| Tres rasgos caracterizan hoy la relación entre la Argentina y Brasil.  Ellos no pueden ser desconocidos en la formulación de las respectivas  estrategias nacionales de inserción en el mundo y en la región. Menos aún en  los análisis sobre el estado actual y las perspectivas de 
la gobernabilidad del espacio geográfico sudamericano. El primer rasgo tiene que ver con el carácter inevitable de la  relación bilateral. Los dos países pueden hacer todo menos ignorarse  recíprocamente. La relación con el otro es un dato relevante de sus políticas  externas. Lo que ocurre en el plano interno en cada uno de los países, también  puede incidir en el otro. Ello resulta al menos de tres factores; a saber: la  contigüidad geográfica, un dato de la realidad que no puede subestimarse, la  inserción en un mismo subsistema político internacional, conformado por las  naciones que comparten el espacio geográfico sudamericano; y la densidad de  las interacciones en múltiples planos, y no sólo en el comercial. Sería difícil  imaginar un retorno a una relación de baja densidad en sus diversas manifestaciones.  Sumados los tres factores hacen que ambos países suelan ser, uno para el otro, parte  de sus agendas de problemas como eventualmente de sus soluciones. Sólo con  visiones muy parciales y limitadas de las realidades, puede imaginarse que uno  de los dos países haya dejado de tener relevancia para el otro. Cuando así  ocurre, los hechos suelen ocuparse de tornar evidente tal relevancia. Es lo que  normalmente se tiene claro al más alto nivel político. Ello explica que en las  últimas dos décadas, ningún presidente haya dejado de valorar el alcance  estratégico de la relación bilateral. El segundo rasgo se refiere a la dinámica de esa relación. No es  ni podría ser visualizada como algo estático. Esto es, con parámetros y hojas  de ruta definidos de una vez para siempre. Por ello, su abordaje requiere tomar  en cuenta factores que continuamente inciden en su calidad e intensidad, en las  asimetrías de poder relativo y, en particular, en las percepciones recíprocas  sobre relevancia s y lealtades. Al menos tres factores inciden en tal dinámica:  la composición y resultante (saldos) del comercio recíproco, y las tendencias  de las inversiones productivas (domésticas u originadas en el otro país o en  terceros países); la competencia por mercados, recursos naturales e influencias  políticas en el espacio sudamericano, y el protagonismo relativo en las  relaciones con potencias centrales, en particular, con Estados Unidos. Son  factores que trascienden orientaciones ideológicas o políticas que prevalezcan  en determinado momento en uno u otro país. En teoría, la relación puede ser más  intensa si hay en los respectivos liderazgos homogeneidad de visiones del  mundo y de políticas. Pero en la práctica no siempre es así. A veces, la  facilidad con la que los líderes se puedan comunicar -incluso la empatía entre  ellos- tiene mayor relevancia en definir la orientación y la calidad de las  relaciones recíprocas. Ello es válido en el caso de los respectivos  presidentes, o de otros protagonistas clave, como son los responsables de las  políticas exteriores, económicas e industriales. También lo es para el resto  del espectro político, social y empresario de los dos países. En los últimos  años, no siempre la intensidad ni la calidad de comunicación entre las  instituciones empresarias, por ejemplo, ha estado acorde con la valoración  estratégica que los gobiernos atribuyen a la relación bilateral. Sin embargo,  es en el plano empresario donde están poniéndose en evidencia nuevas realidades  que inciden en  esa relación. Entre ellas, cabe destacar el hecho de que hayan aumentado las inversiones  de empresas brasileñas en la Argentina.  Esto hace que tales empresas tengan crecientes intereses vinculados con el  comportamiento de la economía argentina, con su nivel de previsibilidad y  seguridad jurídica, y con la calidad del ambiente que predomine en la relación  bilateral. En menor escala, empresas que operan en la Argentina tienen  presencia estable en el mercado brasileño, por corrientes de comercio e incluso  por inversiones. Sectores como el automotriz y el de los alimentos son ejemplos  en tal sentido. Un tercer rasgo se refiere al carácter no excluyente de la  relación estratégica bilateral. Ello es en buena medida consecuencia de los  cambios que se están operando en el entorno global. En el mundo de la Posguerra Fría,  todo país intenta aprovechar el potencial de diversas opciones en su inserción  en la competencia global por el poder, los mercados, las inversiones y los  recursos naturales. De una forma u otra, los países aspiran a desarrollar  estrategias de alianzas múltiples que apuntan a activar tales opciones en forma  simultánea. Incluso, cuando países se comprometen en un bloque regional, como  el caso de la Unión   Europea, procuran conciliar disciplinas y lealtades  colectivas, con la preservación del más amplio margen de maniobra internacional  posible. Lo mismo está ocurriendo en el espacio sudamericano. Ni la Argentina ni Brasil imaginan  su alianza estratégica como exclusiva o excluyente. El problema es que no  siempre esto se tiene en claro por protagonistas o analistas, ni se han  desarrollado suficientes disciplinas colectivas en los ámbitos de acción  conjunta. De allí que a veces surgen percepciones de lo que se consideran deslealtades,  especialmente cuando lo que está en juego es la relación con la única potencia  que aún entiende poder aspirar a un liderazgo hegemónico en la región, esto  es, Estados Unidos. El liderazgo en un espacio  geográfico regional ¿Qué país tiene mayores posibilidades de ejercer un liderazgo en el espacio  geográfico latinoamericano? Es una pregunta que está presente en muchos  análisis referidos a la política y a la economía de la región. Se ha  actualizado en los últimos tiempos como consecuencia del activo protagonismo  que está desarrollando el presidente Chávez. Suele ser una pregunta en torno a  la cuál se articula también, el análisis de las relaciones bilaterales entre la Argentina y Brasil. Responder la pregunta de quién lo ejerce o puede ejercerlo, supone  precisar qué significa liderar una región. Requiere distinguir tres conceptos: liderazgo (visión estratégica e iniciativas aceptables para otros países), protagonismo (presencia, pero no sólo mediática) y relevancia (potencial para  incidir en la evolución de cuestiones significativas de la vida de una región,  aunque no necesariamente se traduzca en liderazgo o en protagonismo). Pero supone también tener claro el alcance geográfico de la región involucrada.  Al respecto, parece conveniente distinguir el espacio sudamericano del  latinoamericano, que abarca además a México, Centroamérica y los países del  Caribe. Sudamérica es cada vez más -como lo fue en el pasado- un subsistema internacional  diferenciado, con lógicas y dinámicas propias, determinadas por una historia  compartida y una geografía en la que las distancias -físicas, pero sobre todo  políticas y económicas- se han acortado. El factor energía -entre otros- ha  acentuado la mutua dependencia entre los países de este espacio regional,  contribuyendo a su diferenciación. Que la región sudamericana vive momentos de profundos cambios es un  hecho. Ello es positivo, dadas las transformaciones que se están operando en el  sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad como en el de la  competencia económica global. Es un mundo de arenas movedizas, en el que la  lógica de la violencia reviste modalidades inéditas difíciles de captar con  paradigmas del pasado. Y la competencia por los mercados mundiales se está  modificando por la proliferación de nuevos protagonistas -sean ellos grandes  economías emergentes o complejas redes transnacionales de producción, comercio  y financiamiento. En un mundo que cambia sería ilusorio que la región no viva  también sus propias transformaciones. Ya ocurrió varias veces en el pasado. En tal contexto, la agenda sudamericana aparece dominada por cuestiones  de gobernabilidad interna de algunos de los países y de expectativas  insatisfechas de sociedades movilizadas, entre otros factores, por los efectos  de la globalización de la producción y de la información. Administrar la  adaptación a nuevas realidades mundiales con sus consiguientes impactos  internos es, entonces, un gran desafío que viven hoy los países sudamericanos,  como en general, los de otras regiones. Es un desafío clave para decodificar la  relación estratégica entre la   Argentina y Brasil. Cómo traducir una vecindad geográfica con creciente interdependencia,  en un espacio en el que predomine la lógica de la integración sobre la del  conflicto y, eventualmente, la violencia, parecería ser una cuestión que  requiere de un efectivo liderazgo regional. La construcción de un barrio  regional de calidad, favorable a la paz, al desarrollo y a la cohesión social,  es lo que importa a la gente y, en particular, a quienes adoptan decisiones de  inversión productiva, que es lo que genera empleo y contribuye a enfrentar los  dilemas que plantea la globalización. El liderazgo consistiría, en tal perspectiva, en contribuir con visión  estratégica e iniciativas razonables a concretar un espacio regional en el que  quepan las diversidades, gracias al predominio de la idea de un trabajo  conjunto. El liderazgo, entonces, se manifestará en la capacidad de un país  (aún los más pequeños pueden ser relevantes, como lo demostraron los del  Benelux en el camino que condujo al Tratado de Roma) de contribuir a la  articulación de intereses nacionales divergentes. Y de facilitar así el control  de focos potenciales de dificultades, como las que resultarían si en un país no  se logran pautas estables de gobernabilidad democrática. Siendo así, es una tarea de varios países. No de uno sólo. Por su dimensión  relativa, Brasil puede tener mayor responsabilidad e, incluso, potencial de  influenciar sobre las realidades. Pero para ello tendrá que acordar iniciativas  al menos con otros países relevantes como son, por su peso propio, la Argentina y Chile, e  incluso hoy Venezuela, por su vocación de protagonismo. Tendrá que tener en  cuenta la gravitación de Estados Unidos en la región, como también la de  países de la Unión   Europea y, crecientemente, la de China. En el complejo  mosaico sudamericano, son muchos los protagonistas relevantes y muchas las  opciones en términos de coaliciones de geometría variable, las que dependerán del  tipo de cuestión a ser abordada. De allí que una cuestión central en las relaciones futuras de la Argentina y Brasil,  reside en responder en la práctica la pregunta sobre el papel que puedan  ejercer-idealmente trabajando juntos- para el desarrollo de condiciones de  gobernabilidad en el espacio sudamericano, así como en la construcción de  bienes públicos regionales que contribuyan al predominio de la lógica de  integración y neutralicen tendencias generadas por fuerzas centrífugas cada vez  más evidentes. Lo más probable es que lo harán ejerciendo también sus propias  diplomacias de alianzas múltiples y variables. Para que predomine la lógica  de integración La diplomacia presidencial multilateral, sea en el plano global o en el  de los múltiples subsistemas internacionales, tiene sentido si refleja  realidades diferenciadas y si, a su vez, genera impulsos políticos de alto  nivel en función de hojas de ruta con objetivos concretos. Puede considerarse  que el espacio sudamericano reúne la primera de las condiciones. Demostrar que  puede cumplir con la segunda condición, es el desafío que plantean hoy el  desarrollo de marcos institucionales de trabajo conjunto, sea en el ámbito del  Mercosur o en el de la   Comunidad Andina de Naciones. Es, en particular, el desafío  de la iniciativa aún no definitivamente institucionalizada, de una Comunidad  Sudamericana de Naciones, que fuera luego rebautizada como UNASUR. Esto no siempre llega a plasmar en un espacio geográfico regional. El  espacio europeo lo ha logrado en los últimos cincuenta años, especialmente  tras las sucesivas ampliaciones de lo que es hoy la Unión Europea. No  lo había logrado antes y quedó así expuesto a todas las consecuencias del  predominio de la lógica de la fragmentación y del conflicto, en última  instancia de la guerra. Las cumbres presidenciales se han instalado como un ámbito de acción  privilegiado de la diplomacia multilateral, incluso en América del Sur. Pero  sin perjuicio de que brinde un espacio útil al conocimiento y diálogo entre  quienes participan, lo cierto es que presentan cierto desgaste como mecanismo  eficaz de construcción de espacios de cooperación entre naciones. Incluso se  denomina "cumbritis" a lo que seria una especie de molestia que  afecta a los protagonistas de la cada vez más intensa diplomacia presidencial  multilateral y que, a veces, explica ausencias significativas. Pero también  podría estar afectando a los ciudadanos que no perciben su eficacia. Ello hace  que incluso pierdan su potencial mediático. Muchas veces son calificadas como  históricas por quienes las impulsan. Pero a veces cuesta imaginar su impacto  real en la construcción de un espacio de cooperación birregional. Sin embargo, bien preparada, una cumbre presidencial sudamericana  puede producir resultados útiles. En el futuro cabrá apreciar sus eventuales  aportes efectivos en tres planos. En ellos se evidenciará su capacidad de  generar impulsos políticos de alto nivel a cuestiones relevantes, que derivan  de la pertenencia de sus participantes a un espacio geográfico que es común y  también inevitable. El primer plano es el del desarrollo de condiciones que faciliten la  estabilidad política en una región diferenciada y multipolar, diferenciada en  cuanto a los grados de desarrollo económico de los países que la conforman.  Pero también en cuanto a las visiones sobre la inserción en el mundo y sobre  los caminos que conducen a la afirmación de sistemas democráticos sustentados  en la cohesión social. Multipolar en cuanto a las respectivas capacidades y  vocaciones de ejercer un liderazgo regional. Como ya se señaló, ninguna nación  tiene las condiciones que se requieren para un liderazgo hegemónico en la  región sudamericana. La construcción de un espacio común en el que quepan las  diversidades, es entonces una tarea colectiva que requiere más vocación de  concertación de intereses que de confrontación, sea de ideologías o de personalidades. El segundo plano es el de las cuestiones económicas de  la agenda regional. Tres son prioritarias. Una es la de la integración física:  implica generar impulsos políticos necesarios para el desarrollo de proyectos  de infraestructura que profundicen la conexión entre las economías nacionales. La otra es la de la energía. Al igual que en el espacio europeo, el  generar marcos institucionales con reglas efectivas que estimulen inversiones y  garanticen los abastecimientos transfronterizos comprometidos, es hoy una  cuestión de impacto en la seguridad de los países y, por ello, central a la  estabilidad política de una región. Y la tercera es la de la convergencia de  los múltiples acuerdos comerciales preferenciales que existen en Sudamérica,  todos ellos celebrados en el ámbito más amplio de la ALADI. El tercer plano es el de la institucionalización de la ahora denominada  UNASUR. Ella no es aún la resultante de un tratado. Y quizás es bueno que así  sea. Por el contrario, lo positivo sería evitar la tentación de avanzar en  creaciones institucionales complejas, útiles en lo mediático, pobres en  resultados prácticos. El Grupo de los 8, por ejemplo, ejerce su influencia sin  que las naciones más poderosas lo hayan formalizado en un Tratado. Lo  relevante, en cambio, es lograr que las cumbres periódicas sean un factor de  impulso político a acciones multimodales que pueden concretarse, o con  instrumentos ad hoc -por ejemplo, lo que podría ser en el plano de la  energía, el equivalente al Tratado de la Carta de la Energía, originado en Europa- o con el aprovechamiento  de múltiples acuerdos ya existentes, como son el Mercosur y la Comunidad Andina  de Naciones, incluidos sus respectivos instrumentos y reglas de juego. La idea de la   Comunidad Sudamericana de Naciones o UNASUR presenta un  riesgo principal. No hay que subestimado. Incluso podría ser una tentación: que  termine diluyendo en algo etéreo los compromisos exigibles ya asumidos en el  Mercosur, que sigue siendo a pesar de sus dificultades el principal núcleo  duro para la articulación de un espacio geográfico regional que resista  tendencias a la fragmentación y al conflicto. El futuro de la relación  estratégica bilateral En tres planos cabrá observar en adelante la calidad de la relación  estratégica bilateral entre la Argentina  y Brasil. Ellos son el de la construcción del Mercosur; el de su articulación  con el desarrollo de un espacio geográfico regional sudamericano en el que prevalezca  la lógica de la integración, y el de la inserción de los respectivos países y  de la región sudamericana, en la competencia global por el poder, por los  mercados, por las inversiones y por los recursos naturales. La metamorfosis del Mercosur es quizás el plano de mayor prioridad.  Condiciona en buena medida a los otros dos. Desde la iniciativa de los  presidentes Alfonsín y Sarney en los años ochenta, la idea de una asociación  estratégica entre los dos países se transformó en un eje central de sus  respectivas políticas externas. Luego se institucionalizó en el Mercosur, tras  la fuma del Tratado de Asunción en 1991. Más de quince años después, es notorio  en los países socios de este emprendimiento subregional, la necesidad de  proceder a su aggiornamiento. La idea de colapso del Mercosur no es  valorada por ninguno de los respectivos gobiernos. Pero parece indudable que se  requieren iniciativas concretas que permitan acrecentar su eficacia, precisar  su identidad y renovar su legitimidad social. El ingreso de Venezuela  acrecienta la importancia de operar en estos frentes. Un fracaso del Mercosur  o su deslizamiento creciente hacia la irrelevancia, podría tener efectos  negativos en la calidad de las relaciones entre sus socios, especialmente  entre la Argentina  y Brasil, que por su dimensión, están llamados a jugar un papel clave en su  desarrollo. Pero el Mercosur es sólo parte de un mosaico institucional más amplio  que abarca a la totalidad del espacio geográfico regional sudamericano. Es  aquí donde cobra toda su importancia, por un lado la articulación del Mercosur  con Chile y con la   Comunidad Andina de Naciones y, por el otro, el desarrollo de  la idea de una Comunidad Sudamericana de Naciones o UNASUR, cuyos ejes  principales tienden a ser -al menos en una primera etapa-la integración física  y la energía, incluidos el desarrollo de fuentes alternativas basadas, por  ejemplo, en el desarrollo nuclear y en los biocombustibles. En la medida que se logre articular las relaciones bilaterales entre la Argentina y Brasil, en  torno a un Mercosur concebido como un  conjunto mínimo de disciplinas y reglas de juego, podrán ser un eficaz núcleo  duro de gobernabilidad del espacio sudamericano. Será factible entonces, que el  desarrollo por parte de ambos países de sus respectivas diplomacias de  inserción activa múltiple en el espacio global, no se traduzca en la génesis de  factores que generen tensiones recíprocas. La densidad de tales relaciones que son, a la vez, inevitables, dinámicas  y no excluyente s, requiere por lo tanto de construcciones institucionales que  respondan a criterios de previsibilidad en el comportamiento de los socios y de  flexibilidad en los instrumentos que se empleen. En una perspectiva argentina,  es ésta una prioridad central en su asociación estratégica con Brasil.. |