| Siempre se entendió que el fin del sistema de "currency board", 
        iba a ser para la Argentina una operación de extrema dificultad, 
        con fuertes impactos en el plano económico-financiero, y en el 
        político y social. Los hechos ocurridos desde la renuncia de Fernando 
        de la Rúa, en diciembre pasado, han confirmado muchos de los pronósticos.  En realidad es un proceso muy complejo, que trasciende al cambio de 
        una política cambiaria y monetaria. La Argentina está viviendo 
        el fin de un largo ciclo de su desarrollo político y económico. 
        Muchos de los factores que inciden en el actual cuadro de situación, 
        encuentran sus raíces en su historia profunda y en la visión 
        que sucesivas generaciones de argentinos tuvieron sobre el país, 
        y sobre su inserción en el mundo y en la región sudamericana. 
        Algunos se explican por deficiencias en el funcionamiento del sistema 
        político y la baja capacidad de sus instituciones para articular 
        intereses sociales, en un cuadro de amplia diseminación del poder, 
        y para producir políticas públicas que penetren en la realidad 
        y que alcancen los resultados esperados. Otros reflejan problemas estructurales 
        que afectan la productividad y la competitividad en la producción 
        de bienes y en la prestación de servicios, que estimulan la evasión 
        fiscal y la economía negra, y que aumentan las desigualdades sociales, 
        incluso deteriorando el nivel de vida de amplios sectores de la población, 
        que en el pasado gozaron de un bienestar superior al de muchos países 
        de la región. Es un ciclo largo, en el que se ha acentuado la dependencia 
        del ahorro externo y no se han logrado revertir plenamente, los efectos 
        que sobre el comercio exterior del país, tuvieran el fin de su 
        relación económica especial con Gran Bretaña y luego, 
        las políticas proteccionistas que en materia agrícola practican 
        algunos de los países más industrializados.  No todo ha sido negativo. En las últimas dos décadas, 
        el país logró progresos sustanciales en su institucionalización 
        democrática e incluso, en la modernización de su economía, 
        producto en gran medida de una sustancial apertura comercial y de un fuerte 
        proceso de inversión, tanto para la producción de bienes 
        como para la prestación de servicios.  Tales progresos son hoy bases valiosas para la recuperación del 
        país. Es positivo el que la traumática transición 
        iniciada con la renuncia del Presidente de la Rúa, se esté 
        efectuando en el marco de la institucionalidad democrática. Al 
        igual que ocurriera en 1992 en el Brasil, le corresponde a Eduardo Duhalde, 
        con legitimidad formal indiscutible, la difícil tarea de encarar 
        la transición, estableciendo las bases para la sustentabilidad 
        política y económica de un nuevo ciclo en la vida del país. 
        Tres frentes de acción requieren acción inmediata. Del 
        éxito que se obtenga dependerá en gran medida la evolución 
        futura de la Argentina, retomando sobre bases sólidas, el necesario 
        crecimiento económico. El primero, es el de la reconstrucción 
        del poder político y de la eficacia del Estado. El segundo, es 
        el de restablecer la paz en una sociedad convulsionada por frustaciones 
        y tentada por la anarquía. El tercero, es precisamente el de lograr 
        un "soft-landing" del sistema del "currency-board", 
        lo que implica reconstruir la confianza en la moneda nacional, en el sistema 
        financiero y en la capacidad política de lograr, a la vez, políticas, 
        conductas y mecanismos, funcionales a la disciplina fiscal y monetaria, 
        y al ahorro y la inversión, necesarias para la producción 
        y la equidad social.  No es tarea fácil. El éxito depende del acierto gubernamental 
        en la generación de políticas eficaces y creíbles, 
        así como de las consecuencias que extraigan todos los sectores 
        -pero en especial los dirigentes políticos, empresarios, intelectuales, 
        sindicales, religiosos- del ejercicio amplio de autocrítica constructiva 
        que se requiere y que ya se ha iniciado.  Pero también dependerá de la comprensión que la 
        comunidad internacional tenga del caso argentino, y del apoyo concreto 
        que se obtenga en el plano político y financiero. Aislar al país 
        y dejarlo librado a su suerte, limitarse a recetarle políticas, 
        implicaría desconocer el efecto que un agravamiento de la crisis 
        actual -que podría resultar del fracaso de los esfuerzos de reconstrucción 
        que ya se han encarado-, tendría sobre la estabilidad democrática 
        y económica de la región sudamericana. Nadie ganaría. 
        Lo que ocurre en la Argentina se debe mucho a los propios argentinos. 
        Pero también se debe a un entorno internacional -de ideas, ideologías 
        y modelos, de políticas y comportamientos- no siempre favorable 
        a la consolidación de sociedades abiertas en el mundo en desarrollo. 
        El 11 de septiembre, Afganistán, Enron y la Argentina -entre otros- 
        son diferentes síntomas de que algo no funciona en el mundo actual. 
        La autocrítica no es hoy un ejercicio necesario sólo para 
        los argentinos. Es también recomendable para países ricos, 
        organismos y empresarios internacionales, expertos y formadores de opinión, 
        y muchos otros.  En tal perspectiva, cabe colocar la importancia que para la Argentina 
        tiene su relación estratégica con el Brasil y la construcción 
        de un Mercosur "en serio". Es decir de un Mercosur que pueda 
        ser visualizado, por la calidad de sus reglas y la eficacia de sus compromisos, 
        en un ámbito externo regional favorable para las profundas transformaciones 
        políticas, económicas y sociales que se requieren, en mayor 
        o menor medida, en todos sus socios. Que sea suficientemente atractivo 
        para incluir a Chile y para ser el núcleo duro de la estabilidad 
        política y económica de América del Sur. Un Mercosur, 
        que gracias a su legitimidad y a sus disciplinas colectivas, pueda brindar 
        una plataforma de ganancias mutuas, que permita mejor negociar y competir 
        en el mundo.  Es una hora en la que la Argentina tiene que hacer su reconversión 
        y ello implica grandes esfuerzos. Pero también es una hora para 
        demostrar con hechos, la importancia de la solidaridad internacional y 
        regional, sin las cuáles la viabilidad de la democracia, la modernización 
        económica y la equidad social en América del Sur, será 
        crecientemente cuestionada. |