| Un necesario debate  Tanto el Mercosur como la Unión Europea (UE) están en 
        una compleja transición hacia nuevas etapas en sus respectivos 
        desarrollos. En ambos casos, parece prematuro aventurar pronósticos 
        sobre cómo ellas serán. Los resultados son aún inciertos. 
        Pero todo indica que serán diferentes a las anteriores etapas. 
       De salir todo bien, muy probablemente sería porque se habrían 
        preservado los activos acumulados y capitalizado las enseñanzas 
        del pasado. De lo contrario, se podría estar frente a escenarios 
        en los que resulte difícil excluir el uso de la palabra fracaso 
        y, en especial, el de afrontar sus consecuencias. La historia larga de 
        las relaciones entre naciones que comparten una misma región -especialmente 
        en el espacio geográfico europeo- indica que eventualmente tales 
        consecuencias pueden ser costosas.   Más allá de las enormes diferencias que distinguen a los 
        dos procesos de integración, como también a sus historias 
        y realidades regionales, la buena noticia es que se observan en ambos 
        casos debates a nivel de las respectivas sociedades, por momentos intensos 
        y hasta ríspidos, que reflejan dilemas metodológicos y, 
        cada vez más, también existenciales. Cuánto más 
        amplios e inclusivos sean estos debates, mejor será para la legitimidad 
        social de sus resultados. Un elemento común en estos debates en ambos lados del Atlántico, 
        es el de las crecientes dudas que se plantean sobre que realmente haya 
        posibilidad aún para la subsistencia de una distinción entre 
        "nosotros" -sean los miembros de la UE o los del Mercosur- y 
        "ellos" -los terceros países-, que refleje una identidad 
        común arraigada en las respectivas ciudadanías. Es como 
        si el "cada una por las suyas" con toda su crudeza, empezara 
        a sustituir la idea fuerza, un poco más romántica, de "juntos 
        hasta la muerte". Especialmente en Europa, los ciudadanos de algunos 
        de los países no visualizan como propios los problemas de los otros 
        socios. No ven entonces porqué deberían asumir los costos 
        de ayudar a resolverlos. Pero a la vez, se observa que incluso quienes parecerían estar 
        más frustrados -incluso "indignados"- con la pertenencia 
        de su país al respectivo proceso de integración, tienen 
        fuertes dificultades de explicitar una opción razonable y creíble, 
        que se sustente en el plano económico como, sobre todo, en el político. 
        Esto es, una opción con la legitimidad social propia de sociedades 
        pluralistas y democráticas, que no supere con creces los costos 
        de intentar corregir las deficiencias del trabajo conjunto en el marco 
        de los actuales procesos de integración. Si fuere cierto que los 
        países miembros -grandes o chicos- no tienen opciones razonables 
        a la integración voluntaria con sus actuales socios, el debate 
        quedaría en tal caso confinado al plano metodológico de 
        cómo trabajar juntos en un espacio geográfico compartido 
        -dato de la realidad- y no tanto en el más existencial de porqué 
        hacerlo.
 Profundizar un debate franco y abierto sobre opciones posibles, combinando 
        la perspectiva de bien definidas estrategias nacionales y la puesta en 
        común de los diversos intereses nacionales en juego en el marco 
        de un proyecto estratégico común, parece ser lo más 
        recomendable para transitar el período del diseño de una 
        nueva etapa del Mercosur. Como también se requerirá en el 
        caso de la integración europea, su diseño deberá 
        asentarse en un diagnóstico correcto sobre tendencias profundas 
        que están operando en el plano global, incluyendo el balance de 
        desafíos y oportunidades que resultarán de la nueva geografía 
        del poder y de la competencia económica mundial.
 ¿El fin de una etapa del Mercosur? Tras la Cumbre de Mendoza el Mercosur ha iniciado su transición 
        hacia una nueva etapa. La iniciada con su creación y desarrollada 
        durante los últimos veinte años por los cuatro países 
        fundadores puede considerarse como concluida. Cuánto durará 
        la transición y cómo será la nueva etapa, parece 
        aún prematuro el pronosticarlo. Lo que se observa hasta ahora tiene 
        todas las características de una metamorfosis. Como veremos luego, 
        será importante que cada uno de los países miembros defina 
        bien cómo imagina y qué espera de esta nueva etapa.  Más allá del ineludible debate sobre las dimensiones jurídicas, 
        tanto de la suspensión temporal del Paraguay en el ejercicio de 
        su condición de miembro, como de la consumación del ingreso 
        de Venezuela sin que se hubieren podido cumplir requisitos que los propios 
        países miembros establecieron, además de las soluciones 
        que se puedan encontrar con inteligencia y voluntad política, será 
        necesario entonces abordar el diseño de las modalidades y de los 
        alcances de una nueva etapa.  En la etapa que se puede considerar que ha concluido tras la Cumbre de 
        Mendoza, muchas metas no se lograron pero, a la vez, mucho de los avances 
        en el comercio y en la interacción económica entre los países 
        socios se pueden relacionar con los compromisos asumidos en el Tratado 
        de Asunción. Asimismo, en esta etapa se ha afirmado la idea estratégica 
        de cooperación entre naciones vecinas, más allá de 
        diferencias de intereses y de conocidas asimetrías, a fin de generar 
        un espacio capaz de irradiar efectos de paz, democracia y estabilidad 
        política en América del Sur. Es obvio que es mucho lo que 
        queda por delante. Pero también se ha aprendido mucho y ahora ello 
        podrá capitalizarse en la nueva etapa que habrá que iniciar. 
       Cabe recordar que el propio Tratado de Asunción implicó 
        la conclusión de la etapa iniciada por los acuerdos bilaterales 
        entre la Argentina y el Brasil. En este caso el paso de una etapa a la 
        otra no implicó dejar de lado lo acumulado en la etapa bilateral 
        inicial. Por el contrario, y no es un dato menor, subsisten aún 
        los compromisos jurídicos bilaterales del Tratado de Buenos Aires 
        de 1988, y los principales acuerdos comerciales acumulados fueron asimilados 
        en la nueva etapa a través de los dos instrumentos operativos, 
        uno bilateral -el ACE n° 14- y el otro entre todos los socios del 
        Mercosur -el ACE n° 18-. Cabe destacar que el ACE n° 14 tiene 
        hoy 39 Protocolos adicionales, en su mayoría firmados una vez iniciada 
        la etapa del Mercosur y especialmente referidos a un sector clave en la 
        integración regional, como es el automotriz. Y, a su vez, el ACE 
        n° 18, ya tiene 93 Protocolos adicionales. No es un dato menor a tener 
        en cuenta el que los compromisos comerciales que plasmen la incorporación 
        de Venezuela al Mercosur, deberían ser luego incorporados al ACE 
        n° 18, al menos tal como están las reglas de juego hasta el 
        momento actual. Lo que sí parece claro es que en el segundo semestre de este año 
        algunas definiciones significativas deberán ser analizadas y, eventualmente, 
        adoptadas por los socios. Brasil, por estar a cargo de la Presidencia 
        Pro-Tempore, tendrá la oportunidad de ejercer un cierto liderazgo 
        en el proceso de diseño de la nueva etapa. Ello pondrá a 
        prueba su tradicional habilidad diplomática. Al respecto, por lo menos tres cuestiones prioritarias conformarán 
        la agenda de este inicio de la transición. Según se las 
        encare y resuelva serán quizás las características 
        que tendrá el Mercosur del futuro. No se puede excluir incluso 
        un escenario en que el Mercosur originado en 1991 deje eventualmente de 
        existir.La primera cuestión se refiere a los múltiples desdoblamientos 
        que pueden derivarse de la decisión de suspender la participación 
        del Paraguay en los órganos del Mercosur. Ha originado una situación 
        inédita que no tiene precedentes en este proceso de integración. 
        Su superación requerirá mucha prudencia y sabiduría. 
        Es un desafío al arte de la política y de la diplomacia, 
        en la que convendrá distinguir lo coyuntural de lo permanente, 
        con una inteligente combinación de valores e intereses. Difícil 
        de lograr dada la precariedad institucional que sigue caracterizando al 
        Mercosur, a pesar de los esfuerzos por generar instancias independientes 
        que faciliten la concertación de intereses nacionales. En este 
        caso están en juego no sólo realidades políticas 
        y económicas complejas, con múltiples connotaciones jurídicas, 
        pero también sensibilidades y emociones de la ciudadanía 
        de una de las naciones fundadoras del Mercosur, con una historia en común 
        con sus socios, de la que resultan profundas raíces e innumerables 
        vasos comunicantes.
 El texto que establece la suspensión del Paraguay y que fuera 
        firmado por los Jefes de Estado de Argentina, Brasil y Uruguay, invoca 
        al Protocolo de Ushuaia sobre "Compromiso Democrático en el 
        Mercosur" y establece: "1. Suspender a la República del 
        Paraguay del derecho a participar en los órganos del Mercosur y 
        de las deliberaciones, en los términos del artículo 5° 
        del Protocolo de Ushuaia. 2. Mientras dure la suspensión, lo previsto 
        en el inciso iii) del artículo 40 del Protocolo de Ouro Preto se 
        producirá con la incorporación que realicen Argentina, Brasil 
        y Uruguay, en los términos del inciso ii) de dicho artículo. 
        3. La suspensión cesará cuando, de acuerdo a lo establecido 
        en el artículo 7° del Protocolo de Ushuaia, se verifique el 
        pleno restablecimiento del orden democrático en la parte afectada. 
        Los Cancilleres mantendrán consultas regulares al respecto". 
        Cabe señalar que no hubo una Decisión del Consejo del Mercosur, 
        con el alcance de acto jurídico adoptado en el marco de los arts. 
        2, 3, 8 y 9 del Protocolo de Ouro Preto. Según el texto aprobado, 
        el levantamiento de la suspensión se producirá al verificarse 
        el restablecimiento del orden democrático en el Paraguay, y al 
        respecto se prevé mantener consultas regulares.  La segunda cuestión prioritaria es la de completar en todas sus 
        dimensiones la incorporación de Venezuela al Mercosur acordada 
        en el Protocolo de Caracas (2006). La decisión adoptada en Mendoza 
        en el sentido de proceder a incorporar a Venezuela al Mercosur, es en 
        parte una resultante de lo que ocurriera con Paraguay. En efecto, el Protocolo 
        de Caracas no pudo entrar en vigencia por no haberse producido la ratificación 
        por parte del Paraguay. En su momento, el Poder Ejecutivo retiró 
        el texto de la consideración del Congreso por entender que no iba 
        a ser aprobado. La impasse así generada no es un dato menor a la 
        hora de intentar entender el clima político existente, al menos 
        en algunos de los países miembros, en torno a la cuestión 
        de la incorporación de Venezuela al Mercosur. En Mendoza los tres Jefes de Estado decidieron: "1. El ingreso de 
        la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur; 2. Convocar 
        a una reunión especial a los fines de la admisión oficial 
        de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur para el día 
        31 de julio de 2012, en la ciudad de Río de Janeiro, República 
        Federativa del Brasil, y. 3.- Convocar a todos los países de América 
        del Sur para que en el complejo escenario internacional actual se unan, 
        para lograr que el proceso de crecimiento e inclusión social protagonizado 
        en la última década en nuestra región, se profundice 
        y actúe como factor de estabilidad económica y social en 
        un ambiente de plena vigencia de la democracia en el continente". 
       Tras la decisión adoptada en Mendoza sobre la incorporación 
        de Venezuela, sin que se hubiere completado lo previsto por el artículo 
        12 del Protocolo de Caracas, se está desarrollando un debate político 
        e incluso jurídico en los países miembros, en relación 
        al cual corresponde distinguir dos cuestiones. Por un lado, está 
        la decisión política de incorporar a Venezuela al Mercosur, 
        que se formalizó en el Protocolo de Caracas. Refleja la clara voluntad 
        soberana de cinco países, expresada con los procedimientos previstos 
        en el Tratado de Asunción. Luego se completó el proceso 
        constitucional interno para proceder a su ratificación en tres 
        de los países miembros. Por otro lado, está la cuestión 
        de la decisión adoptada en Mendoza, de proceder a completar la 
        incorporación de Venezuela aún cuando no se hubiere producido 
        la ratificación del Protocolo de Caracas por parte de Paraguay. 
        Es sobre esta decisión, su oportunidad política y su solidez 
        jurídica, que se ha abierto un debate por momentos intenso. Incluso 
        el gobierno de Paraguay llevó el caso a la consideración 
        del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur, el que consideró 
        que no era procedente en la forma en que había sido planteado.
 Luego en la reunión presidencial realizada en Río de Janeiro 
        el 31 de julio se formalizó la incorporación de Venezuela 
        al Mercosur. Habrá que observar entonces cómo se completa 
        el cumplimiento de lo dispuesto por el Protocolo de Caracas con respecto 
        a la aplicación por parte de Venezuela del programa de liberalización 
        comercial, incluyendo el cese de los efectos de las normas y disciplinas 
        del ACE nº 59 en el ámbito de la ALADI (arts. 5 y 6 del Protocolo) 
        y luego con respecto a la incorporación de la normativa del Mercosur 
        y, en particular, de la Nomenclatura Arancelaria Común y del Arancel 
        Externo Común (arts. 3 y 4 del Protocolo).
 Con el conocimiento preciso del perfil arancelario resultante de la plena 
        incorporación de Venezuela al Mercosur, estará cada país 
        miembro en mejores condiciones para evaluar los efectos económicos 
        concretos, en particular en relación a la competitividad de bienes 
        y servicios originados en el Mercosur con respecto a los provenientes 
        de terceros países, por ejemplo de los Estados Unidos, la UE, China 
        o de países andinos. Se sabrá entonces, con mayor aproximación, 
        cuál es el valor agregado que resulta de la incorporación 
        de Venezuela con respecto a tratamientos preferenciales en el comercio 
        de bienes y servicios, en inversiones y en compras gubernamentales, en 
        relación a lo que ya existe actualmente, en particular como resultante 
        del ACE nº 59. Como se mencionó antes, otro paso será el de la adhesión 
        de Venezuela al Acuerdo de Alcance Parcial n° 18, que es el que incorpora 
        el Tratado de Asunción al marco legal de la ALADI. Su importancia 
        práctica deriva del hecho que constituye la base legal para aplicar 
        entre los socios las preferencias resultantes de los compromisos asumidos 
        en el Mercosur, sin que se extiendan a los demás países 
        de la ALADI. En algunos de los socios del Mercosur, tal incorporación 
        podría ser fundamental para asegurar la legalidad interna de la 
        liberalización arancelaria que se pacte con Venezuela. Su artículo 
        15 prevé la adhesión de otros países miembros de 
        la ALADI por medio de un Protocolo Adicional al ACE n° 18.  Vinculada a la mencionada cuestión de Venezuela, también 
        será importante observar cuáles serán las modalidades 
        y alcances de la incorporación de otros países sudamericanos 
        al Mercosur. En Mendoza se abrió el camino a la incorporación 
        del Ecuador. Sin embargo la idea parecería orientada a darle al 
        Mercosur un alcance sudamericano. Es algo que estaba contemplado en el 
        propio Tratado de Asunción. Muy probablemente ello acentuará 
        la necesidad de que, en su nueva etapa, el Mercosur cuente con un diseño 
        que combine un razonable grado de seguridad jurídica con geometrías 
        variables y múltiples velocidades en sus compromisos. Incluso se 
        ha llegado a mencionar la posibilidad de fusionar el Mercosur con la UNASUR. Y la tercera cuestión prioritaria es la que resulta de lo planteado 
        por Wen Jiabao, el Primer Ministro de China, especialmente en la video 
        conferencia del 25 de junio realizada desde Buenos Aires con la participación 
        de las Presidentas de Argentina y de Brasil, y del Presidente del Uruguay. 
        Sugirió efectuar un estudio de factibilidad sobre un eventual acuerdo 
        de libre comercio. También planteó el objetivo de duplicar 
        el comercio recíproco en cuatro años. A medida que se avanzare 
        en la iniciativa de un eventual acuerdo de libre comercio ente el Mercosur 
        y China, puede suponerse que por su envergadura tendrá un impacto 
        en las negociaciones comerciales del Mercosur con otros países 
        y regiones. Especialmente podría tener un impacto en las demoradas 
        negociaciones Mercosur-UE. Con respecto a estas negociaciones se requerirá 
        aún mucho oxígeno político, así como flexibilidad 
        conceptual y técnica, si es que se procura lograr un acuerdo que 
        permita abrir un proceso de largo plazo que sea, en todas sus etapas, 
        equilibrado y ambicioso. 
 Condiciones para el diseño de una nueva etapa del Mercosur
 
 Reflexionar sobre las condiciones que permiten desarrollar procesos de 
        integración en espacios geográficos regionales, de manera 
        tal que generen un cuadro previsible de ganancias mutuas para los países 
        participantes, tiene hoy fuerte relevancia práctica.  La tiene por cierto en Europa. Y la tiene en especial en América 
        del Sur. La transición del Mercosur hacia una nueva etapa con perfiles 
        institucionales y métodos de trabajo aún inciertos, acrecienta 
        la necesidad de pensar cómo se puede acceder, en base a la experiencia 
        adquirida y capitalizando los activos acumulados, a una nueva etapa del 
        proceso de integración en la que los beneficios que se generen 
        puedan ser percibidos como ventajosos por los distintos países 
        y, en particular, por sus ciudadanos. No será fácil. Desde que fuera creado en 1991 se han acumulado 
        experiencias y activos que tienen valor, por ejemplo en términos 
        de accesos preferenciales relativamente garantizados a los respectivos 
        mercados y de una incipiente integración productiva. Incluso, por 
        momentos, el Mercosur llegó a ser percibido como algo exitoso. 
        Pero también se han acumulado muchas frustraciones. Ellas se originan 
        en las propias dificultades de un emprendimiento de trabajo conjunto que 
        requiere combinar muy distintos intereses nacionales en un contexto de 
        numerosas asimetrías, en especial de dimensión económica 
        relativa.  Forzoso es reconocer, sin embargo, que tales frustraciones también 
        pueden explicarse por una relativa tendencia a producir hechos mediáticos 
        -en su momento calificados como "históricos" por los 
        respectivos protagonistas- que han terminando generando la imagen de una 
        especie de "integración de escaparate" (parangonando 
        la expresión de "modernización de escaparate" 
        que utilizara en su momento Fernando Fanjzylber, el recordado economista 
        de la CEPAL), en la que las apariencias parecerían predominar sobre 
        las realidades. Frustraciones que pueden explicar la indiferencia e incluso 
        el rechazo de la idea de integración regional por sectores a veces 
        amplios de algunos de los respectivos países. 
 La reflexión sugerida precisa ser realizada teniendo en cuenta 
        el contexto de los profundos cambios que se están operando a escala 
        global. Y también requiere colocar al Mercosur en el marco de la 
        arquitectura institucional de la región sudamericana (la UNASUR), 
        del espacio regional latinoamericano (la ALADI y el SELA), y del más 
        amplio de América Latina y el Caribe (la CELAC). Articular las 
        acciones de cooperación que puedan desarrollarse a través 
        del mosaico de instituciones existentes es hoy una de las prioridades 
        que reconocen los propios países que las integran. Es una articulación 
        que en una visión idealizada podría evocar a las matrioskas 
        rusas, en el hecho de caber una dentro de otra y, a la vez, cada una reflejar 
        una realidad distinta en sus dimensiones. Son varias las opciones posibles para el diseño de la nueva etapa. 
        Al igual que en el caso europeo no existe una fórmula única. 
        Una de las lecciones a extraer de la experiencia acumulada tanto en éstas 
        como en otras regiones, es precisamente que el traje debe ser diseñado 
        a la medida de realidades bien diagnosticadas. Como enseñara en 
        su momento Jean Monnet, lo esencial es encontrar fórmulas adaptadas 
        a cada circunstancia histórica. Es allí donde se requiere 
        una adecuada combinación de imaginación política 
        y técnica. Una opción podría ser concebir al Mercosur como una red 
        de acuerdos bilaterales y plurilaterales, incluso sectoriales y multisectoriales 
        de integración productiva, conectados entre sí. Requeriría 
        mecanismos flexibles de geometría variable y de múltiples 
        velocidades. La propia UE tiene experiencias al respecto. No significaría 
        dejar de lado el compromiso de construir una unión aduanera como 
        paso hacia un espacio económico común. Podría hacerse 
        a través de Protocolos Adicionales al Tratado de Asunción 
        o por instrumentos jurídicos paralelos pero no contradictorios. 
        Los acuerdos bilaterales entre la Argentina y el Brasil sientan un precedente 
        a tener en cuenta. Entre otras regiones, la centroamericana es un punto 
        de referencia al respecto.  Tal opción permitiría incluir la posibilidad de flexibilizar 
        en determinadas condiciones, la concertación de compromisos que 
        se asuman en el marco de acuerdos preferenciales que concluyan uno o más 
        países miembros con terceros países o grupos de países. 
        Claro que ello implicaría acordar disciplinas colectivas entre 
        los socios del Mercosur que puedan ser tuteladas y evaluadas en su cumplimiento 
        por un órgano técnico con competencias efectivas. No tiene 
        porqué ajustarse al estereotipo instalado con el equívoco 
        concepto de "supranacional". El modelo del papel del Director-General 
        de la OMC puede ser útil al respecto.Lo importante es tener en cuenta que son muchas las condiciones que pueden 
        ser necesarias para la construcción de un espacio regional signado 
        por las ideas de integración y de cooperación, esto es, 
        de trabajo conjunto entre naciones que lo conforman. Son condiciones que 
        resultan, en particular, de algunos rasgos centrales de este tipo emprendimientos 
        multinacionales, tales como, el carácter voluntario de la participación 
        de cada nación -nadie obliga a nadie a ser miembro de un determinado 
        acuerdo de integración-; la gradualidad en el sentido que los objetivos 
        perseguidos, especialmente los más ambiciosos, pueden requerir 
        mucho tiempo para ser alcanzados e, incluso, quizás nunca se los 
        alcance plenamente; y la adaptación a los continuos cambios operados 
        en las circunstancias que condujeron al momento fundacional.
 
 Pero en el caso del Mercosur, en su momento actual de fin de una etapa 
        y de tránsito hacia una nueva aún no definida con precisión, 
        tres parecen ser las condiciones más relevantes que se requerirán 
        a fin de dar un salto hacia una construcción más sólida 
        y eficaz, con potencial de captar el interés de los ciudadanos 
        por su capacidad de generar ganancias mutuas para cada uno de los países 
        participantes, teniendo en cuenta las diversidades que los caracterizan. 
        Tales condiciones son: la estrategia de desarrollo y de inserción 
        internacional de cada país participante; la calidad de institucional 
        y de las reglas de juego, y la articulación productiva de alcance 
        transnacional.
 
 Parecería recomendable que estas tres condiciones estén 
        presentes en el necesario debate nacional que cada país interesado 
        en continuar siendo miembro o en incorporarse como nuevo país miembro, 
        debería estimular a fin de definir con solidez las estrategias 
        y las metodologías de la nueva etapa del Mercosur.El trabajo conjunto entre naciones que comparten un espacio geográfico 
        regional, especialmente si se expresa a través de acuerdos e instituciones 
        con objetivos ambiciosos y de largo plazo como es el caso del Mercosur, 
        supone que cada país participante sepa lo que necesita y lo que 
        puede obtener al asociarse con los otros. Esto es, que tenga una estrategia 
        de desarrollo y de inserción internacional, elaborada en función 
        de sus propias características internas y de los objetivos valorados 
        por la respectiva sociedad. Estrategia, por lo demás, que no se 
        limitará a la región. Hoy más que nunca es en el 
        plano de objetivos de alcance global en el que deben colocarse los objetivos 
        perseguidos en el plano regional.
 
 Cómo se elabora tal estrategia y se expresa su contenido, es algo 
        que depende de cada país. Lo concreto es que la construcción 
        consensuada de una región multinacional, cualesquiera que sean 
        sus objetivos, modalidades y alcances, se hace a partir de lo nacional 
        o sea, de lo que le interesa a cada país participante. En tal sentido, 
        se ha señalado con razón que los países se asocian 
        en el plano regional no a partir de hipotéticas racionalidades 
        supranacionales, sino de concretas y a veces de patéticas racionalidades 
        nacionales. Es la puesta en común de intereses nacionales en torno 
        a una visión estratégica compartida, lo que caracteriza 
        este tipo de trabajo conjunto voluntario entre naciones soberanas que 
        no están dispuestas a dejar de serlo.
 De allí que se requiera ser franco en el sentido que si un país 
        no tiene tal estrategia, o si ella no fuera realista (por ejemplo, si 
        sobreestima lo que es su valor y su capacidad de negociación frente 
        al resto del mundo y más concretamente frente sus socios), resultará 
        difícil imaginar que los otros países -más allá 
        de la retórica- contemplarán plenamente sus intereses. Es 
        lo que Ian Bremmer expresa crudamente con el título de su reciente 
        libro sobre el mundo actual: "cada nación por las suyas" 
        Y agrega con más crudeza aún que habrá "ganadores 
        y perdedores" (en "Every Nation for Itself. Winners and Loosers 
        in G-Zero World", Portfolio-Penguin, New York 2012). El mensaje que 
        se puede extraer es entonces claro: en un contexto global sin una potencia 
        central -y sin un directorio creíble de potencias centrales (G0)- 
        cada nación debe defender sus propios intereses, para lo cual debe 
        saber lo que necesita y lo que puede obtener, y en la transición 
        hacia el mundo del futuro habrá ganadores y perdedores. Es un mensaje 
        que tiene validez para cada uno de los espacios geográficos regionales. 
        Y, por cierto, también para América del Sur.
 En el caso concreto del Mercosur en su actual encrucijada, a cada país 
        miembro le conviene entonces interrogarse sobre sus opciones reales, no 
        las teóricas. Si un país no estuviere conforme con el Mercosur 
        y visualizare opciones razonables que permitan mejor contemplar las principales 
        dimensiones de su inserción en la región y en el mundo, 
        esto es que perciba tener un "plan B", lo razonable podría 
        ser abandonar el emprendimiento conjunto. Lo hizo en su momento Chile 
        con respecto al Grupo Andino, luego al no aceptar la invitación 
        para participar del Mercosur como miembro pleno, y lo hizo también 
        Venezuela cuando decidió dejar de ser país miembro de la 
        Comunidad Andina de Naciones. Si por el contrario, ese país no 
        visualizara un "plan B" razonable tanto desde una perspectiva 
        política como económica le convendrá ponderar, desde 
        su propia perspectiva, qué alcances debería tener la futura 
        etapa del Mercosur a la luz de los pactos constitutivos y de las opciones 
        metodológicas que pudieran imaginarse. Pero tal ponderación 
        será más sólida en la medida que refleje los objetivos 
        definidos en la respectiva estrategia de desarrollo nacional (el "home 
        grown plan" en los conocidos planteamientos del profesor Dani Rodrik), 
        que parece razonable imaginar que incluirá una apreciación 
        de lo que el país necesita y puede obtener de su entorno global 
        y regional.
 Una segunda condición se relaciona con la calidad de las instituciones 
        y de las reglas de juego. Ello incluye tanto al proceso de elaboración 
        de decisiones, como a las propias reglas que se aprueben, a los mecanismos 
        de aplicación de las normas, y a los de solución de los 
        diferendos que pudieran producirse entre los países miembros en 
        relación al cumplimiento de lo pactado. E incluye tanto la fase 
        nacional como la multinacional de las instituciones del Mercosur. Una 
        vez más, es posible sostener que la calidad institucional comienza 
        en el respectivo plano nacional, para expresarse luego en el plano multinacional 
        -cualquiera que sea la composición del respectivo órgano 
        y su sistema de votación- y retornar al plano nacional que es donde 
        se cumple o no con lo pactado. 
 La intensidad de la participación de la sociedad civil en el plano 
        interno de cada país miembro es un factor central para asegurar 
        la calidad institucional de un proceso de integración. Requiere, 
        a su vez, de una cultura de transparencia que se refleje, en el plano 
        nacional como en el multinacional, en la calidad de páginas Web 
        densas en información útil para la gestión de inteligencia 
        competitiva por parte de todos los protagonistas.
 Reglas precarias, con baja capacidad de ser efectivas y eficaces, sobre 
        todo si son una resultante de deficiencias en su proceso de elaboración, 
        tienden a erosionar la eficacia y legitimidad del propio proceso de integración. 
        No favorecen a los países de menor dimensión relativa ni 
        son tomadas en serio por quienes tienen que adoptar decisiones de inversión 
        productiva. En el Mercosur la precariedad institucional y de las reglas 
        de juego, incluso la insuficiente transparencia y débil participación 
        de la sociedad civil -manifestada en múltiples ejemplos- son una 
        de las principales causas del deterioro que ha sufrido el proceso de integración. 
        Quizás sea una especie de virus que proviene de la experiencia 
        de integración en la ALALC primero y luego en la ALADI, donde muchas 
        se pudo observar el predominio de una cultura de la anomia, en el sentido 
        que las reglas se cumplían solo en la medida que ello fuera factible 
        y que la información necesaria para decidir, no era fácilmente 
        accesible. La historia de las listas de excepción merecería 
        ser reconstruida al respecto. Es una cultura que tanto en el plano interno 
        de una sociedad como en el internacional, tiende a favorecer a quienes 
        tienen más poder relativo. 
 Conciliar flexibilidad con previsibilidad parece ser fundamental si es 
        que en su próxima etapa el Mercosur aspira a incluir a otros países 
        sudamericanos, acrecentándose así las asimetrías 
        y la diversidad de intereses en juego. Ello requerirá recurrir 
        a metodologías de geometría variable y de múltiples 
        velocidades. Sin reglas de juego de calidad, tales metodologías 
        podrían acentuar tendencias a la dispersión de esfuerzos 
        y conducir el Mercosur a nuevas frustraciones.
 Y la tercera condición tiene que ver con la articulación 
        productiva a nivel regional. La agenda de la integración productiva 
        ocupa hoy un lugar importante en la agenda del Mercosur. En realidad proviene 
        de su momento fundacional, cuando se incorpora el concepto de acuerdos 
        sectoriales y se aprueba la Decisión CMC 03/91. Está basada 
        en la experiencia acumulada en el período de integración 
        bilateral entre la Argentina y el Brasil. Sus precedentes son múltiples. 
        Se encuentran en los momentos fundacionales de la integración europea 
        y también de lo que fuera el Grupo Andino.
 La integración productiva a través de cadenas de valor 
        transnacionales permite, además de generar un cuadro de ganancias 
        mutuas entre los países participantes, desarrollar lo que en sus 
        planteamientos fundacionales de la integración europea, Jean Monnet 
        denominaba las solidaridades de hecho. Pueden ser, en tal sentido, un 
        importante factor para reducir los riesgos de reversibilidad de los compromisos 
        asumidos por los países miembros. Y ello es así, porque 
        contribuyen a encadenar los distintos sistemas productivos nacionales 
        y a sus protagonistas, generándose así fuertes incentivos 
        para preservar y expandir un proceso de integración multinacional. 
        Requiere en cada uno de los países, empresas con intereses ofensivos 
        y capacidad de proyección internacional.Las tres condiciones mencionadas están estrechamente vinculadas 
        entre sí. Sumadas permiten imaginar una estrategia realista de 
        negociaciones comerciales con otros países y regiones. Sin estrategia 
        nacional, será difícil que un país pueda beneficiarse 
        de las decisiones que se elaboren para orientar un proceso de integración 
        y para generar sus reglas de juego. Sin reglas de juego que se cumplan 
        efectivamente, será difícil ganar en flexibilidad y lograr, 
        a la vez, que las empresas efectúen inversiones productivas en 
        función del mercado ampliado. Sin tales inversiones productivas, 
        especialmente en el marco de cadenas de valor transfronterizas, será 
        difícil que se generen en forma estable los beneficios que puedan 
        esperarse de un proceso de integración, especialmente aquellos 
        de mayor impacto social por sus efectos de creación de fuentes 
        de empleo y de identificación de los ciudadanos con la idea de 
        región compartida. Será más difícil aún, 
        entablar negociaciones comerciales internacionales que sean favorables 
        al desarrollo y a la transformación productiva de cada país 
        de la región.
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