| La necesidad de un salto cualitativo en las relaciones ALC-UE Muchos son los cambios que se han producido a escala global y en cada 
        una de las dos regiones desde que en los años noventa se concibiera 
        la relación estratégica entre los países de América 
        Latina y el Caribe (ALC) y la Unión Europea (UE). Seguir desarrollando 
        hojas de ruta elaboradas en contextos radicalmente diferentes puede ser 
        un error. Quizás entonces el principal desafío de la próxima 
        Cumbre a realizarse en España el año próximo, consista 
        precisamente en delinear objetivos e instrumentos renovados que permitan 
        dar un salto cualitativo en las relaciones bi-regionales. En un mundo que ofrece múltiples opciones a la inserción 
        internacional de cada país, cabe interrogarse sobre cuáles 
        son los objetivos e instrumentos que permitirían continuar avanzando 
        en el desarrollo de una relación estratégica entre los países 
        de ALC y la UE que tome en cuenta las diversidades existentes y que se 
        proyecte hacia el futuro, y sobre cuáles son las modalidades y 
        métodos de trabajo que pueden emplearse para que tal desarrollo 
        sea sustentable y creíble. Ignorar los cambios producidos en los últimos diez años 
        significaría profundizar un eventual camino hacia la irrelevancia 
        del mecanismo de Cumbres bi-regionales. No parece ser ello del interés 
        estratégico de ninguna de las dos regiones, especialmente tomando 
        en cuenta los objetivos fundacionales - y que preservan su vigencia - 
        de lograr el desarrollo de un multilateralismo eficaz que facilite la 
        gobernabilidad global, así como también el fortalecimiento 
        de la democracia, la cohesión social y la integración en 
        la región latinoamericana. Ese salto cualitativo debería permitir adaptar a las nuevas realidades 
        globales y regionales, tanto las agendas como, en especial, los métodos 
        de trabajo de estas relaciones bi-regionales transatlánticas. Corresponde 
        hacerlo con una visión de futuro - algo así como los próximos 
        diez años - y planes concretos y flexibles de acción - hojas 
        de ruta - que tomen en cuenta los cambios que también se están 
        operando también en los Estados Unidos y en las relaciones hemisféricas, 
        así como la fuerte y creciente presencia de China en los países 
        latinoamericanos. Protagonistas relevantes del proceso de preparación de la próxima 
        Cumbre ALC-UE, han puesto el acento en la cuestión principal de 
        las relaciones bi-regionales tras diez años de la experiencia iniciada 
        con la primera Cumbre realizada en Río de Janeiro en 1999. Ella 
        se refiere a los métodos empleados para traducir en la realidad 
        la vocación de acción conjunta. Concretamente, la idea de un salto cualitativo en la relación 
        bi-regional transatlántica, lo ha planteado Benita Ferrero-Waldner, 
        la Comisaria Europea de Relaciones Exteriores, al afirmar que "la 
        próxima Cumbre Unión Europea -América Latina y Caribe 
        debería, contribuir a fortalecer el dialogo político, reflejando 
        las cuestiones más candentes para nuestra agenda bi-regional en 
        el 2010". Y agregó que "también debemos ser capaces 
        de aprovechar el tiempo que aún nos queda hasta esta Cumbre para 
        preparar un plan de acción para aprobación de nuestros Jefes 
        de Estado y de gobierno. Un plan de acción que sirviese para ejecutar 
        un proyecto de carácter aglutinador en áreas de gran impacto 
        integrador
, y en el que participen gobiernos, sociedad civil y sector 
        privado, en el marco de una Asociación biregional renovada" 
        (http://www.delnic.ec.europa.eu/). 
       Y el pasado 30 de septiembre la Comisión ha presentado su nueva 
        visión de las relaciones bi-regionales. Es un documento con enfoques 
        renovados y propuestas concretas, que requerirá ahora - y especialmente 
        en el proceso que conducirá la próxima Cumbre ALC-UE en 
        Madrid - de posiciones también concretas del lado latinoamericano 
        (ver la versión resumida del reciente documento de la Comisión 
        Europea, en http://europa.eu/ 
        ). Es interesante observar que el planteamiento de la Comisión 
        parece tomar cierta distancia con respecto a la negociación de 
        acuerdos preferenciales bi-regionales como el principal instrumento de 
        la relación con ALC. En efecto, pone el acento en las nuevas cuestiones 
        de la agenda bi-regional que no necesariamente requieren acuerdos compatibles 
        con el artículo XXIV del GATT, es decir OMC-plus. Diversidades y asimetrías en las relaciones bi-regionales En gran parte las dificultades que se han enfrentado y que pueden explicar 
        los magros resultados obtenidos hasta ahora en las relaciones bi-regionales, 
        resultan de las diversidades y asimetrías existentes entre la forma 
        en que se organizan ambos espacios geográficos regionales.  En efecto, una de las regiones está organizada en torno a la UE 
        y se expresa como un espacio integrado en el plano económico y, 
        crecientemente también en el político. El reciente documento 
        antes mencionado así lo demuestra. La otra, en cambio, está 
        fragmentada en una diversidad de ámbitos institucionales, algunos 
        de los cuáles no son percibidos como sólidos y eficaces 
        - tales los casos de la Comunidad Andina de Naciones y, en cierta medida 
        también, del Mercosur - y otros, recién están comenzando 
        a desarrollar su capacidad de expresar el punto de vista conjunto de sus 
        países miembros - tal el caso de la UNASUR, cuyo tratado constitutivo, 
        por lo demás, aún no ha entrado en vigencia -. De hecho 
        no hay del lado ALC un documento estratégico de alcance similar 
        al mencionado de la Comisión Europea. De un lado - Europa - hay una construcción institucional relativamente 
        sólida y potencialmente irreversible, más allá de 
        las dificultades que también se confrontan, y que se manifiestan 
        especialmente en los efectos diferenciales de la actual crisis económica 
        y en las demoras en concluir el proceso iniciado con el Tratado de Lisboa. 
        Del otro lado - América Latina y el Caribe -, predominan las precariedades 
        y la dispersión en los esfuerzos de integración. Se está 
        lejos aún de haber alcanzado una relativa irreversibilidad en la 
        construcción de instituciones que permitan organizar el espacio 
        regional en torno a la lógica de la integración.
 Se ha estimado que algunos resultados pendientes en la relación 
        bi-regional transatlántica, podrían ser logrados antes o 
        en ocasión de la Cumbre del 2010.  Hasta la reciente crisis producida en Honduras, se esperaba poder concluir 
        el acuerdo de asociación de la UE con los países de América 
        Central. Ahora existen fuertes dudas al respecto. Se ha avanzado en las 
        negociaciones bilaterales de la UE con Colombia y Perú, e incluso 
        es posible que se concreten acuerdos bilaterales con los dos países, 
        como parte de un acuerdo marco con la Comunidad Andina de Naciones. Ellos 
        se sumarían a los acuerdos ya concluidos con Chile y con México. 
       Con Brasil, la UE ha concluido un acuerdo de alianza estratégica, 
        que no incluye preferencias comerciales, pero que abarca un amplio espectro 
        de acciones conjuntas, las que en su mayor parte ya estaban previstas 
        en el Acuerdo Marco de Cooperación entre la UE y el Mercosur, concluido 
        en Madrid en 1995 y aún vigente. Cabrá observar ahora cómo 
        se traduce a la realidad la agenda de trabajo delineada en su marco, teniendo 
        en cuenta que la incluida en el mencionado Acuerdo Marco no ha podido 
        ser plasmada en acciones relevantes. Y también cabrá observar 
        el impacto que esta iniciativa tendrá en el futuro en la cohesión 
        del propio Mercosur. Más allá de las reiteradas declaraciones 
        originadas tanto en Brasil como en la UE, resulta difícil entender 
        el alcance bilateral de esta alianza estratégica, tan pronto se 
        la coloca en la perspectiva del interés proclamado de fortalecer 
        al Mercosur. Sigue en cambio sin poder concretarse el acuerdo de asociación 
        bi-regional entre la UE y el Mercosur. La razón más aparente 
        continua siendo el hecho que para concluir la negociación comercial 
        respectiva, se ha señalado que sería preciso avanzar o concluir 
        antes con la Rueda Doha. Lo cierto es que no se perciben, al menos por 
        el momento, razones que permitan hacer un pronóstico optimista 
        tanto con respecto a las negociaciones pendientes en el ámbito 
        de la OMC, como a las bi-regionales UE-Mercosur. Lo que podría esperarse del proceso preparatorio de la Cumbre 
        en España
 Parece recomendable entonces que en el proceso preparatorio de la próxima 
        Cumbre ALC-UE, se ponga un fuerte énfasis en los métodos 
        de trabajo que se empleen para impulsar en el futuro una nueva agenda 
        bi-regional transatlántica adaptada a los nuevos desafíos 
        que confrontan ambas regiones. En efecto, de la experiencia acumulada 
        surge la necesidad de introducir modalidades operativas que permitan preservar 
        a través del tiempo el necesario impulso político y, a la 
        vez, adaptar las hojas de ruta a los continuos cambios que seguirán 
        observándose en las realidades, tanto en el plano global como en 
        el de cada una de las regiones.
 Las cuestiones más relevantes de la agenda bi-regional están 
        trascendiendo el plano de las negociaciones comerciales preferenciales, 
        en el sentido de lo que prevén las reglas del GATT (artículo 
        XXIV). Se relacionan con algunas de las cuestiones que en el plano global 
        están requiriendo de respuestas colectivas, tales como - entre 
        otras - las relacionadas con el cambio climático y el medio ambiente; 
        la reforma de las instituciones financieras internacionales; la conectividad 
        física; la preservación de condiciones para la integración 
        de cadenas productivas transnacionales; la seguridad alimentaria; las 
        nuevas fuentes de energía y la seguridad colectiva.  Asimismo, en la agenda de las relaciones bi-regionales deberían 
        incluirse nuevas modalidades no preferenciales que permitan intensificar 
        los flujos de comercio y de inversiones; el apoyo financiero para la concreción 
        de proyectos de infraestructura que permitan acrecentar la calidad de 
        la conexión física de los mercados - la Comisión 
        Europea en su reciente documento antes mencionado, ha anunciado su decisión 
        de crear el Mecanismo de Inversión en América Latina (MIAL) 
        -, y la cooperación al desarrollo de los países de menor 
        dimensión económica de América Latina. En este último 
        aspecto, la rica experiencia de cooperación de la UE con países 
        en desarrollo, incluso de la propia Europa, podría contribuir a 
        la concreción de proyectos de cooperación triangular en 
        la que participen activamente los países de mayor desarrollo de 
        América Latina.
 Sea en la etapa de preparación de la próxima Cumbre bi-regional, 
        sea como uno de sus resultados, una idea concreta sería la de encomendar 
        a un grupo de trabajo compuesto por personalidades independientes de alto 
        nivel de ambas regiones - especialmente con fuerte prestigio y experiencia 
        práctica -, la preparación de un informe "policy-oriented", 
        que incluya la evaluación de lo avanzado en los últimos 
        diez años, el diagnóstico de los campos de acción 
        conjunta prioritarios y, en particular, el planteamiento de sugerencias 
        sobre los métodos de trabajo que puedan resultar más eficaces 
        para preservar el impulso político de las relaciones bi-regionales, 
        su continua adaptación a las nuevas realidades y su capacidad para 
        traducir compromisos en hechos concretos. 
 También resulta recomendable lograr, en tal ejercicio, una fuerte 
        participación del sector empresario y de otros sectores de la sociedad 
        civil, a fin de lograr que el salto cualitativo que se procure desarrollar 
        como resultado de la próxima Cumbre ALC-UE, tenga una amplia base 
        de sustentación y legitimidad social. Las instituciones parlamentarias 
        regionales tendrían también que se objeto de una activa 
        consulta. Un impulso político para enhebrar puntos de equilibrio entre 
        los respectivos intereses de ambas regiones
 Suficiente impulso político y capacidad para enhebrar puntos de 
        equilibrio entre los respectivos intereses en juego, son dos condiciones 
        que la experiencia demuestra que se requieren a fin de concluir con éxito 
        una negociación comercial internacional.  Sin un claro impulso político gubernamental resulta difícil 
        imaginar que una negociación comercial internacional pueda ser 
        exitosa. Esto es particularmente válido en el caso de negociaciones 
        que involucran un número amplio de países y una compleja 
        agenda, tal como ocurre en el caso de la Rueda Doha en la Organización 
        Mundial del Comercio (OMC). O cuando se trata de países que comparten 
        un espacio geográfico regional. Las negociaciones comerciales suelen 
        ser en este caso un componente de una agenda de trabajo conjunto más 
        amplia, orientada a asegurar la paz y estabilidad política entre 
        países vecinos, a través del desarrollo de un proceso formal 
        de integración. Ejemplos al respecto son la UE y el Mercosur. Y 
        también es válido en el caso, más complejo aún, 
        de una negociación comercial que ha sido concebida como una parte 
        central de la construcción de una asociación estratégica 
        entre dos regiones organizadas en torno a procesos formales de integración. 
        Es precisamente lo que han estado intentando concretar desde hace una 
        década el Mercosur y la UE, y como resultado de iniciativas que 
        se remontan a los comienzos de los años noventa.
 Pero el impulso político debe ser suficiente y continuo, si es 
        que se aspira a completar la hoja de ruta trazada para una negociación 
        compleja. Cual combustible de un auto, puede agotarse antes de llegar 
        a la meta. Y entonces la negociación se paraliza. Puede ser luego 
        retomada. Ocurrió en el pasado con la Rueda Uruguay tras el fracaso 
        de la reunión en Montreal en 1988 y podría suceder nuevamente 
        en el presente, tanto en el caso de la Rueda Doha como en el de la asociación 
        Mercosur-UE. O puede quedar en el olvido, como de hecho ha ocurrido con 
        las negociaciones del Área de Libre Comercio de las Américas 
        - ALCA.  El agotamiento o insuficiencia del impulso político suele ser 
        la resultante de una combinación de factores, entre los cuales 
        sobresalen los siguientes: el tiempo que transcurre desde el momento inicial 
        de la negociación, que puede ser de muchos años; las modificaciones 
        que se hubieren producido en el contexto internacional o regional; las 
        que se operan en los países participantes, especialmente en los 
        impulsores de la idea de negociar como consecuencia, por ejemplo, de cambios 
        de gobiernos y, finalmente, las alteraciones que puedan producirse en 
        la estimación de costos y beneficios -tanto políticos como 
        económicos- que resultarían de una determinada negociación. 
       Si bien el impulso político es necesario, no suele ser suficiente 
        para culminar con éxito un proceso negociador. Se requiere también 
        capacidad para enhebrar puntos de equilibrio entre los diferentes intereses 
        nacionales en juego. Tiene que ver con la complejidad de la negociación 
        y con los grados de ambición de su agenda. Cuanto más ambiciosa 
        sea la agenda (caso Rueda Doha y negociación Mercosur-UE) y más 
        sustantivas sean las diferencias de intereses, mayor será la dificultad 
        para evitar que tales puntos de equilibrio se le evadan a los negociadores. 
        Pero también tiene que ver con los métodos que se empleen 
        para construir los necesarios equilibrios. La calidad de los procesos 
        negociadores puede ser una causa de un eventual fracaso. Las dificultades 
        procesales son mayores cuando participan muchos países y cuando 
        existen entre ellos fuertes asimetrías de dimensión económica 
        y de grados de desarrollo económico. Es el caso actual de la Rueda 
        Doha. O cuando una negociación presenta notorias insuficiencias 
        y dispersiones, tanto en el plano institucional como de los métodos 
        de trabajo. Puede ser el caso de la bi-regional Mercosur-UE. En el caso de la Rueda Doha, se han ido acumulando dificultades sustantivas 
        y procesales para lograr los necesarios equilibrios de intereses. ¿Son 
        ellas sólo la resultante de insuficiencias del impulso político? 
        O son, además ¿la resultante de deficiencias en los métodos 
        orientados a enhebrar tales equilibrios?  Las dificultades sustantivas se relacionan en primer lugar, con el equilibrio 
        entre lo que efectivamente se espera recibir y lo que se tiene que otorgar, 
        por un lado en los productos agrícolas (acceso a mercados y subsidios) 
        y por el otro en los industriales. En segundo lugar, se relacionan con 
        el equilibrio entre las concesiones aparentes y las efectivas, es decir, 
        las que resultan una vez descontada el "agua" y computadas las 
        excepciones, sensibilidades, diferenciaciones y todo tipo de válvulas 
        de escape abiertas o encubiertas. En tercer lugar, con el equilibrio entre 
        el esfuerzo que realizarían los que más pueden - países 
        industrializados - y los relativamente más débiles, que 
        son los países en desarrollo. Y, finalmente, en el equilibrio entre 
        costos y beneficios del resultado de las negociaciones. Cuánto 
        menos nítidos y de más largo plazo sean los eventuales beneficios, 
        más resistencia habrá a efectuar concesiones que podrían 
        tener costos políticos inmediatos.  Las dificultades procesales tienen que ver con el número de países 
        participantes y, sobre todo, con las asimetrías de poder, de gravitación 
        en el intercambio global de bienes y servicios, y de grados de desarrollo 
        relativo. El hecho que se trata de negociaciones multilaterales que requieren 
        el consenso de todos los países participantes en el marco de un 
        single undertaking, complica aún más la tarea de enhebrar 
        puntos de equilibrio que sean percibidos como satisfactorios por todos. El caso de las negociaciones entre el Mercosur y la UE En el caso de las negociaciones entre el Mercosur y la UE, se reproducen 
        condiciones similares a las existentes en la Rueda Doha, en términos 
        de las divergencias de intereses en relación a la agricultura, 
        con el consiguiente impacto en las contrapartidas en productos industriales 
        y en otras cuestiones relevantes. La UE planteó desde el comienzo 
        de las actuales negociaciones multilaterales en la OMC, que es en este 
        ámbito donde debían tratarse las cuestiones más sensibles 
        vinculadas a los subsidios a la agricultura, sea a las exportaciones y, 
        en especial, a los relacionados con la producción. En la medida 
        que tal planteo continua vigente, es natural que se considere que será 
        muy difícil destrabar la negociación bi-regional sin antes 
        concluir la Rueda Doha. Alcanzar los necesarios puntos de equilibrio entre los múltiples 
        intereses en juego sigue siendo entonces el gran desafío para las 
        negociaciones bi-regionales. Pero más allá de las declaraciones 
        propias de las diplomacias mediáticas, no parece existir además 
        suficiente impulso político para superar los desequilibrios existentes. 
        Tiene que ver con incentivos en las dos partes para encarrilarlas hacia 
        su conclusión y con las percepciones que se observan de un lado 
        y del otro del Atlántico.  Del lado europeo, los incentivos para negociar parecen haber disminuido. 
        Por un lado, suele prevalecer la percepción que el Mercosur dista 
        de ser lo que habían imaginado y que debe aún superar problemas 
        internos que afectan su credibilidad. Por otro lado, los europeos no tienen 
        hoy el incentivo de evitar desplazamientos de sus corrientes de comercio 
        e inversiones que resultarían de un acuerdo preferencial entre 
        el Mercosur y los Estados Unidos. Tal perspectiva ha desaparecido del 
        horizonte, al menos por el momento, con el colapso del ALCA y con las 
        dificultades que pueden existir en relanzar una negociación Mercosur-EEUU 
        con un formato "4+1", dada la posible conclusión este 
        año del demorado proceso de incorporación de Venezuela al 
        Mercosur.  Del lado del Mercosur, resulta difícil imaginar que en la negociación 
        comercial bi-regional pueda obtenerse lo que no se ha logrado hasta ahora 
        de los europeos en la Rueda Doha. Y la opción de un acuerdo menos 
        ambicioso que el imaginado no ha sido aún incorporada en la estrategia 
        negociadora. Por lo demás, se perciben las prioridades de la UE 
        como muy concentradas en otras áreas y cuestiones. En tal caso, la hibernación de hecho de la negociación 
        bi-regional, podría ser visualizada por ambas partes como más 
        conveniente que seguir procurando su conclusión. La tentación 
        a preservar el status-quo en las negociaciones bi-regionales sería 
        entonces muy grande. El problema es que ello estimularía acciones 
        bilaterales, como las reflejadas en la alianza estratégica del 
        Brasil con la UE. No incluye elementos preferenciales, que son los que 
        obligarían a los socios del Mercosur a negociar en conjunto, al 
        menos mientras no sea modificada la Decisión CM 32 del año 
        2000 (el párrafo cuarto del numeral 4.4.1, del documento de Estratégia 
        Brasileira de Exportaçâo 2008-2010 del Ministerio de Desenvolvimento, 
        Indústria y Comércio Exterior del Brasil, es sintomático 
        al respecto). Si así fuere, podría erosionarse la idea de 
        un Mercosur concebido, desde su momento fundacional, como plataforma para 
        negociar y competir a escala global. Sin perjuicio de lo que se intente para relanzar las negociaciones bi-regionales, 
        una opción sería utilizar todo el potencial del instrumental 
        plasmado en el Acuerdo Marco de Cooperación Mercosur-UE firmado 
        en Madrid en 1995. Fue ratificado por los respectivos Parlamentos y está 
        aun vigente. Contiene hojas de ruta que, de utilizarse plenamente, permitirían 
        avanzar con pragmatismo en las relaciones económicas bi-regionales, 
        al menos en todos los elementos no preferenciales. Tal opción implicaría renovar el impulso político 
        de la negociación bi-regional y perfeccionar los métodos 
        de trabajo. El impulso político debería provenir de la constatación 
        de que existen intereses compartidos en lograr el fortalecimiento del 
        Mercosur. Tales intereses se relacionan con su potencial para ser un efectivo 
        núcleo duro de la estabilidad política en el espacio geográfico 
        sudamericano. Y ello adquiere hoy mayor vigencia ante las alarmantes tendencias 
        a la fragmentación y los consiguientes reflejos. Implicaría además introducir elementos de flexibilidad 
        en la construcción de la asociación bi-regional, que contemple 
        las diferentes situaciones existentes entre las dos regiones y, en particular, 
        dentro del Mercosur.  Es una opción que sería más factible si el Mercosur 
        introdujera, a su vez, criterios de flexibilización de sus compromisos, 
        a fin de aceptar instrumentos con múltiples velocidades y geometría 
        variable, especialmente en la construcción de una unión 
        aduanera ajustada más al artículo XXIV del GATT, que al 
        modelo de la unión aduanera europea o a lo que prescriben distintos 
        enfoques teóricos.  Todo ello puede lograrse en el marco amplio del Tratado de Asunción 
        y sin alterar sus elementos esenciales, que son los que conducen a un 
        mercado común. Y tal flexibilización no implicaría 
        la transformación del Mercosur en una zona de libre comercio, como 
        ha sido sugerido en distintas oportunidades. Un detalle no menor y con connotaciones que van más allá 
        de lo jurídico, es el que en la hipótesis de la transformación 
        del Mercosur en una zona de libre comercio, se requeriría una modificación 
        sustancial de su pacto constitutivo. Algo así como negociar todo 
        de nuevo. |