| A modo de introducción:Los tres planos de la gobernanza económica global
 El actual período internacional parece ser el del fin de un ciclo 
        histórico con raíces de larga data y que fuera evolucionando 
        por etapas, desde la iniciada con la Paz de Westfalia y pasando luego 
        por la del Concierto Europeo, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría 
        y la Post-Guerra Fría.  Cada una de estas etapas ha reflejado cambios en la distribución 
        del poder relativo entre las naciones. Se han traducido, asimismo, en 
        diferentes formas de asegurar por un tiempo una cierta gobernanza global, 
        con sus propias pautas, reglas de juego e instituciones. Los puntos de 
        inflexión se han caracterizado más por el predominio de 
        la fuerza que la razón.  Un elemento común en tal evolución han sido las dificultades 
        que han tenido los protagonistas -países, gobiernos, actores económicos 
        y ciudadanías- para captar los alcances de cada etapa y percibir 
        las fuerzas profundas que estaban detrás de los acontecimientos 
        más notorios. Por ello muchas veces resultaron ser perdedores, 
        casi sin percibirlo a tiempo. El fin del ciclo histórico largo se observa también en 
        la actualidad, en los planos en los que interactúan las acciones 
        orientadas a construir nuevas pautas, instituciones y reglas para la gobernanza 
        económica internacional. Son el global multilateral -que en relación 
        al comercio mundial está institucionalizado en la Organización 
        Mundial del Comercio (OMC)-; el inter-regional -que se expresa en las 
        negociaciones para establecer una vinculación preferencial entre 
        regiones relevantes, tales como las del Transatlantic Trade and Investment 
        Treaty, entre los Estados Unidos y la Unión Europea (EU), y las 
        del Trans-Pacific Partnership entre países del Asia-Pacífico 
        y países americanos del Pacífico-, y el regional -entre 
        países de diferentes regiones geográficas-. Dadas las incertidumbres observables con respecto al futuro de las negociaciones 
        que se están desarrollando en los primeros dos planos, el regional 
        aparece hoy como el más relevante [1]. Por su interés para 
        la Argentina, nos concentraremos entonces a examinar el plano regional 
        latinoamericano en el que se inserta el Mercosur.   El plano regional latinoamericano: El caso de América del Sur y, en especial, el del Mercosur.
 América del Sur configura un subsistema político y económico 
        regional en el ámbito del sistema internacional global. La calidad 
        y solidez de su organización y de sus instituciones, al igual que 
        en el caso de otros subsistemas regionales y en particular el institucionalizado 
        en la UE, está adquiriendo una importancia especial desde la perspectiva 
        de la gobernanza económica global.  De ahí que reflexionar sobre las condiciones que permitan desarrollar 
        procesos de integración regional, que sean sustentables y que generen 
        un cuadro previsible de ganancias mutuas para los países participantes, 
        tiene hoy relevancia en América del Sur, como también la 
        tiene en los últimos años en el caso de la UE. Tales condiciones implican fortalecer tendencias a la convergencia que 
        contrapesen las que suelen impulsar a la fragmentación y, en particular, 
        a la confrontación entre naciones que comparten un espacio geográfico 
        regional. Son tendencias que requieren sustentarse en pasos concretos 
        orientados a acentuar la conectividad y la compatibilidad entre los respectivos 
        sistemas económicos nacionales.
 En el caso más específico del Mercosur, su actual transición 
        hacia una nueva etapa con perfiles institucionales y métodos de 
        trabajo aún inciertos, acrecienta la necesidad de reflexionar sobre 
        cómo se pueden diseñar, en base a las experiencias ya adquiridas 
        y, a la vez, capitalizando los activos acumulados, estrategias y metodologías 
        de integración y de trabajo conjunto, que generen beneficios percibidos 
        como ventajosos por los distintos países y sus ciudadanías. No será fácil. Desde que fuera creado en 1991 se ha acumulado 
        experiencias y compromisos que, de haber penetrado en la realidad -lo 
        que no siempre ocurrió-, habrían tenido un valor significativo 
        en términos de accesos preferenciales relativamente garantizados 
        a los respectivos mercados y de la integración productiva. Incluso, 
        por momentos, el Mercosur llegó a ser percibido como algo que tendía 
        a ser exitoso. Se notaba entusiasmo. Pero también se han acumulado muchas frustraciones [2]. Ellas 
        se originan en las propias dificultades de un emprendimiento de trabajo 
        conjunto, que requiere combinar distintos intereses nacionales en un contexto 
        de numerosas asimetrías, incluyendo las de dimensión económica 
        relativa. Tales frustraciones podrían también explicarse 
        por una tendencia recurrente a producir hechos mediáticos -calificados 
        como "históricos" por los respectivos protagonistas- 
        que contribuyeron a generar la imagen de una integración en la 
        que las apariencias parecerían predominar sobre las realidades. 
        Frustraciones que pueden explicar la indiferencia e incluso el rechazo 
        de la idea de integración regional que por momentos ser observa 
        en sectores de los respectivos países.  La reflexión antes sugerida, precisa realizarse teniendo en cuenta 
        el contexto de profundos cambios que se están operando a escala 
        global. Y requiere colocar al Mercosur en el marco de la arquitectura 
        institucional de la región sudamericana (la UNASUR), del espacio 
        regional latinoamericano (la ALADI y el SELA), y del más amplio 
        de América Latina y el Caribe (la CELAC) [3]. Articular acciones 
        de cooperación regional que puedan desarrollarse a través 
        del mosaico de instituciones existentes, es hoy una de las prioridades 
        que reconocen los propios países que las integran.   Condiciones necesarias para una construcción institucional 
        regional que sea efectiva. ¿Cuáles pueden ser algunas condiciones que faciliten la 
        construcción gradual de un espacio regional de integración 
        y cooperación, esto es, de trabajo conjunto entre naciones que 
        lo conforman?  Ellas resultan, en particular, de algunos rasgos centrales de este tipo 
        de emprendimientos multinacionales. Los principales son: el carácter 
        voluntario de la participación de cada nación -nadie obliga 
        a nadie a ser miembro de un determinado acuerdo de integración-; 
        la gradualidad, en el sentido que los objetivos perseguidos, especialmente 
        los más ambiciosos, requieren tiempo para alcanzarse e, incluso, 
        quizás nunca se los alcance plenamente; y la adaptación 
        permanente a continuos cambios operados en las circunstancias que condujeron 
        al momento fundacional. En la definición de la metodología a emplear en el desarrollo 
        de un proceso de integración es importante tener presente el principio 
        de "libertad de organización", que Angelo Piero Sereni 
        [4] señalara como válido en cualquier construcción 
        institucional para la cooperación internacional entre naciones 
        soberanas.  Pero también es fundamental tomar en cuenta factores que inciden 
        en la demanda institucional y normativa de procesos voluntarios de cooperación 
        y, en particular, de integración económica entre naciones 
        soberanas. La experiencia de distintas regiones indicaría que los 
        más relevantes para la definición de los métodos 
        de trabajo y, por ende, de las respectivas instituciones, son: el grado 
        de conectividad e interdependencia económica y política 
        entre los países participantes; la distribución del poder 
        relativo entre los socios; el carácter evolutivo y multidimensional 
        del respectivo proceso de integración, y la inserción en 
        el cuadro complejo de relaciones internacionales de los países 
        participantes. En el caso del Mercosur, en su momento actual de fin de una etapa y de 
        tránsito hacia una nueva aún no definida con precisión, 
        tres parecerían ser las condiciones requeridas a fin de dar un 
        salto hacia una construcción más flexible pero sólida 
        y eficaz, con potencial de captar el interés ciudadano por su capacidad 
        de generar ganancias mutuas para cada uno de los países participantes, 
        teniendo en cuenta las diversidades que los caracterizan.  Tales condiciones son: una estrategia nacional de desarrollo y de inserción 
        internacional de cada país; calidad de institucional y de las reglas 
        de juego que se pacten, y articulación productiva de alcance transnacional. 
       Parece recomendable que estas condiciones estén presentes en el 
        debate nacional que cada país interesado en continuar siendo del 
        Mercosur, debería estimular a fin de definir con solidez las estrategias 
        y las metodologías de una eventual nueva etapa en su construcción. La primera condición es la estrategia nacional de desarrollo y 
        de inserción internacional de cada país participante. El 
        trabajo conjunto entre naciones que comparten un espacio geográfico 
        regional, especialmente si se expresa a través de acuerdos e instituciones 
        con objetivos ambiciosos y de largo plazo como es el caso del Mercosur, 
        supone que cada país participante sepa lo que necesita y lo que 
        puede obtener al asociarse con los otros. Esto es, que tenga una estrategia 
        de desarrollo y de inserción internacional, elaborada en función 
        de sus propias características internas y de los objetivos valorados 
        por la respectiva sociedad. Estrategia, por lo demás, que no se 
        limitará a la región. Hoy más que nunca, dada la 
        multiplicidad de opciones que todo país tiene, cualquiera que sea 
        su dimensión, es en el plano de objetivos de alcance global en 
        el que deben colocarse los perseguidos en el plano regional.  Cómo se elabora tal estrategia y se expresa su contenido, es algo 
        que depende de cada país. Lo concreto es que la construcción 
        consensuada de una región multinacional, cualesquiera que sean 
        sus objetivos, modalidades y alcances, se hace a partir de lo nacional 
        o sea, de lo que le interesa a cada país participante. Se ha señalado 
        con razón que los países se asocian en el plano regional 
        no a partir de hipotéticas racionalidades supranacionales, sino 
        de concretas racionalidades nacionales. De allí que se requiera ser franco en el sentido que si un país 
        no tiene tal estrategia, o si ella no fuera realista (por ejemplo, si 
        sobreestima lo que es su valor y su capacidad de negociación frente 
        al resto del mundo y más concretamente frente sus socios), resultará 
        difícil imaginar que los otros países -más allá 
        de la retórica- contemplarán plenamente sus intereses. Es 
        lo que Ian Bremmer [5] expresa crudamente con el título de su libro 
        sobre el mundo actual: "cada nación por las suyas". El 
        mensaje a extraer es claro: en un contexto global en transición 
        hacia un orden internacional diferente al que ha predominado en las últimas 
        décadas, y sin una potencia central o un directorio creíble 
        de potencias centrales (G-0), cada nación debe defender sus propios 
        intereses, para lo cual debe saber lo que necesita y lo que puede obtener 
        a partir de un diagnóstico correcto del entorno internacional. 
        Y, por lo demás, en la transición hacia el mundo del futuro 
        habrá ganadores y perdedores. Es un mensaje que tiene validez para 
        cada uno de los espacios geográficos regionales. Y, por cierto, 
        también para América del Sur. En la actual encrucijada del Mercosur, a cada país miembro le 
        conviene entonces interrogarse sobre sus opciones reales, no las teóricas. 
        Si un país, grande o chico, no estuviere conforme con el Mercosur 
        y visualizare opciones razonables que permitan mejor contemplar los principales 
        requerimientos de su inserción en la región y en el mundo, 
        esto es que perciba tener un "plan B", lo razonable podría 
        ser entonces abandonar el emprendimiento conjunto. Lo hizo en su momento 
        Chile con respecto al Grupo Andino, luego al no aceptar la invitación 
        para participar del Mercosur como miembro pleno, y lo hizo también 
        Venezuela cuando decidió dejar de ser país miembro de la 
        Comunidad Andina de Naciones.  Sí, por el contrario, ese país no visualizara un "plan 
        B" razonable tanto desde una perspectiva política como económica, 
        le convendrá a fin de negociar en función de sus intereses 
        y posibilidades, ponderar qué alcances debería tener la 
        futura etapa del Mercosur a la luz de los pactos constitutivos, la experiencia 
        adquirida y las opciones metodológicas que pudieran imaginarse. 
        Tal ponderación será más sólida si refleja 
        los objetivos definidos en su estrategia de desarrollo nacional, que parece 
        razonable imaginar que incluirá una apreciación de lo que 
        el país necesita y puede obtener de su entorno global y regional. Una segunda condición se relaciona con la calidad de instituciones 
        y reglas de juego. Incluye tanto al proceso de elaboración de decisiones, 
        como a las reglas que se aprueben, los mecanismos de aplicación 
        de las normas, y los de solución de los diferendos que pudieran 
        producirse entre países miembros en relación al cumplimiento 
        de lo pactado. Conviene recordar que la calidad institucional comienza 
        en el respectivo plano nacional, para expresarse luego en el multinacional 
        -cualquiera que sea la composición del respectivo órgano 
        y su sistema de votación- y retornar al nacional que es donde se 
        cumple o no con lo pactado. Sin calidad institucional en el plano nacional, 
        es para un país operar con éxito en el respectivo proceso 
        de integración. La intensidad de la participación de la sociedad civil en el plano 
        interno de cada país miembro es un factor central para asegurar 
        la calidad institucional de un proceso de integración. Requiere, 
        a su vez, de una cultura de transparencia que se refleje, en el plano 
        nacional como en el multinacional, en la calidad de páginas Web 
        densas en información útil para la gestión de inteligencia 
        competitiva por parte de todos los protagonistas. Reglas precarias, con baja capacidad de ser efectivas y eficaces, sobre 
        todo si son una resultante de deficiencias en su proceso de elaboración, 
        tienden a erosionar la eficacia y legitimidad del propio proceso de integración. 
        No favorecen a los países de menor dimensión relativa ni 
        son tomadas en serio por quienes tienen que adoptar decisiones de inversión 
        productiva. En el Mercosur la precariedad institucional y de las reglas 
        de juego, incluso la insuficiente transparencia y débil participación 
        de la sociedad civil, son quizás una de las principales causas 
        del deterioro que ha sufrido el proceso de integración. Sería 
        una especie de virus que provendría de la experiencia de integración 
        en la ALALC primero y luego en la ALADI, donde muchas veces se pudo observar 
        el predominio de una cultura de la anomia, en el sentido que las reglas 
        se cumplían solo en la medida que ello fuera factible y que la 
        información necesaria para decidir, no era fácilmente accesible. 
        Es una cultura que, tanto en el plano interno de una sociedad como en 
        el internacional, tiende a favorecer a quienes tienen más poder 
        relativo, acentuando desigualdades y promoviendo todo tipo de desequilibrios. 
        La historia de las listas de excepción en los acuerdos de preferencias 
        arancelarias concertados tanto en la ALALC como en la ALADI, merecería 
        ser reconstruida por lo mucho que indicaría sobre las realidades 
        de la integración comercial regional. Conciliar flexibilidad con previsibilidad parece ser fundamental si es 
        que en su próxima etapa el Mercosur aspira a incluir a otros países 
        sudamericanos, acrecentándose así las asimetrías 
        y la diversidad de intereses en juego. Ello requerirá recurrir 
        a metodologías de geometría variable y de múltiples 
        velocidades. Sin reglas de juego de calidad, tales metodologías 
        podrían acentuar tendencias a la dispersión de esfuerzos 
        y conducir el Mercosur a nuevas frustraciones. Y una tercera condición tiene que ver con la articulación 
        productiva a nivel regional. La idea de integración productiva 
        ocupa hoy un lugar importante en la agenda del Mercosur. En realidad proviene 
        de su momento fundacional, cuando se incorpora al Tratado de Asunción 
        el concepto de acuerdos sectoriales y se aprueba la Decisión CMC 
        03/91 (en http://www.mercosur.int/) . Está basada en la experiencia 
        del período de integración bilateral entre Argentina y Brasil. 
        Sus precedentes son múltiples. Se encuentran en los momentos fundacionales 
        de la integración europea y también de lo que fuera el Grupo 
        Andino. La integración productiva a través de cadenas de valor 
        transnacionales permite, además de generar un cuadro de ganancias 
        mutuas entre los países participantes, desarrollar lo que en sus 
        planteamientos fundacionales de la integración europea, Jean Monnet 
        denominaba las solidaridades de hecho. Pueden ser, en tal sentido, un 
        importante factor para estimular las necesarias disciplinas colectivas 
        y reducir los riesgos de reversibilidad de los compromisos asumidos por 
        los países miembros. Ello es así, porque contribuyen a encadenar 
        los distintos sistemas productivos nacionales y a sus protagonistas, generándose 
        incentivos para preservar y expandir un proceso de integración 
        multinacional. Pero requiere en cada uno de los países, empresas 
        con intereses ofensivos y capacidad de proyección internacional. Las tres condiciones mencionadas están estrechamente vinculadas 
        entre sí. Sumadas permiten imaginar una estrategia realista de 
        negociaciones comerciales con otros países y regiones. Sin estrategia 
        nacional, será difícil que un país pueda beneficiarse 
        de las decisiones que se elaboren para orientar un proceso de integración 
        y para generar sus reglas de juego. Sin reglas de juego que se cumplan 
        efectivamente, será difícil ganar en flexibilidad y lograr, 
        a la vez, que las empresas efectúen inversiones productivas en 
        función del mercado ampliado. Sin tales inversiones productivas, 
        especialmente en el marco de cadenas de valor transfronterizas, será 
        difícil que se generen en forma estable los beneficios que puedan 
        esperarse de un proceso de integración, especialmente aquellos 
        de mayor impacto social por sus efectos de creación de fuentes 
        de empleo y de identificación de los ciudadanos con la idea de 
        región compartida. Será más difícil aún, 
        entablar negociaciones comerciales internacionales que sean favorables 
        al desarrollo y a la transformación productiva de cada país 
        de la región.   Reflexiones sobre metodologías de construcción del Mercosur El marco institucional de las relaciones comerciales internacionales 
        en el espacio global, o de la integración multinacional en un espacio 
        regional, se construye a través del tiempo. Las reglas y los procesos 
        de decisión y de creación normativa, tienen que ser visualizados 
        como resultantes de un esfuerzo de construcción permanente sin 
        límites temporales y como algo que no tiene, necesariamente, un 
        producto final pre-definido. El punto de partida formal de tal construcción suele reflejarse 
        en un acuerdo fundacional plasmado en algún tipo de instrumento 
        jurídico internacional multilateral. Es el que fija el marco normativo 
        para el desarrollo de acciones orientadas al logro de objetivos comunes 
        perseguidos por los países participantes.  En el diseño de tal marco normativo fundacional, no necesariamente 
        se debe seguir un modelo teórico o histórico predeterminado. 
        En este tipo de marcos institucionales, tal diseño sólo 
        puede estar condicionado por lo que se considera como racional y, en especial, 
        por lo prescripto en los respectivos ordenamientos jurídicos internos 
        y por compromisos jurídicos internacionales asumidos por los países 
        fundadores. Tal es el caso, por ejemplo, de los condicionamientos que 
        resultan para el diseño de acuerdos comerciales preferenciales 
        -cualquiera que sea su modalidad- del marco normativo de la OMC.  El acuerdo fundacional da lugar a procesos que no suelen ser lineales. 
        Son más bien, una resultante de pasos sucesivos que se dan a través 
        del tiempo o en etapas pre-determinadas -tal el caso, por ejemplo, de 
        lo estipulado por el Tratado de Asunción para el fin del período 
        de transición en el Mercosur- orientados al logro de objetivos 
        comunes entre las naciones participantes. Son pasos que suelen requerir, luego, la adaptación de objetivos, 
        instrumentos y métodos de trabajo, a los inevitables cambios en 
        realidades políticas, económicas y sociales, tanto de los 
        países participantes como del entorno internacional global o regional. 
       Según sean los factores que inciden en las demandas de adaptación, 
        el marco institucional puede ser ajustado o, eventualmente, rediseñado 
        incluso a través de su transformación completa. Esto último 
        es lo que suele dar lugar a la expresión "re-fundar". 
        Algo así como comenzar eventualmente de fojas cero. La falta de 
        adaptación a los cambios en las realidades puede también 
        conducir al fracaso de la idea que condujo al momento fundacional original 
        y, por ende, al destierro del respectivo marco institucional hacia el 
        plano de las irrelevancias o del olvido. Las anteriores son consideraciones motivadas por lo que está ocurriendo 
        hoy en el ámbito del Mercosur. En este caso lo que se observa es 
        un cuestionamiento, por momentos intenso, que sería contraproducente 
        ignorar, sobre su adaptación a nuevas realidades de inserción 
        internacional global y regional de sus países miembros. Muchas 
        veces está focalizado en uno de los instrumentos que provienen 
        del momento fundacional, que es el arancel externo común (AEC). 
        Al respecto, algunas preguntas más relevantes se refieren a: ¿conviene 
        o no preservar el AEC? y en todo caso, ¿cuál es el real 
        alcance del compromiso asumido por los países miembros? Sobre todo 
        ¿qué flexibilidad existe para su aplicación efectiva 
        en el caso de una negociación comercial con terceros países? 
        y, ¿cuál sería el impacto de su supresión 
        en la validez y en el alcance efectivo de la preferencia comercial intra-Mercosur 
        pactada originalmente en el Tratado de Asunción? Si desde un punto de vista económico conviene o no preservar el 
        instrumento del AEC y, por ende, la figura de una unión aduanera, 
        es algo que en la práctica debe determinarse por los países 
        miembros en función de sus intereses nacionales, como también 
        de consideraciones que hacen a sus respectivas políticas comerciales 
        y al funcionamiento efectivo del acuerdo preferencial que han pactado 
        los países miembros del Mercosur.  Pero también resulta relevante tener en cuenta cuál es 
        el grado de permisibilidad que al respecto otorga el marco normativo existente 
        hoy en el Mercosur. La pregunta de fondo sería la de saber si puede 
        ser suficiente la modificación de normas aprobadas por el Consejo 
        del Mercosur, como órgano principal del proceso de creación 
        normativa o si, por el contrario, se requieren modificaciones del propio 
        Tratado de Asunción. Tanto las energías políticas 
        como los costos que requerirían una u otra opción, pueden 
        llegar a ser distintos e, incluso, muy distintos. La flexibilización del AEC puede ser una opción más 
        acorde con la necesidad política de preservar el Mercosur como 
        un núcleo duro de la construcción de un espacio común 
        entre sus países miembros, que sea funcional a objetivos de estabilidad 
        política regional, de convergencia en sus estrategias nacionales 
        de desarrollo económico y social, y de una razonable articulación 
        entre sus respectivos sistemas productivos, al menos en sectores relevantes 
        para su desarrollo e inserción en la economía internacional. 
       De allí la conveniencia de analizar y debatir entre los países 
        del Mercosur, en el marco más amplio del espacio regional latinoamericano 
        o, al menos, sudamericano, tanto el alcance del compromiso asumido en 
        el sentido de tener un AEC, como los métodos que permitirían 
        eventualmente, o revisar sustancialmente tal compromiso -por ejemplo a 
        través de su eliminación-, o flexibilizarlo a través 
        de una interpretación de sus alcances efectivos.  El hecho que no existan normas jurídicas que prescriban lo que 
        deba entenderse por un AEC, o que las que existen en el GATT o en el Mercosur, 
        bien interpretadas brindan un amplio margen para una razonable flexibilidad 
        [6], permite imaginar un desarrollo futuro del Mercosur que no requiera 
        modificar sustancialmente los textos normativos fundacionales, lo que 
        puede ser costoso en el plano político. Quizás al respecto, lo importante sería privilegiar la 
        preservación de lo esencial que se procura lograr, tanto en una 
        perspectiva política como económica, con la construcción 
        del espacio regional preferencial. Y lo esencial podría ser visualizado 
        no tanto en la idea de un nuevo espacio económico único 
        de alcance regional, pero sí de uno que sea común aunque 
        diferenciado, incluso con geometrías variables, y que privilegie 
        objetivos de conectividad, compatibilidad y convergencia de los respectivos 
        espacios nacionales, a la vez que preservando sus ricas diferencias, identidades 
        e individualidades.    A modo de conclusión:Sugerencias para un necesario debate sobre el futuro de la integración 
        regional
 Un cuarto de siglo después de iniciado el recorrido de un camino 
        que sería difícil de imaginar cómo lineal y carente 
        de incertidumbres y de tentaciones, todo indica hoy que el Mercosur, concebido 
        como su principal expresión institucional actual -e incluso su 
        símbolo antes las respectivas ciudadanías y el resto del 
        mundo- está siendo objeto de fuertes críticas no siempre 
        suficientemente fundadas, incluso si se considerara sólo su impacto 
        efectivo en el comercio recíproco.  En tal sentido cabe reconocer que, en la perspectiva de analistas y protagonistas 
        relevantes, el Mercosur se encontraría en una encrucijada que, 
        por momentos, parecería incluso tener una dimensión existencial 
        (¿porqué trabajar juntos?) y no sólo metodológica 
        (¿cómo trabajar juntos?). Sería una encrucijada que requeriría ser abordada a través 
        de un debate franco sobre opciones hacia el futuro y también sobre 
        los costos de desandar el camino recorrido. Es un debate que no podría 
        quedar limitado al plano gubernamental. Requiere de una participación 
        activa de los sectores sociales -incluyendo al empresariado- y de enfoques 
        multidimensionales y transdisciplinarios. No podría ser abordado 
        con éxito si se limitara al plano de económico y del comercio 
        internacional, como por momentos parecería ser una tendencia observable 
        en diversos enfoques. Debería desarrollarse en el marco amplio 
        de la región latinoamericana en su conjunto y de su inserción 
        en el plano global.  Los aportes que surjan de tal debate deberían nutrir también 
        una agenda sobre las relaciones entre la Argentina y Brasil y, en tal 
        marco bilateral, sobre el Mercosur, cuyo desarrollo signifique seguir 
        capitalizando lo mucho adquirido en más de treinta años 
        de trabajo conjunto. Sin perjuicio de otras que pueden considerarse como relevantes, las siguientes 
        son algunas de las sugerencias de preguntas para un debate sobre el futuro 
        de la integración latinoamericana y del propio Mercosur:  
        ¿Cómo preservar la efectividad y eficacia de un espacio 
          regional de preferencias, que signifique un incentivo al desarrollo 
          productivo compartido, al menos en los sectores que se privilegien, 
          como así también a la inserción competitiva de 
          las empresas en el plano regional y en el global?
¿Cómo estimular el desarrollo de encadenamientos productivos 
          efectivos y sustentables, y de otras modalidades de cooperación, 
          especialmente en el campo científico y en el de la innovación 
          tecnológica? 
¿Cómo abrir nuevos campos de acción conjunta, 
          por ejemplo en materia de fuentes sustentables de energía e hidrocarburos, 
          de producción y comercialización de alimentos, y de aprovechamiento 
          de los abundantes recursos naturales?
¿Cómo generar condiciones que faciliten la conectividad 
          entre los espacios económicos nacionales, especialmente a través 
          del desarrollo de la infraestructura física y de las agendas 
          de facilitación de comercio? 
¿Cómo facilitar una efectiva participación de 
          la sociedad civil y en particular de la juventud, en la construcción 
          de un espacio regional inserto en el mundo, que tenga identidad y brinde 
          horizontes de futuro a las ciudadanías?
¿Cómo conciliar un espacio preferencial comercial conjunto, 
          con los requerimientos de la agenda potencial de negociaciones comerciales, 
          que puedan eventualmente encarar cada país con otros países 
          y regiones?
¿Cómo articular la construcción de un espacio 
          económico preferencial entre los socios del Mercosur y de una 
          relación estratégica que perdure en el tiempo, con las 
          acciones que se están desarrollando o intentando desarrollar 
          entre otros países de la región, tal como son los de la 
          Alianza del Pacífico y los del ALBA?
 El debate sugerido contribuiría por lo demás, con sus eventuales 
        resultados, a afirmar la participación regional latinoamericana 
        en los esfuerzos que habrá que realizar para generar instituciones 
        de gobernanza económica global que sean efectivas, eficaces y legítimas. |