| El Mercosur es  una región natural. La contigüidad geográfica impide a los cuatro países que  actualmente lo integran ignorarse recíprocamente.  Siempre fue y será así. Por ello comparten historia. Lo novedoso, sin embargo, es que en los últimos diez  años han adoptado la decisión  política de trabajar juntos, poniendo en común el acceso a sus respectivos  mercados y a sus recursos, y desarrollando gradualmente disciplinas  colectivas.  Antes su  relacionamiento recíproco estuvo signado por hipótesis de conflictos, que  generaron realidades de indiferencia, a veces de tensiones, incluso muy en el pasado, de enfrentamientos limitados en sus alcances. Eran vecinos incómodos y distantes,  que se recelaban. En verdad se conocían muy poco. Lo esencial de su inserción  internacional - en todos los planos, incluyendo por cierto lo económico y lo  cultural -era el resto del mundo, en particular, Europa.  El concepto de frontera y de zona de  frontera, reflejaba esta realidad. La  infraestructura física no estaba orientada a comunicar. La ausencia de  puentes sobre los ríos compartidos simbolizaba una tendencia latente a la  vigencia en la región de la lógica de la fragmentación. El cambio en el relacionamiento  recíproco operado a partir de los años 80, reconoce varias fuentes,  interpretadas correctamente por el liderazgo político democrático. Ellas son internas a cada uno de los socios, y externas, originadas en la evolución del  sistema internacional político y económico.  La principal - no la única - fuente  interna es la de las profundas transformaciones operadas en cada uno de los  países socios, por comenzar en la   Argentina y en el Brasil. Ella ¡o lleva gradualmente a  percibirse mutuamente como sociedades que enfrentan similares desafíos y que  comparten valores - "like-minded countries" -. En tal sentido, la  lógica de la integración en la región es la resultante del triple proceso de  consolidación democrática, de transformación productiva para superar un alto  grado de obsolescencia tecnológica relativa y de inserción competitiva en le  escenario económico mundial. Los tres procesos interactúan en sus causas y en  sus efectos, reforzándose mutuamente.  El predominio de valores culturales  propios de sociedades abiertas, especialmente la tolerancia, la moderación y el  respeto del otro, comienza a pernear las políticas externas de cada uno de los  países incluyendo en particular las dirigidas hacía su contexto contiguo. La  creación de un entorno regional de estabilidad y paz, pasa a ser no sólo una  consecuencia de los cambios de actitudes y valores internos, sino un valor en  sí mismo funcional a lo que cada país necesita para modernizarse e insertarse  competitivamente en el mundo. La región inmediata es entonces vista como un  "hábitat" favorable a los esfuerzos internos de democratización,  apertura y competitividad. Cumple funciones similares a las que se observan en  las democracias y modernizaciones nacientes de Europa de la inmediata  postguerra, y luego en las del Mediterráneo y en las de Europa del Este. La principal fuente externa es la de las grandes tendencias internacionales delfín del siglo. En primer  lugar, el fin de la guerra fría elimina en la región sudamericana factores de  tensión que durante dos largas décadas incidieron en la vigencia de la  democracia, con su consiguiente repercusión en el clima del relacionamiento  político entre los países vecinos. En segundo lugar, la creciente  multipolaridad del sistema internacional genera un mayor grado de  permisibilidad para el desarrollo de políticas de alianzas múltiples en la  inserción internacional de países, como son la Argentina y el Brasil.  En tercer lugar, la globalización de la economía mundial - fuertemente  impulsada por el efecto acumulativo de factores económicos y tecnológicos, que  inciden en el acortamiento de las distancias económicas y físicas, en los  flujos de bienes, servicios e inversiones y en las estrategias y modalidades  organizativas de los competidores globales, tanto financieros como industriales  - genera una nueva combinación de desafíos y oportunidades para economías  emergentes como las del Sur de las Américas, acelerando la velocidad en el  desplazamiento de ventajas competitivas y aumentando el valor estratégico de  los accesos asegurados a los mercados mundiales.  La Organización Mundial del Comercio es una de  las principales resultantes del realineamiento institucional del mundo del fin  de siglo: su aporte deberá ser el de reglas de juego efectivas para el comercio  y la competencia económica en un mundo multipolar globalizado. En cuarto lugar,  se acentúa la tendencia a la conformación de grandes bloques económicos, que responden  a la definición de regionalismo abierto, esto es que se visualizan como aportes  a la construcción de un multilateralismo no discriminatorio de alcance global.  Comienzan a distinguirse en este mundo de bloques, los que son expresión de  "regiones naturales" esto es con contigüidad  geográfica-económica-cultural de fuerte raíz histórica (Unión Europea,  Mercosur, NAFTA, ASEAN), de los que son la resultante de alianzas más amplias  orientadas a lograr objetivos que no pueden ser alcanzados aún a nivel global,  como es el caso claro de la APEC  - es decir, las regiones GATT-plus -. Tienden a ser más heterogéneos en su  composición - por ej. La participación de Chile y Perú en la APEC, junto con China y  Australia -, y su perfil está claramente definido por objetivos de libre  comercio y no necesariamente por objetivos políticos, sean estos explícitos  como en la Unión Europea,  o implícitos como en el caso del NAFTA.  Las tendencias observadas en ambos  planos incidieron directamente en la decisión política adoptada en 1990 de  crear el Mercosur y de encarar en conjunto consultas y negociaciones con los  Estados Unidos, en el ámbito de lo que luego se denominaría el acuerdo  "4/1". La metodología de integración empleada estuvo fuertemente  influenciada por la experiencia negativa acumulada durante el período de la ALALC-ALADI - muchos  países, perfil político bajo, facilidad en diluir o dilatar los compromisos  básicos, apertura comercial restringida y "a la carta" -, y por la  positiva del período del PICAB, iniciado en 1986 - pocos países fuertemente  comprometidos a trabajar juntos, acciones concentradas en cuestiones y sectores  de alto efecto multiplicador, participación directa de funcionarios nacionales  con competencia en los respectivos temas y,  sobre todo, seguimiento personal de los propios Presidentes, basado en  un alto grado de comunicación recíproca -.  Desde el comienzo en 1986 y luego  más aún, a partir de 1990, la integración en el ámbito del Mercosur tiene un  fuerte perfil político. La democracia primero y luego, la necesidad de  potenciar la capacidad negociadora en el frente externo, constituyen fuerzas  motoras del trabajo conjunto que explica el interés de los Presidentes en  participar directamente en el impulso del proceso. Mercosur responde entonces a  una visión estratégica coincidente de cada uno de los socios en cuanto a los  requerimientos de su modernización política y económica interna, y en cuanto a  los de su inserción competitiva - lo que implica poder negociar con éxito  aperturas de mercados y el nivelamiento del campo de juego en la competencia  económica mundial - en un escenario de multipolaridad y globalización  creciente.  Como ha ocurrido en otros casos de  regiones naturales, el punto de partida en la construcción del Mercosur es el  interés nacional de cada uno de los socios. Este es el prisma a partir del cual  se analiza en cada caso la conveniencia o no de asociarse. Chile;, por ejemplo,  decidió en 1990 que no le convenía participar de lo que sería el Mercosur. Lo  importante es recordar siempre que en este tipo de procesos voluntarios, los  socios deciden trabajar juntos porque entienden que les conviene. Y lo hacen  mientras sigan entendiendo que es más conveniente ser de la partida que  quedarse afuera. No es sólo una conveniencia económica, medible por ejemplo en  términos de participación en el comercio recíproco o en la atracción de  inversiones. Es por el contrario, una conveniencia definida desde una visión  estratégica de inserción de cada país en un mundo altamente competitivo, a la  vez globalizado y regionalizado.  El Mercosur es parte por lo tanto  del fenómeno contemporáneo de procesos de integración voluntarios entre  naciones soberanas. Son ellos la resultante de pactos voluntarios, con mayor o  menor grado de formalización, entre naciones soberanas que compartiendo una  región geográfica e histórica, deciden trabajar juntas, preservando una margen  para el ejercicio discrecional de sus políticas externas y económicas, y  poniendo en común el acceso a sus mercados y a sus recursos, en forma  sistemática, a fin de alcanzar objetivos comunes valorados, tanto en el plano económico - más bienestar - como en el  político - paz y democracia, capacidad negociadora internacional -. Las  técnicas para abrir sus respectivos mercados pueden variar, siendo las más  utilizadas dentro del marco del artículo XXIV del GATT, las distintas variantes de  zonas de libre comercio, de unión aduanera y de mercado común.  Este fenómeno contemporáneo de  integración voluntaria entre naciones soberanas, presenta en los distintos  casos conocidos -especialmente la Unión Europea, el NAFTA y el Mercosur -, algunos  rasgos comunes y otros diferenciales. Comprenderlos es esencial para cualquier  tipo de comparación entre las metodologías empleadas, en un caso y en otro, a  fin de mantener a través del tiempo el predominio de la lógica de integración. Cabe recordar al respecto que la historia nos  enseña que lo natural en la relación entre vecinos es la propensión al  conflicto y a la fragmentación. Como rasgos comunes,  cabe destacar, el foco nacional como punto de partida; el acceso irrestricto a  los mercados de los socios como un derecho jurisdiccionalmente garantizado; la  discriminación frente a terceros, con técnicas de unión aduanera - más  transparentes - o de zona de libre comercio - menos transparentes cuando se  abusa de las reglas de origen específicas -, y un determinado grado de  disciplinas colectivas en políticas macroeconómicas, sectoriales y comerciales  externas. Como rasgos diferenciales, cabe  destacar, el número de países participantes;  el grado de interdependencia recíproca - medido en término de  participación de las interacciones económicas entre los socios en sus  interacciones económicas globales - y la intensidad de la asimetría de poder  económico y político relativo entre los socios - mayor o menor multipolaridad  -. Es precisamente la combinación de estos rasgos diferenciales lo que hay que  tener en cuenta a la hora de comparar procesos aparentemente similares. Por  ejemplo, en un caso de baja interdependencia recíproca, al menos en una primera  etapa, los requerimientos de coordinación macroeconómica y de  institucionalización serán más bajos (caso Mercosur). También lo será en el  caso de un cuadro de alta interdependencia y de fuerte polarización (caso  NAFTA). En este caso, una vez que se puso en funcionamiento el proceso de  integración o de libre comercio, es poco lo que queda por negociar. En cambio,  los requerimientos de coordinación macro-económica y de institucionalización  serán mayores, en el caso de integración entre países con alto grado de  interdependencia recíproca y marcada multipolarización de poder relativo (caso  Comunidad Europea).  La base del vínculo asociativo en  este tipo de procesos entre naciones soberanas que trabajan juntas, pero que a  la vez preservan un grado de discrecionalidad para el ejercicio de sus  políticas externas y económicas domésticas, es la reciprocidad de intereses  nacionales. Es precisamente la percepción de un cuadro de ganancias mutuas lo  que explica el origen del proceso en su momento fundamental. Y es la  preservación de ese cuadro "win-win", en forma dinámica, lo que  explica el predominio de la lógica de la integración a través del tiempo.  Cuando ello no ocurre, este tipo de procesos fracasa, casi siempre no en forma  abierta, pero si por derivarse hacia el plano de la irrelevancia económica y  política. De ahí que tanto la eficacia  económica - por ej. Capacidad para atraer inversiones productivas - como la  política fuertemente de la percepción que inversores y terceros países tengan  de la capacidad efectiva de preservar en forma dinámica un cuadro de ganancias  mutuas entre los socios. Ello a su vez,  será visto como la resultante de los efectos económicos de la alianza  sobre cada uno de los socios (aumento del comercio recíproco, crecimiento  económico, ganancias de productividad y de competitividad), y de la calidad de  sus reglas de juego (grado de efectividad en su incidencia sobre la realidad) y  de sus instituciones (capacidad de concertación de intereses nacionales y de  aplicación efectiva de lo comprometido) -"enforcement"-.  En esta visión dinámica del  Mercosur, la integración no es concebida en función de un producto final, en el  que un nuevo todo sustituya a las anteriores partes. No se trata de que una  nueva unidad autónoma de poder sustituya  algún día las preexistentes. No es un proceso de federalización política. Se  trata por el contrario de un proceso continuo e incremental de trabajo  conjunto, en el que cada parte conserva su individualidad en el marco de una  visión de conjunto de naturaleza estratégica (dimensión existencial) y de  reglas de juego y disciplinas comunes (dimensión operativa). Es un gran  esfuerzo de sinergia multinacional, orientado a potenciar en un proyecto común,  realidades e identidades nacionales. Supone el reconocimiento por cada socio de  la importancia que el otro tiene para su propio proyecto nacional.  Al ser así, la creación de comercio  y de oportunidades de inversión, son una condición necesaria pero no  suficiente. El proyecto común se sustenta y se torna eventualmente en irreversible  en la medida en que todos los aspectos de la vida social de cada comunidad  nacional queden involucrados por la nueva dimensión regional. De ahí la  importancia que adquiere para el propio proyecto económico su dimensión  cultural entendida en un sentido amplio de modos de vida de una sociedad - de  sus valores e intereses, de sus formas de pensar y de manifestarse  espiritualmente -, expresada en el desarrollo de un denso tejido de  interacciones entre las sociedades civiles y de sus instituciones.  Es el Mercosur de los pueblos, de la  vida diaria, que se expresa también en múltiples planos de la vida en sociedad,  desarrollando gradualmente una identidad común, punto de referencia ineludible  ante los dilemas y las perplejidades que produce un mundo económica y  culturalmente globalizado.  Esta dimensión social y cultural del  Mercosur hace a un aspecto central del proyecto político y económico, que es el  de su legitimidad interna en cada una de las comunidades nacionales. Es en la  medida que el proyecto común sea percibido como de ganancias mutuas por las  grandes mayorías de cada socio, que podrán absorverse las naturales tensiones  que produce el trabajo conjunto, particularmente frente a eventuales  desigualdades en la distribución de costos y benéficos, medidas por ejemplo en  las corrientes de comercio o en la localización de inversiones. Por el  contrario, un proyecto de integración de baja legitimidad interna en uno de los  socios, es mucho más vulnerable a situaciones circunstanciales de conflictos de  intereses económicos.  Además de realidad de mercado, y de  sistema de decisiones y de reglas de juego, el Mercosur comienza a  identificarse como una marca que distingue en el mundo a un grupo de países que  han optado por profundizar la lógica de la integración, como forma de potenciar  sus respectivos procesos de democratización, transformación productiva e  inserción internacional competitiva y con perfil propio. Por ello, educación y  cohesión social comienzan a delinearse gradualmente como hilos conductores que permiten  enhebrar el tejido de sustentabilidad social a los esfuerzos requeridos por  tales objetivos.  Una cierta armonía en la diversidad  social y cultural de los pueblos es un rasgo distintivo del concepto Mercosur.  No es una heterogeneidad de ruptura. No es por cierto la aspiración a la  homogeneidad. Es de la esencia misma del concepto Mercosur la idea que las  partes se potencian y enriquecen trabajando juntas. No lo es la idea de que las  partes sean sustituidas un día por un nuevo todo. Es por el contrario la  preservación de las respectivas identidades nacionales y regionales dentro de  cada nación, pero potenciadas en una alianza estratégica, no circunstancial  sino que proyectada hacia el futuro, lo que da su verdadero sentido histórico y  cultural al Mercosur. Como realidad de mercado el Mercosur  puede tener una geometría variable, extendiéndose por asociación de  libre comercio a otros países sudamericanos. Pero es sólo con la membrecía  plena, esto es con la aceptación total de su sistema de decisiones y de sus  reglas de juego comunes, que se alcanza la dimensión de la marca Mercosur. Es  lo que da un perfil nítido y diferenciado, al núcleo básico del proceso de  integración. En tal perspectiva será necesario preservar la identidad del  núcleo básico y no diluirla en una política de expansión en torno al sólo  concepto de libre comercio.  Habiendo transcurrido el primer  período de transición hacia la conformación del mercado común, corresponde  ahora encarar el desarrollo gradual que permita en todos los planos la instrumentación  operativa de los objetivos del Tratado de Asunción. Formalmente, el mercado común está ya creado. Demandará años aún  su pleno desarrollo, comenzando por el perfeccionamiento de la unión  aduanera y la profundización gradual de los otros elementos definidos en el  artículo 1o del Tratado, comenzando por los servicios.  Pero es en el plano de la dimensión  no económica del Mercosur donde deberá en adelante concentrarse la atención, si  es que se quiere sustentarlo en una  creciente legitimidad interna en cada uno de los socios.  Es en esta perspectiva que  corresponde introducir la cuestión de la agenda cultural del Mercosur,  entendida como un conjunto de acciones orientadas a profundizar la raíz popular  del proyecto de integración. Un aporte en tal sentido seria la  instrumentalización de mecanismos de acción  y financieros que permitan identificar y promover, proyectos culturales  del Mercosur. La Unión Europea tiene una gran  experiencia en la materia. Un curso de acción recomendable sería precisamente vincular  una agenda cultural del Mercosur, con el acuerdo marco celebrado en Madrid  entre la UE y el  Mercosur. Los países europeos podrían en tal caso participar activamente en un  mecanismo financiero regional orientado a la promoción de proyectos culturales  Mercosur, especialmente en el campo educativo y de las expresiones artísticas.  La agenda del Mercosur debería nutrirse de proyectos comunes que surjan de la  sociedad civil y de sus instituciones, para los cuales podrían orientarse  recursos de inversión cultural. El fondo Multilateral de Inversiones del BID  podría ser otra fuente para los recursos financieros que la agenda cultural  demande. |