor. Este hecho explicaría que en el  caso del NAFTA, el tema de la coordinación macroeconómica no aparezca en la  agenda común, y no tanto por el hecho que la fórmula elegida sea la de una zona  de libre comercio. VII. Competitividad  empresaria y organización nacional: claves para una estrategia de integración  económica regional. Se ha señalado con razón que  inestabilidad e imprevisibilidad serán dos rasgos dominantes de las relaciones internacionales de este  fin de siglo. En términos históricos es éste un período de cambio  revolucionario en el sistema internacional. Las naciones incapaces de captar la  dinámica de cambio internacional y de mantener el ritmo de cambio interno que  éste impone, tendrán serias dificultades en el futuro para satisfacer las  expectativas de paz, de libertad y de equidad social de sus poblaciones.  También se ha señalado que al promediar 1993, dos  nombres simbolizan para la opinión pública el dilema anarquía-integración que  esta marcando una vez más la realidad mundial, especialmente en el espacio político y económico europeo. Ellos son  Bosnia y Maastricht. Uno simboliza la tendencia ancestral a la anarquía  internacional, al predominio de una visión de conflicto e intolerancia en las  relaciones humanas, étnicas e internacionales. El otro simboliza la tendencia  hacia una interdependencia social e internacional, que no ignora el conflicto,  pero que esta marcada fundamentalmente por la racionalidad y la moderación, por  la capacidad de diálogo y la tolerancia.  En un contexto internacional con tales  características, es difícil realizar pronósticos. Pero sí parece razonable predecir que en los próximos años se acentuará la  tendencia a la globalización impuesta por los cambios tecnológicos, su  impacto en los flujos financieros y comerciales, y por el cambio de estrategia  empresaria de los competidores globales. También parece razonable predecir que  continuarán operando poderosas fuerzas aceleradoras de los desplazamientos de  ventajas competitivas. Así como en los ochenta, la capacidad de la economía  japonesa para competir a escala global incorporando avanzadas tecnologías de  producción y de organización torno  rápidamente obsoletos a muchos competidores, ahora esta emergiendo claramente  una nueva fuente de desplazamiento de ventajas competitivas con la  incorporación de China a la economía mundial, capitalista y de mercado. En un  caso la fuente de desplazamiento de ventajas competitivas fue la tecnología. En  el otro será la mano de obra, la capacidad de incorporar cientos de millones de  trabajadores con salarios bajos al proceso productivo mundial.  La globalización y la velocidad en los desplazamientos  de ventajas competitivas de las naciones, acentuará dos tendencias  contradictorias en la realidad internacional: la tendencia a la apertura y la  tendencia al proteccionismo.  La tendencia a la apertura será multilateral y global,  si es que la Rueda   Uruguay del GATT tiene un éxito siquiera relativo. Ello  implica la incorporación de la agricultura y de los servicios a sus reglas de  juego. E implica la definición de nuevas reglas de juego en materia de competencia  económica, de solución de controversias y de compatibilización de los distintos  esquemas regionales de libre comercio e integración económica.  Pero aún en el caso de éxito de la Rueda Uruguay -y más  aún en el caso de que sus resultados sean nulos o percibidos como nulos-,  continuará la tendencia a la regionalización. El efecto en cadena será  acentuado por la entrada en vigencia del NAFTA, aun cuando finalmente sea un  acuerdo muy diluido con respecto a la idea original, y por la entrada en  vigencia del Tratado de Maastricht. NAFTA vigente abrirá de inmediato largos  procesos negociadores para su ampliación formal e informal, al menos en tres  direcciones. La dirección hemisférica, a partir de un probable replanteo de la  idea incipiente incluida en la llamada Iniciativa de las Américas, en el  sentido de conformar un área hemisférica de libre comercio. Los avances en el  desarrollo de esta idea dependerán en mucho, del comportamiento futuro de la  economía americana y del resultado que se logre durante el período de  transición hacia el Mercosur. Si en éste esquema de integración se conforma la  unión aduanera, aunque sea parcial, y se concilia la apertura irrestricta de  los mercados con un grado aceptable de coordinación macroeconómica, es muy  posible que la mesa negociadora entre los Estados Unidos -y quizás NAFTA y el  Mercosur, comience a prepararse con rapidez a partir de 1995. Un factor clave  será el ordenamiento macroeconómico y el restablecimiento de la tendencia  histórica al crecimiento en el Brasil. La dirección Pacífico dependerá de la  estrategia que el Japón, ASEAN y China definan ante el hecho NAFTA. Y  finalmente, la dirección Atlántico, dependerá de las relaciones que terminen de  enhebrarse entre los Estados Unidos y la   CEE, sin perjuicio que también tenga una incidencia  importante la idea mexicana de tener un acuerdo de comercio preferencial con la CEE.  La tendencia a la regionalización en un mundo con  propensión a la apertura, será caracterizada por la porosidad de los distintos  acuerdos y por las relaciones cruzadas que entre ellos se establecerán. Por ej.  en el caso del Mercosur es posible prever no sólo negociaciones futuras con los Estados Unidos y eventualmente  con NAFTA, pero también con la Comunidad Europea. El mundo del fin del siglo será en este caso un  mundo de plurilateralismos cruzados, parecido a la figura que se previo en el  ámbito regional latinoamericano, cuando se estableció la ALADI en 1980.  Reflejará así estrategias nacionales de alianzas  múltiples, en que muchos de los competidores entablarán con varios competidores  a la vez, alianzas estratégicas no exclusivas ni excluyentes. El concepto de  redes de acuerdos de integración para facilitar las estrategias empresarias de  alianzas y de desarrollo de redes de producción y comercialización, a escala  global y regional, será entonces central para comprender la lógica del accionar  de los competidores. Ello hará además que tanto en el plano inter-estatal como  en el inter-empresario, la frontera entre socio y competidor comenzará  diluirse, y desde la visión de un competidor, todos los demás, sean naciones o  empresas, serán a la vez socios y competidores, actuales y potenciales. Sólo  comprendiendo esta faceta emergente de las relaciones internacionales de este  fin de siglo, será posible entender una realidad aparentemente compleja y  contradictoria, y será posible entonces, trazar estrategias de adaptación e  incluso de supervivencia, como naciones o como empresas significativas en el  escenario y en el mercado global.  La tendencia a la fragmentación, al cierre y al  proteccionismo también será fuerte, y coexistirá con la anterior. Muchos  factores jugarán en la necesaria tensión entre las dos tendencias. Pero uno que  será decisivo será la vocación real de apertura de las economías principales,  en particular los Estados Unidos, el Japón y la CEE, reflejada en los alcances de los resultados  que se logre en la   Rueda Uruguay. El problema principal a resolver luego, será  el de una disciplina multilateral colectiva en materia de restricciones  encubiertas a la competencia económica mundial, sean ellas producto de  decisiones unilaterales de política comercial, sea de reglas de origen, sea de  normas técnicas, sea de la propiedad intelectual. Como el derecho a voto en la  democracia, el derecho al acceso a los mercados, en ambos casos protegido  jurídicamente, serán claves para los países -especialmente los en desarrollo-  que hagan las necesarias transformaciones para competir a escala global. De ahí  la importancia crucial que tiene para los países latinoamericanos el  fortalecimiento del GATT, en especial de su capacidad para resolver conflictos  y de las reglas de juego de competencia económica que allí se puedan negociar.  Las tendencias antes mencionadas, que sin duda  coexistirán durante el resto de la década y aún más allá, requerirán de cada  competidor nacional grandes esfuerzos de transformación productiva y de  organización interna. Es probablemente ésta otra de las claves para entender la  integración económica como fenómeno contemporáneo.  Es sólo en la medida que un país se capacita y se  organiza para competir y para negociar a escala global, que puede tener sentido  una estrategia de alianzas con otros países. La variable clave para el éxito,  será su capacidad organizativa para aprovechar las ventajas de la red de alianzas  y de acuerdos que enhebre a escala regional y aún global.  Ello implica, por un lado, una fuerte movilización  social para insertarse en la economía mundial. En este mundo del fin del siglo,  es la sociedad en su conjunto la que se moviliza para competir, como forma de  sustentar sus aspiraciones de bienestar y de libertad. La cohesión social se  transforma entonces en una de las más formidables ventajas competitivas que  puede desarrollar, frente a otras, una nación.  Pero ello implica, por otro lado, un intenso esfuerzo  de transformación, adaptación y organización,  a nivel de las empresas, en cualquier sector en que ellas operen. En esta  perspectiva no cabe la distinción ya obsoleta entre agricultura,  industria y servicios, o entre firma grande o pequeña. En la actual realidad  internacional, lo que importa es el valor agregado intelectual que un país y  sus empresas, puedan incorporar a la producción de aquellos bienes y a la  prestación de aquellos servicios que tengan un valor en el mercado mundial. Y en  una perspectiva de competencia económica global muy pocas empresas son  realmente grandes a escala del mercado que cuenta, que es el global.  Una vez creadas por medio de las políticas de ajuste y  de transformación productiva, las condiciones sistémicas para la  competitividad, y una vez creadas por una estrategia gubernamental de alianzas  múltiples, similares condiciones sistémicas a escala global y regional, el  centro de la acción se desplaza entonces hacia la capacidad empresaria de crear  condiciones de competitividad a nivel de las firmas. Ello implica  racionalización de la producción, inversión e incorporación de progreso técnico  en función de una definición dinámica de sus ventajas competitivas, y en  particular, una estrategia de alianzas empresarias y de desarrollo de redes de  producción y de comercialización, a escala regional y global, para potenciar en  favor de cada empresa las oportunidades abiertas por la red de acuerdos de  libre comercio e integración económica que negocian los respectivos gobiernos.  Una visión como la planteada, lleva a recomendar  estrategias y metodologías de integración económica y de libre comercio muy  flexibles, que permitan lograr a la vez: 
        un mínimo de seguridad jurídica con  respecto al acceso a los mercados;
 
la nivelación del  campo de juego para la competencia económica, con reglas adecuadas al respecto, incluyendo aquellas  orientadas a neutralizar los efectos de disparidades macroeconómicas sobre las  competitividades relativas; 
 
un arbitraje eficaz para la definición de  reglas de juego que reflejen una reciprocidad dinámica de intereses nacionales  enjuego, y para resolver las lógicas controversias que se plantee en torno al  alcance de las reglas de juego; 
 
un monitoreo independiente de los avances  que se logren en la integración económica y de los impactos que se producen en  las economías nacionales; 
 
la adaptabilidad necesaria de las reglas  de juego, para atender requerimientos de ritmos e intensidades diferenciales,  planteadas por países o sectores que tienen más dificultades para operar su  transformación productiva a la misma velocidad que los más avanzados; 
 
la conciliación  entre múltiples ámbitos y dimensiones de inserción internacional de cada uno de los asociados, a través de reglas  que establezcan una disciplina colectiva para operar estrategias nacionales de  alianzas múltiples; y 
 
un  continuo proceso de consulta y participación entre gobiernos, órganos técnicos  y
          sector privado, reflejo de similar proceso a escala interna de cada asociado, a  fin concertar en
          forma dinámica las adaptaciones que objetivos e instrumentos deban tener para  encarar los
          cambios internacionales y regionales, que un mundo de inestabilidad e  imprevisibilidad no
          permite de ninguna manera anticipar en forma precisa. Tanto en el plano interno como en el regional, una  estrategia de integración extrovertida y competitiva, sólo es viable como un  esfuerzo de sinergia público-privada, no sólo entre gobiernos y empresas, pero  también entre gobiernos, empresas y sociedad civil, que la realidad  internacional demuestra que fructifica exclusivamente en el marco de la  democracia, del mercado y de la equidad social. VIII. Conclusiones. Algunas reflexiones de validez para el  caso centroamericano. El proceso de integración económica centroamericana es  el más antiguo de América Latina. Primero  los tratados bilaterales, luego en 1960, el Tratado de Managua abrieron el  camino contemporáneo al desarrollo de la integración regional. Luego de  años de crisis, la idea de integración económica es relanzada, al más alto  nivel político centroamericano, en la   Cumbre de Antigua, Guatemala, en 1990.  El Protocolo al Tratado General de Integración  Económica Centroamericana, ha sido planteado como el instrumento jurídico  destinado a crear el marco en el cual se desarrollarán en el resto del siglo,  las acciones orientadas a concretar los actuales objetivos de la integración  económica centroamericana.  Con una población de 28 millones de habitantes, un  producto bruto de 27 mil millones de  dólares americanos y un per-capita de cerca de mil dólares, Centroamérica se  abre a una nueva etapa de competencia económica internacional,  sustentada en la consolidación de su democracia y en la paz regional, con la  ventaja de estar geográficamente próxima a la mayor economía industrializada  del mundo.  El arancel centroamericano común, con un tope máximo  del 20% y un mínimo del 5%, esta indicando una vocación de apertura de la  región, que contrasta con los altos niveles de protección de la primera etapa  de integración de los años cincuenta. Claramente Centroamérica se inscribe en  el cuadro más amplio de apertura comercial que se observa en toda América Latina. Como también sigue la tendencia  hemisférica en la definición de los objetivos estratégicos globales de  la integración regional. La actual etapa de la integración económica en Centroamérica, coincide desde un punto de vista  estratégico y metodológico, con la tendencia que en la actualidad se  observa en América Latina, especialmente en el Grupo Andino, en el Grupo de los  Tres y en el Mercosur.  Tres rasgos merecen destacarse en la actual etapa de  la integración económica centroamericana. En primer lugar, el claro vínculo  entre integración, paz y democracia, tiende a afirmar las expectativas de  racionalidad y previsibilidad, necesarias para atraer hacia la región la inversión interesada en aprovechar el cuadro  de ventajas competitivas que presentan los países Centroamericanos, por  ejemplo en el campo agro-industrial y en materia de servicios, especialmente  por sus recursos naturales y humanos, y por su ubicación geográfica.  En segundo lugar, la importancia creciente que esta  adquiriendo el desarrollo de instituciones de participación parlamentaria (el  Parlamento Centroamericano) y empresaria (FEDPRICAP), señalan una clara  tendencia a sustentar la integración económica en los sectores sociales.  En tercer lugar, se ha introducido gradualmente en la  agenda de la integración centroamericana la cuestión social, tanto en lo que se  refiere a encarar los problemas comunes de extrema pobreza, como al énfasis que  se le atribuye al desarrollo humano, especialmente en cuanto a la promoción de  mecanismos, que aseguren la capacitación de recursos humanos para su participación activa, en un proceso productivo  que incorpore el progreso técnico necesario para acrecentar la productividad  y la competitividad global.  El Protocolo de Guatemala, abre la puerta a una visión  más pragmática de la integración económica regional, en la que se tomen en  cuenta las diferentes realidades nacionales, los requerimientos distintos que  ellas plantean y que pueden afectar intensidades y ritmos de la integración  económica, así como el hecho que la región puede aspirar a tener una  vinculación estrecha y especial, con los Estados Unidos y con el NAFTA.  En tal perspectiva, parece esencial garantizar a la  vez el carácter incremental del proceso de integración, sin pretender definir  desde el comienzo todas las metas e instrumentos, y su carácter instrumental de  una estrategia de alianzas múltiples y porosas.  Esto implica reconocer la conveniencia de que la  región negocie como conjunto en el plano más amplio de la integración  hemisférica y en el GATT, pero a la vez que este objetivo, no sea percibido por  ninguno de los países como un elemento que disminuya la velocidad con la que  aspiran a insertarse en la economía mundial.  La nitidez del proceso de creación normativa común, lo  que implica la simplicidad de la estructura institucional de la integración  económica, es una condición necesaria para asegurar la efectividad y la  eficacia de las reglas de juego que se pacten. Incluso los mecanismos de  control de legalidad y de solución de controversias, deben ser en una primera  etapa, simples y poco costosos, si se quiere lograr acreditarlos como elementos  eficaces para la preservación de la igualdad de oportunidades y de condiciones  equitativas de competencia económica entre los distintos países.  La experiencia internacional y latinoamericana,  indican que es en el plano interno de los asociados, donde deben efectuarse los  esfuerzos mayores para colocar a cada país en condiciones de participar  activamente en el proceso de integración. Esto es válido, tanto con respecto a  los órganos gubernamentales que participan en la preparación y luego en la  ejecución de las decisiones de integración, como con respecto a la participación  del sector privado (empresarios, trabajadores, consumidores).  Quizás sea en las acciones orientadas a facilitar la  transformación productiva de las empresas -cualquiera que sea su tamaño-, sean  ellas productoras de bienes o prestadoras de servicios, que se juegue en última  instancia la suerte de un proceso de integración orientado a acrecentar la  competitividad global de las economías nacionales. La capacitación de cuadros;  la identificación y preparación de proyectos rentables; el financiamiento de reconversión;  los esfuerzos compartidos en el campo tecnológico; la asistencia orientada a la  formación de redes regionales de comercialización y producción; la inserción de  las pequeñas y medianas empresas en las redes de suministro y de  producción de grandes operadores transnacionales; son otros tantos campos  prioritarios para la acción de gobiernos y empresarios centroamericanos en los  próximos años, y en especial, para la cooperación internacional, a través de  organismos como la ONUDI,  y de las instituciones financieras internacionales y regionales.  En esta perspectiva parece fundamental continuar con  las acciones que se canalizan hacia la región a través del PNUD y del BID, y  extraer el máximo provecho de mecanismos como el Grupo Consultivo Regional de Centroamérica,  así como de las negociaciones que se encaren en el futuro por la región con  México, el G.3 y con NAFTA.  Pero es finalmente la estabilidad macroeconómica y la  consolidación de condiciones sistémicas de competitividad, las que permitirán  fructificar la inmensa voluntad política que se observa en la región para  llevar adelante, a la vez, la integración económica y la inserción competitiva  en la economía global.  Racionalidad; predominio del Derecho; instituciones  democráticas que aseguren la participación ciudadana; cohesión social a partir  del reconocimiento de la persona humana como eje de cualquier proyecto de  transformación productiva y de modernización; flexibilidad en la  instrumentación de la estrategia de integración y de inserción en la economía  global; conjunción de esfuerzos entre gobierno y Sociedad; parecen ser las  notas distintivas que la experiencia internacional señalan como esenciales para  el intento colectivo del grupo de naciones centroamericanas, que en las  condiciones difíciles pero estimulantes del fin del siglo, deciden compartir la  tarea de insertarse competitivamente en la economía global. |