|  Como ha señalado Aldo Ferrer, en la construcción de un 
        proceso de integración regional es conveniente distinguir lo ideal 
        de lo posible. Lo ideal se suele nutrir de utopías, modelos teóricos 
        o experiencias desarrolladas en realidades diferentes. Son referentes 
        necesarios, pero si predominan pueden conducir al fracaso. Lo posible, 
        por el contrario, resulta de la correlación de objetivos estratégicos 
        con métodos de trabajo e instrumentos operativos que las realidades 
        puedan asimilar. Quizás, como señalaba Albert Hirschman, 
        la clave cruza por encontrar una buena combinación de la capacidad 
        humana de soñar, con el reconocimiento de los límites que 
        imponen las realidades. Es un aporte que cabe esperar de la visión 
        política, ingrediente fundamental de toda construcción social. La reflexión precedente es útil hoy, pues tras 15 años 
        de experiencia el Mercosur está siendo objeto de una intensa evaluación. 
        En el debate que se ha originado, lo importante será entonces lograr 
        distinguir lo ideal de lo posible. Y saber combinarlos.  En tal debate sobre el futuro del Mercosur, en algunos casos es su propia 
        existencia la que queda cuestionada. Sin embargo, la tendencia dominante 
        es la del debate metodológico. Esto es, el que está centrado 
        en sobre cómo desarrollar la voluntad de trabajo conjunto de un 
        grupo de naciones soberanas que comparten geografía e historia. 
        Son naciones que tienen o pueden tener, visiones, valores e intereses 
        convergentes. Pero a veces también divergentes. Y que, en todo 
        caso, son naciones diferentes. La dimensión económica y 
        el grado de desarrollo es uno de los principales factores diferenciadores. 
        Otros pueden referirse a visiones sobre desafíos y oportunidades 
        que se generan en el mundo actual. O a políticas macroeconómicas 
        o de transformación productiva.  Importa tener presente que el debate sobre el Mercosur, es parte de uno 
        más amplio sobre la construcción de un espacio sudamericano 
        de cooperación e integración. Hace poco, Ricardo Lagos señalaba 
        como tarea hacia delante la de construir en la región un espacio 
        común en el que quepan las diversidades existentes. Probablemente 
        no será éste un espacio que tenga una sola expresión 
        institucional. Por el contrario, es más fácil imaginarlo 
        como una construcción multimodal, en el que cada uno de los módulos, 
        a la vez, tenga geometría variable e, incluso, densidades diferenciadas 
        de compromisos. Serán módulos interconectados, que tendrán 
        base geográfica limitada, como es el caso de la Comunidad Andina 
        de Naciones o del propio Mercosur, o amplia como es el caso de la ALADI 
        o de la emergente Comunidad Sudamericana de Naciones. O que se articularán 
        en torno a la densidad de intereses sectoriales concretos, como puede 
        ser el caso, por ejemplo, de la energía en sus distintas variantes 
        o de la integración automotriz. En todo caso parece claro que el Mercosur está entrando en una 
        nueva etapa. Lo importante es que en ella los socios compartan la dirección 
        estratégica y su correlación con los respectivos objetivos 
        y realidades nacionales, tanto en el plano político, como en el 
        económico y el social. Pero también lo es que se construya 
        en base a lo mucho ya adquirido. Resistir la tentación de comenzar 
        de cero es una recomendación razonable. Es una tentación 
        recurrente que tiene costos de eficacia y de credibilidad que pueden ser 
        altos. La correcta definición que cada país haga de sus objetivos 
        e intereses nacionales de largo plazo, y de las razones que le impulsan 
        a trabajar junto con sus vecinos, es una condición casi elemental 
        para un Mercosur posible. Caso contrario resulta difícil concertar 
        en el plano multinacional tales objetivos e intereses. O los compromisos 
        y reglas de juego que resultan del proceso de producción normativa, 
        carecen de la suficiente efectividad, eficacia y credibilidad. Y entonces 
        no se cumplen. Para que tal condición se logre, será preciso acrecentar 
        los niveles de transparencia y de participación social en los procesos 
        decisorios del Mercosur. En tal perspectiva, cobra toda su importancia 
        la revisión institucional que se ha encarado, incluyendo también 
        la decisión que los gobiernos ya han adoptado de crear el Parlamento 
        del Mercosur. Cuando finalmente se ponga en práctica, su éxito 
        y legitimidad social dependerá, en gran medida, de su capacidad 
        de ser un espacio en el que se pongan en común los intereses diversos 
        de las respectivas sociedades. En nuestra opinión, tres cualidades deberían reunirse en 
        la nueva etapa del Mercosur. La primera es la del predominio de disciplinas 
        colectivas pautadas por reglas y monitoreadas por instituciones comunes. 
        Es decir, que los socios acepten restringir su propensión a comportamientos 
        unilaterales discrecionales contrarios a lo pactado. La segunda es la 
        de la flexibilidad instrumental, lograda con el recurso a modalidades 
        de geometría variable y de múltiples velocidades. Y la tercera, 
        es la de la legitimidad social, esto es la de lograr sustentar políticas, 
        reglas e instrumentos, en la aceptación de las respectivas sociedades 
        civiles. Ello implica que el Mercosur sea percibido como un proceso generador 
        de ganancias mutuas, funcional a objetivos, intereses y valores predominantes 
        en cada país miembro. |