| Las relaciones entre Argentina y Brasil tienen raíces profundas. 
        Están nutridas por la proximidad. Pero también por una historia 
        compartida entre dos pueblos vecinos, la que se remonta -como han señalado, 
        entre otros, tanto Helio Jaguaribe como Alberto Methol Ferrer- incluso 
        a un pasado ibérico.  No siempre fue una relación de cooperación y, a veces, 
        ni tan siquiera amistosa. La geopolítica de la emoción, 
        en el sentido de Dominique Moïsi [1], tuvo en este Sur de las Américas 
        muchas oportunidades de exteriorizarse y algunas pocas veces, con fuerte 
        animosidad.  Pero por el agotamiento de fuentes significativas de conflictos y por 
        el predominio de una razonable sabiduría en el liderazgo político, 
        son relaciones bilaterales que al promediar la década del 80 del 
        siglo pasado entraron con intensidad en un curso de cooperación 
        y amistad no exenta, por cierto, de momentos de rispideces, la mayor parte 
        de las veces derivadas de realidades y percepciones en relación 
        a intereses en juego en el comercio recíproco.  Ha sido siempre una relación multidimensional como suele ser normal 
        en especial entre naciones contiguas. Lo político, lo económico, 
        lo social, lo cultural, son fuentes de factores que interactúan 
        en forma constante y dinámica entre países vecinos, aunque 
        no siempre sea ello perceptible para los analistas acostumbrados a navegar 
        una sola disciplina académica, como por ejemplo la de la economía. 
        Las agendas de seguridad y defensa, de paz y estabilidad política, 
        de democracia y cohesión social, de desarrollo productivo y de 
        comercio, de educación y cultura, de ciencia y tecnología, 
        tienen en cada uno de los dos países múltiples vasos comunicantes 
        con los del vecino, aunque sólo sea en forma implícita -por 
        ejemplo, por efecto de demostración-. Asimismo, por mucho tiempo, las de la Argentina y el Brasil han sido 
        relaciones influenciadas por visiones distintas de la respectiva inserción 
        en el sistema internacional o, al menos, por estrategias competitivas 
        de vinculación con las grandes potencias del momento, primero Gran 
        Bretaña y luego los Estados Unidos. El síndrome de la importancia 
        relativa de cada nación ha ocupado -¿ocupa?- un lugar significativo 
        especialmente en las elites de ambos países. En particular, es 
        el caso de la importancia relativa que se tiene o se cree tener frente 
        al resto del mundo y las potencias principales. Desde los acuerdos Alfonsín-Sarney -facilitados por el hecho que 
        el acuerdo tripartito sobre recursos hídricos de 1979 entre Argentina, 
        Brasil y Paraguay, había cerrado la última razón 
        significativa con potencial para nutrir una cultura de confrontación 
        y conflicto que penetrara hondo, incluso en el plano de las estrategias 
        de defensa y en tendencias a carreras armamentistas con un claro desdoblamiento 
        en el plano nuclear- esta relación multidimensional se canaliza 
        a través de acuerdos y mecanismos operativos diversos, y de velocidades 
        y densidades diferenciadas. A partir de la creación del Mercosur 
        en 1991, incluye en un marco más amplio a Paraguay y Uruguay, lo 
        que la enriquece en múltiples aspectos. Y la creación del Mercosur implicó por lo demás, 
        un pacto al menos implícito, de negociar como conjunto los acuerdos 
        con terceros países que pudieran incidir en el plano del comercio 
        y las inversiones y, eventualmente, erosionar la idea central de un espacio 
        común, económico y comercial, preferencial.  En tal perspectiva puede visualizarse el instrumento del arancel externo 
        común -que no fuera definido en forma precisa en el acuerdo fundacional- 
        como un eje central de la distinción "nosotros y ellos" 
        que nutre una relación considerada como estratégica entre 
        naciones vecinas. Es, en tal sentido, mucho más que un instrumento 
        de política comercial externa y ni su contenido, flexibilidades 
        y eventual geometría variable, podrían sólo determinarse 
        con criterios de eficiencia económica.  El arancel externo común, penetra hondo en la razón de 
        ser política de la idea de trabajo conjunto, con vocación 
        de permanencia en el tiempo, entre dos naciones vecinas y que, a la vez, 
        desean preservar su identidad nacional y su soberanía. Recordemos 
        al respecto que cuando se tomó la decisión de recurrir al 
        instrumento del arancel externo común, ambos países enfrentaban 
        desafíos estratégicos significativos, que trascendían 
        el plano del comercio -especialmente en sus sectores industriales y en 
        su intercambio comercial con el resto de América del Sur- como 
        consecuencia de la iniciativa del gobierno de los EEUU que conduciría 
        luego a las fracasadas negociaciones del denominado ALCA. Pero, desde el momento fundacional del Mercosur ha pasado, en términos 
        relativos, mucho tiempo. Han cambiado los respectivos países y, 
        sobre todo, han cambiado, y en forma profunda, el contexto global y el 
        regional en el que se insertan. El mundo de los ochenta y comienzos de los noventa no existe más 
        con los rasgos fundamentales que entonces lo caracterizaban. Al menos 
        ello es así si se observa la realidad mundial en la perspectiva 
        del mapa del poder y de la competencia económica global, y en el 
        de las reglas de juego que inciden en las relaciones comerciales internacionales 
        incluyendo, por cierto, los actores con capacidad de ser sus productores 
        ("rule-makers").  Es un mundo, el actual, que presenta un cuadro -comparado con el del 
        momento fundacional del Mercosur- de marcada redistribución del 
        poder relativo -un mundo "multiplex", como lo ha denominado 
        Amitav Acharya [2]-; de aumento significativo del número de protagonistas 
        con capacidad de incidir en la competencia económica global -los 
        emergentes y, en particular, los "re-emergentes"-; de marcadas 
        transformaciones en la forma en que se producen bienes y se prestan servicios 
        a escala global y regional -las cadenas transnacionales de valor y los 
        encadenamientos productivos que abarcan varios países a la vez-; 
        de acortamiento de las distancias físicas y culturales -consecuencias, 
        entre otros factores, de fuertes cambios tecnológicos en el transporte, 
        la logística y las comunicaciones-, y de empoderamiento de nuevos 
        protagonistas sociales, sea como consumidores, como trabajadores, como 
        innovadores, como ciudadanos, especialmente impulsado por la mayor conectividad, 
        el crecimiento poblacional y el de los sectores urbanos con ingreso económico 
        de clase media -tal el fenómeno de la "clase C" en Brasil 
        que se da con mucha intensidad en todo el mundo en desarrollo-. En ese nuevo contexto externo, todo país cualquiera que sea su 
        dimensión económica o grado de desarrollo económico, 
        puede tener múltiples opciones en su estrategia de inserción 
        comercial internacional. Y por lo general tratan de aprovecharlas. De 
        ahí que nadie quiera quedar pegado a nadie. Han quedado en el pasado 
        los tiempos en que la integración económica voluntaria entre 
        naciones soberanas podía plantearse con un alcance de alianzas 
        exclusivas y excluyentes. Hoy, por el contrario, lo que empieza a predominar 
        en el comercio preferencial entre las naciones, son las alianzas complejas 
        y muy dinámicas, múltiples y simultáneas, y no se 
        las visualiza como necesariamente contradictorias. En tal marco, cabe interrogarse acerca del futuro del Mercosur concebido, 
        a la vez, como un hábitat clave para el desarrollo de la vinculación 
        estratégica entre sus socios -y en especial entre la Argentina 
        y el Brasil-; como una plataforma para insertarse en la competencia económica 
        global, y como un núcleo duro que permita viabilizar condiciones 
        de paz y de estabilidad política, de democracia y de cohesión 
        social, en el espacio regional más amplio de América del 
        Sur, con su consiguiente impacto a escala de América Latina. Al respecto cabe tener presente que, por momentos, se observa una tendencia, 
        a veces exagerada, a considerar que el Mercosur ha fracasado o, al menos, 
        que ha sido superado por nuevas realidades. Se invocan las dificultades 
        que suelen surgir en el comercio bilateral entre sus socios, por ejemplo 
        entre Argentina y Brasil, como un indicador de cómo el proceso 
        de integración regional dista de lo que se comprometió en 
        los textos fundacionales y, más aún, de lo que los enfoques 
        teóricos prescriben que debería ser el funcionamiento de 
        una unión aduanera. Hay por cierto otros planos en los que no se 
        ha avanzado en eliminar múltiples factores que desnivelan el campo 
        de juego entre los países socios. En tal sentido, el "Mercosur nos ata" es una frase que suele 
        pronunciarse en distintos sectores de los países miembros. Muchas 
        veces reflejan juegos mediáticos impulsados por intereses de diferentes 
        orígenes, incluso externos. Implicaría ella que sus países 
        miembros no podrían aprovechar plenamente las oportunidades que 
        se están abriendo en el plano global, ya que como bloque se estaría, 
        por ejemplo, quedando marginado de las negociaciones en curso de mega-acuerdos 
        interregionales preferenciales, tales como el Trans-Pacific Partnership" 
        o el "Trans-Atlantic Trade and Investment Partnership", con 
        su eventual incidencia de debilitamiento del sistema comercial multilateral 
        plasmado en la OMC.  De allí lo frecuente que es escuchar la propuesta de transformar 
        el Mercosur en una zona de libre comercio, dejando de lado el arancel 
        externo común y el objetivo de completar el desarrollo de una unión 
        aduanera. No siempre se explicitan los efectos que ello podría 
        acarrear en la calidad de la relación política entre los 
        socios. Una consecuencia práctica de la percepción de un 
        Mercosur que no puede encarar negociaciones conjuntas con otros protagonistas 
        relevantes del comercio mundial, es la propuesta que algunos sectores 
        plantean en el sentido de que se pudieran avanzar negociaciones y acuerdos 
        bilaterales entre países miembros del Mercosur y la Unión 
        Europea -y eventualmente también con los EEUU-. A pesar de las posiciones más críticas con respecto a la 
        efectividad del Mercosur y sin perjuicio de otros indicadores, los datos 
        del comercio de manufacturas intra-Mercosur permiten observar, sin embargo, 
        la importancia que tiene para el desarrollo productivo de cada país 
        este espacio de integración y su proyección al resto de 
        América Latina a través de una red de acuerdos preferenciales 
        negociados en el ámbito de la ALADI. Para Brasil, por ejemplo, 
        la Argentina es el destino de un 18% de su comercio total de manufacturas. 
        América Latina en su conjunto representa un 80% de sus exportaciones 
        de manufacturas y, en su conjunto, representa un valor superior al de 
        tales exportaciones a la Unión Europea, EEUU y Japón en 
        su conjunto [3].  No es el objetivo de este artículo analizar la estructura del 
        intercambio comercial (bienes y servicios) y de las inversiones recíprocas 
        entre la Argentina y el Brasil. Lo que sí parece razonable en esta 
        oportunidad es formular dos hipótesis que pueden ser relevantes 
        a la hora de tener que debatir y que decidir sobre el futuro de la relación 
        comercial bilateral y del lugar que en ella ocupan los acuerdos plasmados 
        a partir de los entendimientos bilaterales de 1985 y luego de la creación 
        del Mercosur.  La primera hipótesis es que un porcentaje significativo del comercio 
        de manufacturas entre los dos países y del desarrollo -débil 
        aún- de encadenamientos productivos subregionales, se beneficia 
        de las preferencias negociadas incluyendo, por cierto, las del acuerdo 
        automotriz. Y que se beneficiaría también de una estrategia 
        efectiva de valorizar distintas modalidades de acuerdos sectoriales, que 
        es un instrumento presente en los acuerdos originales entre la Argentina 
        y el Brasil, como también en el propio Tratado de Asunción. Y la segunda es que hay espacio -incluso mucho- para capitalizar la experiencia 
        acumulada en las últimas tres décadas, innovando en lo necesario 
        con respecto a la metodología del trabajo conjunto entre dos naciones 
        -y sus socios- que, por muchos motivos que trascienden lo comercial e 
        incluso lo económico, pueden ganar más si siguen trabajando 
        juntas con criterios preferenciales, que si optan por retornar a un pasado 
        de una vecindad que a la vez que es inevitable careciera, como en el pasado, 
        de marcos institucionales consensuados que generen un cuadro preferencial 
        alimentado por ganancias mutuas. ¿Cuáles pueden algunas cuestiones prioritarias a incluir 
        en la agenda de un necesario debate orientado a examinar posibles cursos 
        de acción que permitan encarar el futuro trabajo conjunto entre 
        la Argentina y el Brasil -y sus socios-, preservando el marco institucional 
        preferencial del Mercosur y, a la vez, enriqueciéndolo a través 
        de su necesaria adaptación a las nuevas realidades, tanto globales, 
        como regionales e internas de cada uno de los países miembros? Al respecto parecería oportuno que, tanto en el plano gubernamental 
        como en el académico y empresario, pudieran efectuarse análisis 
        conducentes a efectuar propuestas viables y concretas sobre cómo 
        lograr además una efectiva convergencia de los distintos acuerdos 
        y mecanismos de integración que tienen vigencia en la región 
        latinoamericana. El objetivo sería precisamente procurar la mayor 
        convergencia respetando los límites que pueden surgir como consecuencia 
        de múltiples diversidades. La convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, por 
        ejemplo, debería ser un objetivo prioritario dada la relevancia 
        económica y política de los países participantes. 
        Al respecto cabe privilegiar interpretaciones flexibles de compromisos 
        existentes en el Mercosur, por ejemplo, con respecto al arancel externo 
        común. La propia normativa del Mercosur y la del GATT brindan suficiente 
        margen para lograr una razonable dosis de flexibilidad, incluso dentro 
        del marco conceptual de una unión aduanera. Tal flexibilidad implica 
        interpretar correctamente las reglas existentes como también revisar 
        con espíritu crítico conceptos, modelos y marcos teóricos 
        provenientes de otras realidades. Algunas de las cuestiones más relevantes para una agenda de adaptación 
        del Mercosur a través de su metamorfosis y de la "convergencia 
        en la diversidad" a nivel de la región en su conjunto -en 
        el sentido planteado por Heraldo Muñoz, Canciller del gobierno 
        de Michael Bachelet [4]- y que pueden requerir ideas creativas y viables, 
        tanto desde un de vista económico como jurídico y político, 
        pueden ser las siguientes:  
        a) encadenamientos productivos a través de inversiones conjuntas 
          en los que participen empresas pymes de distintos países y que, 
          como incentivo a la inversión cuenten no sólo con acceso 
          al financiamiento pero, en especial, de garantías colectivas 
          al acceso irrestricto a los mercados de los países participantes 
          del mecanismo que se negocie;  b) acumulación de reglas de origen que permita un aprovechamiento 
          conjunto por parte de empresas de diversos países de las preferencias 
          comerciales que se negocien en el plano regional e, incluso, interregional; 
         c) calidad de la conectividad física y medidas eficaces de facilitación 
          de comercio y, d) programas efectivos de cooperación con los países 
          de menor desarrollo relativo orientados a estimular la inversión 
          productiva por medio de la garantía en el acceso irrestricto 
          a los mercados de los países de mayor grado de desarrollo de 
          la región. Cabe tener presente, además, que explicitar en el Mercosur y entre 
        los países de la región lo que ha denominado en un libro 
        reciente Anthony Giddens como "comunidad de destino" , a fin 
        de hablar con una sola voz y desarrollar una mirada de conjunto de las 
        grandes cuestiones de la agenda global no requiere necesariamente de la 
        homogeneidad. Ejemplos son los desafíos que plantea el cambio climático 
        o la necesidad de evitar que las negociaciones de mega-acuerdos inter-regionales 
        terminen por erosionar la efectividad y eficacia del sistema multilateral 
        de comercio institucionalizado en la OMC. Requiere sí de puntos 
        de equilibrio entre visiones eventualmente diferentes que es, precisamente, 
        aquello que puede aspirar a lograrse con liderazgos políticos colectivos 
        y con instituciones regionales tales como son la ALADI, la UNASUR y la 
        CELAC, especialmente si cuentan con el apoyo intelectual y técnico 
        de organismos como la CEPAL, la CAF y el SELA. Pero también requiere de un sólido esfuerzo en cada país 
        de la región para definir y actualizar sus estrategias de inserción 
        comercial internacional, tanto a escala global como regional. Países 
        que saben lo que quieren y lo que pueden, especialmente si lo hacen a 
        través de una fuerte participación social, están 
        en mejores condiciones de procurar puntos de equilibrio en sus respectivos 
        intereses al dialogar y negociar con los otros países de la región 
        y del mundo.  Quizás sea ésta la tarea más relevante a la cual 
        deban abocarse la Argentina y el Brasil, así como sus socios si 
        se aspira a transformar al Mercosur en un ámbito efectivo, eficaz 
        y con legitimidad social que les permita navegar con idoneidad el mundo 
        del futuro en función de sus respectivos intereses nacionales. |