| La Cumbre Mercosur-Unión Europea arrojó tres resultados 
        concretos. Se reflejan en el Comunicado de Río de Janeiro, principal 
        documento emanado de este encuentro.  El primero es que el proceso negociador se inició formalmente, 
        teniendo como objetivo la liberalización del comercio bilateral, 
        progresiva y recíproca, sin excluir ningún sector y de conformidad 
        con las reglas de la OMC. Ello implica ajustarse a los requerimientos 
        del artículo XXIV del GATT 1994, o sea adoptar la forma de una 
        zona de libre comercio. Los resultados constituirán un compromiso 
        único que conformará un todo indivisible, o sea el principio 
        del "single undertaking". Es como se ve, un enfoque muy similar 
        al utilizado en el ALCA.  El segundo es la definición del siguiente paso y de su oportunidad. 
        Concretamente, la Cumbre acordó iniciar las negociaciones en noviembre 
        próximo en Bruselas, en una reunión del Consejo de Cooperación 
        (integrado por representantes de los respectivos consejos, del GMC y de 
        la Comisión Europea), en la que deberán definirse la estructura, 
        la metodología y el calendario de las negociaciones. Preparar bien 
        esta reunión es la nueva prioridad para los gobiernos y el sector 
        privado.  El tercer resultado es el paralelo entre la negociación que simultáneamente 
        la Unión Europea desarrollará con el Mercosur y con Chile. 
        Ello parece lo natural ya que responde a realidades políticas y 
        de los mercados, y va en la dirección de lo que es fácilmente 
        previsible -y deseable-, esto es la incorporación plena de Chile 
        a una nueva etapa del Mercosur.  Se ha dicho que los resultados de la Cumbre en este plano han sido pobres. 
        No es así si se toman en cuenta los escenarios pesimistas que se 
        barajaron hasta días antes de su realización, y las diferencias 
        profundas de intereses y perspectivas que se dan particularmente en el 
        campo agrícola, muy bien reseñadas por Roberto Lavagna hace 
        poco en estas mismas páginas. Tampoco es así si se consideran 
        los tiempos de la diplomacia de integración, que son necesariamente 
        lentos a la luz de las dinámicas económicas y políticas. 
        Se sabe que los caminos que conducen a Maastricht son más sinuosos 
        y complejos que los que conducen a Kosovo. Pero los resultados son más 
        valiosos en el caso que ellos sean logrados. La diplomacia de integración 
        se maneja en el ámbito de las zonas grises y nunca tiene la nitidez 
        de visiones simplistas, más propensas a ver las realidades negociadoras 
        en términos de blanco o negro.  Lo cierto es que el Mercosur tiene ahora por delante tres procesos negociadores 
        complejos y exigentes, sin perjuicio de otros que puedan desarrollarse 
        con países individuales. El principal es el que, se espera, se 
        inicie en noviembre en Seattle en el ámbito de la OMC. Es en nuestra 
        opinión el eje principal de las negociaciones comerciales orientadas 
        a abrir, en condiciones de estabilidad y previsibilidad, mercados para 
        nuestros bienes y servicios. Los otros dos son el del ALCA y el de la 
        Unión Europea. Los tres requieren un enfoque estratégico 
        compartido entre los socios y vasos comunicantes fluidos en el desarrollo 
        de cada negociación. De hecho, implican una sincronización 
        de un espacio temporal que se extiende desde noviembre de 1999 (OMC, Seattle; 
        ALCA, Toronto; UE, Bruselas) hasta algún momento del período 
        2003-2005.  Pero no es sólo un esfuerzo de definición estratégica 
        y de organización el que impone la simultaneidad de negociaciones 
        comerciales. El Mercosur enfrenta desafíos de consolidación 
        y profundización para afirmarse como interlocutor válido 
        en tales negociaciones. Ello implica trabajar en tres frentes, en los 
        que se requieren imaginación y acción: el de la preferencia 
        Mercosur; esto es, el de los privilegios de ser miembro del club, en materia 
        de bienes así como de servicios y compras gubernamentales; el de 
        las disciplinas colectivas, como son las exigencias que impone la pertenencia 
        al club, particularmente en el campo de las políticas macroeconómicas 
        y comerciales externas, y el de las insuficiencias institucionales, es 
        decir, el plano de las reglas de juego y su efectivo cumplimiento, así 
        como la administración de los naturales conflictos de intereses 
        o de interpretación de las reglas que se producen entre socios 
        que preservan sus visiones y soberanías nacionales, y que además 
        tienen dimensiones económicas diferentes.  Las exigencias simultáneas de sus agendas externas e internas 
        plantean la necesidad de una nueva etapa del Mercosur, en la que se ataquen 
        con energía política y visión arquitectónica 
        los tres frentes antes mencionados, dentro de los objetivos del Tratado 
        de Asunción y sobre la base de los compromisos ya acumulados. Cambiar 
        de enfoque ahora no parece necesario y afectaría la credibilidad 
        del Mercosur, erosionando su capacidad negociadora externa. El enfoque 
        inicial sigue siendo válido, esto es avanzar al desarrollo de un 
        mercado común, lo que implica transitar por la etapa de una unión 
        aduanera e incluye el objetivo de largo plazo de una moneda común, 
        explícitamente reconocido en su discurso de Río por el presidente 
        de Brasil, Fernando Henrique Cardoso.  Pero la definición de disciplinas colectivas macroeconómicas 
        y de las adaptaciones que se requieran en la nueva etapa -incluyendo pactar 
        una mayor flexibilidad en casos de situaciones económicas complejas, 
        tanto para el arancel externo común como para la aplicación 
        de salvaguardias excepcionales al comercio regional- sería una 
        tarea más perdurable si se efectuara con la plena incorporación 
        de Chile como miembro del Mercosur, lo que indudablemente implicará 
        un período de convergencia en relación co n el arancel externo 
        común. |