| Tras veinte años del inicio del programa de integración 
        entre Argentina y Brasil, y casi quince años después de 
        su creación, el Mercosur enfrenta la necesidad de actualizar estrategias 
        y metodologías.  No se trata de echar por la borda lo adquirido. Menos aún, de 
        comenzar de nuevo. Se trata en cambio de capitalizar la experiencia y 
        de reconocer realidades internacionales e internas de los socios, que 
        han cambiado significativamente desde los momentos fundacionales.  La cuestión principal a enfrentar es la de cómo proyectar 
        hacia el futuro un Mercosur funcional al desarrollo económico y 
        a la inserción internacional de los socios, contemplando las asimetrías 
        existentes entre ellos.  Un estudio reciente de Fabio Giambiagi e Igor Barenboim (Mercosul: por 
        uma nova estrategia brasileira, www.ipea.gov.br), concluye que el Mercosur 
        enfrenta problemas derivados del no cumplimiento de sus objetivos principales, 
        esto es, la concreción de una zona de libre comercio completa y 
        de una unión aduanera con normas y tarifas verdaderamente comunes. 
        Estos problemas no son sólo consecuencia de fragilidades del bloque 
        o de sus deficiencias institucionales. También resultan de la inestabilidad 
        macroeconómica que afectó a los países miembros - 
        especialmente a la Argentina y al Brasil-, a lo que se suman las dificultades 
        propias de procesos aún inconclusos de estabilización sostenible. Todo intento de colocar al Mercosur en condiciones de funcionamiento 
        razonable y sustentable, debe partir del reconocimiento de ciertos hechos. 
        El primero es que a través de estos años, los resultados 
        han sido tangibles y sería difícil imaginar un retroceso 
        al punto de partida sin altos costos para sus socios, tanto en el plano 
        político y económico como en el de la credibilidad internacional. 
        El segundo es que no se observan alternativas razonables a este proyecto 
        estratégico. Retroceder a una mera zona de libre comercio, por 
        ejemplo, además de plantear complejas cuestiones técnicas 
        y jurídicas, no resolvería los principales problemas actuales. 
        Los socios están atados por la geografía y no parece haber 
        un plan B creíble ni para la Argentina ni para el Brasil, que no 
        sea el seguir trabajando juntos en base a la lógica de la integración 
        -más positiva que la de la fragmentación-. Y el tercer hecho, 
        es que el nuevo mapa de la competencia económica global ha abierto 
        un horizonte de oportunidades para los países del bloque, que no 
        sería inteligente desaprovechar. A partir de lo existente, es posible entonces imaginar una arquitectura 
        flexible para el Mercosur, que contemple al menos tres realidades diferentes: 
        la del núcleo duro original, esto es la Argentina y el Brasil; 
        la de los dos socios de menor dimensión económica, y la 
        de los países asociados. La idea central es que en la medida que 
        el núcleo duro pueda profundizar su integración como mercado 
        común, será factible alcanzar metas más ambiciosas 
        en los otros dos espacios de integración, avanzando con ellos en 
        el plano del libre comercio y en otras cuestiones de interés común. En principio, una estrategia de arquitectura flexible no requeriría 
        modificar el Tratado de Asunción, que seguiría siendo la 
        base jurídica del Mercosur. Dentro de su marco se podría 
        avanzar por medio de 'Protocolos' que entren en vigencia cuando dos o 
        más países los ratifiquen y que regirían sólo 
        para ellos. A través de esta metodología, por ejemplo, Argentina 
        y Brasil podrían asumir compromisos más intensos en el plano 
        del mercado común y, sobre todo, en la profundización de 
        la coordinación macro-económica, dentro del estilo del acuerdo 
        de Maastricht. El Arancel Externo Común podría tener geometría 
        variable, aprovechando el margen que brindan la definición muy 
        amplia del propio Tratado de Asunción y el concepto flexible de 
        unión aduanera imperfecta del artículo XXIV-párrafo 
        8 del GATT-1994. Paraguay y Uruguay podrían tener en todos los 
        planos necesarios un tratamiento especial, recurriendo a los criterios 
        de transición asistida que utilizó la Unión Europea 
        para la adecuación de las economías de los nuevos países 
        miembros. Con los países asociados podría negociarse un 
        Protocolo que regule su status incluyendo, por cierto, compromisos más 
        amplios a desarrollarse en el ámbito de la ALADI -con México 
        y otros países latinoamericanos-.  En cada caso, podrían preverse adaptaciones institucionales y 
        mecanismos que aseguren disciplinas colectivas que tornen compatibles 
        los avances con distintas velocidades. Servicios comunes para cuestiones 
        relevantes -como por ejemplo, en el plano sanitario y fitosanitario o 
        en el del desarrollo tecnológico-, también podrían 
        ser objeto de aproximaciones de geometría variable. Con un enfoque como el propuesto, un real mercado común a escala 
        sudamericana podría requerir una transición de unos diez 
        o quince años. Es un plazo compatible con el de la maduración 
        de los plenos efectos de las actuales negociaciones internacionales.
 Co-autor: Fabio Giambiagi
 Economista. Investigador del IPEA (Instituto de Pesquisa Econômica 
        Aplicada).
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