|  Tres dimensiones relevantes en la agenda externa del Mercosur y de 
        sus sociosAl abordarse la cuestión del valor que el Mercosur tiene para 
        cada uno de sus socios, en función de su agenda externa -así 
        como para las empresas que pretenden internacionalizarse, exportando bienes 
        o servicios desde sus respectivos espacios económicos-, tres dimensiones 
        son relevantes. Lo son en función del difícil arte de conciliar 
        necesidades internas con posibilidades externas que es, como señala 
        con acierto Celso Lafer, de la esencia misma de la política internacional 
        de todo país.
 La primera dimensión es que el Mercosur es, ante todo, una realidad 
        regional significativa a escala internacional, de creciente interdependencia 
        (democracia, seguridad, flujos de comercio e inversión, imagen 
        externa y "riesgo país") y de fuerte potencial de crecimiento 
        económico. Es así por la dimensión económica 
        relativa a escala mundial, de sus dos principales socios, Brasil y la 
        Argentina.  Como tal, el Mercosur es una realidad regional de geometría variable, 
        ya que según sea el sector, abarca además de los cuatro 
        socios plenos, a Chile, Bolivia e incluso el resto de Sudamérica 
        (por ejemplo, en energía, transporte y telecomunicaciones).  La segunda dimensión es que el Mercosur es, además, un 
        proceso formal de integración económica. Pertenece a una 
        categoría históricamente reciente de pauta de relaciones 
        entre naciones soberanas con contigüidad geográfica.  Se trata del fenómeno de asociación voluntaria y permanente, 
        entre naciones soberanas que comparten intereses y objetivos de largo 
        plazo, en función de los cuáles ponen en común mercados 
        y recursos, y establecen mecanismos de decisión, políticas 
        públicas e instrumentos, disciplinas y reglas de juego comunes, 
        así como un sistema de solución de controversias.  Es la misma categoría de fenómeno internacional al que 
        pertenecen la Unión Europea y el NAFTA, a pesar de las significativas 
        diferencias que existen -entre ellos e incluso con el Mercosur-, especialmente 
        en términos de técnicas de integración de los respectivos 
        mercados y de la intensidad que adquiere, en cada uno de los casos, la 
        puesta en común de políticas, reglas de juego y disciplinas 
        colectivas.  En el caso del Mercosur, es un proceso formal de integración originario 
        en una decisión de política internacional de cada uno de 
        sus socios, que se plasma -como pacto constitutivo de un vínculo 
        social con vocación de permanencia- en el Tratado de Asunción 
        de 1991 y que reconoce como antecedente inmediato, la integración 
        bilateral Argentina-Brasil iniciada en la década de los ochenta. 
       La tercera dimensión es que el Mercosur, como realidad regional 
        y proceso de integración, es para sus socios -y dentro de cada 
        uno de ellos, para las empresas que aspiran a trascender su mercado interno-, 
        sólo parte de una agenda más amplia de relaciones externas, 
        que tanto en el plano político y de la seguridad como en el económico, 
        se inserta en un cuadro global de desafíos y oportunidades, muy 
        dinámico -en el que tanto vulnerabilidades como ventajas competitivas 
        relativas se desplazan a altas velocidades-, amplio, diverso y complejo. 
        Los socios han entablado entre sí, una alianza permanente privilegiada, 
        que no es ni podría ser, exclusiva ni excluyente.   Como realidad regional, será para siempre el entorno externo 
        inmediato de la Argentina y de sus empresas. Lo determina la geografía. 
        Lo mismo ocurre con el Brasil y para los demás países del 
        sur americano.  Lo razonable es prever que en el futuro las distancias físicas 
        y económicas continuarán acortándose, la interdependencia 
        aumentará y que cada vez será más difícil 
        prescindir de tal entorno en la estrategia internacional de cada socio, 
        y en la de competitividad de sus empresas que producen bienes o prestan 
        servicios, en prácticamente todos los sectores. Los respectivos 
        sistemas políticos y económicos serán cada vez más 
        influenciados por lo que ocurre en la vecindad. Las ciudades y centros 
        de producción de la región estarán más próximos. 
        Las redes de producción y distribución serán más 
        densas, sean ellas originadas en competidores globales o en la asociación 
        de empresas locales de cada país.  En el plano económico, ello torna recomendable la distinción 
        entre el enfoque estratégico de la competitividad dentro de la 
        región, que implica una visión de mediano y largo plazo, 
        del enfoque coyuntural, en función de los datos del corto plazo. 
       En la actual coyuntura es obvio que la región no atraviesa un 
        buen momento. Se refleja en la disminución del comercio recíproco, 
        influenciada por la caída de la actividad económica en la 
        región y especialmente en la Argentina, y por la volatilidad cambiaria 
        producida por la devaluación del Real y luego por la del peso argentino. 
        Pero sería un error serio, confundir los graves problemas coyunturales, 
        con el potencial de comercio e inversión que en el mediano y largo 
        plazo tiene la región.  En tal perspectiva, esta es una hora que pone a prueba la capacidad de 
        cada país socio, así como la capacidad de cada empresa, 
        para desarrollar estrategias que, a la vez que permitan neutralizar o 
        aprovechar las dificultades coyunturales, les permitan posicionarse -como 
        naciones y como empresas-, en una competencia económica regional 
        y global que será crecientemente intensa y dura.  Como proceso de integración, el Mercosur presenta hoy notorias 
        deficiencias y una crisis de credibilidad. En parte se debe a la situación 
        macro-económica y cambiaria de sus socios. Pero en mucho se debe 
        a una baja calidad de sus mecanismos de decisión, de sus instrumentos 
        y de sus reglas de juego. Lo razonable es esperar que la superación 
        de la actual coyuntura económica, será acompañada 
        por decisiones gubernamentales orientadas a adaptar el Mercosur a las 
        nuevas realidades. Difícil que se produzca antes de las elecciones 
        en el Brasil y en la Argentina. Un replanteo del Mercosur, debería 
        colocarlo en condiciones de ser parte de la solución de los problemas 
        estructurales que hoy se observan, en particular en la Argentina y, por 
        ende, parte de una estrategia nacional de competitividad sistémica.  En la visión antes planteada, adquiere toda su importancia el 
        esfuerzo que los socios del Mercosur, actuando en conjunto, efectúen 
        para abrir mercados mundiales y para negociar nuevas reglas de juego que 
        incidirán en los flujos de comercio y de inversiones. Tres frentes 
        negociadores -hoy en pleno desarrollo- son importantes para la competitividad 
        futura de las empresas que operan en el Mercosur y en sus socios. Ellos 
        son, a escala global, el de la OMC -fundamental para el sector agrícola-; 
        a escala hemisférica, el del ALCA y los Estados Unidos- y a escala 
        interregional, el de la asociación con la Unión Europea. 
       A la vez que se negocia, el Mercosur, sus países miembros y sus 
        empresas deben prepararse para los escenarios post-negociadores, lo que 
        implica intensificar la integración regional de cadenas productivas 
        orientadas a competir a escala global, especialmente en los espacios económicos 
        que se abran en forma estable, como resultado de las negociaciones comerciales 
        internacionales.  Sólo vinculando las tres dimensiones antes mencionadas, y combinando 
        los factores coyunturales con los estratégicos, podrá cada 
        país socio y podrán sus empresas, trazar una hoja de ruta 
        de corto, mediano y largo plazo, a fin de competir en los mercados de 
        la región y del mundo, con posibilidades de éxito. En el 
        caso de las empresas, especialmente si son pequeñas o medianas, 
        tal hoja de ruta deberá poner énfasis en su inserción 
        en redes de producción y distribución, que les permitan 
        neutralizar efectos negativos de un escenario económico internacional 
        que continuará caracterizándose por su volatilidad y dinámica 
        de cambio, y a la vez, potenciar las oportunidades que resultan de la 
        globalización y regionalización de la competencia económica. Un debate necesario en el MercosurEn los últimos tiempos, se ha instalado un debate necesario 
        sobre el Mercosur. Al menos dos factores lo impulsan. Por un lado, la 
        percepción que su situación actual dista de ser envidiable. 
        Tiene un problema de credibilidad, interno y externo. Como señalamos 
        antes, es un problema alimentado por la situación económica 
        por la que atraviesan sus socios y por la baja calidad de sus reglas de 
        juego, que distan de generar un horizonte previsible para los inversores. 
        Por otro lado, la sensación que tal como está, no es un 
        instrumento funcional a la transformación productiva, la competitividad 
        y las negociaciones comerciales de sus socios.
  Es un debate positivo y oportuno. Positivo, pues es útil someter 
        a crítica constructiva un proceso político y económico, 
        que incide en la calidad de la inserción internacional de cada 
        uno de los países miembros. Oportuno, pues coincide con los debates 
        internos que resultan naturales en los procesos electorales en curso, 
        en el segundo semestre del 2002, en la Argentina y en el Brasil.  A su vez, dos dimensiones se destacan en el debate. Una es existencial, 
        la otra instrumental.  La dimensión existencial tiene que ver con la conveniencia de 
        impulsar una estrategia de integración entre los cuatro socios, 
        incluyendo su extensión a Chile. Pocos cuestionan tal conveniencia. 
        Los que lo hacen, plantean dos opciones no excluyentes entre sí: 
        la primera es la de una estrategia de inserción internacional en 
        base a acuerdos bilaterales de libre comercio con otros países, 
        en especial con los Estados Unidos y con la Unión Europea. El modelo 
        sería Chile. La segunda es la de privilegiar una alianza estratégica 
        con los Estados Unidos, que implicaría un acuerdo de libre comercio 
        bilateral o la incorporación al NAFTA. En ambos casos, la consecuencia 
        sería abandonar el Mercosur, o su transformación en una 
        zona de libre comercio, o su dilución en el ALCA, o limitarlo a 
        su dimensión política. Los gobiernos actuales han reafirmado, 
        con razón, la necesidad de profundizar la estrategia de inserción 
        en el mundo a través del fortalecimiento del Mercosur en su concepción 
        original -la construcción gradual de un mercado común, abierto 
        al mundo a través de negociaciones en la OMC, con los Estados Unidos 
        y con la Unión Europea-. Es la opción que ha avalado un 
        grupo pluralista de personalidades de los cuatro países -iniciativa 
        en la cual el CEBRI ha desempeñado un papel destacado-, en un manifiesto 
        entregado a los Presidentes en la Cumbre del Mercosur de julio 2002. En el debate existencial se suele desconocer una realidad. Ella es que 
        el Mercosur, más que un proceso de integración, es hoy precisamente, 
        el nombre de una región que coexistirá con sus países 
        socios aún cuando se diluyan los compromisos del Tratado de Asunción. 
        Se subestima, en algunos de los planteos conocidos, el impacto político 
        y económico del principal logro del Mercosur, que es el desarrollo 
        de un espacio de paz y de cooperación entre naciones contiguas, 
        con irradiación sobre América del Sur.  El predominio de la lógica de la integración, permite mejor 
        encarar dos agendas externas esenciales para la democracia y la transformación 
        productiva en los países socios.  Una es la agenda "11 de septiembre" -que puede ser "11 
        de septiembre plus", si se reproducen hechos similares a los de esa 
        fecha del 2001-, con lo que ella implica en cuanto a navegar con éxito 
        frentes de tormenta que se han instalado en la región, en materia 
        de estabilidad política, de seguridad y de financiamiento externo. 
       La otra es precisamente, la agenda de "negociaciones comerciales", 
        complejas y simultáneas, en la OMC, con los Estados Unidos y con 
        la Unión Europea, de cuyos resultados dependerán futuros 
        accesos a mercados mundiales; capacidad para atraer inversiones, y condicionamientos 
        para políticas públicas económicas y comerciales. 
       Se sabe que entre naciones contiguas la opción a la lógica 
        de la integración suele ser la de la fragmentación. La experiencia 
        europea es elocuente en tal sentido. Nadie se beneficiaría entonces 
        con la dilución del Mercosur. Podría tener efectos incalculables 
        para la estabilidad de América del Sur. La dimensión instrumental, a su vez, tiene que ver con los métodos 
        empleados para desarrollar el Mercosur, incluyendo mecanismos de decisión, 
        técnicas de integración de mercados -unión aduanera 
        o zona de libre comercio- y calidad de reglas de juego. Es la dimensión 
        que requiere más atención en la actualidad.  Lo recomendable sería profundizar este debate instrumental sobre 
        cuatro puntos estrechamente vinculados entre sí: cómo afirmar 
        la confianza y lealtad entre los socios, basada en intereses y ganancias 
        mutuas; cómo profundizar la preferencia económica, con técnicas 
        compatibles con el artículo XXIV del GATT-1994; cómo asegurar 
        disciplinas colectivas, en torno a reglas de juego que sean a la vez previsibles 
        y flexibles, y cómo perfeccionar métodos de articulación 
        de intereses y de solución de conflictos comerciales. Un debate serio sobre la dimensión instrumental del Mercosur, 
        permitiría absorber dudas existenciales y diluir la actual crisis 
        de credibilidad. Si así fuera, se podría lograr el objetivo 
        original de desarrollar un contexto favorable a la solución de 
        los múltiples desafíos internos y externos, que confrontan 
        hoy y seguirán confrontando los países socios. El Mercosur y los escenarios post-negociaciones comerciales internacionalesInstalar en la agenda del Mercosur y en las agendas nacionales de sus 
        socios -como ha sugerido el Ministro Sergio Amaral-, la cuestión 
        de los escenarios "post-negociaciones comerciales internacionales", 
        significa responder al menos dos preguntas: ¿cómo prepararse 
        para competir con bienes y servicios propios, en los espacios económicos 
        ampliados que resultarán de las negociaciones comerciales internacionales?, 
        y. ¿cómo prepararse para asimilar en políticas públicas, 
        estrategias y comportamientos empresarios, las nuevas disciplinas colectivas 
        que resultarán de tales negociaciones, las que condicionarán 
        fuertemente el margen de maniobra de cada uno de los países y del 
        propio Mercousr?
  Tales preguntas son válidas, si se considera que a partir de 
        fin de año -tras las elecciones en los Estados Unidos, en Francia 
        y Alemania, y en el Brasil- las negociaciones en la OMC, en el ALCA y 
        el "4+1", y con la Unión Europea, pueden entrar en una 
        fase decisiva que se extenderá hasta el 2004.  Es obvio que también es posible que las negociaciones fracasen 
        y que el entorno externo de los socios del Mercosur no cambie significativamente, 
        al menos en términos de accesos a mercados y de reglas de juego 
        que inciden sobre la competencia económica global y regional.  Incluso es posible (difícil saber cuán probable, dada la 
        incertidumbre y volatilidad internacional), que el entorno externo se 
        vuelva más negativo, y que se acentúen las tendencias proteccionistas 
        por el efecto combinado de una mayor inestabilidad política internacional 
        (escenario "11 de setiembre-plus") y de una eventual fuerte 
        recesión en la economía mundial. Pero sería un error 
        que por prever sólo lo peor, se escapen oportunidades que resultarían 
        de escenarios que son factibles.  Preparar los escenarios "post-negociaciones" implica realizar 
        en paralelo, el esfuerzo de participar en las negociaciones en curso -simultáneas 
        y vinculadas entre sí, tanto por sus agendas como por sus calendarios 
        y sus dinámicas- y el de preparar al Mercosur y a cada uno de sus 
        socios, para competir en todos los mercados y para someterse a disciplinas 
        colectivas cada vez más exigentes, y condicionantes de lo que se 
        puede válidamente hacer o no, en términos de políticas 
        públicas, sin exponerse a costosas represalias comerciales.  Imaginar hoy los escenarios "post-negociaciones" debe ser 
        entonces, una prioridad para los países del Mercosur. Debería 
        conducir no sólo a un esfuerzo de reflexión colectiva nacional 
        y conjunto, sino a extraer consecuencias en términos de futuras 
        políticas públicas y de estrategias empresarias. Un esfuerzo 
        en el que participen activamente los ciudadanos y sus instituciones principales 
        -políticas, empresarias, sindicales, académicas y el creciente 
        mundo de las organizaciones no gubernamentales-, en un marco de una mayor 
        fluidez y transparencia informativa.   En abril del 2002, tuvimos oportunidad de participar en Praga, junto 
        con otros colegas del Mercosur, en un Foro en el que se pudo apreciar 
        el esfuerzo que están haciendo los países del denominado 
        grupo Visegrad (la República Checa, Eslovaquia, Hungría 
        y Polonia), para colocar sus instituciones, sus economías y sus 
        empresas, en condiciones de ser miembros plenos de la Unión Europea 
        a partir del 2004. A la vez que negocian la incorporación, orientan 
        políticas públicas y estrategias empresarias para prepararse 
        para el difícil -y atractivo- escenario post-negociaciones. Lo 
        hacen, en buena medida, estimulados por los resultados esperados y por 
        sus efectos sobre algo valioso para sus ciudadanos: democracia y bienestar. 
        Pero también estimulados por una efectiva cooperación europea, 
        que en términos financieros es muy significativa.  Examinar bien la experiencia actual de los países del Grupo Visegrad, 
        sería entonces de gran valor para los países del Mercosur. 
        Claro que ella está facilitada por una ayuda financiera concreta 
        que no se ha dado -al menos hasta el presente-, en el marco de las negociaciones 
        con los Estados Unidos -en el ALCA y en el "4+1"-, o con la 
        propia Unión Europea.  En nuestra opinión, ha llegado la hora de introducir explícitamente 
        en ambas negociaciones, la necesidad de financiamiento adicional que contribuya 
        a los necesarios cambios estructurales y al desarrollo de nuevas disciplinas 
        macroeconómicas, sectoriales y comerciales.  Instalar en el Mercosur la cuestión de cómo prepararse 
        para los escenarios "post-negociaciones comerciales", puede 
        tener al menos un efecto colateral positivo. Sería el de facilitar 
        la articulación de un debate profundo y racional entre los socios 
        del Mercosur -lo que hemos denominado el "debate instrumental"-, 
        acerca de qué tipo de proceso de integración -esto es, mecanismos 
        de decisión, reglas de juego y políticas públicas-, 
        sería funcional a los posibles escenarios post-negociaciones y 
        qué tipo de estrategias empresarias conjuntas se requerirían, 
        para competir en los mercados ampliados resultantes. Tal debate ayudaría 
        incluso a superar los actuales problemas coyunturales del Mercosur, proyectando 
        la acción conjunta hacia concretos objetivos estratégicos 
        de mediano y largo plazo. Dejaría de lado la propensión 
        a instalar recurrentemente, un debate existencial sobre el Mercosur y 
        el alcance de su agenda externa. |