| Tanto en el plano global como en el latinoamericano, el abordaje de algunos 
        de los problemas más críticos que se presentan está 
        requiriendo del ejercicio de un liderazgo colectivo eficaz. Es aquel que 
        pueden ejercer países que tengan, cualquiera que sea su poder relativo, 
        mayor vocación a enhebrar respuestas racionales conjuntas basadas 
        en el diálogo y la moderación. Existen al menos tres factores que explican una demanda que se está 
        tornando cada vez más acuciante. El primero de ellos tiene que 
        ver con la complejidad de algunas de las cuestiones dominantes en los 
        planos político, económico y financiero, con suficiente 
        envergadura como para afectar de manera significativa el orden y la estabilidad 
        internacional. La regulación de los mercados financieros, la tendencia 
        a nuevas formas de proteccionismo, la conclusión de las negociaciones 
        comerciales multilaterales y los desafíos del cambio climático, 
        son sólo algunos ejemplos más notorios de los crecientes 
        problemas colectivos que demandan soluciones también colectivas. El segundo factor resulta de la diseminación creciente del poder 
        mundial entre múltiples actores, sean ellos países o una 
        gama de diversos protagonistas no estatales. Cuán multipolar será 
        el escenario internacional del futuro es algo que puede debatirse. Lo 
        que ya está claro es que no será unipolar ni tampoco bipolar. 
        Y ello puede acentuar la tensión histórica entre orden y 
        anarquía en las relaciones internacionales. Y el tercero es la insuficiencia, e incluso el colapso, de los marcos 
        institucionales originados en un mundo que tiende a desaparecer rápidamente. 
        Lo señaló recientemente el presidente de Francia, Nicolás 
        Sarkozy, cuando dijo, refiriéndose al plano económico, que 
        no se puede continuar gestionando el siglo XXI con las instituciones del 
        siglo XX. Los liderazgos colectivos implican reconocer que ningún país, 
        por grande que sea, podrá en el futuro asegurar por sí sólo 
        el necesario orden internacional. Reflejan la percepción de que 
        problemas comunes a escala global o regional requieren del trabajo conjunto 
        de dos o más países con suficiente relevancia y recursos 
        de poder, como para tener un protagonismo decisivo en su abordaje y eventual 
        solución. En la segunda mitad del siglo pasado, en tanto, el Grupo de los Siete 
        fue, en el plano económico y financiero mundial, un caso de ejercicio 
        eficaz de liderazgo colectivo. También lo fue el de la integración 
        del espacio geográfico europeo, como un producto deliberado del 
        liderazgo estadounidense orientado -especialmente a través del 
        Plan Marshall- a impulsar tras la Segunda Guerra Mundial el trabajo conjunto 
        de las naciones más relevantes de esa región. En América Latina pueden mencionarse dos ejemplos recientes de 
        liderazgo colectivo orientado a resolver problemas que han afectado a 
        toda la región. Uno fue el que se canalizó a través 
        de la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo. En tal oportunidad, 
        un grupo de países relevantes contribuyó a desactivar un 
        curso de colisión que presentaba rasgos alarmantes. El otro caso fue el de la Cumbre de La Moneda, realizada en Santiago 
        de Chile recientementre, cuando en el ámbito de la Unasur los países 
        sudamericanos abordaron como grupo los problemas que últimamente 
        han puesto en peligro la democracia e incluso la integridad territorial 
        de Bolivia. En estos dos casos se logró que el diálogo y la moderación 
        contuvieran las peligrosas tendencias a la confrontación. ¿Cómo 
        construir a partir de esas experiencias espacios institucionales que permitan 
        potenciar liderazgos colectivos para encarar algunos problemas específicos 
        que se planteen? Esa pregunta conforma hoy un fuerte desafío para 
        la región. No se necesitará para ello de organizaciones demasiado complejas. 
        Cuanto más informales, quizás serán más eficaces. 
        Lo que sí se requerirá es que se reconozca que ningún 
        país de la región, ni siquiera los más grandes, podrá 
        contribuir en forma individual a resolver problemas comunes que se generen 
        en planos como la seguridad, la paz y estabilidad política democrática, 
        la transformación productiva, la energía y el medio ambiente. |